viernes, 30 de abril de 2021

LOS ÚLTIMOS ROMÁNTICOS DE TXANI RODRÍGUEZ Y LAS NUEVAS VOCES FEMENINAS - TXEMA ARINAS

 


Los últimos románticos, de Txani Rodríguez, y las nuevas voces femeninas - Txema Arinas: https://www.babab.com/2021/04/29/los-ultimos-romanticos-de-txani-rodriguez-y-las-nuevas-voces-femeninas/

“Cuando llegan a la altura del viaducto, se detienen, se apoyan en el quitamiedos, observan el tráfico, parecen medir la posibilidad del éxito del sabotaje. Uno de sus compañeros le echa el brazo por los hombros, para y gira la cabeza para decirle algo, y por primera vez en muchas semanas, de un modo absolutamente inesperado, veo a mi padre sonreír.”

Creo que es innegable que en estos últimos años la excelencia de la literatura española en castellano escrita por mujeres ha dado un paso, si no de gigante, sí al menos considerable, siquiera en comparación con lo que ha sido la tónica general en el pasado donde las autoras que copaban las listas de los mejores libros del año señalados por la crítica, y acaso también la de los más vendidos, solía ser poco más que anecdótica en mitad de la hegemonía masculina y sobre todo continuada en la República de las Letras, con nombres tan destacados como María Zambrano, Ana María Matute, Carmen Martín Gaite, Rosa Chacel, Laura Freixas, Carmen Laforet, Soledad Puertolas, Rosa Regás,Carmen Posadas, Almudena Grandes, Cristina Fernández Cubas, Elvira Lindo; Belén Gopegui y otras que probablemente me faltan por leer, y cuya obra, por lo general, no suele coincidir generacionalmente sino que casi vienen a representar las excepciones femeninas de su generación a lo largo de varias décadas. Así pues, solo tengo que hacer un repaso somero de los libros más significativos que he leído en estos dos o tres últimos años para evocar nombres de escritoras a las que les une tanto su juventud como la simple coincidencia cronológica de su obra: Clara Sánchez, Laura Gallego, Luisa Castro, Marta Sanz, Lolita Boch, Sara Mesa, Cristina Morales, Cristina Fallarás, Olga Merino, Laura Ferrero, por supuesto que la que nos ocupa en esta reseña, o lo tenga a bien ser esto que escribo, Txani Rodríguez, y otras muchas que, reconozco, me dejo en el tintero porque todavía no he tenido el placer de leerlas. Son escritoras cuyas novedades coinciden tanto en las mesas de las librerías como en las listas de los libros mejor considerados por la crítica. Y digo bien, por la crítica, porque la criba personal que he hecho de escritoras españolas de estas dos últimas décadas sigue un criterio exclusivamente literario, no de ventas o de presencia mediática, pues de hacerlo habría tenido que incluir muchos nombres de autoras cuya obra tiene más que ver con el género bestseller que con otra cosa, con géneros como la novela negra, la histórica o romántica, en los que la ambición literaria, por lo general, suele brillar por su ausencia.

Sin embargo, una vez destacada la existencia de este nutrido grupo de escritoras entre los autores de mayor prestigio literario de la escena literaria actual, escritoras que por lo general publican con las grandes y prestigiosas editoriales que consagran a los escritores de por vida, Alfaguara, Anagrama, Tusquets, Seix Barral, etc., toca preguntarse si se trata de un verdadero fenómeno que apunta a un salto cuantitativo de la presencia femenina en la literatura española, un fenómeno que responde a otro salto, esta vez cualitativo, como consecuencia del avance que la lucha femenina ha experimentado en menos de una década con fenómenos como el movimiento MeToo el éxito de convocatoria y concienciación del 8 de Marzo en respuesta a la urgencia de las reivindicaciones femenina. Empero, toca preguntarse si sería justo atribuir la existencia de esta joven generación de mujeres escritoras única y exclusivamente al éxito, puede que todavía relativo e incluso esencialmente mediático, de las reivindicaciones feministas y de ahí el interés de las grandes editoriales por aprovechar el tirón con fines exclusivamente pecuniarios, o más bien al resultado lógico después de varias décadas del paulatino y definitivo arribo de las féminas a la enseñanza superior, e incluso de la progresiva preeminencia femenina en según qué carreras universitarias, como paso previo a la incorporación natural de la mujer a casi todos los campos laborales de la sociedad. Yo, en un principio, tiendo a inclinarme por lo segundo; pero, claro, sé que hablo sobre todo desde la intuición. De modo que no queda otra que recurrir a las estadísticas con el fin de intentar aproximarse a la realidad. Y las estadísticas, por mucho que creamos que hemos avanzado en cuanto a paridad de género en la literatura, siquiera en comparación con los tiempos en los que María Zambrano, Carmen Martín Gaite o Carmen Laforet eran sin lugar a duda la excepción a la regla de la ya mentada hegemonía masculina en las letras españolas, nos demuestra que, por desgracia, este supuesto fenómeno del que hablo sigue confirmando la regla. Así pues, los datos que el ISBN hizo públicos por primera vez, gracias a la creación del Observatorio de Género del Ministerio de Cultura, indican que las editoriales publican el doble de obras de hombres que de mujeres. En 2018 hubo 34.183 títulos de ellos y 17.801 de ellas. En el desglose por sexo y materias, los números muestran cómo los hombres publicaron 9.370 obras de “creación literaria” (desde novela a poesía) y las mujeres 5.227. En “infantil y juvenil” las mujeres son más: 2.743 frente a 2.304. Pero la diferencia se dispara en el capítulo de “ciencias sociales y humanidades” (ensayo), con 5.652 títulos de ellas y 13.289 títulos de ellos. De hecho, en esto de los libros se da una curiosa paradoja, pues, según el último informe del Observatorio de la Lectura del Ministerio de Cultura, sigue habiendo más lectoras que lectores: la tasa anual de lectura en mujeres alcanza un 66,5%, mientras que en hombres se sitúa en los 57,6%. Es decir, que entre ambos sexos se constata una diferencia cercana a los 9 puntos. Otrosí, existen dos datos que nos demuestran que todavía falta mucho para una verdadera paridad en un sector al que se le debería presuponer una mayor sensibilidad hacia el tema que nos ocupa. Por un lado, en el sector editorial, bastante feminizado, el 80%, de los puestos de dirección siguen copados por hombres, porcentaje que se invierte en los puestos de menor responsabilidad. Por otro lado, un estudio elaborado periódicamente por PlosOne demuestra que el precio de los libros escritos por mujeres es un 45% menor que el de sus compañeros. Pero todavía podemos ponerle la guinda al pastel si consignamos que las mujeres solo ganan el 20% de los premios literarios en España tal y como nos lo demuestran los datos del ObservatoriCulural de Génere catalán del 2018.

Así pues, y a pesar de que el instinto me inclinase a pensar lo contrario en un primer momento, es evidente que ese aparente aumento de la presencia femenina en la literatura actual parece corresponder a la incorporación progresiva pero todavía incompleta de la mujer a casi todos los sectores laborales, sociales, culturales o de cualquier otro tipo de la sociedad española en respuesta a la lógica de los tiempos y poco más. La realidad que exponen los datos antes expuestos me hace sospechar que, en efecto, puede que haya algo de querer aprovechar ciertos fenómenos mediáticos alrededor de la vigencia o impulso de la actual lucha femenina por la igualdad, lo cual tampoco es óbice para que no sea un dato a tener en cuenta el hecho de que los lectores, siquiera los que no reparamos en el género del autor de una obra a la hora de buscar la excelencia literaria, cada vez leemos a más mujeres y con mayor frecuencia en comparación con lo que solía ser lo habitual hasta no hace mucho, sobre todo cuando éramos estudiantes y, tanto los manuales de literatura como la lista de libros de lectura obligatoria estaban copados en su práctica totalidad por autores masculinos.

