domingo, 31 de enero de 2021

"EL INTRUSO", VICENTE BLASCO IBAÑEZ O EL ESCRITOR TOTAL


 Una miradica para LETRALIA sobre el primer "escritor total" en lengua castellana: https://letralia.com/lecturas/2021/01/27/el-intruso-de-vicente-blasco-ibanez/?fbclid=IwAR3AgBCggzNm6Jkbh3DschKP-ViMmgzIYlvCveas8Ovo2kxf4G5d9lOxzz8

Vicente Blasco Ibáñez fue, sin lugar a duda, el primer escritor español de proyección internacional en vida como autor de éxitos de ventas, lo que hoy en día llamamos best-seller, al estilo de obras como Sangre y arena (1908), Los cuatro jinetes del Apocalipsis (1916) (las cuales fueron llevados al cine también con éxito, de ahí todavía más la fama de su autor), Mare Nostrum (1918) y Los enemigos de la mujer (1919). De hecho, el éxito de Los cuatro jinetes del Apocalipsis fue tanto que llegó a ser el libro más vendido en Estados Unidos en 1929, lo cual llevó a que periódicos como el Publisher Weekly comentaran: “Desde La cabaña del tío Tom no se había conocido un fenómeno semejante. Se vendían ceniceros, corbatas, pisapapeles, con motivos alusivos a la novela, y todo el mundo quería conocer al autor”. Sea como fuere, los best-sellers internacionales de Blasco Ibáñez lo enriquecieron y convirtieron en un escritor que todo lo que mandaba a la imprenta tenía una inmediata acogida multitudinaria, eso que también ahora denominamos “fenómeno de masas”. Sin embargo, Vicente Blasco Ibáñez no se estrenó como pergeñador de novelas de éxito internacional, novelas que por lo general respondían a las grandes preocupaciones del momento a lo largo del ancho mundo como fue en su momento la Primera Guerra Mundial, sino que esa condición de Midas de la literatura fue más bien el puerto al que llegó tras una larga singladura como escritor desde su Valencia natal. De hecho, nos quedaríamos cortos si afirmáramos que el éxito de Blasco Ibáñez fue sólo el fruto de esa larga singladura literaria, la cual es en buena parte un compendio de la historia de la literatura de su época, en realidad de buena parte de la literatura moderna, y además, ya lo adelanto, el tema que inspira estas líneas. A mi entender el éxito de Blasco Ibáñez fue la consecuencia directa de la personalidad apabullante, excesiva y sobre todo incansable de un hombre cuya actividad no se circunscribió a la literatura en exclusiva, al menos no durante más de la mitad de su vida, sino que abarcó campos tan diversos, pero de alguna u otra manera conectados entre sí, como la política —Blasco Ibáñez fue un republicano federalista que dio origen a un movimiento, el blasquismo, que llegó a ser de masas en su Valencia natal y gracias al cual se convirtió en la figura más importante del siglo XIX en aquella tierra— o el periodismo, donde destacó tanto en la dirección como en el articulismo, la edición como responsable de Prometeo, la primera editorial española en publicar autores de la talla de Aristófanes, Shakespeare, Quevedo, Maupassant, Zola, Gorki, Tolstoi, Dostoievski, Dumas, Hugo, Poe, London, Voltaire, Kropotkin, Nietzsche, Darwin o Marx. Tan activo como para incluso, ya siendo una figura internacional, arruinarse promoviendo una colonia de agricultores valencianos en Argentina en lo que años más tarde sería el granero arrocero de aquel país.

El intruso es una novela ideal para teorizar, si no divagar, una vez más acerca de la autenticidad en literatura.

Personalidad excesiva, sí, la que le hacía ocupar su tiempo tanto en las conspiraciones políticas de rigor, ya fuera como agitador de masas o como diputado en Madrid, la dirección de uno de los periódicos de mayor tirada de su época, El Pueblo, la redacción no sólo de artículos, sino también de reseñas de todo tipo y folletines que, gracias a su estilo desenfadado y la variada temática que trataba, cautivaban a un público más amplio del habitual, un público popular que hasta entonces no solía acercarse a la prensa escrita. Y luego estaban las novelas, claro que sí, desde su primer éxito, La araña negra (1892), hasta la ya tardía La condena (1979). Casi una cincuentena de novelas entre las que hay un buen puñado que ha pasado a la historia de la literatura en castellano con todos los honores, tanto los concedidos por la crítica como por el aprecio del público, Arroz y tartana (1894), La barraca (1898), Entre naranjos (1900), Cañas y barro (1900), La catedral (1903) o La horda (1905), como esas otras que le dieron fama internacional, pero que la crítica, y no digamos ya el paso del tiempo, ha acabado situando en una posición subalterna a las primeras. Me refiero, cómo no, a esas novelas a las que ya nos hemos referido como best-sellers de la época y de las que Sangre y arena (1908) fue su primer exponente. De hecho, fue el propio Blasco Ibáñez quien reconoció en su momento que su primer gran éxito de ventas era poco más que una recopilación de tópicos taurinos y por extensión también de una determinada idea de lo español para el gusto tanto de propios como de extraños, una historia recurrente de amour fou entre una guiri y un torero que reunía todos los ingredientes al uso del folletín para ser lo que siguen siendo hoy en día este tipo de novelas que juegan con los tópicos al por mayor, lo facilón, lo previsible: un éxito de ventas. De hecho, a Blasco Ibáñez ni siquiera le gustaban los toros como digno representante de esa tradición republicana que aborrece de eso tan inquietante que algunos definen como esencias patrias, y que luego, en realidad, no son sino manifestaciones de eso que definimos como carpetovetónica, por el nombre de dos de las tribus celtibéricas más conocidas de la antigüedad, es decir, lo que más nos retrotrae a lo más primitivo, bárbaro, de nuestro pasado. En cualquier caso, una opinión sobre el primer gran éxito de público de Blasco Ibáñez para la que no es necesario adentrarse en las páginas de Sangre y arena, trámite que uno se puede ahorrar perfectamente con visionar, siquiera ya sólo por encima, cualquiera de las versiones cinematográficas de la novela, ya sea la primera con el gran Valentino o esa otra verdaderamente infumable protagonizada por Sharon Stone.

