domingo, 21 de febrero de 2021

AZKEN EGUNOTAKOA



Atzo txikerraren tutoreak hots egin zidan txunditurik bezain kezkaturik zegoela esateko, gure txikina goizerdian gelako neska batekin errieta egin eta, hain suminduta zegoela, bere aurpegian kolpeka eta atzamarka hasi zela. Nik banekien, etxera heldu orduko musuko atzarmakadak ikusitakoan galdetu eta egunero bere atzetik izorraketan joan ohi den neskatoaren kontra ez oldartzeko bere buruari eraso egin nahiago izan ziola esan zidalako. Irakasleak aho bete hortz geratu zela aitortutakoan nik hori haurrari normala zitzaiola azaldu nion. Halere, bazegoen hitz bat buruan etengabe bueltaka ari zitzaidana: egoskorra, bere aita bezainbestekoa. Hitz ezin egokiagoa zein etxekoagoa gure txikiaren kasketak zuzen, zehatz, definitzeko. Tamalez, erdaraz ari nintzela ez nuen ordezkorik topatu eta inguru-minguru bat bilatu behar izan nuen txikerraren jokabidea zuritu nahian edo.

Honezkero, irakasleak esan zidan oso kezkatuta zegoela ere M.k hitz gordinak erabiltzen dituelako oso sarritan.

-Zein hitz gordin? - galdetu nion:

- "Joder", "hostia", "puto". " -erantzun zidan.

-Klase erdian?

-Ez, bere lagunekin.

-Eta?

-Ez dut uste dela oso...

-Lasai, irakatsiko diot non, noiz edo nola erabil ditzakeen inor ez aztoratzearren.

Orduan, aitortu beharrean nago ni sano egosten hasi nintzela tamainako saindutxo hostiajale purtzil baten aurrean, 30 urte ingurukoa, ni 51.rekin fraideetara bueltan banengo bezala, hitzen egiazko gordintasuna erabiltzeko asmoan ez baletza bezala.






 -Hau lotsagabekeria, hau!


-Bai, erretore jauna, lotsagabekeria galanta, bai!

-Ez dago eskubiderik emakumezko baten gona, ipurdia agerian lagata, altxatzen duen haurraren irudia erakusteko!

-Ez, ez dago, bekatua da, bekatu larria!

-Emakumezkoen duintasunaren kontrakoa da, heteropatriarkatuaren adierazpide garbia. Zer dela eta ez dizkio gizonezko bati prakak eraisten bere ipurdi bilotsua denok ikus dezagun!

-Barkatu, erretore jauna; baina, ez al da bekatua Jaungoikoaren legearen kontra delako, emakumezko baten haragi gordina erakusten duelako, lizunkeria sustatzen duelako?

-Ein? Zera... Zein mendetan gaude, ba?

-XVII mendean, erretore jauna, non bestela?

-Hara, barkatu, seme-alaba maiteak, barkatu. Mendez okertu naiz. Garaietan zehar bidaiatzen naizenez geroztik etengabe nahasten naiz eta... 




Bilbao Exhibition Center, Basque Culinary Center, Bilbao BBK Live, Azkena Rock Festival, Zarata Fest, Getxo Sea Week, Donostia international Physics Center… eta oraingoan, gaur bertan, inauguratu egin dute jeltzale maiteek, Energy Intellegence Center. Bitxia bada ere gure agintari abertzaleek gazteleraren inposaketa salatzetik ingelesa inposatzera aldatu dira. Gehienek ez dakite ingelesez; baina, horrela internazionalistagoak garela diote, nazioarteko joerari eutsi beharrean gaudela, ingelesezko izenak dituzten erakunde guztiok euskaraz izatekotan ziplo baliogabetuko balira bezala. Ba hori, kosmopaletismoaren ajeak: autokonolizazio ergela. 


UN AMOR - SARA MESA



 Un amor, de Sara Mesa: la narrativa española actual y sus tendencias

Txema Arinas 20 de febrero de 2021:
https://letralia.com/lecturas/2021/02/20/un-amor-de-sara-mesa/?fbclid=IwAR2VxW1Udx98_o31CMnQ-LYFtLtlgZziQVOeOAFRGi24H3LqR7jHOfUPjcY

Un amor, de Sara Mesa, ha encabezado la mayoría de las listas de libros publicados durante el año 2020 recomendados por los críticos de mayor prestigio de España, entre otras la que elabora El Cultural, suplemento literario del periódico El Mundo, o el acaso todavía más renombrado suplemento literario de El PaísBabelia.

Un amor transcurre en La Escapa, un pequeño núcleo rural sin concretar de la geografía española, si bien la descripción neutra, indefinida y sin particularismos locales reconocibles del paisaje y el paisanaje invita a situarlo en cualquiera de las dos Castillas, adonde la protagonista. Nat, una joven e inexperta traductora, decide trasladarse a La Escapa tras un incidente acaecido en su anterior vida, inminentemente urbana. Su casero le regala un perro como gesto de bienvenida, convirtiendo el regalo en el primer escollo al que tendrá que enfrentarse. Sin embargo, tanto los conflictos con su casero como su torpeza para relacionarse con sus vecinos, esto es, para adaptarse a la peculiar sociología del lugar y entender el ritmo de vida por el que se rige la gente del campo, a lo que hay unir la sobreexposición a la opinión de los demás propia de la vida en una pequeña comunidad a poco que alguien se salga de los estrechos límites de lo que la mayoría considera aceptable, la siempre indeterminada y opresiva normalidad, provocarán que la relación de Nat con los habitantes de La Escapa derive en mutua incomprensión e incluso en una latente hostilidad. Así y todo, Nat acabará entablando vínculos con Píter el hippie, la vieja y demente Roberta, un matrimonio joven de ciudad que pasa los fines de semana en La Escapa y cuya casa linda con la de nuestra protagonista, y, sobre todo, con Andreas el alemán, un extraño, hermético y a ratos atrabiliario personaje con el que iniciará una relación íntima casi que por accidente y sin perspectiva alguna de llegar a ninguna parte ya desde el momento uno. Una relación de continuos silencios y equívocos que acabará desquiciándola a pesar de su empeño en relativizarlo todo, y que será, en buena parte, una extensión de su incapacidad para adaptarse a un medio donde esa nueva vida que deseaba emprender amenaza, ya no sólo con estancarse, sino incluso con derrumbarse del todo.

Un amor es la historia de un personaje que no consigue encajar porque no deja de ser, y puede que eso sea precisamente lo que, aun y todo, hace que esta novela sirva de alegoría de nuestra época, alguien incapaz de ver más allá de sus propias narices.