A decir verdad, estoy convencido de que la excelencia de la mayoría de las escritoras antes citadas como representantes de las nuevas hornadas de jóvenes escritores de la literatura española de nuestros días, es tal que han venido para quedarse, y, sobre todo, para destacar como nunca lo habían hecho con su propia voz, una voz femenina que ya no es una gota en medio del mar sino una referencia imprescindible; los lectores ya no observamos el mundo a través de voces masculinas en exclusiva, ahora nuestra mirada ha cambiado, se ha feminizado en buena parte y eso es maravilloso porque, por fin, nos ayuda a romper muchos esquemas que llevábamos dentro por pura inercia heredada de nuestros mayores.

Ahora bien, ¿existe un verdadero denominador común entre escritoras como Clara Sánchez, Laura Gallego, Luisa Castro, Marta Sanz, Lolita Boch, Sara Mesa, Cristina Morales, Cristina Fallarás, Olga Merino, Laura Ferrero y Txani Rodríguez, algo que nos ayude a justificar el apelativo de generación tal o cual para referirnos a ellas como un conjunto? Pues bien, partiendo, tanto de la innata frivolidad que existe en el intento de sistematizar un grupo humano tan diverso en cuanto a estilo, temática e inquietudes con el único fin de darle sentido al concepto de generación literaria por una mera cuestión de género, así como el hecho de que presienta que todo lo que vaya a decir al respecto rozará indefectiblemente el Perogrullo, sí creo que se pueden apuntar varios denominadores comunes, o cuanto menos uno por encima del resto. El primero de ellos, acaso el más destacado y ya señalado en parte -y esto dejando a un lado esos otros puramente circunstanciales que se refieren a la edad media de la mayoría de la escritoras o a su condición de mujeres de nuestra época en toda su diversidad de origen geográfico y social, estudios y todo lo que sea posible, y no de esa otra de nuestras madres y abuelas en la que sus libertades estaban limitadas ya no solo por la vigencia de la mentalidad heteropatriarcal en todos los aspectos de la vida, sino incluso también por el Código Civil-, es que esa voz femenina, la cual, por supuesto,también existía en mayor o menor medida en todas las escritoras anteriores, siquiera ya solo por defecto -el caso de Nada de C. Laforet es para mí el más paradigmático de una obra feminista en una época en la que ni siquiera se mencionaba el término- unas con más conciencia que otras de la reivindicación que había implícita en su propia voz, ahora ya no se oculta o disimula, ahora no solo es consciente sino también militante, de hecho, más militante que nunca. El modo o el estilo con los que cada autora deja constancia en su obra de esa conciencia feminista a la hora de contarnos una historia difiere mucho de una a otra, esto es, desde el tono decidida y puede que gratuitamente provocador y hasta panfletario de Cristina Morales en su Lectura Fácil (2018) a ese otro muchísimo más sutil, amable y no por ello menos contundente o eficaz a la hora de presentarnos una realidad concreta desde una mirada tan femenina como feminista que encontramos en Los últimos románticos (2020) de Txani Rodríguez.

A decir verdad, en Los últimos románticos de Txani Rodríguez (Llodio – Álava, 1977), Lo que será de nosotros (2012), Agosto (2013), Si quieres, puedes quedarte aquí (2016) demuestra a la perfección que la literatura actual española escrita por mujeres está completa y definitivamente homologada a esa otra que puedan hacer sus contemporáneos varones, esto es, que no hay necesidad de distingos por motivos de género, y ello sin que se tenga que renunciar a una mirada que ya no solo es exclusivamente femenina sino también inherentemente feminista desde el momento que expone una realidad en las que las mujeres todavía tienen mucho camino que recorrer para poder alcanzar una igualdad real más allá de la exclusivamente formal. La literatura de Txani Rodríguez, por decirlo de algún modo, está hecha desde una periferia que no es solo geográfica sino sobre todo social, porque nos presenta personajes corrientes, paisanos de a pie, fácilmente reconocibles por la mayoría de todos nosotros porque forman parte de nuestro paisaje a poco que nuestro entorno no sea el de una urbanización de lujo desconectada de cualquier otra realidad al otro lado de los muros que la encierran. Son personajes, ya no solo de carne y hueso, sino sobre todo poseedores de una luz interna, yo diría que hasta de linterna, esto es, que no solo iluminan lo que hay a su alrededor, sino que también nos guían a través de un mundo tan cercano como desconocido, por lo general por pura pereza a la hora mirar con detenimiento alrededor de lo que nos rodea a diario, siquiera por un desdén instintivo hacia lo inmediato en beneficio de realidades geográfica, temporal y sobre todo socialmente en principio más atractivas, exóticas, es decir más allá de nuestra amodorrada cotidianidad. De hecho, Los últimos románticos no remite a un entorno de pueblo industrial y fábrica con conflicto laboral del que los literatos parecían haber huido como de la peste una vez pasados los tiempos convulsos de la literatura comprometida o ya solo realista. La literatura de Txani Rodríguez es, por lo tanto, testimonio de nuestra época como lo ha sido siempre la gran literatura contemporánea española -y aquí circunscribo geográficamente la historia de la literatura con el fin de no abrir en exceso el abanico y que se me haga inabarcable- desde que Benito Pérez Galdós o Emilia Pardo Bazán inventariaban las miserias de España, o ya solo las de su entorno más inmediato, hasta llegar a Rafael Chirbes o Marta Sanz como los exponentes más destacados o verdaderos herederos de esa tradición de escritores que prefieren hablar de lo que tienen delante de las narices antes que de realidades paralelas a esas en las que ellos viven.

Con todo, considero que la historia de Los últimos románticos de Txani Rodríguez tiene, en especial, la virtud de lo bien contado y además siempre en su justa medida, esto es, sin excesos narrativos a los que son tan dados los del oficio a poco que se caiga en el vicio de la digresión más o menos pedantesca o panfletaria. Dos virtudes que, sin embargo, para qué engañarnos, no siempre coinciden en la mayoría de los autores con el resultado de que en muchos casos se acaba ahuyentando al lector por puro aburrimiento y puede que hasta por provocar cierta vergüenza ajena. Por el contrario, la historia de Los últimos románticos está trazada con una exquisitez, con la luminosidad que se destaca en la contraportada del libro, en la que enseguida se aprecia una mirada esencial y hasta sorprendentemente tierna para lo que suele ser lo habitual en la narrativa española a poco que le dé por escarbar en la realidad de su época, esto es, siempre más dada al tremendismo, al cuchillo contra todo, a recurrir a una crudeza presente desde el tremendismo de Cela hasta la picaresca de Quevedo, Mateo Alemán y compañía, pasando por Baroja, Valle Inclán y tantos y tantos otros.