Sin embargo, entre las primeras novelas de Blasco Ibáñez ambientadas en su Valencia natal, y con las cuales se convirtió en el principal exponente español de eso que los libros de historia de la literatura denominan naturalismo, y eso a pesar de lo difícil que resulta a veces discernir en esas primeras novelas lo que hay de puro naturalismo de lo esencial o simplemente costumbrista o localista, y esas otras que le granjearon dinero y fama porque eran, a la postre, el tipo de lectura que el gran público demandaba en momentos muy concretos como el de la que en un principio se denominó la Gran Guerra, razón de la fama conseguida con la trilogía iniciada con Los cuatro jinetes del Apocalipsis, hay otras novelas que hoy consideramos menores, novelas de antes de que Blasco Ibáñez se convirtiera en la figura de proyección internacional que llegó a ser, pero siendo ya toda una personalidad dentro de las letras españolas, y no digamos ya de la política. Me refiero a esas novelas que fueron tachadas de sociales, producto acaso único del activismo político de Blasco como republicano que llegó a aunar en su figura la voluntad tanto de ese primer proletariado español como del artesanado empobrecido por la incipiente y siempre renqueante revolución industrial española, lo que entonces empezaba a llamarse “la clase trabajadora”. Son, por lo tanto, novelas militantes, esto es, de denuncia de las injusticias que el instinto periodístico de Blasco Ibáñez descubre en la España de su época y de las que da debida cuenta, no sólo en sus artículos, sino también en forma de novela. Es a ese tipo de novelas, prácticamente ensombrecidas por el prestigio de las primeras y la fama de las últimas, que pertenece El intruso (1904), una historia ambientada en los primeros años de la industrialización en el País Vasco, y más en concreto en las minas encartadas más allá de la margen derecha de la ría del Nervión, que Blasco Ibáñez aprovecha para exponer su visión sobre lo que entonces se conocía como “la cuestión social”. Una novela acaso menor, puede que un esbozo de una verdadera novela de fuste que se queda a medio camino entre el reportaje periodístico y un drama algo previsible, pero que nos sirve como ejemplo de un tema harto recurrente dentro de la crítica del gremio, el eterno debate de la autenticidad del escritor que escribe enraizado en su entorno y por ello conocedor de primera mano, tanto de la geografía que lo rodea como de todos los vericuetos de la sociedad de la que forma parte, y ese otro denominado todoterreno, el cual escribe de lo que en principio le es ajeno, pero al que se le supone haberse documentado a fondo, en realidad todo lo que ha podido, y por lo tanto dueño de una mirada libre de las ataduras sentimentales de cualquier tipo, un escritor que enseguida olvida el territorio o las gentes de que trata su libro nada más acabarlo para saltar a otro por lo general bien distinto, y al que se le reprocha por ello una visión cuanto menos estereotipada o superficial, casi que de turista literario y poco más. Así pues, El intruso es una novela ideal para teorizar, si no divagar, una vez más acerca de la autenticidad en literatura.

El intruso se me antoja lo más parecido a un extenso reportaje periodístico de la época, si bien que, con el formato de la novela como simple coartada para presentar una realidad de la forma más prolija posible.

En cualquier caso, si algo hay que reconocerle a Blasco Ibáñez en cuanto uno se adentra en las primeras páginas de El intruso, es su profesionalidad, su maestría como narrador, poco habitual para su época. No olvidemos al periodista Blasco Ibáñez, acaso en la faceta más militante, proselitista incluso, del político que también era, director de uno de los primeros periódicos españoles, El Pueblo, en quitarse el corsé de ser poco más que un portavoz oficial del poder, un periódico del sistema, en este caso el de la primera Restauración Borbónica, un periódico que podíamos definir de combate, con una clara apuesta republicana y de eso que todavía se podía definir como la izquierda antes de la izquierda tal y como la hemos conocido a lo largo del siglo XX, un periódico que fue el primero en romper con el lenguaje encorsetado de los de su época para así poder acceder a un público más amplio y sobre todo afín, el de las clases populares que hasta la fecha no solían consumir prensa escrita. De hecho, El intruso es en buena parte la crónica de unos hechos muy concretos de la época, los sucesos anticlericales acaecidos en Bilbao en 1903 a raíz de una serie de procesiones que enfrentaron a los mineros y los católicos devotos que habían acudido del interior de la provincia a oponerse a los primeros. Así pues, cómo no caer en la tentación de especular con que El intruso fue un intento de ahondar en los vericuetos de aquellos hechos menos conocidos para todo aquel incapaz de ubicar del todo la noticia en su contexto geográfico, político y social, incluso un intento de extrapolar el conflicto social que latía en aquel rincón del norte de España a ese otro más amplio que para entonces ya había definido Carlos Marx como la lucha de clases. Cómo no aprovechar las peculiares circunstancias de la incipiente revolución industrial que sucedían en las dos márgenes de la ría del Nervión, dos orillas que eran, y todavía lo son en buena parte, como los dos lados contrapuestos de un espejo cóncavo que reflejan una misma realidad, como la metáfora perfecta de esa cada vez más enconada lucha de clases que acabaría condicionando el devenir de la primera parte del siglo XX.

De ese modo, El intruso se me antoja lo más parecido a un extenso reportaje periodístico de la época, si bien que, con el formato de la novela como simple coartada para presentar una realidad de la forma más prolija posible, y al mismo tiempo también para aleccionar al lector sobre las razones y consecuencias del conflicto social y político que se plantea a lo largo de la trama. Estamos, pues, ante un claro ejemplo de novela naturalista de la época, ni más ni menos que lo eran también las primeras de Blasco Ibáñez pertenecientes a la que se denomina como época valenciana, La barracaArroz y tartanaLa catedralEntre naranjos, etc., pero que ahora, como escritor que ya no escribe del entorno que le es propio y que por lo tanto conoce desde pequeño porque forma parte de él y está implicado en todo lo que le concierne, como que al naturalismo de estas novelas se le ha acusado también de pecar de cierto costumbrismo valenciano, adquiere la forma de ese extenso reportaje periodístico al que me refería antes para poder así hacer una de las novelas tan de moda en aquellos años, la novela de tesis, esto es, el género literario que se usaba para debatir los conflictos religiosos y políticos característicos de la llegada de la modernidad, y muy en especial, aquellos que resultaban de la consiguiente secularización de la vida.

En El intruso Blasco Ibáñez ya no escribe de un territorio que le es propio, no construye personajes gracias a la infinitud de modelos que ha podido conocer de cerca a lo largo de su vida, ya no se inspira en sus experiencias personales o en las de los que le rodean, no describe un territorio que lleva consigo hasta el punto de que, como el de la mayoría de los escritores que escriben de lo que tienen delante, no corresponde tanto a una realidad concreta como a la realidad que sólo existe en la cabeza del escritor. El Bilbao industrial, y los dos mundos contrapuestos que se extienden frente a frente a partir de cada orilla, es el resultado del minucioso e incluso asombroso ejercicio de documentación del autor. Un verdadero trabajo de campo que da como resultado uno de los mejores retratos de ese Bilbao y sus orillas de finales del XIX y principios del XX en pleno proceso de industrialización. Un relato muy ajustado de los conflictos que resultaban de ese proceso entre la burguesía en auge de la capital vizcaína, los obreros de las minas de origen foráneo en su mayoría, esto es, llegados cada vez más de fuera del País Vasco, con lo que eso suponía de ruptura para con el mundo tradicional vasco por cuestiones tanto ideológicas como culturales y lingüísticas, y esas otras capas populares nativas que, precisamente, veían peligrar su modo de vida tradicional por culpa tanto de la oligarquía industrial de la capital como de los recién llegados a los que consideraban poco más que extranjeros, si no invasores, dadas esas presuntas incompatibilidades culturales y lingüísticas. Un peligro que, si en su tiempo había supuesto la adhesión de la mayoría de las clases populares vascas al movimiento reaccionario por excelencia español del pasado siglo XIX, el carlismo, como intento de oponerse a la destrucción de su modo de vida tradicional representado por el llamado régimen foral por parte de un Estado español centralizador, ahora, tras la derrota final del carlismo en los campos de batalla y la supresión de los fueros vascos, empezaba a inclinarse por el incipiente nacionalismo vasco cuyo objetivo último ya no era tanto la reivindicación de un pasado foral debidamente mitificado, como la ruptura total con España para la construcción de una patria vasca libre de influencias extranjeras y apegada hasta el paroxismo a sus esencias supuestas o no.