La novela ha sido descrita por la crítica de relumbrón, vamos, la de los grandes suplementos literarios de los medios españoles, como una alegoría de nuestra época, la cual dicen que se caracteriza por la incertidumbre e indefensión del ser humano ante los cambios a los que están expuestas nuestras sociedades modernas como consecuencia de la universalización de lo digital y la sensación de impotencia ante todo aquello que nos deshumaniza y condena a una precariedad no sólo económica sino sobre todo social. Una modernidad que promueve un individualismo extremo que nos desconecta del resto de nuestros semejantes y hace cada vez más difícil, e incluso inaccesible, la comunicación entre las personas. Pues bien, no niego que esas sean las características de la modernidad que nos ocupa, lo que niego es que Un amor sea sólo esa alegoría de nuestra época. En realidad, sería la de todas las épocas de nuestra especie si tenemos en cuenta que lo que yo he encontrado ha sido una tragedia al más puro estilo clásico, griega que le dicen. Una historia que ha sido mil veces contada antes y que, probablemente, será contada otras tantas de aquí a la extinción de la humanidad, porque en eso reside precisamente la universalidad de lo clásico, en que los temas que trata la tragedia griega son eternos. De ese modo, en Un amor de Sara Mesa lo que encontramos de verdad es el conflicto entre el individuo que lucha por ser fiel a sí mismo en conflicto con las leyes y tabúes de la tribu, el héroe que antepone su libertad a la hostilidad del rebaño. Es en ese contexto donde sitúo la historia de Nat y su insolvencia para adaptarse a un medio en el que ha aterrizado por su propia voluntad y con el que choca, tanto por su ignorancia de las normas no escritas por las que se rigen la mayoría de las pequeñas comunidades humanas, como por cierta indiferencia, si no soberbia, en el trato con sus nuevos vecinos, como si no fuera consciente, o no quisiera serlo, de que al cambiar de un medio urbano a otro rural el modo, los códigos para relacionarse con sus semejantes, también son otros. Así pues, Nat no se me antoja el protagonista de una tragedia clásica que se enfrenta a enemigos cuya razón de ser no es otra que su empeño en despojar al protagonista de su condición de héroe por pura envidia o maldad innata. No, la protagonista de Un amor sería en todo caso una heroína descafeinada en comparación con la Madame Bovary de Gustave Flaubert o la Ana Ozores de La Regenta de Leopoldo Alas Clarín, verdaderas víctimas de una época y una sociedad heteropatriarcal que restringía su libertad o condicionaba su destino en función de su género. La tragedia que se vislumbra en la historia de Nat, y que ya adelanto que no llega a materializarse del todo, es más producto de las limitaciones de ésta para desprenderse de los prejuicios de su mentalidad urbanita y de su educación tan en supuesto contraste con la de la mayoría de sus nuevos vecinos, es la consecuencia lógica, esperada, de un modo de vida y unas decisiones que la predispondrían al rechazo de un entorno hostil por principio a las personas de su condición. En la novela de Sara Mesa no hay remedo alguno de la película Perros de paja (1971), de Sam Peckinpah, es decir, vecinos, aparentemente pacíficos que al primer roce con la recién llegada desatarán una violencia desproporcionada como venganza. Ni mucho menos, Un amor es la historia de un personaje que no consigue encajar porque no deja de ser, y puede que eso sea precisamente lo que, aun y todo, hace que esta novela sirva de alegoría de nuestra época, alguien incapaz de ver más allá de sus propias narices, de concebir una realidad distinta a aquella de la que procede, a replantearse incluso los motivos de su aislamiento como consecuencia de la soberbia que la hace pensar que son los demás los que deben adaptarse a ella y no al revés. Nat es un claro exponente de ese individuo contemporáneo tan pagado de sí mismo, tan acostumbrado a la comodidad de todo lo que cree consustancial a su existencia, tan limitado en su concepción de todo lo que no sea su espacio de confort. Podríamos decir que se trata de un émulo actualizado de El hombre sin atributos (1930-32) de Robert Musil; acaba dándose de bruces contra una realidad de la que no sólo desconoce sus mecanismos internos de sociabilización, sino a la que tampoco sabe enfrentarse. Porque, a decir verdad, Nat no estaba preparada para vivir fuera de su pecera y de ahí que ni siquiera sepa enfrentarse, o no quiera, ni siquiera a la mala bestia de su casero. Nat es el prototipo humano de nuestra época, la modernidad al desnudo.

Ahora bien, esta tragedia contemporánea tiene varios elementos que la hacen destacar por sí misma. Por un lado, la perspectiva femenina que aporta su autora, esa que puede que les faltara a las heroínas decimonónicas de Gustave Flaubert y Leopoldo Alas Clarín para ser del todo creíbles y no tanto una interpretación del alma femenina desde un punto de vista esencialmente masculino. La historia de amor de Nat, siendo como es apenas una excusa para presentar un fresco de época al igual que lo fueron las de Emma Bovary y Ana Ozores, nos es narrada desde una perspectiva femenina, pues, para qué engañarnos, por muy universal que se pretenda ser como autor siempre se estará condicionado por lo que se es, o cómo se es, en mayor o menor medida. De ese modo, no es que la autora indague en el alma femenina a la hora de contarnos en tercera persona cómo se remueve el interior de Nat como consecuencia de la convulsión emocional que sucede durante y sobre todo después de su atropellada, por decirlo de alguna manera, relación sentimental con el Alemán —¿se le podría llamar amor cuando es ella la primera en resistirse a tildarlo de tal?—, sino más bien en la de nuestra protagonista, y pare de contar, no vayamos a caer justamente en la misma petulancia de la que hacían gala los autores masculinos decimonónicos cuando generalizaban acerca de la condición femenina a través de sus personajes. Con todo, y acaso porque estos autores a los que me refiero se dedicaron con denuedo en el pasado a interpretar la susodicha alma femenina desde un prisma exclusivamente masculino, la autora de Un amor también se permite hacerlo desde su prisma femenino con apuntes del tipo “Al acercarse comprueba que no están discutiendo, sino que habla como a veces hablan los hombres, con esa mezcla de ironía, camaradería y rudeza”.

Ahora parece que ya no hay tiempo que perder leyendo eso que podríamos considerar la grasa de la novela.

A decir verdad, estoy convencido de que, no tanto la dichosa modernidad como la evidente excelencia de la novela, se debe en esencia no tanto al contenido argumental como al modo como se cuenta, esto es, al estilo, por supuesto. Un amor está contado con una eficacia narrativa que, sinceramente, apabulla. Frases cortas, la mayoría de ellas exactas, cuidadas al máximo. No falta nada, tampoco sobra. Se diría un trabajo minucioso de orfebre que ha estado tallando a cincel el texto con el fin de despojarlo de todo lo que pudiera parecer accesorio, tanto en lo que se refiere a los diálogos, ni más ni menos que lo estrictamente necesario para decir mucho con poco, como en la parte narrativa. El resultado es una novela que se lee de tirón porque es la escritura, el estilo, quien te coge del cuello y te lleva a través de una historia en apariencia pequeña, insustancial incluso, también irritante a ratos dado que el personaje a veces lo es y con ganas:

—La caja es para ti, puedes quedártela, es un regalo.

Un regalo malicioso, piensa Nat, como si tarde o temprano fueran a aquejarla todos esos males, pero que le agradece el detalle.

No es de extrañar, por lo tanto, que la novela haya deslumbrado a tantos críticos, que incluso pueda ser catalogada como del máximo exponente hasta el momento de esa tendencia de la narrativa española de los últimos tiempos, la cual consiste precisamente en aligerar los textos de lo que hasta no hace mucho eran circunloquios o digresiones que eran consideradas ocasiones propicias para que el autor se luciera con sus ocurrencias casi que al margen de la trama de la novela. Ahora parece que ya no hay tiempo que perder leyendo eso que podríamos considerar la grasa de la novela, esto es, lo sobrante, lo que nos distrae de la trama como tal. Los tiempos modernos lo son sobre todo de dietas, hay que estar en forma a toda costa porque al lector moderno no le da el tiempo para abarcar toda la oferta que tiene delante de sus narices entre lo que editan, lo que echan en Netflix y el tiempo que dedica a navegar por Internet o a perderlo ya directamente en las redes sociales. De modo que toca pasar de las grasas, por muy suculentas que sean, e ir directamente a la fibra. De hecho, creo que incluso la propia autora de Un amor, Sara Mesa, ha sido la primera en poner a dieta el estilo de sus anteriores novelas, en concreto el de Cicatriz (2015) y La mala letra (2016), sin que yo acabe de asumir que haya sido para mejor. Una pena porque, siguiendo con el símil gastronómico hasta el final, hay grasas de todo tipo y no se puede comparar la de la carne de cerdo o de ave con la de ternera, sobre todo si es de chuleta vieja, y no digamos ya con la de cordero lechal, la más sublime de todas. Así pues, entiendo que la narrativa actual consista en condensar al máximo todo lo exquisito de la narración, es decir, en buscar la perfección narrativa a toda costa. Sin embargo, por mi parte y ya para rematar el símil gastronómico, yo confieso que sigo siendo más de chuletón veteado de grasa que de solomillo de ternera, esto es, más de atracón con su correspondiente botella de buen tinto que de deleitarme al máximo con poco a riesgo de quedarme con hambre. Pero bueno, lo de siempre, cada cual sus gustos.

Toca preguntarse si la narrativa española de estos últimos años se ha reencontrado con lo rural y, sobre todo, por qué y cómo.