En cualquier caso, yo diría que la escritura de Txani Rodríguez posee ante todo una mirada sosegada sobre el presente que pone en escena y que llama mucho la atención por el modo como compagina la ternura de la relación de la protagonista con su vecina y compañeros de trabajo, en contraste con la crudeza de las situaciones que rodean a estos, ya sea la del conflicto en la fábrica o la que se intuye al otro lado de las paredes de su casa. Así pues, siquiera ya solo para intentar transmitir lo mucho que he disfrutado con esta novela, bastaría con decir que se trata de uno de esos textos que te empujan a leer un capítulo tras a otro incluso en contra de tu voluntad -ahí el acierto de la cortedad de estos es palmario-, y no precisamente ansiando la resolución de intriga alguna como suele ser el caso de la novela de género, sino más bien por el inevitable hechizo que provoca el estilo pausado, tierno, y con los suficientes ribetes románticos o no eso ya a gusto de cada cual, y no por ello menos incisivo al que me refiero. Algo así como comer a cachos espaciados el helado que más te gusta procurando alargar el placer que te proporciona en el mayor tiempo posible. En resumidas cuentas, un texto también plagado de referencias, al mundo del papel, al viaje como huida, a la soledad, al amor incondicional pese a lo que pueda pesar, la fábrica como escenario, insisto, tan poco frecuentado ya en literatura, la enfermedad, la asfixia existencial que resulta de una realidad en principio tan poco estimulante. Una relato que demuestra con creces que las nuevas voces femeninas como la de Txani han venido a renovar la narrativa española por derecho propio y, sobre todo, sin ningún tipo de complejos.

Los últimos románticos de Txani Rodríguez


Texto © Txema Arinas
Fotografía © Planeta de libros



HERRIAK EZ DU BARKATUKO - IRATI GOIKOETXEA

 


Irati Goikoetxearen HERRIAK EZ DU BARKATUKO nobelari buruzkoa: http://www.uberan.eus/?komunitatea/Txema/item/herriak-ez-du-barkatuko-irati-goikoetxea


  Minari erreparatuz

   erreparatzen da mina
 
                                                                     
  Ta elkarbizitza zer den
                                                                         
 izan dezagun gogoan

elkarrekin bizitzea
                                                                          
ta ez elkarren ondoan
 
   Ekaitz Goikoetxea

 

 

 Ondorengo lerro hauetan Irati Goikoetxeak, idatzitako ETAk, hemeretzi urte zituela, aita hil zion Oihanaren minari buruzko nobela hizpidera dakart. Mirari buruz, bai, nobela hau, ezer baino lehen, hau da, ETAren edo beste edonoren biktimei buruzko nobela bainoago, ETAk eragindako minaren inguruko gogoeta luze eta eder bat baita. Bai, Oihana minduta dago aita hil ziotenetik. Oihanak mina du zama geroztik, edonora daroana biktima gehienen antzera, edozein dela kausa bat-batean oldartzen zaiona, edonorekin dagoela gehienetan nola edo hala zuritu edo mozorrotu behar duena ondotxo baitaki bere mina hain pertsonala izanda aurrekoari aspergarri, adigaitz, epel edo astun suerta dakiokeela, edonoiz ustekabean edo gainezka egin diezaiokeena. Oihanaren mina bada, beraz, animaren minbizia, berarekin bizi beharrean dago eguneroko bizitza ez zapuzteko ahaleginetan, ekinaren ekinez moteldu beharreko mina. Oihanaren istorioa bere minaren kudeaketan datza, batik bat nolatan aurre egiten dion bere ingurukoekin lasai, hau da, minak eragiten dion gorrototik ihesi bizi ahal izateko, dela Euskal Herritik at, bere tragediako paisaiatik urrun eta ezagutuko dituen lagun berrien aurrean, bere seme Lukasen aita kasuko, dela Euskal Herrira bueltan, hau da, nobelako Carmenek dioen bezala: “otsoaren ahora”.

“     -Polita izan da saltsa. Batez ere Lukasengatik.

-          Baina hogeita hamar urte dituzu, hiru urteko semea eta bueltan zoaz otsoaren ahora.

-          Ez dakizu zein ederra den Euskal Herria.

-          Oihana, aita hil dizu Euskal Herriak.

-          ETAk hil dit aita, Carmen. Ni ere banaiz Euskal Herria.”

Euskal Herrira bueltan, noski, berriro aurre egin behar izango dio bertan utzi zien giro ustelari; baina, beharbada ez hainbeste, gauzak ezari-ezarian aldatzen ari baitira, ETAk bortizkeria bertan behera utzitakoan, behin-behineko edo behin betiko bake garaia hasi baita eta honekin batera euskal gaztakaren ajeei zinez aurre egiteko abagunea, hots, biktima guztien mina aitortzekoa. Oihanak lan egingo du elkarbizitzaren alde bere neurri apalean, irakasle bezala zein GALen moduko beste hitzaileek ere eragindako biktimeengana ondoratuz. Kostatuko zaio, jakina, askotxo irauliko baitzaio barrenean, beharko; baina, hala eta guztiz ere, lortuko du, hein handi batean beste aldeko batek egindako keinu edo aurrerapausoei esker, hau da, elkarren mina aitortzeko egindako esfortzuari esker.

 

“-Zerbaitek esan zida: Joan! Eta joan egin nintzen. Kontuak zer diren. Uste dut negar egiten ikasteko beharra dudalako joan nintzela. Ez nengoen gonbidatuta, badakit. Hitzordua lapurtu nizun, badakit. Errespetu falta ere izan zen, badakit, hain zegoen hitzordua landua eta zaindua. Ez zegoen niretzat tokirik. Eta, hala ere, joan egin nintzen. Biktimak elkartzeko espazioa zen hura, badakit. Baina zer naiz ni, Oihana? Ze kaka gara hiltzaileen seme-alabok? Portatu zen Santi. Aulki huts bat zegoen. Zurea. Han ez esertzeko esan zidan. Aulki bat gehitu zion zirkuluari. “Hutsuneak ez ditugu estali behar” esan zuen, “hutsuneak aztertu egin behar dira”. Portatu zen Santi. “Oihana ere hemen dago” esan zuen.

 Segundo bat, bi, hiru.

-Baina ni etxean geratu nintzen.

 

Gauzak horrela, nabarmen da, oso begi bistan egia esanda, liburuan mezu oso argi eta sendo bat dagoela; elkarbizitza posible zein ezinbestekoa dela, asko kostata ere, baina egiatan astiro-astiro, ezari-ezarian, batez ere benetan zintzoa eta behar bezala errotua izan dadin egin-eginean. Alde horretatik, ez dago dudarik mezua guztiz positiboa, aurreragarria, itxaropentsua denik, fede oneko euskal herritar gehienok nola edo hala aditu eta sinetsi nahi duguna ezinbestean, nik inork baino lehen, alegia. Horrenbestez, ez dut duda apurrik ere Herriak ez du barkatuko nobelak oso dokumentu egokia izango dela ETAren osteko elkarbizitza lantzeko asmoz, ikastetxeetan, irakurketa klubetan edo auskalo non, hau da, nobelako Oihana bere arte eskoletan ikasleekin egiten saiatzen den bezala, testuan hamaika gauza benetan interesgarri, mamitsu, baitaude biktimekikoaren kontura gogoeta egiteko. Besteak beste, eta nere ustez aipagarriena ere bai, Oihana Euskal Herrian dagoela, bera eta bere anaia bezalako biktimek euren iritziak edo sentimenduak jendartean, plazan, disimulatzeko edo gutxienez ezkutatzeko duten/zuten jokabidea, gainerakoen iritzien beldur bizi balira bezala etengabean.