Nada que ver por lo tanto con las tramas mucho más elaboradas y hasta sorprendentes que podemos encontrar en las primeras novelas de Blasco Ibáñez.

Ese es el entorno sociocultural e histórico en que se desarrolla la novela El intruso. Ese es también, sin lugar a duda, el valor principal de esta novela, la de ser un valioso documento histórico de un lugar y una época muy concretos. A decir verdad, El intruso es, a mi juicio, junto la trilogía Verdes valles, colinas rojas (2004-2005), de Ramiro Pinilla, el mejor retrato de ficción escrito sobre los conflictos de clase e identitarios resultantes de la industrialización de lo que se llamaría el Gran Bilbao. Sin embargo, y a diferencia de la trilogía de Pinilla que, aun siendo más profunda y meticulosa, fue escrita un siglo después y por lo tanto responde más a una recreación del pasado que a una descripción del presente, la de Blasco Ibáñez es el mejor documento escrito en tiempo real, esto es, de un verdadero testigo de la época.

Con todo, ese afán descriptivo, periodístico incluso, también es el mayor hándicap de la novela. Si la presentación que hace el autor del entorno y los personajes donde se desarrolla la historia de la novela es magistral por lo bien y minuciosamente documentada que está, y también por su propósito de crear personajes creíbles para no caer que en el maniqueísmo al uso de dividirlos entre buenos y malos, como los mineros de la margen izquierda y sus cabecillas, el empresario Sánchez Morueta, las mujeres de la familia de éste y su secretario personal y otros personajes de la otra margen del Nervión, y muy en especial el doctor Aresti y primo del empresario, en realidad el verdadero héroe de la novela y acaso el trasunto ideológico del autor, aquel a través de cuyos ojos mira y opina, esto es, el médico liberal, escéptico y descastado que se ha ido a vivir entre los más humildes concibiendo el ejercicio de su profesión como una especie de sacerdocio, el cual observa desde una falsa distancia el conflicto que se extiende ante sus ojos siendo por ello crítico con ambos bandos, sin embargo la trama casi brilla por su ausencia, o, como poco, resulta muy previsible, lo imprescindible para justificar su condición de novela.

Nada que ver por lo tanto con las tramas mucho más elaboradas y hasta sorprendentes, por los retratos de personajes con una psicología mucho más elaborada, acaso al margen de la necesidad de contraponer unos modelos socioideológicos a otros, que podemos encontrar en las primeras novelas de Blasco Ibáñez, y en especial en aquellas denominadas valencianas. A decir verdad, en estas últimas la pluma de Blasco Ibáñez brilla por su naturalidad, su frescura incluso, ni más ni menos que la que hizo que el escritor valenciano llegara a tanta gente como nunca antes lo habían hecho otros gracias a haber sabido soltar los lastres de la novelística excesivamente entumecida e ineficaz que se estila en su época para consumo de cuatro ilustrados y poco más. Una frescura que se nota en cada renglón de sus novelas valencianas a la hora de presentar ambientes y personajes sin necesidad de extenderse en disquisiciones de tipo histórico o social, el lector ya sabrá sacar sus propias consecuencias, y sobre todo se dará cuenta de que el autor conoce el medio que describe y también a sus gentes. Una frescura, en suma, que hace que esas novelas valencianas de Blasco Ibáñez sigan siendo las más leídas, porque cuando las tienes entre tus manos no puedes dejar de asombrarte de lo modernas y válidas que resultan a pesar de todo el tiempo transcurrido. Una frescura o implicación con el tema a tratar que en el caso de El intruso se nota hasta cierto punto ausente, acaso también impostada, porque al tratarse de un texto sobre una realidad ajena en lo personal, es inevitable que, a pesar de todos los propósitos del autor por ser lo más fidedigno posible, no caiga, tanto en cierta frialdad descriptiva como en puede que todo lo contrario, en una idealización sobre el objeto a narrar que en otro autor con vínculos más estrechos, da igual la condición de éstos, biográficos, familiares, sentimentales o de cualquier otro tipo, no se daría de la misma manera. Valga como ejemplo la muy distinta interpretación que hace Blasco Ibáñez en El intruso de las motivaciones de los vascos durante las Guerras Carlistas, donde es imposible no atisbar cierta idealización romántica propia del que ve las cosas desde la lejanía con cierta condescendencia, y esa otra escrita cuatro años más tarde por Pío Baroja, un escritor del país, la cual no es sino la sentencia lapidaria de un vasco de ciudad y librepensador acerca de sus paisanos del interior observados sobre todo desde su trinchera ideológica.

Pensaba con tristeza en los miles de hombres muertos en aquellos montes y en otros de más allá; en todos los que se pudrían y disgregaban en las entrañas de la tierra vasca por un pleito de familia, por una simple cuestión de personas, hábilmente explotada en nombre del sentimiento religioso y de la repulsión que siente el vascongado por toda autoridad que le exija obediencia al otro lado del Ebro (p. 51).

El intruso (1904), de Vicente Blasco Ibáñez.


Los vascos, siguiendo las tendencias de su raza, marchaban a defender lo viejo contra lo nuevo. Así habían peleado en la antigüedad contra el romano, contra el godo, contra el árabe, contra el castellano, siempre a favor de la costumbre vieja y en contra de la idea nueva. Estos aldeanos y viejos hidalgos de Vasconia y de Navarra, esta semiaristocracia campesina de las dos vertientes del Pirineo creían en aquel Borbón vulgar, extranjero y extranjerizado, y estaban dispuestos a morir para satisfacer las ambiciones de un aventurero tan grotesco (p. 335).

Zalacain el aventurero (1908), de Pío Baroja.