Luego toca destacar otra de las tendencias que percibo en buena parte de la narrativa española actual. Evoco algunos de los éxitos de venta y crítica de estos últimos años y descubro libros que tienen el entorno rural como escenario e incluso como protagonista, y todos estos, además, escritos desde puntos de vista, incluso géneros, muy diversos. Por un lado, está Intemperie (2013), de Jesús Carrasco, un western en toda regla ambientado en el campo extremeño durante lo más crudo del primer franquismo. A continuación, me viene a la memoria un ensayo también de éxito: La España vacía (2016), de Sergio Molino, sobre lo obvio. Luego Ordesa (2018), de Manuel Villas, con un trasfondo autobiográfico que se desarrolla en su mayor parte en un escenario de provincias más cercano a lo rural que a lo urbano. Por último, recuerdo La forastera (2020), de Olga Merino, una historia con un personaje femenino que regresa a su pueblo perdido en mitad de una nada rural tras su correspondiente trauma a hombros y cuyo paralelo con la novela que nos ocupa es más que evidente, aunque los presupuestos narrativos y los protagonistas de la novela de Merino diverjan bastante de la de Sara Mera. Seguro no son todos los libros de éxito, insisto que de ventas o de crítica, que se podrían traer a colación, sólo aquellos que yo he leído en estos últimos años. En cualquier caso, estimo que son suficientes para poder establecer que hay un cierto reencuentro de la narrativa española actual con ese campo tan recurrente en esa otra de los años del franquismo y poco más allá de la Transición, en concreto la narrativa que arranca con el Pascal Duarte (1942) de Cela, en esencia un epígono de la picaresca española, continuaba con casi toda la obra literaria de Miguel Delibes, José Jiménez Lozano e incluso Ramón J. Sender con su maravilloso Réquiem por un campesino español (1960), y, siendo consciente de que me dejo muchos nombres en el tintero por falta de tiempo y espacio, desemboca en Julio Llamazares como una verdadera rareza, un mohicano de lo suyo, en medio de una narrativa contemporánea cuyos escenarios parecían haber mudado del campo a la ciudad definitivamente. Dicho lo cual, toca preguntarse si la narrativa española de estos últimos años se ha reencontrado con lo rural y, sobre todo, por qué y cómo. ¿Es una tendencia que refleja en cierta parte la huida al campo de un prototipo de urbanita que, gracias a las nuevas tecnologías, se puede permitir el lujo de seguir trabajando en lo suyo en mitad de campo, una tendencia que encima se ha agudizado durante el último año como consecuencia de la pandemia de la Covid-19? ¿Es una falsa narrativa rural porque sus autores no dejan de ser urbanitas que han estirado demasiado el concepto de periferia teniendo en cuenta que su modo de vida no varía en lo sustancial pues siguen dedicándose a lo mismo a lo que se dedicaban en la ciudad? ¿Lo es también porque, lejos de retratar con conocimiento de causa el medio rural en el que ambientan sus obras, lo que hacen es verter su mirada prejuiciada sobre lo que les es tan desconocido como en buena parte hostil? Son preguntas sobre las que nos podríamos extender largo y tendido; pero que, a la vista de lo que nos espera, siquiera sólo en esto de la literatura, durante los próximos años debido a la catarata de novelas con el tema del reencuentro con el campo provocado por la pandemia que sin la más mínima duda irán llegando a las librerías, considero que es mejor pecar de prudentes y esperar a ver qué nos deparan para poder tener una verdadera visión de conjunto.

Por último, y volviendo a la novela que nos ocupa. ¿Es Un amor de Sara Mesa la gran novela del 2020 tal y como nos la han presentado los críticos literarios de los grandes medios? ¿Está condenada de verdad a ser un clásico? Pues, y esto sólo por si todavía queda ahí alguien al que pudiera importarle mi opinión, en estos casos yo acostumbro a rescatar dos concepciones contrapuestas sobre la literatura. Por un lado, la definición que hacía el gran escritor cubano Guillermo Cabrera Infante cuando decía que era imposible hacer verdadero arte en literatura si ésta no venía desprovista de una mirada ideológica, incluso de una concepción temporal de ésta, que eso siempre derivaba en el panfleto. Una definición que, si la aplicáramos a la novela de Sara Mesa, nos indicaría que estamos ante una buena candidata al título de obra de arte. Y por el otro, la de Rafael Chirbes, el escritor al que acusaron de haberlo hecho todo al revés porque, en un tiempo en el que los escritores estaban empeñados en hacer obras de arte, incluso ya sólo obras amenas o amables en exclusiva, procurando alejarse lo máximo posible de lo ideológico y, sobre todo, de lo que ellos creían que era la absurda pretensión de dejar testimonio de su tiempo para las futuras generaciones, él se empeñó en reivindicar a Benito Pérez Galdós. Por mi parte, me temo que estoy con Chirbes.

viernes, 19 de febrero de 2021

FUNANBULISTAREN BELDURRA - KARLOS GORRINDO

 


Karlos Gorrindoren "Funanbulistaren beldurra" edota lubakitik ezin aterazko literatura edo dena-delakoa: http://www.uberan.eus/?komunitatea/Txema/item/funanbulistaren-beldurra-karlos-gorordo


“-Batzarretan euskara darabilgu ezelako arazorik gabe. Hizkuntza estrategikoa dugu bokerek uler ez dezaten zertaz hitz egiten dugun. Baina uste dut ahalegin handiagoa egin behar genukeela egunerokotasunean darabilgun hizkuntzari dagokionez.

-A zelako txorrada! -ean zuen irri lotsatiaz Isilak-. Hemen gehienok badakigu euskara. Euskaldun peto-petoak gara.

-Euskaldun petoa izateak ez du esan  nahi euskara jakin eta ez erabiltzeko eskubidea ematen duenik.

-Mesedez, Juankar, zertara dator batzar hau? -esan zuen Juanitok-. Bakoitzak jakingo du zein hizkuntzatan berba egin. Ezin da inor behartu gaztelaniaz edo euskaraz hitz egitera.

-Ez da behartzea, Juanito. Kontzientzia kontua da, ideologikoa, erakundearen estrategiaren oinarrizko premisa. Nor gara gu? Zer gara? Zer nahi dugu? Zergatik gaude kartzelan? Zer lortzeko? ETAkoak garelako gaude kartzelan. Lotsagarria da, onartezina, Euskal Herri euskaldun eta subiranoaren aldeko borrokan, hori aldarrikatzen dutenen aldetik sentiberatasun txikiena ere ez izatea euskararen alde.

Ez zen inolako debaterik sortu euskararen inguruan. Isilik geratu zen mundu guztia, Neneren aipamenaren ostean:

-Izan dezagun zentzu apur bat. Kontzientzia gaitezen sustraiko eta oinarrizko diren arazoez. Nor garen eta zer nahi dugun dago jokoan.

 

Bai, Karlos Gorrindoren Funanbulistaren Beldurra etakide ohi baten hamasei urteko kartzelaldiaren kronika da, material humanoa eta literarioa erabiliz, kotrazalean bertan ondotxo jakinarazten digunez, musika lagun eta ezer baino lehen bere egia kontatzen diguna. Izan ere, liburua da etakide ohi baten eboluzioaren kronika, hau da, ETAn nola eta zergatik sartu zen kontatzen diguna, behin atxilo hartu eta gero kartzelan bizi izandako urteak idazgai dituena, gainerako etakideekiko zein, batik bat, ETArekiko gorabeheren berri ematen diguna. Bada, beraz, kapituluz kapitulu, urtez urtez, ETAren diziplinatik urrunduko duen eboluzio baten egia. Esan bezala, kontrazalean bertan honako galdera hau egiten dio liburuak irakurleari. “Entzun nahi duenik bada?” Galdera, aldiz, oso bestelakoa izan behar litzatekeelakoan nago ni: merezi al du Karlos Gorrindoren egia irakurtzea?