“Ez, ez zinen egon. Baina ez nintzen zutaz ari. Lagunak, bizilagunak, irakasleak… Joder, Rubenek ere bizkarra eman zidan, Rubenek, Martin, Rubenek. Gitarra klaseetara gehiago ez joateko esan zida. Mesedez eta eskerrik asko. Eta ni ez nintzen itzuli.

-Zerria! -ukabilak mahaia astindu eta, piririka, ia lurrera erori da garagardo botila dagoeneko hustua. Bestea eskuan du Martinek. Oihanarena-. Zerria! -errepikatu du Martinek, baxuago, gelduago, itsusiago. Etsipen arriskutsua nabari dio Oihanak.

-Martin…. Mesedez -Miguel begira dagoela ohardu da Oiahana. Ez zaio anaiaren erreakzioa gustatu. Zer egin jakin ez eta ordulariari begiratu dio. Eskua jarri dio gero Martini bizkar gainean. Besarkada erdi bat-. Banoa. Kattiren bilda joan behar dut. Etorri etxera nahi duzunean. Esan Soniari.

-Ez haserretu, Oihana.

-Lasai.”

 

Ezta, noski, biktimen jokaera bakarra, euskal gizarterik gehienarena baizik hainbat eta hainbat hamarkadetan zehar, gehienek nola edo hala, beldurrez zein inertziaz, barneratutakoa, badaezpada, zer gerta ere; baina, aldi berean ere gizarte bezala ezin hobeto definitzen gintuena garai haietan; ez ginen libre, ez; gutxi batzuek libertate falta hori pairatzen zuten, gehienok ordea sumatzen genuen; gauza bat esan ohi genuen jendartean, eta beste bat, oso bestelakoa, izaten zen gogoan genuena, hau da, gure buruari zein gure oso hurkoei esan ohi geniena, benetan esatekotan, noski.

Izan ere, liburuaren aurreneko zatia dut azpimarragarriena, benetan bihoztuna, bipila,  nolabait ere Oihanaren aitaren hilketaren inguruko gogoeta benetan zintzo eta osagarri bat agintzen diguna, hau da, betiere Oihanaren minaren inguruko giroa edo zioak hobeto ulertzeko behar adina argibide emango digulakoan. Alabaina, eta orrialdeak aurrera joan ahala, beldur naiz gogoko bezain ezinbesteko genukeen argibidea gero eta murritzagoa den. Esaterako, ez dakigu ezer Oihanaren aitaren ideologiari buruz edo, gutxienez, zein izan zen ETAren aitzakia bera garbitzeko eta are gutxiago hilketaren aurreko zein osteko inguru-mingurukoei buruz. Beste hainbeste Oihanaren herriko zein garaiko Euskal Herriko giro politikoaren nondik norakoez. Bestela edanda, orrialdeak pasa ahala, Oihanaren aitaren hilketaren inguruko dena oharkabean ostentzen da istorioaren muina Oihanaren mina baita, erabat. Hartara, eta gorago esan bezala, liburuaren orrialde gehienak Oihanak bere minaren kodeaketaren inguruan ardazten dira, maiz oso metafora ederretan, bere ingurukoekiko elkarrizketa benetan mamitsuez jasandako tragediaren kontura. Hau guztiau, gainera, oso euskera ederrean idatzita, irakurketa zalu eta samurra eskaintzen diguna oso. Horrenbestez, ez da batere zaila liburuaren azken zatiraino iristea ia ustekabean hainbeste orrialdetan barrena gai berberaren inguruan jirabiraka ibili eta gero, hau da, beste aldeko biktimen minarekin talka edo topo egiteraino. Edo bestela esanda, mezurako bidean jartzeko moduan. Dena primeran dago antolatua delako mezua uztearren, eta ni minaren inguruko gogoetek beharbada demaseko orrialdeak dituztelakoan egonda ere, baita testuko elkarrizketek zein amaierako gertaerek ezinbesteko egiantzekotasuna izan dezaten ere. Halare, ez dakit nik zenbait pasartetan balizko edo ustezko eztikeria sinesgaitz bat behar bezala saihestuta, betiere idazleak kosta ahala kosta zabaldu nahi digun mezua benetan nabarmen izan dadin, hau da, esplizituegia.

 

“- Aitarengandik hurbildu zen eta atzera begiratzen lagundu dit. Gogorro izan da, baina ondo sentitzen naiz.

-          Baina zertaz, Oihana! Zertaz hitz egin duzue! Aita gurea da, zurea eta niea. Eta ez beste inorena. Ulertzen duzu? Zurea eta nirea.

 Oihanak Migueli begiratu zion eta Martini gero. Edalontzi huts gehiegi barraren gainean.

- Aitak gizartearena izan behar du, Martin.

- Hara, hori erakutsi dizu Santi delakoak Eta nor da gizartea? Hiltzaileei ongietorriak egiten dizkiena? -Martinek sakelakoa hartu eta argazkiak erakutsi zizkion Oihanari, aste horretan bertan zabaldutako bi albiste ziren-. Hriena ere bada gure aita? Ez dizu nazkarik ematen?

- Nazka ez, Martin. Min ematen dit, ikaragarrizko mina.”

 

Edonola ere, badakit idazlearen erabaki guztiz zuzen eta errespetagarria dela, berak ondotxo baitaki noraino eroan guran duen bere istorioa. Eta jakin badakit, beharko, nire iritzia guztiz subjetibokoa dela, beharbada nire irizpide literarioak oso bestelakoak direlako, nik errealitate bat taularatzerakoan gordina nahiago dudalako, baina aldi berean ere hain agerikoa ez dena, testutik ondorioak nik neuk atera baino. Baliteke ere nik  bizitza edo gizakien jokaerari buruzko oso iritzi onik ez izatea, agian giza harremanei dagokien orotan neurez ezkorragoa naizelako, eta ondorioz eta printzipioz mezu eredugarriei muzin egiteko joera garbia dudalako, argilunen estetika auskalo zer dela eta hamiaka aldiz gehiago maite dudalako. Denak ote dira nire akatsak, jakina, inondik inora ez Irati Goikoetxearen nobelaren ajeak, nire subjektibitate petralarenak baino.

 

Halaber, ez dut inolako durarik Herriak ez du barkatuko nobela  euskal gatazkari buruzko istorio oso aproposa dela euskal irakurle asko eta askok eroso ikakur ahal izan ditzaten ETAren biktima baten barne nondik norakoak eta euren kontzientzia aparteko erresuminik eragin gabe, hau da, ETAk eragindako min edo kalteen aurrean iraganean edukitako jarrera edo portaerarengatik oso interpelaturik ez sentitzeko, hau da, non, nortzuekin eta nola egon zen etengabe gogora ekarri behar izan gabe, enegarrenez esan bezala, istorioaren muina biktimen mina baita, ez biktimen minaren aurrean gainerako euskal herritaron erantzukizuna edo, baina ez behintzat hain premiazkoa bezain zintzoa izan behar duen elkarbizitza eta batez ere balizko berradiskidetzearen bidea nolabait eragotzi bezainbeste. Alde horretatik, beraz, ageri da Herriak ez du barkatuko euskal gatazako biktimei buruzko irakurketa kanonikoa bilaka dadin aukera handiak daudela, alafede.