No ocurre lo mismo con El intruso, una novela de tesis de cuando el autor ya parecía haberse aburrido de inspirarse en su territorio mítico, esto es, aquel que el escritor construye a partir de una realidad que le es cercana, familiar o simplemente afectiva, de cuando lo que parece inspirar sus libros es más el activismo político que motivos estrictamente literarios. De ese modo, leído El intruso sólo queda establecer que se trata de un muy valioso documento de época con una trama que se olvida a los pocos días porque no ha conseguido inspirar emoción alguna, como tampoco reflexión, al lector. De modo que sólo permanecerá en la memoria como referencia para aquel que quiera saber de la época y el entorno del que trata. Una novela de cuando todavía primaba en su oficio literario el pujo por servirse de éste para cambiar las cosas, a medio camino entre lo más brillante, espontáneo, expuesto, carnal, “naturalista”, de su obra, las novelas valencianas, y esas otras de su etapa como escritor de éxitos a escala internacional, sobre todo a partir de ese compendio de topicazos castizos y carpetovetónicos que fue Sangre y arena y que tanto éxito le reportó iniciando con ello su segunda etapa de pergeñador de best-sellers para consumo de ese gran público que reclama una lectura no excesivamente exigente y todavía menos comprometida. Una figura tan controvertida que no podemos cerrar estas líneas sin subrayar que esa dicotomía como escritor de Vicente Blasco Ibáñez, la del escritor de raíz y la del fabricador de éxitos, resume a la perfección esa otra de la historia de la literatura en las que el resto de escritores parecen dividirse entre los que eligen el camino de la literatura con alma, y acaso también con raíz, los que procuraran no alejarse de su territorio mítico, acaso ya sólo construir el suyo propio a toda costa confiando en que encontrarán lectores que sabrán apreciarlo en su justa medida, incluso incorporarlo a su acervo formativo como propio de alguna u otra manera, y esos otros que prefieren ir de salto en salto procurando complacer en todo momento el gusto caprichoso y fácilmente impresionable del gran público. Por mi parte, me basta con subrayar una vez más cuáles son las novelas de Blasco Ibáñez que todavía se siguen leyendo hoy en día con verdadera sorpresa y deleite por todo tipo de lectores, porque no han perdido frescura ni autenticidad a diferencia de otras de las que ya sólo se citan en las bibliografías, para dar a entender cuál es el camino que considero único, si bien largo e intrincado, al objeto de hacer literatura de verdad y no cualquier otra cosa.

miércoles 27 de enero de 2021

AMA KOPETARAINO

 


ETAren bonbak-eta gure inoizkako paisaiaren parte zirenekoa: http://www.uberan.eus/?komunitatea/Txema/item/ama-kopetaraino-2

Ama etorri zaigu sano aztoratuta. Gaur goizean hiri erdiko kalerik luzeenetik zehar zihoanean etakide bati eztanda egin dio bonba batek, bizkar gainean zeraman motxilaren barruan. Egundokoa izan omen da eztanda. Beharko, badirudi kotxe baten azpian ezartzeko asmotan bonba-lapa bat zeramala, auskalo norenaren azpian. Ez dakit ordea, amak ziplo esan bezala etxera heldu orduko, Jainkoari esker, eta norbaiti lehertzekotan, berari lehertu zaio eta ez objektibotzat zuen errugabeko gaixoari. Edonola ere, berriro diot, eztanda sekula ez bezalakoa izan omen da, hau da, gure hirian bertan sarri pairatu egin ditugun aurrekoekin (gure hirian aurreko bonba eztandekin parekorik izan ez duena). Gehienekin behintzat ez, baina nik gogoratzen dut ondo asko duela bizpahiru urte hiriko etorbide nagusian bizi nintzela, epaitegien ondoan kokaturiko bonba-kotxeak eztanda egin zuenean ere goizean goiz. Komunean nengoen bizarra egiten eta ozta-ozta ez nuen sudurra moztu bertantxe eztandaren burrundarak bizarra kentzeko aparra musuetan zein aitzurra eskuan nituela astindu ninduenean. Gero gerokoa, betiko leloa, hamaika aldiz lehenago ikusi edo entzundakoa, inguruko txirrin guztiak joka hasi ziren zoro moduan. Hura zoramendua, hura! Batik bat nor edo zer lehertu egin den ez dakizula, denetarik burura datorkizula, zuretarrak non dauden asmatu behar dituzula lehenbailehen, badaezpada, beti badaezpada norbait kalera irtena bazen momentu hartantxe… Zorionez, denok etxean geunden, eta zorionez ere inor ez zen hil epaitegien ingurumarietan, errepidean bertan zein eraikinetako estalki edo etxaurretan triskantzak baino suertatu ez baitziren; edo bestela esanda, epaitegien inguruko kristal bat ere ez zen osorik geratu. Badirudi oso goiz zela, artean inor ez iritsia epaitegira eta auzoko gehienak ohean edo jaiki berriak. Eskertzekoa omen, nori ordea ez dakit, terroristen baldarkeriari agian, behar bezalako kotxe-bonba bat ere jartzen ez dakitela, gero eta eskarmentu gutxiagokoak direla hedabideek beraiek diotenez azken urteotan etengabe, baten batek daki nortzuen aldean, zaharrak aparteko aditu edo trebeak izan balira bezala edo. Edonola, bai susto handia, baita edonori bihotzekoa emateko modukoa ere.

Gaur goizekoa ordea, eta betiere gure amaren hitzetan, egundokoa izan da hiri erdian bertan suertatu baita, hau da, dendaz zein jendez gainezka egon ohi den Frantzia kalean, beharbada hiriko ibiliena astegun buruzurietan zehar. Jainkoari esker ere, gure amak berak hitzez hitz esan bezala ere, oso goiz zen, hots, kalea erdi hutsik eta denda gehienak itxita edo irekitzear zeuden.

-Esatea ere ile-apaindegitik eta guzti aditu dugula eztanda, bai horixe!.

Gure amaren ile-apaindegia hiri erdian ere dago, baina Frantzia kaletik nahiko bazter. Izan ere, bonbak eztanda egin duen kaletik gure amarenera iristeko bospasei kale zeharkatu behar dira aldapan behera. Dena dela, eztanda hotsak harrapatu ditu gure ama eta bere lankideak goizeko aurreneko bezeroak artatzeko prestatzen ari zirela.

-Berehala asmatu dugu bonba bat zela. Zer besterik?.

Asmatu ahal izan dute nola edo hala eztandaren indarra bonba lehertu eta gero, hau da, alarma, sirena edo mota guztietako txirrinen harrabotsa hiri erdi osoaz eta beste jabetu orduko.

-Pentsa erdiguneko banketxe zein hiriko dendarik dotore edo garestienetakoak denak batera, zalaparta ederra.

Ezin asmatu izan dituztenak, hau da, ile-apaindegian eztandaren astindu leuna sumatu eta honek eragindako eskandalu itzela entzundakoan bonbaren nondik norakoen konturakoak. Hala ere, eta azken hamarkadotako usadioen puruz, susmoak zabaltzeari ekin diote berehalakoan gure amak, bere langileek eta ile-apaindegira sartutako lehenengo bezero biziro aztoratuek.

-Hori izan da Olagibel kaleko komisaldegian.

-Ala Gobierno Militarraren ondoan, udaletxean bertan edo beharbada Barcelonako Hipercorren gertatu zen bezala…

-Bonba-lapa delako bat izan baldin bada, edonon edo edonori lehertu ahal izan zaio.

-Ez dut uste hori izan denik. Danbatekoa egundokoa izan da. Hori izan omen da lehergailuz jositako kotxe bat poliziaren furgoi baten edo auskalo zeren zain zegoela.

-Bai, eztanda berebizikoa izan da.

-Beharko, badirudi bonba bizkar gainean zeraman mutiko bati lehertu egin zaiola – gaineratu du ile-apaindegira sartu berria den emakumezko gazte eta mehe batek, hilean behin bakarrik eta betiere ilea mozteko propio etorri ohi den bezero batek.

-Benetan diozu? Zer nolako ezbeharra!