Ezin uka kronika honen balioa testigantza gisa, ez eta zenbait pasartetan presoak pairatu beharreko ezinegonak zein desengainuak nola edo hala, ezinbestez, eragiten duten enpatia ere. Kronika hau badago, gainera, oso polito idatzita, oso idazkera txukuna eta arina, nabari zaio Gorrindori euskaltzaletasun zintzoa bere sokako asko eta askoren aldean, hau da, euskararen izenean ere hainbeste errugabeko garbitu zituztenen aldean gure hizkuntza maitearen ospe ona Gorrindoren helburu politikoekin bat egiten ez zuten euskaldun zein erdaldun asko eta askoren begietara lardaskatuz. Eta egon, badaude ere zenbait pasarte benetan mamitsuak etakide presoen arteko nondik norakoen berri zuzena, egiazkoa -hau da, ez beste egile batzuek fikzioaren aldetik kontatutakoak- jasotze aldera; esaterako, gorago, nire hitzokin hasi aurretik, euskararen kontura transkribatutako pasartea. Eta badago ere, ETArekikoak alde batera lagata, zenbait pasarte oso politak kartzelako egunerokotasunaren gainean, batez ere protagonista Valentziakoan zegoela preso transexual batekin hasitako harreman zintzo eta polita, kartzeletako bizimodu perilos eta petralaren berri emateaz gain jatorri zein aurri ezberdineko gizabanakoen arteko elkar ulertzearen adibide ederra, ia hunkigarria, dena.

-Jode Yoli, te comen con los ojos!

-Todas son una panda de mariquitas miedosas -esan zidan Yolik, hizkuntzaren erabilera femeninoa aukeratuta, bere burua ar eta gizontzat zituzten preso gizonezkoengandik bereiztearren.

-¿Por qué estás en la cárcel?

-Le corte los huevos a un hijo de puta, mientras me violaba por la boca.

-Y aquí, ¿ya te respeta la gente? -galdetu nion jakin-minez-. Se ve que tienes carácter, pero…

-Me hago respetar, no soy una gualtrapas. Sé lo que quiero y me busco la vida.

-Y tu gente de la calle, ¿cómo lo lleva que estés en la cárcel?

-Mi padre es un hijo de puta. A mi madre la adoro. Me está ayudando en lo que puede. ¿Por qué no quieres que vaya contigo a desayunar a tu celda? -aldatu zuen hizpidea Yolik.

-No lo sé. Por el que dirán, tal vez. Por mis prejuicios aún. Eres una persona educada y encantadora, y por suerte para ti, muy diferente a la que pulula por aquí. ¿Por qué quiers venir tú a desayunar conmigo a la celda?

-No me gusta desayunar sola.

Gainerako guztia, ordea, ETArekin zein bere inguruko gehienekin, hausten duen disidente baten egia, hau da, urteak joan ahala eta hauekin borroka armatuaren endekapen etiko zein estratejikoaren aurrean, bere noragabeko egoera larriari begira ere bai. Funanbulistaren Beldurrako etakidea bada beraz alde horretatik Pako Aristik Rosa itzuli da (2018, Erein) liburuan fikzionatu zuen etakidearen ifrentzua, hau da, ezertaz damutzen ez den Rosa preso ohia, baita Mikel Antzak Atzerria (Susa, 2012) nobelan aurkezten digun militante eredugarriarena ere. Funanbulistaren Beldurra.ko etakidea ez da eredu, ez, guztiz kontrakoa baizik, porrot handi eta batez ere tamalgarri baten exenplua baizik.

 

Hala eta guztiz ere, kronika hau lubakitik idatzita omen dago lubakikoendako, hau da, protagonistaren moduan ETAren zein bere garaiko ezker abertzaleen buruzagien estrategiarekin etsita zegoen militante beti zintzoak zein bere biziaren urterik onenak Euskal Herriaren balizko askatasunaren alde eman dituenak idatzita. Ez dago liburuan, ez, ETAk eragindako min edota kalteei buruzko inolako gogoeta kritikorik, ez dago autokritikarik euskal gizarteak azken hamarkadotan ETAren bortizkeria errukigabekoaren erruz jasandakoari buruz. Eta, jakina, ez dago inolako aipamenik ere ETAren biktimen gainean. Ez dago, beraz, Ruben Sanchez Bakaikoaren Hondarrak (Txalaparta, 20219)  nobelan  Tupa etakideak  liburuaren barrenenean eragindako min eta kalte osoari buruz egiten duten gogoeta bezalako beti ere euskal gizartearen etorkizuneko elkar-adiskidetzeari begira.  Zergatik ote? Protagonista ez da damutzen bere militantziaz, hau da, euskal gizarteari egindako min zein kalteez, ETAk bidean utzitako hildakoez, bere erakundea zenak zein zenbait borrokaidek hartutako erabakiez baizik, hau da, gauzak oker egin izanaz, ez gauzak gaizki izanaz. Horrenbestez, Funanbulistaren beldurra omen da egilearen lubakikoendako propio idatzitako kronika, hau da, ETArekin zergatik eta zelan apurtu zuen azaltzeko, agian zuritzeko, baina beti argi eta garbi utzita beste batzuk izan zirela ETAk aurreneko urteetan hartutako bide zuzenetik aldendu zirenak, hau da, abertzaletasun zintzo eta pairakorretik. Gorrindoren lubakitik at gaudenondako, ordea, lekukotza interesgarria izan liteke bera bezalako etakideen ikus/pentsamoldeen nondik norakoak apurtxo bat gehiago ezagutze aldera, hau da, hainbat hamarkadatan euren helburu politikoak indarrez inposatu nahi zizkigutenenak; baina, lekukotza bezala, zer esanik ez, bada ere etsigarri samarra ere, ez baitzaio behin bakarrik ere etsai izandakoaren ikuspuntuak nola edo hala aintzat hartzeko, hots, ulertzeko zein ere onartzeko inolako saio edo asmorik antzematen.

 

Gauzak horrela, nola ez galdetu nire buruari, enegarrenez, euskarazko literatura ETAren aldeko edo inguruko lubaki barrukoendako propio egindakoa den ala ez, hau da, ezer baino lehen ezker abertzale klasiko eta batik bat ortodoxokoa omen den irakurlego batendakoa. Badakit, ezetz, jakina, ez dela halakoa, osorik ez behintzat, badagoela ere ETAren jarduera eta ezer baino lehen bere krimenak, baita ezker abertzalekoen nondik norakoak ere, gogor, zorrotz, zintzo, gaitzetsi egin dituzten euskarazko idazleak. Izan ere, behin baino gehiagotan zerrendatu ditut ETAren zein bere aldekoen lubakikoekin txit kritikoak izandako euskarazko liburuak, eta horrexegatik ere oraingoan ez dut beste zerrenda bat berriro egiteko gogo apurrik. Halere, oso bitxia da gero azken bolada honetan, kontakizunaren leloaz ari garela, argitaratzen diren euskarazko liburu asko eta asko ETAko militante ohiak edo protagonista izatea, eta bat ere ez ETAk eragindako biktimak. Bestela esanda, oso nabarmena da, menturaz adierazgarria bezain harrigarria, euskarazko literaturan borreroak hain maiz protagonista edo gutxienez idazgai izatea, eta erdarazkoan aldiz ETAren biktimak, biktimei buruzko nobelak edota biktimek idatzitako kronika gehienak erdaraz baino argitaratzen ez baitira azken bolada honetan. Edo are gordinagorik esanda: batez bestekoa hain ezberdina dela egiaztatuta, nola ez oldoztu, ondorioztatu, honako hau: euskara ez al da borreroen eremua, borreroak ez direnekoa baina, nolabaiteko heroi edo eukal gudari zintzoen hizkuntza baizik, eta erdara ordea azkenon biktimena, etsaiaren hizkuntza ote? Azken hau, jakina, benetan egia balitz, nik esango nuke euskalgintzak arazo larria duela, oso. Nolakoa gainera, lubakiak berak irensterainokoa, hain zuzen.