 

 

Txema Arinas

Oviedon, 2021/04/30


lunes, 26 de abril de 2021

El último de la resistencia por Txema Arinas

 


Relato para SOLONOVELANEGRA. También lo podía haber titulado: Los últimos de Bosé... https://www.solonovelanegra.es/el-ultimo-de-la-resistencia-por-txema-arinas/

Nuestro protagonista nunca habría imaginado que acabaría flirteando con delincuentes, quebrantando ya no sabe cuándos artículos del código penal, poniendo en riesgo su vida e incluso la de su familia. Sí, sabe que no debería estar allí, delante de ese pabellón abandonado de uno de los polígonos en declive de la ciudad donde le han citado los hampones que le pasarán la mercancía. Gente poco recomendable con solo leer cómo se expresa en el wasap:

-Amigo, nosotros tenemos de todo, también lo tuyo, sólo tienes que pagar lo que te pedimos-.

“¿Amigo?” ¿Quién se dirige así a un desconocido? Gente chunga de necesidad, él lo tiene claro.

– Cuatro mil euros me parece un precio muy exagerado.

– Amigo, el precio es el que es, nosotros no regateamos, nos jugamos mucho, si no estás de acuerdo fin de la conversación. Ahora, te aseguro que no vas a encontrar lo que buscas en ninguna otra parte.

 Encima se hacen los ofendidos porque nuestro protagonista se queja de lo estratosférico del precio. Pero sabe que no tiene otra opción porque antes de recurrir a ellos ha revuelto Roma con Santiago para encontrar lo que necesita y todos los caminos, tras indagar todo lo posible en la red y, sobre todo, recurrir a conocidos con contactos en el mundo del hampa, lo han conducido hasta ellos.

– Sólo digo que es mucho dinero sin una garantía de que la mercancía es buena.

– Amigo, este negocio se basa en la confianza entre las dos partes.

– Pero ¿por qué debería fiarme de vosotros sin una garantía?.

– ¿Qué futuro tendría nuestro negocio si nos dedicamos a estafar a nuestros clientes?

– Yo solo quiero estar seguro de que lo que voy a comprar es lo que necesito. A ver, ¿de dónde sacáis vuestra mercancía?

– Amigo, la robamos, por supuesto.

– De acuerdo, lo entiendo. ¿Pero a quién?

– Amigo, a otros que todavía son más ladrones que nosotros: los que la fabrican.

– Sí, ya, bueno. ¿Y por qué no podría yo comprársela directamente a ellos?

– Amigo, ellos no venden al por menor.

– Ya, entiendo, vosotros sois unos simples intermediarios.

– Amigo, no, ellos no tienen intermediarios. Nosotros se la robamos. Si no estás de acuerdo siempre puedes conseguirla a través de los cauces legales.

– No puedo hacerlo, ya no. He perdido mi oportunidad y además está en juego mi prestigio.

– Amigo, nosotros somos tú única opción.

– Sí, lo sé, no me queda otra.

Nuestro protagonista se encuentra en un polígono que en su momento estuvo lleno de empresas de tamaño medio y pequeño y al que él solía acudir a menudo para visitar clientes cuando tenía veintipocos y todavía trabajaba de comercial para la empresa de suministros eléctricos. Desde entonces no había vuelto a pasar por allí y le sorprende lo abandonado que está todo, pabellones vacíos y semiderruidos, patios a rebosar de maleza y aceras levantadas, no pocos cables de la luz desprendidos de sus postes y mugre, mucha mugre.

Por si fuera poco, aunque ya se lo esperaba, ya que piensa que, una vez metido en este mundo, todo es así, el pabellón tampoco anuncia nada nuevo. Se trata de una de esas naves rodeadas de maleza, con todos los cristales de las ventanas rotos, la puerta metálica por donde antaño debían entrar los camiones del reparto completamente oxidada, y, por lo que puede atisbar nuestro protagonista desde fuera, con buena parte del techo caído dejando al aire el esqueleto de lo que en su tiempo debieron ser las instalaciones de una próspera empresa del sector de la construcción tal y como anuncia el letrero corroído y con las letras medio despintadas o borrosas que todavía cuelga de la fachada.

Es justo en ese momento, delante de la puerta de acceso para personas encajada en un extremo de esa otra basculante del garaje, cuando toca tomar la última decisión; todavía está a tiempo de dar media vuelta y marcharse por donde ha venido. Sin embargo, apenas le lleva un par de segundos resolver que no tiene opción; no se trata solo de él, se trata sobre todo de su familia, en especial de su anciana madre y de su hijo de doce años con una enfermedad pulmonar crónica.

– ¡AMIGO! Hace un rato que te estábamos esperando. No deberías hacernos esperar. Un poco más y subimos el precio.

– Ho… la -nuestro protagonista no acierta a responder, tanto al saludo tan ofensivamente efusivo, como al comentario del que ha sido objeto nada más abrir la boca tras su inmensa sonrisa el tipo de edad mediana vestido con una camiseta estampada con dibujos de gatos de colores, cada cual más chillón, y de la que asoma a la altura del cuello un enorme collar con una cruz griega de oro, un individuo poco más alto que el metro setenta y pico de él, pelo castaño ralo y acento indefinido.

Detrás del hampón que lo recibe nuestro protagonista también puede distinguir la presencia de otros dos individuos mucho más jóvenes y altos que el primero, y, sobre todo, las horas de gimnasio que se adivinan bajo sus ceñidas camisetas de tipo militar. En cualquier caso, prefiere no dedicar mucho tiempo a fijarse en ellos para no levantar suspicacias, bastante tiene con bregar con el que parece ser el cabecilla del grupo.

– Pasa, amigo, pasa.

– ¿Tenéis la mercancía?

– ¿Tienes tú el dinero?

– Sí, por supuesto, cuatro mil euros en billetes de cincuenta.

– Pues aquí tienes tus cuatro dosis de AstraZeneca, para tu madre, tu hijo, tu mujer y la tuya.

– ¿AstraZeneca? Habíamos convenido que fuera Moderna.

-Se nos han acabado las de Moderna y también las de Pfizer.

– Yo no voy a pagar quinientos mil euros por cuatro dosis de AstraZeneca.

– ¿Qué problema hay con AstraZeneca? Tiene casi un 80% de eficacia y…

– ¿Y los trombos?

-…y más de la mitad de la población mundial ya está vacunada con AstraZeneca.

– ¿Y los trombos?

– La posibilidad de que se produzca uno por la vacuna de AstraZeneca es de un 0,000…

– ¿Y tú te crees todo lo que dicen las autoridades, los científicos a sueldo de las farmacéuticas, la prensa del sistema? Como que no llevan mintiéndonos poco ni nada desde que empezó la pandemia.

El hampón borra de golpe la sonrisa de su cara. Mira fijamente a la cara de nuestro protagonista. Se toma su tiempo antes de volver a abrir la boca; pero, cuando lo hace es poco después de recuperar de golpe su sonrisa, ahora puede que mucho más amplia y sobro todo justificada que la del principio.

-Amigo, yo te conozco, he visto tu cara en la tele -exclama el hampón al mismo tiempo que pone el paquete con las dosis de AstraZeneca en las manos de nuestro protagonista.

A continuación, dirige a sus compañeros unas palabras en una lengua ininteligible, pero que remiten de inmediato a nuestro protagonista a algún país del Este de Europa que, por supuesto, le es imposible de ubicar. Entonces los dos sicarios echan mano a los bolsillos de sus pantalones a toda velocidad, momento en el que nuestro protagonista cree presagiar sus últimos minutos en este mundo. Pero no, lo que al final aparece entre sus manos no son pistolas sino los iPads con los que empiezan a sacarle fotos sin parar durante un buen rato.