-Esango dizut, badirudi hamaika zatitan lehertu dela gorpua, bazeudela inguruko denda guztietan mutikoaren haragi puskak sakabanaturik erakusleihoetako beira hondakinen artean – azaldu du bezero gazte eta meheak.

-Ene, hau triskantza, hau!

-Itzela bai, aseguru-etxeetakoek dendariei ordain diezazkiekete erakusleihoak eta, baina mutiko horren amari inork ez dio semea bueltatuko – bizi osoko bezero edadetu batek.

-Noski ezetz, Pilar, ez hamaika puskatan lehertutako mutikoaren amari, ez eta honen semeak nonbait kokatu nahi zuen bonbak birrinduko zituzkeen dohakabeen amei ere – parte hartu du nire amak.

-Baina, Margari, ez esan halakorik, mutiko bat hil da, hori izaten da beti errukia merezi duena – berriro emakume edadetuak.

-Ah ba? Ba nik ez dut uste kasu honetan ezer edo inor urrikaltzeko dagoenik – gure ama gero eta asaldatuagoa-, guztiz kontrakoa, dendariei eragindako kalteak alde batera utzita, nik uste poztu beharrekoa dela bonba hori erabili nahi zuenari berari lehertu izana.

-Aizu, emakume, nola esan dezakezu hori, gizajo bat hil da, zure semea bezalako bat.

-Ez, Pilar, gizajo bat baliteke, bai, baina inondik ez nire semea bezalakoa, nire semea fakultatean ikasten ari baita oraintxe bertan, ez inongo hiriko kale batean paseatzen bonba bat bizkar gainean norbait garbitzeko asmotan.

-Gizajo horren heriotza Euskal Herriak pairatzen duen salbuespen egoeraren beste biktima bat da – bota egin du bezero gazte eta meheak.

-Noski, Zuriñe, noski, eta ia astero mutiko horren kideek garbitzen dituzten gainontzeko gizajoak ere bai, ezta? Baina, zuek zeuek ez duzue sekula komentario bat ere egin horren kontura, zuek ETAk norbait akabatu egin duenean etorri zarete nire ile-apaindegira ezer gertatu ez balitz bezala, hau da, atentatua ez beste gainontzeko edozein beste txorakeria irizpidera ekarriz, berdin dio egun hartan hamaika polizia garbitu dituen kotxe bonba batek eztanda egin duen, zuek beti halako albisteei sorgor bazinete bezala.

 

“Bai jauna, banengoen kopetaraino hainbeste itxurakeriaz” esan digu gure amak bere kontakizunaren akabera zela adieraztearren. Nabari zaio goizean ile-apaindegian izandako hika-mikak arrunt atsekabetu egin duela. Ez da harritzekoa, lagun eta ezagun ditu ile-apaindegiko lankide zein bezeroak aspaldi-aspalditik, estimatzen ditu zinez; baina, berak segituan aitortu digun bezala, “bazen garaia nire barrenak husteko”. Eta bai, bistan dago onik egin diona aspalditik gogoan zuena botatzeak, bere garaia zela bere ondokoei leporatzeko delako itxurakeria. Ni amak zuzen jokatu duelakoan nago, berarekin bat nator gainera erabat eta orotan. Ez dakit, ordea, gure aita ere gurekin dagoen ala ez. Ez dakit gure amak gaur goizean gertatukoaren berri eman bitartean tutik ere esan ez baitu, aitzitik, sukaldeko mahaira eseri eta berak arineketan prestaturiko bakailao piperrekin eta tomate saltsan zanpa-zanpa irensteari ekin dio ogi-barra hainbat mokorretan leher egiten zela haren eskuetan.

-Ezin al zinen isilik egon, ezta? Zer dela eta ezer esan behar zenuen?

*ASPERRA izeneko ipuin bildumakoa.

Txema Arinas

LO DE ESTOS DÍAS


AUSTRALIA (una lección, otra)
How Australia brought the coronavirus pandemic under control.
Lockdowns, contact tracing and public adherence to tough rules credited for success

No se trata de ejercer de epidemiólogo de barbecho, vocación tan extendida en todos aquellos a los que hay que aguantar a diario diciendo lo que las autoridades políticas, médicas o ya solo científicas deberían hacer para que, se entiende, las restricciones por culpa del Covid19 no les afecten a ellos lo más mínimo en su cotidianidad y puedan así salir a por e pan sin mascarilla o bajarse al bar a tomar su pincho con su pote y ya de paso poder despotricar a gusto con los amigotes sobre todo lo habido y por haber mientras son otros los que padecen la enfermedad o luchan contra ella. No, se trata tan solo de expresar, sobre todo a falta ya de ganas de bromear con y por nada tras leer en la prensa la evolución de la pandemia en nuestro entorno -terrible lo de Valencia, tanto las denuncias del estado de los enfermos en ciertos hospitales como que asome de nuevo esa palabra con la que se puede resumir todo el horror de lo que se nos ha venido encima: cribaje- la perplejidad que le embarga a uno cuando, dándose un garbeo digital a la medida de sus capacidades, se topa con cosas como el éxito de Australia contra el Covid19 con medidas no muy diferentes que las que se han tomado, están tomando, en Europa, esto es, confinamiento domiciliario y perimetral, toques de queda, cierres de espacios públicos, hostelería y otros negocios, y siempre en contraste con las declaraciones, ya sea de los particulares que no ven más allá de su propio ombligo, o de políticos que tienen muy claro sus prioridades, en concreto la de que la economía está por encima de las personas y, en consecuencia, que mueran los que tengan que morir que, al fin y al cabo, sobra peña por todas partes siempre y cuando no sea yo o los míos. Me refiero claro está a esa gentuza, tan admirada y sobre todo encumbrada por las legiones de avispados y lumbreras de todo tipo de nuestras sociedades, como el Trump, Bolsonaro o la payasa de Madrid, la marioneta de esa clase dirigente para que la vida de la gente sigue siendo objeto de negocio, ya no incluso durante una pandemia, sino sobre todo. Ahora, de la lectura, más o menos somera, de varios medios -el que adjunto solo lo es a modo de ejemplo como otro cualquiera- se deduce a las claras que la responsabilidad individual a la hora de respetar las normas y restricciones ha sido decisivo en el éxito australiano contra el o la Covid19 (sí, ahí estamos luchando todavía entre la gramática práctica y la pedantona). Asunto que me hace pensar en todos aquellos que hartos ya de tanta reconvención por parte de las autoridades se rebelan asegurando que los ciudadanos no tienen culpa de nada, que la mayoría hace lo que tiene que hacer y que son siempre y en exclusiva los políticos los que la tienen de todo, todavía más si no son los de su bando. Pues eso, apuntes para la crónica de un fracaso como sociedad. https://www.ft.com/content/1dc30522-da7f-4bad-adf2-5637718c7143?fbclid=IwAR3LhTvC8ln0Yxmoi9ateuxvNBkVr3NwLOzfuBVA-SOlCt3j3pUjU-cH3Vo


Estamos perimetrados y con terrazas, sí; pero, pocas ganas de salir a ninguna parte. Ni apetece rozarse con las hordas que inundan los paseos periurbanos como una víspera de Nochebuena en la Gran Vía madrileña, ni tampoco andar a la caza de una mesa lo suficientemente separada del resto como para que no te llegue, ya no solo el humo del tabaco de la gente que se pasa las normas por el forro de sus cojones, sino también sus excrecencias mentales (el otro día, tomando un cafeto mientras esperaba a que el canijo saliera de clase de británico, me tuve que tragar la soflama que le echaba un soplapollas, no mayor que yo, a otro mucho más joven sobre lo bien que se habría resuelto en tiempos de Franco todo esto de la pandemia; vivir para beber y sobre todo para escuchar mierdas. Otro día, si eso, os cuento lo que, también en una de esas terrazas, le contaba un viejales a otro sobre la División Azul y en ese plan; Oviedo es un filón de historias de este tipo y ni siquiera hay que poner la oreja muy a propósito).