 

 

Txema Arinas

Oviedon, 2021/02/19

martes, 16 de febrero de 2021

JUSTICIA VÍRICA - TXEMA ARINAS


 

JUSTICIA VÍRICA: Un relato negro con asesinos en serie y el coronavirus de por medio: https://www.solonovelanegra.es/justicia-virica-por-txema-arinas/


— Antes que nada, inspectora, disculparme por tener estar conversación con usted…

— De tú, trátame de tu, que nos conocemos desde hace años.

— Contigo. Perdona que tengamos que hablar por Skype; pero, ya sabe… sabes, las circunstancias de la pandemia nos impiden quedar, de momento, en un lugar público para poder charlar distendidamente.

— Tranquilo, si hace ya dos semanas que pillé el bicho y todavía estoy en cuarentena.

— Vaya, lo siento. La verdad es que los que estamos todos el día en contacto con la gente estamos cayendo como moscas. Yo lo pasé a principios de abril del pasado año: asintomático. Si en aquel momento los jefazos del periódico no nos hubieran obligado a hacernos una PCR a todos los de la redacción, ni me habría enterado de que lo había cogido.

— Yo no he necesitado acudir al hospital; pero, la verdad es que los primeros cuatro o cinco días los pasé mal de veras. Unos dolores de cabeza insoportables. No podía dormir. Me reventaba la cabeza. Eso y que cada dos por tres tenía que ir corriendo al baño porque me iba por la pata abajo. Menos mal que el médico me dijo que no me preocupara hasta que no empezara a tener problemas para respirar, que ni se me ocurriera acercarme hasta el hospital porque los míos eran síntomas leves y ellos ya no daban abasto con los que presentaban graves. Y la verdad es que pasados cincos días ya empezaron a remitir los dolores de cabeza y la diarrea. Ahora estoy con las secuelas; he perdido el olfato y el gusto. De modo que, para qué vamos a quedar a tomar un vino, aunque fuera en una terraza pasando frío o empapándonos con la lluvia, si me va a saber a lejía. Para eso mejor quedarse en casa.

— Dentro de lo malo tampoco ha sido para tanto. Los hay que…

— Que no salen, no. Como ese famoso hijo de puta asesino que la palmó hace un par de días de Covid y del que supongo que quieres hablar conmigo. ¿Por qué si no me ibas a llamar después de tanto tiempo, sobre todo después de que me destinaran a ordenar papeles en el cuartel de Erandio?

— Pues sí, quería hablar contigo de Kepa Larrinaga, el último asesino en serie que ha habido en la ciudad después de aquel famoso y todavía más letal del XIX.

— Sí, un verdadero emulo contemporáneo del famoso Sacatocinos.  

— Cualquiera diría que Larrinaga había cogido el testigo de una…

— ¿Tradición local? No me toques las narices, que ya me las tocasteis bastante en su momento tú y todos tus colegas de la prensa.

— En cualquier caso, Larrinaga solo mató a dos personas y el famoso Sacatocinos a más de media docena, todas ellas mujeres.

— ¿Solo dos? ¿Tú también con esas?

— La justicia lo condenó las  muertes del empresario de máquinas tragaperras Félix Ruiz de Ocenda y la abogada Itziar Moreno.

— Pero sabes que también fue sospechoso de la muerte de la maestra Irene Zamudio y del ferretero gallego Amancio Ferreira.

— Solo pudimos demostrar las dos primeras, y eso gracias al fallo que cometió cuando, tras degollar a la abogada Itziar Moreno, se supone que tras un desacuerdo con ella por uno de los muchos asuntos que le llevaba, acudimos a su casa, al constar su nombre entre las notas de la fallecida,  y encontramos, no solo el cuchillo con el que había cometido el crimen, sino también un manojo de llaves perteneciente al empresario de las tragaperras, el cual había sido asesinado hacia meses antes con un destornillador.

— Los únicos asesinatos que reconoció haber cometido.

— En el caso de Amancio Ferreira pudimos demostrar que lo había conocido en el restaurante Otxandio que había enfrente de la antigua estación de autobuses a la que acudía semanalmente para coger el autobús que lo llevaba a Madrid donde vivía desde hacía ya un año. Amancio era el dueño de la ferretería donde había comprado el cuchillo de monte con el que mató a la abogada Moreno. A Amancio le atacó en su ferretería, lo dejo desangrándose atado a una silla con varias cuchilladas. Sin embargo, nunca pudimos demostrar su presencia aquel día en la ferretería y menos aún que el cuchillo con el que se cometió el crimen era el mismo que le había vendido la víctima.

— Con todo, el más terrible de todos fue el de la profesora.

— Como que encontramos el cuerpo descuartizado de la mujer en el interior de seis bolsas junto al portal de la casa donde vivía. Luego ya al subir al piso lo primero en lo que reparamos fue en que la puerta del domicilio no había sido forzada, por lo que la víctima podía conocer a su asesino y haberle flanqueado la entrada. La casa estaba limpia, inmaculada, y el arma homicida, otro cuchillo de monte del que tampoco pudimos averiguar su procedencia, apareció sin ellas sobre la cisterna del cuarto de baño. El cuerpo había sido desmembrado con precisión, lo que nos llevó a pensar al momento que el asesino era un carnicero, un matarife o un traumatólogo. Larrinaga, porque a mí no me cabe ni la más mínima duda de que fue él el asesino, empleó entre hora y media y dos horas en acabar el macabro trabajo después de quitar la vida a la mujer “con extrema violencia y un claro ensañamiento”, según reza el parte forense.

—Te vuelvo a hacer la misma pregunta que te hice en su momento: ¿por qué estás tan convencido de que fue él si no se encontraron pruebas que pudieran incriminarlo en asesinato de la profesora?

—Y yo te contento lo mismo, porque averiguamos que la noche de autos, un hombre joven, que cubría parcialmente su cabeza con una capucha, usó las tarjetas de Irene Zamudio para sacar una elevada cantidad de dinero de dos cajeros automáticos de Caja Boronia: 172.000 pesetas, el equivalente a 1.033 euros actuales. Incluso realizamos un retrato robot del sospechoso mediante técnicas de reconstrucción digital.

—Que los jueces desestimaron como prueba durante el juicio.

— En cambio, yo sigo convencido de que la inspección ocular que hicimos no fue la correcta, que no se comprobó en profundidad la grabación de la cámara de seguridad del cajero y que tampoco hicimos un barrido de las llamadas del teléfono de la mujer ni investigamos a fondo la supuesta huella de un zapato de hombre descubierta en la escena del crimen. No estuvimos acertados, no lo estuve yo como miembro del equipo de inspectores encargado del caso. Esa ha sido siempre mi convicción, y, sobre todo, mi obsesión ha sido durante todos estos años: demostrar que Larrinaga también era el asesino de la profesora Irene Zamudio, siquiera conseguir que lo confesara antes de que prescribiera el crimen en el 2018.

— ¿Por eso fuiste a verle varias veces a la cárcel?

— Solo fui una vez a verlo a la cárcel después de insistirle durante más de dos años para que me recibiera. Era un hombre muy frío que casi nunca expresaba sus emociones y pretendía hacer creer a todo el mundo que tenía nervios de acero. Sin embargo, yo no creo en los hombres de piedra, al menos no creo que él lo fuera. De hecho, el asesinato de la abogada, puede que incluso el del ferretero, no se debieron a un plan premeditado como parece que sí lo fueron el del empresario al que le debía dos millones de pesetas o el de la profesora a la que debió torturar hasta la muerte para que le confesara las claves de sus tarjetas de crédito. Por eso supe que acabaría cediendo a la curiosidad, sobre todo teniendo en cuenta que era una mujer, policía, pero mujer, la que insistía en verlo

— ¿Y eso?

—  Estamos hablando de un sicópata de manual, esto es, un narcisista compulsivo.

— ¿Y qué era lo que tenías contra él después de tanto tiempo investigando por tu cuenta?

— Nada, absolutamente nada.

— ¿Entonces?