– Te llevarás las dosis de AstraZeneca tal y como habíamos acordado -le espeta el jefe de los hampones con la aspereza que confirma que ya no hay ni el más mínimo atisbo de la sonrisa que antes parecía impresa en su rostro. Lo harás porque nada más verte he reconocido a uno de los rostros que más han aparecido en la tele negando durante estos tres últimos años la existencia del virus y, sobre todo, las eficacias de las vacunas.

– Yo nunca he negado la existencia del virus. Yo decía que las vacunas…

– Ya, ya. Tú decías que las vacunas eran para meternos no sé qué mierda de microchips…

– Yo tampoco he dicho eso.

– ¿Por eso no te gusta AstraZeneca, porque es la que lleva el chip?

– Toma el dinero y dame las dosis.

– El precio ha subido. De hecho, se ha duplicado.

– Necesito esas dosis, mi madre tiene ochenta años y mi hijo…

– Sí, sí, tu hijo tiene una enfermedad crónica. Lo repetías mil veces en todas las entrevistas que concedías para demostrar lo convencido que estabas de la inutilidad de las vacunas. De hecho, has estado negándolo todo hasta hace un par de semanas que vi tu careto en un programa de Tele5 que echan por las tardes.

– Me he equivocado.

– Claro, ahora que todo el mundo se ha puesto la vacuna y que has renunciado a ella para reafirmarte públicamente en tus convicciones, demostrando ser el último de los negacionistas que todavía creen en la ineficacia de las vacunas.

-Me he equivocado, lo reconozco, poniendo en peligro a mi familia.

-Siempre y cuando no se enteren los demás y tu reputación quede por los suelos. ¿No es así?

-Rectificar es de sabios.

-Te daré los otros cuatro mil. Mañana a la misma hora aquí mismo.

-Eso espero, de lo contrario ya sabes dónde acabarán las fotos que te han sacado mis amigos.

-Trato hecho.

-No falles mañana. De hecho, y a no ser que estés dispuesto a reconocer tu error también delante de una cámara, me temo que vas a tener que hacernos unos cuantos pedidos más a lo largo de las próximas semanas.

©Relato: Txema Arinas, 2021.

domingo, 25 de abril de 2021

LO DE ESTOS DÍAS




Dice Savater que votará convencido a Ayuso, y, claro, a mí enseguida me viene a la cabeza la anécdota de Nietzsche arrojándose al cuello del caballo. Sin embargo, enseguida me doy cuenta de lo desafortunado de la comparación, y ya no solo porque sea un disparate poner a Savater al mismo nivel del famoso filósofo alemán, incluso tildarlo de filósofo a secas, sino porque Nietzsche lo hizo en un acto de solidaridad con el caballo que en ese momento estaba siendo cruelmente fustigado por su cochero. En cambio, Savater, futuro autor de "Ética para un cantamañanas", se arroja al cuello de Ayuso para salvarse él a lo Toni Cantó, ya saben, de UPyD a Ciudadanos y ahora...

En fin, no hay día en que, a poco que te asomes al ruedo ibérico de los cojones, no te entren ganas de salir corriendo apretando la nariz con un pañuelo.



A ver, una ayudica. Esto debe ser la metáfora de algo que no llego adivinar porque he pasado muy mala noche y no me da la cabeza para tanto.
1.- Acudo a Correos a por el envío certificado de un amigo y descubro que la oficina ahora solo está abierta de lunes a viernes, digo yo que para dificultar las cosas a la gente que no puede ir entre semana. Y sí, podía haber mirado el horario en el aviso y no se me ocurrío antes por pura inercia.
2.- Ya que he salido me siento en una terraza a tomar una caña mientras leo el periódico. Solo está el Marca disponible. De hecho, observo que hay varios.
3.- Me sirven una caña en copa de Cerveza Grimbergen y cuando la pruebo siento como si le hubiera pegado un trago a la lata donde guardo el aceite del coche. Pregunto al camarero y, en efecto, me ha puesto San Miguel. Hay grandes probabilidades de que acabe zumbándome el bote de la solución hidroalcohólica con el fin de intentar mitigar el regusto a concentrado de pis de gatos que me han dado por cerveza.
Pues eso...




Aquí podría haber puesto el famoso Duelo a garrotazos de Goya para ilustrar, una vez más, la actualidad política española. Pero no, sería de una falsedad absoluta, equidistancia de postín, así que mejor me decanto por un grabado de los Desastres de la Guerra del mismo autor. Claro que hay dos bandos enfrentados y prácticamente irreconciliables. Negar la evidencia, así como reconocerla para ponerse en medio para poder oficiar de virtuoso, exquisito, a lo Inmundo Bal, es una actitud tan infame como cobarde. Estamos divididos porque existen dos maneras de concebir la vida que se dan de bruces en todo, que viven de espalda una a la otra. No solo tenemos ideas diferentes, sentimos y entendemos diferente todo lo que nos rodea. Por eso, mientras una parte de la sociedad española ve en Pablo Iglesias, por ejemplo y sobre todo porque es su espantada de hoy en el debate de la SER tras su enfrentamiento con la candidata de VOX el que me inspira esta entrada en caliente, un tipo patético y repulsivo que simboliza todo lo que más odian y temen. Otra, a la que yo pertenezco sin la menor duda porque representa en mayor o menor medida las convicciones con las que he crecido y en las que todavía creo, ve exactamente lo mismo en una persona como Rocío Monasterio: "mala gente que camina y va apestando la tierra" (A, Machado). Son percepciones que emanan de nuestra ideología, cada cual más o menos a la izquierda o a la derecha, por supuesto. Ahora bien, no somos iguales en nuestras incompatibilidades como les gusta pensar y hacer creer a los equidistantes por principio y casi también hasta que por oficio. No hay dos extremos iguales, ya les gustaría a los "Inmundos" de turno y sobre todo a los de la trinchera a la derecha. Hay un bando que insulta, desprecia intimida por norma, que niega derechos al otro, en realidad a todos los que no piensan como ellos, que usa todas las ventajas de saberse herederos putativos de un régimen muy concreto para atacar, calumniar e intentar empapelar por todos los medios al otro. Un bando que habla de patrias y banderas al mismo tiempo que excluye de ellas a la mitad de sus conciudadanos. El otro bando, todo lo más y por lo general, se resigna a la evidencia de que solo nos queda la coexistencia pacífica con gente con la que no podemos compartir nada, vivir bajo el mismo techo sin apenas rozarnos, cada cual al lo suyo y con sus cosas. Sin embargo, seamos sinceros: ¿Quién manda aquí y ahora amenazas de muerte con bala a quién, quién acosa a las familias de sus adversarios, para ellos siempre enemigos a muerte, quién insulta nada más abrir la boca delante de la audiencia, no en un bar o en la intimidad de su familia o corrillo de amigos, no, delante de todos, quién? Y por favor, no me salgan con ETA, no sean ridículos, hablo del aquí y ahora. No somos iguales, nunca lo fuimos.