En cualquier caso, que no apetece una mierda salir a dar una vuelta por ahí, todavía menos con el bozal puesto. Apetecería, eso sí, si fuera para quedar con los amigos y así poder intercambiar desbarres no muy distintos de los que traslado a este medio por puro aburrimiento sabatino. Bueno, en realidad por la grafomanía esa de la que hablaba Kundera en uno de sus libros y para la que, me temo, no tengo otra cura que no sea estampar el ordenata contra el suelo.

Apetecería, claro, aunque fuera de cuatro en cuatro; pero los míos, los de siempre, están muy lejos y, para qué engañarnos, ni el whassap, las llamadas telefónicas y todavía menos el Skype ese de los cojones, pueden suplir el contacto físico. De hecho, y sobre todo el Skype de marras, a través del cual te puedes ver -casi siempre en pijama o chándal y tampoco es plan porque te crea una sensación como de estar en cierta plaza que había en mi ciudad esperando a que lleguen los camellos...-, a mí al menos me crea una sensación todavía mucho más grande de lejanía e impotencia. Supongo que esto último estará intrínsecamente relacionado con la dificultad de ver los caretos de todos a la vez cuando intento sacarlos de quicio con mis chorradas; eso y que siempre hay alguno que no se da cuenta de que tiene activado el altavoz, e incluso la cámara, y ya le he pillado diciendo "puto Txema, si ya tiene poca gracia durante las cenas, aguántalo ahora detrás de una pantalla..."

Y sí, claro, ya sé, no voy a saberlo, que los hay que la están pasando canutas de veras con esto de la pandemia, que los demás nos deberíamos dar con un canto en los dientes mientras podamos seguir sin mayores contratiempos. Empero, llega el viernes y, siquiera ya solo para evitar esa sensación de monotonía que lo invade todo, decides subir un poco el nivel gastronómico en la mesa. Nada del otro mundo, de hecho, cosas de toda la vida con su buena dosis de nostalgia terruñal. Chulletillas de cordero, las cuales, a falta de sarmientos, haces sobre una plancha eléctrica que no llega ni por asomo a tener la potencia necesaria para que se churrusquen como está debido. Sin embargo, son unas chuletillas que has encargado en la carnicería de debajo de casa, que dicen que te las traen directamente de Zamora, pues parece ser que en Asturias no se estila mucho meterle mano al cordero, son más de cabrito y sobre todo de cerdo, mucho cerdo, pasión astur-galaica por el cochino. A decir verdad, ya me dijo ayer el carnicero que el consumo de cordero -también encargué para llevar a V en Año Nuevo- se había disparado en el barrio desde hacía meses y adivina adivinanza por culpa de quién. El caso es que las chuletillas alimentaban solo con olerlas en crudo, qué aroma a muchos de los mejores momenticos de la vida ya solo al primer contacto con el fuego. No recordaba haber probado unas chuletillas tan tiernas, sabrosas, en mucho, pero mucho, tiempo. Y si ya luego sobre la mesa también hay unos pimenticos en tiras recién hechos al horno por la mañana con su aliño, o el relleno de esa bomba gastronómica leonesa que es la matachana, todo ello bien regado con un Campillo del 2017, pues ya tienes un remedo del paraíso aquí en la tierra, siquiera durante lo que duré la jamada.

Pues eso, lo que cunde procurar montándoselo bien dentro de las limitaciones de cada cual. Pero, a lo que íbamos, ya son muchas semanas de restricciones, de no haber visto a la parentela más cercana y querida, también a mi suegra varias veces, y, para qué engañarnos, beber con tu señora está muy bien, para eso es tu compi en casi todo, como que creo que no podría estar con alguien que, por lo menos, no disfrutara de la comida y el bebercio la mitad de lo que yo lo hago. Y sí, entre nosotros siempre hay cosas que contarnos y muchas risas; pero, y con este pero sé que me la juego, también echo de menos las jamadas con los amigos de siempre -expresión dudosa que no tendría que utilizar en euskera porque habría dicho "lagunminak" y con ello todo dicho-. Porque no es lo mismo, no, beber en alegre camaradería que en gozoso matrimonio. Con los amigos que conoces de siempre, y ellos a ti otro tanto, te permites desbarrar todo lo que puedes y más, saben que eres un sinsorgo bocazas y ellos otro tanto, no necesitas aparentar que tienes dos dedos de frente porque ya sabemos todos que no. Con tu compañera vital y ya vitalicia siempre hay que echar el freno, no se vaya a arrepentir decestar contigo, procurar no pasar ciertas líneas que acaban siempre en morros para el resto del finde. Y sí, yo ya sé que a veces que paso de frenada; es lo que tiene vivir con un cantamañanas en la más amplia extensión del término. De modo que procuro comportarme, ser cabal como pocas veces antes cuando estoy con nuestros comunes amigos y el vino corre que da gusto, muchas veces incluso a escondidas de ellas por debajo de la mesa o tras soltar cosas del tipo "¡mirad ahí arriba, acaba de pasar el Emérito montado en un elefante!" A fin de cuentas, camaradería de bebedores, no tanto de borrachos, inconscientes en su medida porque sabemos que habría que restringir la dosis por la cosa esa de la salud de alguno. En fin, nada que no contribuya al desbarre de turno, una intimidad de risas, puyas y hasta de los enganches a cuenta de cualquier bobada, eso que echo tan en falta desde la última en la sidrería de Zuazo allá por octubre, de las pocas cosas que me reconcilian con este puto mundo y me recuerdan mis prioridades sobre cualquier otro tipo de servidumbre.

Y hasta aquí he llegado, justo cuando acaba el Feeling Blue de Paul Desmond. Tremenda chapa, claro que sí. Pero, oye, ya he echado el rato en vez de tirarme de cabeza a la limpieza de la casa, hay que saber resistir a la tentación. ¿Será capaz alguien de leer hasta aquí? ¿A quién le pueden importar mis naderías? ¿Tiran más una chuletillas, unos pimenticos, unas matachanas y un Campillo que uno de esos menús del Basque Culinary Centre que decían ayer por la tele que estaban preparando en cajas para llevar a casa? En fin, hoy dos reyes al horno con un vinho verde y lo que se tercie antes y después; rigores del autoconfinamiento y sobre todo de no tener a mano a nadie al que darle chapa, siquiera sin miedo a una demanda de divorcio como sería el caso, mientras echas un pote como es ley de Dios, cagüen él.