— Entonces decidí marcarme un farol. Le dije que ya no teníamos solo los testimonios de varios vecinos de la víctima en los que aseguraban haberlos visto juntos en varias ocasiones semanas antes del asesinato. Testimonios que fueron desestimados según el juez por su falta de consistencia. Ahora también había conseguido recabar el testimonio de una prima carnal de Irene, la cual estaba dispuesta a declarar que ésta le había confesado haber iniciado una relación amorosa con un hombre cuyas características, tanto físicas como personales, coincidían en todo con las suyas; un moskorro guipuzcoano de casi dos metros de altura, complexión atlética y cara de niño incluso con barba, antiguo profesor en un euskaltegi de AEK y que por entonces se dedicaba a pequeños negocios de compra y venta de bebidas alcohólicas y, así en general, a cualquier cosa que le surgiera con visos de ser el gran negocio del siglo. De hecho, y ahí confieso que me vine un poco arriba, le comenté que la prima de Irene los había visto muy acaramelados en una cafetería del centro a la que él solía acudir habitualmente, con lo que no tardaría en encontrar otros testigos que pudieran corroborar la versión de la prima. Mi idea, conociendo el perfil de aldeano mojigato de Larrinaga, era que rechazara de plano cualquier relación amorosa con la víctima aduciendo que su relación con la víctima era única y exclusivamente profesional, o de cualquier otro tipo, distinto a la amorosa.

— ¿Y por qué iba a reconocer que conocía a la señorita Zamudio después de haberlo negado durante el juicio?

— Porque en aquel momento era un hombre casado y con un hijo, alguien del que su exmujer todavía hablaba con cariño porque decía que sus desavenencias conyugales se debieron única y exclusivamente a problemas económicos, alguien que siempre le fue fiel y que, además, como padre se desvivía por su hijo dedicándoles todo el tiempo que tenía libre. Larrinaga no dejaba de ser el típico aldeano de caserío mojigato para el que insinuar que podía tener una relación extramatrimonial con la víctima siempre resultaría mil veces más deshonroso que reconocer que mantenía una relación con la víctima con el único propósito de intentar sacarle el dinero que necesitaba para sus chanchullos.

— ¿Y cómo reaccionó él?

— Ni se inmutó. De hecho, fue terminar de hablar yo y llamar al funcionario para dar por finalizada la visita sin dirigirme ni una palabra.

— Lo cual coincide con la opinión de la mayoría de los funcionarios y presos: un hombre frío que apenas se relacionaba con nadie. Y eso a pesar incluso de estar a cargo del economato de la cárcel.

—Sí, no creo que nadie lo vaya a echar de menos.

—De todos modos, creo que ahí te la jugaste.

— Como  el muy hijo de puta presentó una queja y mis superiores de la Ertzaintza decidieron apartarme de mi trabajo como inspectora con la excusa de que estaba obsesionada con el caso de mujer descuartizada.

— ¿Y no es así?

— Por supuesto. De todos los crímenes de ese sicópata el de Irene Zamudio fue el más espantoso: descuartizada en seis trozos.

— El del ferretero tampoco fue moco de pavo.

— Ya. Pero el del gallego no había manera de relacionarlo con Larrinaga, aparte del hecho de que hubieran coincidido en más de una ocasión en el restaurante de enfrente de la antigua estación de autobuses. Sin embargo, en el caso del de Irene teníamos las grabaciones de las cámaras de seguridad del banco en el que aparecía un encapuchado cuya corpulencia y andares coincidían en prácticamente todo con los del asesino. Eso y los testimonios de los vecinos que decían haber visto a la víctima con Larrinaga en más de una ocasión. Para mí no había ninguna duda: él era el asesino de Irene. Yo solo tenía que demostrarlo. ¿Y sabes por qué?

— ¿Por qué?

— Porque se lo debía como mujer. Llevo muchos años en la policía y he visto cómo las víctimas femeninas son siempre las que se llevan la peor parte, aquellas con las que más se ensañan los asesinos y en general todo tipo de criminales. Eso y también las que menos atención reciben cuando surgen complicaciones durante las investigaciones, quedando la mayoría de ellas relegadas al olvido a poco que sean mujeres que viven solas y sin apenas conocidos o familiares con cierta influencia, como era el caso de Irene. Se lo debía como  me llamo Ekiñe Saenz de Buruaga.

— Sin embargo, no solo no has conseguido las pruebas necesarias para reabrir el caso, sino que Larrinaga solo ha pasado dieciocho años de los cincuenta años a los que fue condenado en los tribunales.

— Lo cual demuestra que no hay justicia verdadera en este mundo.

— Fue puesto en libertad en aplicación del artículo 104, que permite conceder el tercer grado a internos con enfermedades incurables «por razones humanitarias y de dignidad personal, atendiendo a la dificultad para delinquir y a su escasa peligrosidad», según me consta en la información que tengo a mano.

— Pobrecico. Por eso fui a verle al caserío de su madre adonde había ido a pasar sus últimos años de vida; para interesarme por su estado de salud.

— ¿Estuviste en su casa?

— Sí, exactamente hace ya más de una semana, cuando más fiebre tenía por lo del coronavirus; pero, no tanta como para no poder montarme en mi coche y conducir hasta su pueblo. Me lo encontré en la huerta del caserío de su madre, plantando acelgas.

—Se debió quedar de piedra al verte.

—Todavía más cuando me fui hasta él, lo abracé un buen rato, y luego, sin mediar ni media palabra, me di media vuelta y me fui directa hacia el coche.

 

©Relato: Txema Arinas,2021.

lunes, 15 de febrero de 2021

LO DE LOS ÚLTIMOS DÍAS

Hace ya casi una semana que tuve el sueño; pero, no quise trasladarlo aquí, tal y como he convertido ya en costumbre -no negaré que acaricio la idea de hacer una recopilación de todos ellos y, con las debidas correcciones y añadidos, a ver si saco algo de ahí...-, porque fue una de esas pesadillas sumamente desagradables, desasosegantes, angustiosas, que uno prefiere olvidar de inmediato. Sin embargo, entre que había hacer tiempo ayudando a mi mujer con la pasión pictórica que le ha entrado esta mañana; "¡voy a quitar el gotelé para pintar de nuevo la habitación del mayor!" y sentarse un rato a escuchar música mientras leo o escribo mis pijadas, me he dicho, pues lo segundo, lo otro, si eso, a la tarde.

Soñé -y aquí, joder, me viene de sopetón la letra de una jota que cantaba mi viejo: "Soñé que la nieve ardía./Soñé que el fuego se helaba/soñé cosas imposibles/Soñé… soñé, que tú me querías...- que andaba por Marruecos con el colega con el que estuve de verdad hace ya la tira de años, y, ahí viene lo bueno, con otro zumbado de mi cuadrilla con el que, como casi siempre que salíamos fuera del pueblín, corríamos el riesgo de acabar, por lo que fuera, en comisaría. A decir verdad, con este último ni se me pasó por la cabeza nunca viajar fuera de las fronteras del Reino de España; el menda era un "egitxo" tan de lo suyo que hasta un miembro de las juventudes hitlerianos habría pasado por un scout a su lado, vamos, de los que cuando se mamaba a base de bien, y se mamaba con la frecuencia estipulada por las leyes no escritas de la cuadrilla, acababa dándole patadas a las piedras al grito de "¡a tomar por culo las piedras españolas!" En cualquier caso, voy a dejarlo ahí porque abriría un melón de anécdotas chuscas a más no poder que ya me está desviando demasiado de la pesadilla que nos ocupa.

Resulta que estábamos los tres en la famosa plaza Jemaa el-Fna de Marrasquesh, esto es, exotismo y peña por un tubo. Estábamos, para variar, de bronca continua, porque bajarte al moro con un sabiniano nunca puede ser cosa buena. Ya no lo era ir a Soria o a Huesca, de hecho a ninguna parte. Pues, imagínate adonde la morisma; todo el rato de los nervios por si soltaba alguna de las suyas y acabábamos lapidados en medio de la plaza. A todo esto, el otro, que como estaba convencido de ser un sex-simbol no reconocido en Vitoria, pues que se debía pensar que en Marruecos se iba a poner las botas o algo por el estilo. El caso en que en mi sueño aquello era un agobio de mil pares de cojones entre el pirado del Euzko Gaztedi Indarra, las juventudes del PNV para los legos, entre la chapa que les metía a los lugareños sobre la hermandad vasco-bereber y otras cosas ya más a lo legionario que se le escapaba cada dos por tres, y el pichabrava cejijunto que le entraba a todas las moras que veía solas en pleno zoco o donde fuera, a lo aprovechar el tiempo al máximo que las vacatas son cuatro días.