Llevo ya varios días que no consigo dormir en condiciones por culpa, otra vez, de las pesadillas. Me digo que algo tendrá que ver el hecho de que mi madre ya no esté conmigo en Oviedo. De hecho, creo haber dormido como nunca durante las tres semanas y pico que ha estado en casa. Pero, ha sido llevarla de vuelta a Vitoria y volver yo también al infierno de las pesadillas.
Pesadillas tan desagradables, absurdas e íntimas que en ningún momento se me ha ocurrido aprovecharlas para escribir en este medio lo primero que me viene a la cabeza con el único pretexto de echar el rato de descanso que me tomo entre una cosa y otra.
Sin embargo, la de esta noche ha sido de traca por ridícula en grado sumo. Y, si bien he dicho que no me apetecía recurrir a las que llevo padeciendo desde que regresé a Oviedo, la verdad es que la de anoche por lo menos tiene más de pantomima que de traumas de toda la vida, negruras de mi alma, complejos freudianos o no de todo tipo, o cualquier otra cosa por el estilo. Digo bien, sí, pantomima, porque mucho me temo que la pesadilla en cuestión esté estrechamente relacionada con el debate electoral que anoche nos tragamos casi que sin darnos cuenta.
En el sueño yo volvía a ser un mico que regresaba a Vitoria con sus padres de las vacaciones de verano en el Mediterráneo. Tras tres o más horas de carretera en el el R8 parábamos a medio camino, en Zaragoza, para comer. Hacía un sol abrasador que amenazaba con derretirnos mientras caminábamos a lo largo del paseo junto al Ebro. Ya en el centro intentábamos hacer la visita de rigor a la basílica de la Pilarica. Estaba cerrada. Entonces mi viejo decidía buscar un restaurante en el que, sobre todo, ponernos a cubierto de aquel calor abrasador. Parecía que a todo el mundo se le había ocurrido la misma idea, porque todos los restaurantes estaban completos. Insistimos en encontrar una mesa libre recorriendo todos y cada uno de los bares y restaurantes el centro de Zaragoza hasta que mi viejo, supongo que aburrido de su empeño en sacarse en eso también él solo las castañas del fuego, decide preguntar a un nativo. Entonces el sujeto nos guía a través de un sin fin de callejuelas de lo viejo hasta llegar a un tugurio de esos en los que nada más entrar se te pegan las suelas de los zapatos al suelo. Dudamos, bueno, lo hacen mis padres; pero, o es allí o en ninguna otra parte. Nos quedamos porque nos estamos muriendo de hambre. Así que nos atiende una camarera de media melena morena, rostro ovalado y nacarado en el que destacan dos grandes ojos almendrados con las pestañas chorreando rímel, la cual nos hace descender por unas escaleras hasta una mesa junto a los excusados.
El mosqueo de mis padres es notorio. En cambio, yo y mi hermano, indiferentes a esos detalles como cualquier crío de nuestra edad, estamos contentos porque por fin vamos a comer tras casi dos horas de tumbos por el centro de Zaragoza. De hecho, somos el pretexto de nuestra madre para convencer a nuestro padre de que necesidad obliga.
La camarera, de mirada displicente y sonrisa tan amplia como falsa, nos toma nota a la vez que asegura, con un acento mitad maño, mitad chulapo, que todo lo que sirven en su restaurante es de excelente calidad, lo mejor que se puede probar a no sé cuántos kilómetros a la redonda.
Llegan los entrantes. La ensalada parece haber sido aliñada con lejía, el jamón de Teruel es puro plástico, las gambas de mi madre saben a Pleistoceno. Puedo sentir a mi viejo cocerse por dentro solo con ver cómo rechaza el segundo trozo de jamón que le ofrece mi madre; la mayoría de los platos permanecen casi intactos. Por último llegan las croquetas. Observo en mi padre un halo de esperanza que hace que su ceño fruncido se distienda apenas unos milímetros.
Luego ya lo único que recuerdo es habernos levantado de un salto de nuestros asientos al grito de mi padre para que recogiéramos todo y nos fuéramos tras él. En el camino, esto es, nada más salir de aquel zulo junto a los urinarios subiendo la escalera, la camarera pregunta a mi viejo, con una cara de asco infinito, si hay algo que no nos ha gustado. A partir de ese momento todo son improperios y juramentos de mi padre dirigidos hacia la camarera, el compañero que está en la barra y el cocinero que asoma de la cocina alertado por los gritos. Nos vamos, claro que nos vamos, dejando a nuestras espaldas una retahíla de acusaciones acerca de la honestidad de los responsables del local y, muy en especial, varios de aquellos cagüendioses con los que mi viejo hacía temblar la mole calcárea del Toloño cuando estábamos con él en Atxalde sacando piedras. Entonces, yo no me resisto y echo la vista atrás para descubrir que la camarera de marras nos sonríe desafiante desde la puerta de aquel antro como si la cosa no fuera con ella. Eso y que tampoco puedo evitar que al verla me acuerde de cierta candidata al gobierno de la Comunidad de Madrid, la cual, y por lo que sea, se me hace igual de maleducada y prepotente que la camarera que nos ocupa.





El otro día, más o menos desde donde está sentado el individuo de la foto, miraba hacía el horizonte, Kurutzmendi, Lendiz y Olarizu con la cruz que me recuerda la polémica de esta semana tras reiterar la junta administrativa del pueblo de Mendiola, a la que pertenecen los terrenos, su propósito de derribarla, primero en cumplimiento de la Ley de Memoria Histórica, o ya solo con el pretexto de desacralizar el monte. Respecto a lo primero, está más que demostrado que lo único franquista que había en esa cruz fue la plaza en recuerdo de los curas alaveses asesinados durante la Guerra Civil por iniciativa del gobernador civil de la época y otros símbolos ya retirados o ocultados. La cruz, en cambio, fue una iniciativa de tres particulares vitorianos, más cercanos al nacionalismo vasco que a otra cosa, entre ellos el fotógrafo, etnógrafo e historiador Gerardo López de Gereñu que tanto y tan bien hizo por promover todo lo relacionado con la lengua vasca en Álava y del que dudo que alguno de los de la junta haya oído hablar en su vida.
En cualquier caso, y en contra de la excusa de la J.A de Mendiola para derribarlo, la cruz de Olarizu es un símbolo local estrechamente relacionado con la romería que se celebra anualmente, más vinculado a las tradiciones populares que a la devoción religiosa. Y si lo fuera, ¿habría que derribar todos los que lo son en un país cuyo patrimonio histórico y cultural está intrínsecamente ligado al cristianismo por muy desacralizado que sea nuestro presente y muchos de nosotros, empezando por un servidor, ateos "practicantes"?
Pero no se trata de eso, claro que no, pues, aunque sí pueda serlo para los creyentes, para el resto de los vitorianos la cruz es un mero punto de referencia, "subir hasta la cruz", es decir, un referente sobre todo sentimental y patrimonial. Así pues, a qué viene pretender derribarla con la monserga de que es un símbolo religioso. Pues viene a que los cuatro iluminados de la junta administrativa de Mendiola han encontrado un filón, imagino que entre un pacharán y otro a los postres tras la alubiada de rigor en la sociedad del pueblo, para dejar huella en la pequeña historia del lugar pasándose por el aro del triunfo el deseo y los sentimientos de casi 260.000 vitorianos aprovechando los vericuetos legales que se lo permiten como representantes de los menos de 200 habitantes que tiene su aldea.
¿David contra Goliat? Más bien cuatro aldeanos (falsos porque la mayoría son venidos de la ciudad, como mi familia en su momento) echando un pulso a la capital que tienen al lado. Cuatro aldeanos de pega, eso sí, muy alegres y combativos, borroka porque toka, los cuales, se supone que a falta de campos o veredas a los que dedicar su atención, un día miraron hacia la cruz de marras y se preguntaron:
- ¿Qué hace ahí esa provocación nacionalcatólica?
- Eso, hip, hip. hip, putos fachas, putos curas.
-¡Hay que derribarla!
- ¡Eso, eso, que se jodan?
- ¿Quiénes, los fachas o los curas?
- ¡Los de Vitoria!
- Peros si nosotros somos...
- ¡Que se jodan!
- La que vamos a montar.
- Di que sí, que en este pueblo nos aburrimos mucho.
Pues en esas estamos, porque no hay nada más parecido a un ultra de derechas ignorante que un ultra de izquierdas ignorante, cada cual talibán de lo suyo, y nunca mejor dicho por lo de derribar los símbolos de otros; ambos van de la mano en eso de imponer a los demás su visión de la vida, sobre todo si es a las bravas para joder más y mejor al prójimo. Ahora, qué paradojas tiene la Historia, si al "Tío Tomás" le diera por resucitar en nuestra época seguro que la volvería a jiñar de un infarto al descubrir que ahora son los "presuntos aldeanos" los que quieren derribar las cruces.
Por lo demás, ni qué decir tiene que ahí hay un pedazo de novela a lo Kafka, una excusa ideal para verter sarcasmo a raudales intentando retratar la sociedad de memos aburridos y ensorbecidos de nuestros días. Ahora bien, yo solo se la recomendaría escribir a los muy entusiastas que priman el placer de la escritura y se conforman con un par de reseñas elogiosas o así, porque, para lo otro, el triunfo mediático, con trilogía incluida, ya saben, mejor un thriller con asesino en serie y mucho pintoresquismo local. Ya nos entendemos, ya. Eso y que ya me sé de uno al que no van a volver a invitar a comer patatas con chorizo en un txoko de Mendiola.