Sigo con mis pesadillas, como todos, claro. Sin embargo, creo que debería felicitarme porque, por lo menos, no sueño con el monotema coronavírico que me ocupa la cabeza prácticamente el resto del día.

No, esta noche mi subconsciente parecía condicionado por un vídeo que vi hace ya varios días en el que se veía cómo sacaban del Sena un "pez monstruoso", un bagre descomunal. Imágenes que, más que impactarme, me maravillan como todo lo relacionado con los bichos de todo tipo y condición. Aquí ya adelanto que soy un entusiasta de cierto programa cuyo nombre creo recordar que es "Monstruos de Río" o algo así. La cosa va de un tipo, pescador profesional y así, que va por los ríos de mundo capturando todo tipo de peces raros. No es para menos, ya de chico me fascinaban los siluros que veía en los libros de animales que me regalaban por Navidades y fantaseaba de lo lindo con el tamaño de las carpas, barbos y, sobre todo, lucios que decían que se pescaban en los pantanos de Álava.

Pues bien, anoche me despertaba de repente tras escuchar un ruido que venía del salón. Me levanto pensando que ha sido uno de los críos, el pequeño en concreto, que le ha dado por madrugar para ver los dibujos antes de ir al cole. Así que llegó al salón preparado para echarle la bronca al nene y me encuentro con un monstruo viscoso -iba a escribir "otro"...- que enseguida reconozco como el bagre del vídeo (también he estado a punto de preguntar:"¿Señor Samsa, Gregor Samsa?" Pero, también me he dicho: "Déjate de literapolleces, que, total, solo te las van a pillar cuatro listillos como tú...") . Como es evidente que ha sido trasplantado de su medio acuático a nuestro salón, el bicho está en estado espasmódico, vamos, que no para de dar coletazos a la vez que salpica todo con el cieno de su hábitat natural y pone todo patas arriba.

Me asusto, faltaría, pero a decir verdad, no tanto por la presencia del pequeño Nessy en mi salón como por el hecho de que se ha empapado de mierda el sofá y los sillones, se ha cargado la mesita y, sobre todo, la tele que nos sirve de punto de encuentro familiar por las noches. Empiezo a temer que la emprenda contra el piano que mi señora heredó de su abuela; ya puedo ponerle al gigantesco bagre como testigo que sé que no me lo perdonaría en la vida; la culpa, para variar, iba a ser mía: "¿y qué hacía ese bicho en el salón, ahora me dirás que ha llegado hasta aquí solo?"

Así que intento razonar con el pez, cosas de las pesadillas. Pero no hay manera, no atiende a razones. De hecho cuanto más argumentos le expongo para que se esté quieto y deje de destrozarnos el salón, más nervioso se manifiesta y más amagos hace de lanzarse contra mí para atraparme con sus fauces. La situación es tan absurda que no puedo evitar recordar una de las muchas discusiones con mi suegra.

Entonces aparece de repente mi hijo pequeño por la puerta del salón y se produce la conversación que reproduzco a continuación. Luego ya me despierto de un sobresalto y, lo primero que hago cuando voy al baño a refrescarme en el lavabo, es decidir que este miércoles no comemos pescado, mejor una tortilla de patatas.

-"¡Halaaaa, qué guay, menudo bicho. ¿Lo has pescado tú?
-¿Pescado yo? Anda, anda, no seas bobo. Vete a despertar a tu madre y le dices que esta semana no hace falta que se invente una excusa para cambiar de sitio, por enésima vez, en lo que va de pandemia, las cosas del salón.

Justo en ese momento, a saber si al escuchar que le pido al crío que vaya a buscar a su madre, el bagre coge y pega un salto por la ventana: siete pisos de altura.

-Venga, despierta a tu madre mientras yo voy a por la fregona...


El Puente de Mantible (o Assa)

El arco de la parte riojana del puente de Mantible se ha ido directamente a tomar por culo como consecuencia de la subida del Ebro tras el temporal.

El puente de Mantible o de Assa está situado sobre el río Ebro entre la localidad riojana de El Cortijo del municipio de Logroño y la alavesa de Assa perteneciente a la localidad de Laserna en el municipio de Laguardia.. El puente había sido declarado Bien de Interés Cultural en 1982, los restos del puente amenazaban ruina y su estado era crítico. El arco sito en la orilla alavesa había sido ya objeto de una restauración para asegurar su permanencia. El otro arco de la parte riojana estaba pendiente de una actuación similar.

El puente de Mantible al que nos llevaban de críos en el cole diciendo que era romano, pero que luego los historiadores han situado su construcción en el siglo XI, catalogándolo como puente románico sobre la base de su gran similitud con el puente navarro de Puente la Reina correspondiente también al siglo XI, siendo ambos construidos para unir las dos ciudades más importantes del reino de Pamplona, es decir, Nájera y Pamplona. Un puente que probablemente debe su declive al hecho de que la frontera entre los reinos eternamente enfrentados de Navarra y Castilla estuviera fijada durante siglos precisamente en ese río Ebro cuyas dos orillas había unido antes.

El Puente de Mantible del que ya solo queda el vestigio del arco que todavía se conserva en la orilla alavesa, sucumbe tras diez siglos, como mínimo, de resistencia a todo tipo de desmanes por culpa de los hombres y la naturaleza, como consecuencia directa de la incompetencia y/o desidia del Gobierno de la Rioja. Enésimo ejemplo de la incuria con la que parece tratarse casi todo lo relacionado con nuestro patrimonio histórico-arqueológico.

El Puente de Mantible como una analogía de mal gusto en tiempos en que muchos parecen empeñados en romperlos, o ya solo dejarlos caer, en todos los aspectos. En cualquier caso, una calamidad que sumar a las de un periodo en el que se diría que las relacionadas con el arte y cultura tienen que disculparse por intentar asomarse entre esas otras relacionadas con la salud o la economía en exclusiva


AZKEN EGUNOTAKOA



Hain potroetaraino nago gaiaz, ezen oraintsu kalean zurrutean jardun ahal izateko protesta egiten duten gazteen arduragabekeria nola edo hala zuritzen zuten lagun batzuei erantzun diedana hona aldatu nahi dudan:

Ez nago batere ados. Izan ere, gazteriaren berezko errugabetasunak nazkatzen nau. Zer dela eta nik, gustura ala ez, ados egonda ala ez, arauak bete beharrean nago ta haiek ez? Gaztetasunaren jaurespena nazkagarria da, baita gure gizartearen berezko infantilizazioaren zein etengabeko ergelkeriaren orokortasunaren seinale. Potroetaraino, benetan.

Niri ere itxi dizkidate tabernak-eta, nik ez ditut nire adiskideak aspalditik ikusi, ni ezin naiz Gasteiza joan nire familia ikustera, Gasteiz inguruko herrixka batean bakarrik bizi den nire 78 urteko amarekin egoteko, ni ezin naiz hainbat eta hainbat.. eta nire seme nagusia bezalako astopotro ganoranako bat ordea bai?