En eso que me entero de que tengo una llamada en el hotel donde estamos alojados. Un mensaje en recepción me avisa de que se ha muerto mi padre, o puede que mi abuelo. No lo puedo saber con seguridad porque el tipo que ha cogido la nota no parece haber entendido muy bien a la mujer con la que ha hablado por teléfono en castellano, probablemente mi madre. En cualquier caso, tengo que volver a casa echando hostias. Les digo a los dos figuras que me largo a Tánger para coger el ferry, que ellos sigan el viaje a ver si hay suerte y el uno moja y/o el otro consigue formar de verdad un ejército de liberación del Atlás, o del Rift, no estoy muy seguro. Me responden que no me van a dejar solo en semejante momento, que se vuelven conmigo. Yo ya cuando lo oigo que me acompañan de vuelta, lejos de sentir alivio por no tener que hacer el viaje solo, empiezo a temer que no llegaré a tiempo para el funeral de mi padre, acaso el de mi abuelo; me es imposible saberlo porque las pesadillas consisten precisamente en que cosas tan sencillas como llamar a casa para preguntar qué ha pasado de verdad, resulten improbables.

De ese modo, emprendo el viaje a Tánger en un autobús de línea acompañado por mis dos colegas, los cuales no parecen tener la mínima intención de dejar a un lado sus correspondientes trastornos mentales. Se trata, por lo tanto, de un viaje de pesadilla en toda regla, con un autobús cargado hasta los topes que se desvía de la carretera principal para recoger pasajeros en aldeas de mierda perdidas en medio de lo que siempre es un desierto, aunque éste esté en realidad cientos de kilómetros al sur; pero, insisto, puestos a tocar los cojones el subconsciente... , pues oye, es lo que tiene, eso y pinchazos de ruedas, patrullas policiales que nos registran hasta debajo del sobaco buscando grifa para pasar a la península antes de cobrarnos la tarifa al uso de la inevitable mordida, mujeres que se ponen de parto, cabras dentro del autobús que casi se ponen al volante. En fin, de todo con tal de ponerme en corazón en un brete pensando que no llego a tiempo para coger el ferry en Tánger. Pero claro, que llegamos, y cómo no, estamos a punto de subirnos al ferry y justo en ese momento el "egitxo" la monta con la policía de la corona alauita porque lo único que se ocurre en ese momento es gritar "Freedom for the Sahrawi Arab Democratic Republic!", y el otro que lo quieran linchar en la fila porque dicen que ha arrimado la cebolleta a una mora que iba delante de él. Y yo que ya no puedo más, que veo que parte el Ferry, que acabamos en comisaría, expreso de medianoche en versión marroquí y toda la hostia, mañana buscando patera para cruzar el Estrecho, si no llego para el funeral de quién sea, al menos alejarme, no tanto de Marruecos como de aquellos dos zumbados. Harto, que estoy muy harto, de ellos y de todo, por qué tiene que pasarme estas cosas siempre a mí. Y entonces, claro está, despierto de golpe. La cabeza me da vueltas, el corazón a doscientos por hora, mi señora roncando a mi lado, todavía no ha amanecido, echo la culpa a la cena de anoche, a comedieta española que vimos sobre tres mujeres que viajan a Marruecos para no sé qué hostias porque era tan mala que ya la he borrado del disco duro. En fin, las 13:57 y toca ya ponerse con el arroz con marisco. Hoy hace un solazo y podemos comer en la terraza, no debería porque ando mal del estómago, pero habrá que abrir un Albariño. Me digo que voy a empezar a ver porno en cantidades industriales, a ver si luego a la noche cambia de una puta vez el registro de mis sueños, que falta me hace. Alhandulilah y lo que haga falta. Eso y qué descanso, para el alma, la salud, todo, haber perdido de vista a cierta gente.






Esa larga y tenue línea de la infamia que une a los policías macarras de Linares con el general Galindo al mando del cuartel de Intxaurrondo, décadas de tortura sistematizada y debidamente documentada en el País Vasco y Navarra, pasando por lo de Alsasua y el Jusapol, el sindicato ultra mayoritario en la policía... Una más de esta democracia "ferpecta".



Todo es una mierda. Ahora me explico.

Salimos mi señora y yo a dar una vuelta por el centro de Oviedo después de muchos meses, en mi caso antes incluso de las navidades (fui a mi txoko por Nochevieja, paseado por la costa antes de que nos volvieran a perimetrar, e incluso varias veces a mi "sorginetxe" particular; pero, en Oviedo apenas he salido del barrio). Son muchas semanas sin apenas ver gente y, en cuanto he empezado a ver más de la necesaria, me he dado cuenta de que cada vez me cae peor la humanidad. Así de uno en uno, por individuos, pues oye, la cosa tiene un pase; pero eso que se dice la gente... Ya sé, ya, ya está el soplapollas de Txema con su postureo misántropo y en ese plan (excusatio non...); pero, juro que no se trata de algo premeditado, al menos hoy no lo era. Más bien se trataba de un sentimiento inconsciente y visceral que no podía reprimir en mi cabeza. Tampoco tiene que ver con el hecho de comprobar que la mayoría de la gente no mantiene distancia alguna cuando pase a tu lado, que más de la mitad de la gente que veía sentada en las terrazas (aquí los bares solo pueden servir en ellas) llevaba la mascarilla puesta mientras estaba de charleta cuando se nos repite por activa y pasiva que solo nos la bajemos a la hora de consumir, que la proliferación de mascarillas con enseñas patrióticas, y aquí me da igual cuáles, me recuerde la cantidad de memos por metro cuadrado entre los que vivimos, pues, desde mi muy personal punto de vista, toda persona que tiene como prioridad hacer ostentación de la enseña con la que manifiesta al mundo cuáles son sus lealtades identitarias de cualquier tipo es, no ya un memo en potencia, sino un memo confirmado y déjate de historias, para qué perder el tiempo con él si vivimos en universos diferentes, el suyo para lelos y el mío puede que también. No, se trataba de una sensación de incomodidad hacia la peña que me rodeaba, un rechazo instintivo hacia el trato con desconocidos de cualquier tipo, un malestar por tener que compartir espacio y tiempo con todos esos desconocidos que pululaban a mi alrededor.

Supongo que los meses de encierro, rodeado de mis trabajos frente al ordenador, libros, discos, pelis y mis botellicas, sin más contacto con el exterior que aquel a través de las redes con amigos y conocidos, el roce diario y constante con los miembros de mi familia, han hecho mella en mi percepción del trato humano: cada vez me gusta menos. De hecho, ya no es solo que mi mirada hacia el resto fuera ceñuda como nunca lo había sido, también ha habido pequeño percance que me ha hecho comprobar, para mi sorpresa, lo cambiado que estoy, pues, en contra de lo que los soplagaitas de turno pueden pensar de mí basándose única y exclusivamente en las chorradas que escribo, todo ficción para epatar al personal, yo en realidad soy una persona encantadora y super educada, demasiado. Resulta que estábamos sentados en la Plaza del Paraguas de lo antiguo de Oviedo, esto es, aquella en la que he juzgado que habría menos gente que en otras partes tal y como suele ser lo habitual. Pero no, estaba petada como nunca. Con todo, hemos pillado una mesa lo suficientemente retirada del aliento de un ser humano. Como ya he dicho, hacía siglos que no me tomaba una cerveza en una terraza y me ha sabido a gloria La Salve de trigo que tenía entre manos. De modo que estaba disfrutando de ese pequeño placer recuperado cuando, de repente, nos aborda un vendedor de quincallería senegalés, algo a lo que estábamos acostumbrados antes y que solía ser la ocasión para charlar con el sujeto un rato largo, algunos ya hasta nos eran conocidos de otras ocasiones, y a veces incluso hasta para comprarle alguna de sus pijadicas, siquiera por el tiempo perdido. Pues esta vez me apetecía tanto como que me pisaran un huevo. Con todo, he procurado espantar al vendedor con la educación debida, esto es, siendo lo tan educado como tajante; "no gracias, no me interesa, en serio, no insistas, no te voy a comprar nada, otra vez serás..." Y así un rato que se me ha hecho eterno, como que me he tenido que morder la lengua para no soltar lo que de verdad me rondaba por la cabeza: "¡métete tu puta quincallería por tu negro culo!" Me he aguantado, claro, porque soy uno de esos progres de mierda, un buenista tontolaba, para el que ser brusco con un senegalés habría sido lo mismo que para un rociero cagarse en la p... Pues eso, miedo a enfrentarme con mis contradicciones y todo en ese plan de tarado de colegio de curas. Pero, entonces va el moreno -uy, uy, lo que he dicho; lávate esos dedos, Josemari...- y me pide que le invite a un café con leche.