Leyendo en un banco de repente me fijo que tengo un montón de txiribitas delante de las narices. En ese momento siento que se me va la cabeza de lo que tengo entre manos a los aromas de la infancia. Campos de txiribitas a las puertas de la primavera de la vida. Recuerdos de las excursiones del cole a Estibaliz donde había una campa junto al santuario, sábados a la mañana subiendo a Olarizu, en el patio de la casa de los abuelos en Labastida, tardes en familia sobre la hierba en Landa junto al pantano, e incluso de las tardes entre semana después de clase en esa otra campa que había en la Avenida al lado de casa y donde ahora hay un palacio de congresos por cuyas paredes parece encaramarse ahora la vegetación que había antaño. Tardes de primavera tirado sobre la hierba deshojando margaritas o dientes de león; "me quiere, no me quiere, me quiere, no me..." ¿Quién? No sé, qué importa, entonces nadie, solo era un juego aburrido. Todo florece por primavera. Así también el recuerdo de los amores adolescentes en el entusiasmo primaveral de tu hijo mayor. Mayo de txiribitas y vírgenes, esplendor de otras épocas, la vida una noria que casi siempre nos pilla a desmano; pero, no adelantemos acontecimientos, todavía faltan días para mayo.




Bueno, ya me han vacunado a la vieja -léase con acierto porteño, o no-. Luego hemos pasado por los puestos del mercado de los sábados en Santa Bárbara a por unas patatas - de Sartaguda, simpáticos riberos- y unas cebollicas dulces para unas tortillas porque no estaba el día para picoteos de terraza y así. También ha caido una botellica de tinto del año que vendían unos de Lapuebla de Labarca; riquísimo. ¿Efectos secundarios? Pues como no sea que después de tener a la señora un mes en Oviedo super a gusto, más maja, entrañable incluso, un cielo de mujer, que no se quejaba de nada, que todo le parecía bien e incluso me trataba como si yo fuera adulto, ha sido volver a casa y que me tiene ya hasta los mismísimos cojones.
- ¿Te vas a tomar la botella tú solo?
- Los dos mano a mano.
- Estás loco.
- ¿No oiste a la enfermera que había que beberse una botella de vino por si los efectos secundarios?
- Yo no tengo de eso.
- Pero yo sí...
- ¿Y luego irás a quedar con tus amigos?
- Pufffffffffff
Por lo demás, ya podéis volver a aplaudir a los sanitarios, porque para desgaste tirarse toda la mañana vacunando viejos. Y digo bien, a ellos, porque, por lo que he podido observar, sobre todo son ellos.
- No, Saturnino, no le voy a dejar que se pinche usted mismo para que no le duela tanto.
-....
- Si no tiene efectos secundarios pasados los quince minutos, se puede ir a tomar vinos con sus amigos, o con quien le venga en gana, eso sí, hasta el toque de queda o lo que le deje Urkullu, sí..
-....
- También, Saturnino, de putas también... hasta el toque de queda.

A decir verdad, los vacunados se choteaban porque con el pinchazo sentían haber ahuyentado a la bicha después de muchos meses a resguardo, y eso, lo mires por donde lo mires, era bonito, mucho.




Aquí el Abascal con su cerebro en la mano, ya no sé si antes o después de berrear que la II República fue un régimen criminal y de ahí la necesidad del "alzamiento" militar y, se supone, los cuarenta años de dictadura con su genocidio incluido. Pero, oye, no digas que los de VOX son un cerdos fascistas, blanqueadores de los genocidas franquistas y, así en general, una puta escoria semihumana. No lo digas porque entonces el que crispas eres tú, que siempre andas dando la murga con el tema, contribuyendo a la polarización. Sí, que ya se sabe, Angelico dixit, que todos los extremos son malos... por igual. Seamos moderados, complacientes, maaaaaaaaaaaaaaansos. Porque en España no hay fascistas y los que lo parecen solo son patriotas en diferente grado de exaltación e indignación con la dictadura sociocomunista proetarra. Así que ¡Viva España, viva el Rey, el orden y la ley!. Eso, eso, gente de orden, sobre todo del suyo. Pues terminando, anda y que os den por culo, equidistantes de los cojones, cóm-pli-ces; "yo no soy ni de izquierdas ni de derechas, yo solo soy de mi casa..." Venga, FB, fulmíname de una puta vez, ya, ya estás tardando.



 Lecciones del pasado para un presente en ciernes.

Solidaridad y coraje, hermosas palabras que incluso en tiempos de miedo, miseria y mezquindad a raudales pueden aflorar en mitad del lodazal humano y, además, de la mano de ellas.
¨...une dizaine de Françaises "aryennes" qui eurent le courage, en juin, le premier jour où les juifs devaient porter l´étoile jaune, de la porter elles aussi en signe de solidarité, mais de manière fantaisiste et insolente pour les autorités d´occupation. L´une avait attaché une étoile au cou de son chien. Une autre y avait brodé: PAPOU. Une autre: JENNY. Une autre avait accroché huit étoiles à sa ceinture et sur chacune figurait une lettre de VICTOIRE. Toutes furent apprèhendées dans la rue et conduites au commissariat le plus proche. Puis au dèpôt de la Préfectute de police. Puis aux Tourelles. Puis, le 13 août, au camp de Drancy. Ces "amies de juifs" exerçaient les professions suivantes: dactylos. Papertière. Marchande de journaux. Fémme de menage. Employée des PTT. Étudiants."

DORA BRUDER - Patrick Modiano