Niri irakatsi zidaten nire nagusiek nagusi izateko, hau da, txikitatik nagusiek bezala jokatzeko, arazo zein egoera larriei aurre egiteko, goiari eusteko NAHITAEZ, hori baitzen euren hezibidearen helburua eta ez guztiz kontrakoa, gaur egun lege omen dena: betiereko nerabe bat izateko eskubidea.

Niri sekula ez didate etiketek ardurarik izan, hortaz, ez naiz orain arduratzen hasiko atzerakoia, erreakzionarioa, antigualekoa edo dena delakoa naizela leporatzen baldin badidate. Izan ere, baditut nik ere hitz politak eta potoloak ditut zenbait jokaera ezin hobeto definitzearren.

Eta ez, gizartearen berezko infantilizazioa zein gaztediaren adorazio interesatua kritikatzeagatik horrek ez du esan nahi politikariek agintzen edo egiten duten ororekin bat natorrenik, ez dudala nire irizpiderik ezartzen dizkiguten arau eto neurrien gainean. Ni, esaterako, ez nago taberna guztiak ixtearen alde, ez dut ulertzen, ez, zergatik Nafarroan edo Asturiasen terrazetan zerbitzeko aukera dagoen eta EAEn ez; ezberdinak al dira irizpide ustez zientifikoak elkargo batetik bestera? Eta holaxe beste hainbat gauzatan; baina, jakin badakit ere norbaitek lemari eutsi behar diola halabeharrez, batez ere ez dela komeni lemazainari demaseko egurra ematea itsasontzia portura iritsi baino lehen.

Bestalde, aitortzen dut oso bero nabila nerabeen asunto honekin. Bai, oso kezkatuta nagoelako nire seme nagusia dela kausa. Halere, aitor dut, politikarien erabakiak, zuzenak ala ez izanda, etengabean kritikatzeak aztoratzen nauela, susmoa baitut kinka honetan erabaki eta arau guztiak gaitzetsiko zituztela printzipioz eta batik bat politikakeria egitearren Arnaldo jaunak berak ondotxo egin zuen bezala duela pare bat egun edo.



        2031 urtean nire bi ilobak niri galdezka:

-Osaba, argazki honetan argertzen diren gazteok aspaldiko "kale borroka" famatukoak al dira?

-Ez, argazki honetakoak delako Kale Borrokan parte hartzen zuten gazteen seme-alabak ziren.

-Eta seme-alabok ere Euskal Herriaren burujabetasunaren alde borroka egiten al zuten?

-Ez, ilobak, gazteok kale-zurrutean egiteko eskubidearen alde borroka egiten zuten 2021 urteko pandemiaren erdian.

-Zer ba?

-Eurek ere euren herri honetako burugabekeriaren aldeko harri koxkorra ekarri nahi zutelako nagusiek behinola egin bezala.

-"Burujabetasuna" esan nahi duzu, osaba, ezta?

-Ez, zuzen esan dut: "burugabekeria".



 Gregorio Ordoñez erail zuten biharamunean Gasteizko Historia eta Geografia fakultatera iritsi nintzen. Ikasgelan nire euskal adarreko ikaskideekin topo egin orduko giroa aldrebestu samarra zegoela jabetu nintzen berehalaxe. Hartara ere agertu zen gure irakasle Iban Zaldua. Ezin zigula eskolarik eman aitortu zigun, erabat atsekabeturik baitzegoen, batez ere donostiarra zen aldetik, Ordoñezena gertatu eta gero. Gogoratzen dut Ruben izeneko ikaskide batek eta biok, gasteiztarrak biok, harekin bat egin genuela keinuz edo. Orduan, irakasleak ikasgela laga bezain laster, Donosti inguruko ikaskide batek esan zion Hernaniko bati ia ahapeka eta erdara hutsean, Ruben eta bioi euskeraz eginagatik euren artean ordea beti erdaraz egin ohi baitzuten: "¡Hacía ya tiempo que le tenían que haberle pegado un par de tiros a ese pedazo hijo de puta."


Zer esanik ez, aho zabalik geratu nintzen/ginen, ez baikenuen tamainako basakeria gure ikaskideetako baten ahotik. Harritu berriz ez hainbeste, gauzak argi eta garbi, espero ez, baina nola harritu, txunditu, astindu, aspalditik ohituta egonda halakoak aditzera. Izan ere, badakit oso apaina, txukuna geratuko zela harrezkeroztik nigan zerbait aldatu zela aldarrikatzea; baina, ez, ez litzateke egia izango, batere ez, halakoak aditu beharrean egon bainaiz oso txikitatik dela fakultateko hainbat ikaskideen aldetik, dela kaleko lagun edota ezagun askorenetik, baita senitartekoren baten ahotan ere. Bestalde, Ordoñezenaz geroztik gaur arte antzeko hamaika ere aditu/pairatu behar izan ditut, orain kontura ez datozen hainbat pasadizo/liskar/mehatxu zakar, petral eta batik bat etsigarrirekin batera, asasinoak nola edo hala, kosta ahala kosta, babesten zein zuritzen zituzten asko eta askori nire hitzarekin aurre egiteagatik. Gauzak horrela, nik uste dut guztiz ulertzekoa dela gaur egun, oraindik ere, orduko hilketak zein bestelako bidegabekeriak nolabait, betiere hitzerdika, egiezak erabiliz edo egia zuzen-zuzen okertuz, lehen bezain irmo edo lotsa/errukigabe babestearren edo zuritzearren, hau da, bere aberriarekikoak edozein gizakiren bizitzari zor zaion errespetu sakratuaren gainetik lehenesten dituztenen aurrean, orduko nazka bera sentitzen dut ezinbestean. Eta hobe dut deus ez esatea memoria bat gogotik aldarrikatuz bestea, "denok aurrera egin ahal izate aldera", hainbat arinen ahaztutzeko aholkatzen dizutenen kontura



-Eta ekaitzaren ostean barea, baita eguzkia ere, haize bolada hotz batekin batera, noski.

-Ondo ba, nora joango gara domeka pasa?

-Ez dakit ba, ezin gara hiritik urrundu.

-Erdialdera?

-Ezin gara tabernetara sartu.

-Terrazetan?

-Goizeko euriak dena blaitu omen du.

-Paseoan hirian zehar?

-Jende andana, ezta?

-Eta hiri ingurumarietan zehar?

-Maskara jantzita?

-Orduan etxean geratu behar. Nire gurasoei hots egingo diet.

-Baina ez al gaude perimetralki konfinatuta?

-Bai, laztana, bai. Lasai, ez larritu, ez zurbildu. Telefonotik hitz aspertuak egitearren, ez besterik.

-Gaitzerdi, ezingo nuke hainbeste ezbehar erreskadan, hurrenez hurren, paraitu; demasezkoa begitantzen zait edonondik begiratuta ere.

-Ikusten? Konfinamendu perimetralak baditu ere bere onurak...

-Ez da gaitzik onik ez dakarrenik; gaur behintzat etxean ipurdia arin.