-¿Perdona, acaso te conozco yo de algo para invitarte a lo que sea?
-Tú pagar café con leche...
-Yo solo invito a mis amigos.
-¡Tú racista!
-Y tú puto jeta, no te jode.

En ese momento mi pareja me dice que baje el tono porque sabe que yo siempre lo tengo alto, que nos vayamos a casa que va a 0ser la hora de comer, que ya sabía ella que la iba a montar desde el momento que, nada más llegar al centro, le había confesado que tenía unas ganas locas de darme de hostias con alguien y no sabía por qué.

Luego ya en casa, tan agotado de la caminata subiendo las cuestas que separan el centro de nuestra casa como puede que un poco disgustado conmigo mismo, pero solo un poco porque cada vez me la sudan más estas cosas, descubro que Amado Gómez Ugarte se ha marchado de Facebook por las buenas, no sé qué de alguien que le ha censurado -joder, pues de le busca y se le da de hostias; pero, irse...-. Ya me dirás tú que hago yo sin la sonrisa, cuando no carcajada, que me provoca a diario el de Llodio con sus entradas, para qué sirve si no este puto medio si no es para interactuar/conocer a gente que merece de verdad la pena a la vez que se sortea mal que bien a la legión de memos de ofendiditos en cuanto descubren que no piensas como ellos en todo, mojigatos que cuando leen una saliida de tono corren a santiguarse y, así en general, enmendadores cumpulsivos a cuenta del "pues yo creo que no deberías decir/pensar/vomitar eso..." que la petan.

Suerte que, a modo de consuelo y sobre todo porque ya era tarde y "la fame ye la fame", he preparado una tortilla de patatas que, modestia a tomar por culo, me ha salido como nunca de jugosa y rica, rica. Eso y una de las botellicas de Landaluce de Laguardia del año que he pillado por el centro y que nos ha hecho añorar las cenas con los amigos en cierta tasca enfrente de la catedral de Santa Maria de Vitoria, pues ese es el vino del año que solíamos tomar entre bromas y broncas, la sal de la vida. Claro que, luego mi compañera me ha contado hasta cuándo tiene pensado el Gobierno del Principado tenernos confinados dentro del Paraíso Natural, esto es, sin poder ir a ver a mi familia y mis amigos, y juro que me ha sobrado mierda para cagarme en el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo, la madre y todo el santoral al completo.

Pues eso, todo una puta mierda.






El problema con las declaraciones del vicepresidente Pablo Iglesias, cuya oportunidad o intenciones no entro a valorar porque me son indiferentes, en las que aseguraba que la española es una democracia imperfecta, es que cuando reparas en las furibundas reacciones de los indignados por sus palabras, lo primero que te viene a la cabeza es una pregunta que te deja helado: Entonces, con todo lo que sabemos sobre los apaños durante la Transición para que los que cometieron todo tipo de desmanes o simplemente se beneficiaron durante la Dictadura se fueran de rositas, con todo lo que sabemos sobre la corrupción sistemática de los dos partidos sostenedores de esta II Restauración Democrática y en el especial sobre la que atañe a la casa real, con todo lo que sabemos sobre la complacencia del poder político con el económico en contra de los intereses del conjunto de la ciudadanía, con todo lo que sabemos sobre el uso partidista de la Justicia para beneficiar a unos y reprimir a otros, con todo lo que sabemos sobre las cloacas del Estado y a servicio de quién estaban/están con su guerra sucia durante décadas, con todo lo que sabemos sobre la muy especial concepción democrática del Estado Español en lo referente a un hipotético derecho de autodeterminación de cualquiera de sus partes en el caso de que una mayoría cualificada de sus ciudadanos quisieran ejercerlo nos guste o no, con todo lo que sabemos sobre cómo y el qué piensan de verdad sus élites y sus esbirros de la prensa, el clero y el ejército, y, sobre todo, con todo lo que todavía no sabemos: ¿de verdad cree esta gente que vivimos en una democracia perfecta, que existe el concepto de democracia perfecta, que no se puede, no se debería, cuestionar su más que evidente imperfección?

Ahora bien, como pregunta resulta de lo más retórica si echas la vista atrás y recuerdas que toda esa gente decente y de orden que acudía en masa a la llamada de su Caudillo en la Plaza de Oriente también creía que estaban viviendo en una democracia perfecta, orgánica y todo lo que se le quisiera adjetivar para tapar lo evidente; pero, para ellos perfecta, perfectísima, como que esta de ahora apenas es otra cosa que una evolución generosa de aquella, un trágala con Iglesias de vicepresidente y la heredera del trono estudiando en un colegio galés.



He borrado el comentario, más o menos jocoso, que había hecho hace unas horas sobre el juez Ángel Garrido porque, tras atender y entender el enfado de mi señora, la cual trabaja en la gestión de la investigación sanitaria y por el estilo, la verdad es que se me han quitado las ganas de bromear con el asunto. Luis Ángel Garrido Bengoechea, presidente de la Sala de lo Contencioso Administrativo del Tribunal Superior de Justicia del País Vasco, el cual acredita en sus redes sociales su oposición contra las medidas contra la pandemia, no solo ha ordenado la reapertura de los bares y restaurantes que permanecían cerrados por la alta incidencia de Covid-19, medida que puede ser todo lo discutible que se quiera -yo sigo sin entender que en Asturias o Navarra, por ejemplo, la hostelería pueda servir en las terrazas y en CAV se cierre del todo. Eso y todavía menos la raquítica política de ayudas de las instituciones a la hostelería tan lejos de la que se ha tomado en países como Alemania-, creando un peligrosísimo precedente que consiste en cuestionar judicialmente todas y cada una de las medidas que tomen las autoridades para combatir la pandemia, es decir, cuestionar las autoridades democráticamente elegidas sean o no de nuestro agrado, sino que además ha hecho unas declaraciones de barra de bar sobre los epidemiólogos en las que, además de demostrar en público su ignorancia supina sobre la especialidad, contribuye sin pudor alguno a ahondar en la desconfianza, el descrédito e incluso la hostilidad del ciudadano del común, todavía menos versado o nada en temas de la salud que el juez, sirviendo de coartada para todo tipo de negacionistas o meros imbéciles para los que sus necesidades personales o meros caprichos -el mencionado juez se queja de no poder ir de cena o a la ópera...- siempre están por encima del bien común; "muérase la gente, ande yo de vinos y cañas tan ricamente."

Decía en el anterior post que Garrido era un txirene de manual, localismo para definir cierto prototipo bilbaíno de graciosillo, simpático, ocurrente, al que le priva ser el rey de la fiesta con sus extravagancias y que acostumbra a dar la nota hablando de todo sin saber de nada. Pero no, la verdad es que me he quedado corto o he sido excesivamente complaciente, el juez Garrido, a tenor del puesto de relevancia que ocupa y, por lo tanto, del daño que puede hacer con sus declaraciones, insisto que contribuyendo a alimentar el descrédito hacia la ciencia médica de una población que en su inmensa mayoría ni entiende, ni sabe, ni quiere saber nada de lo que le hablan, incluso que elige negar la realidad y pretende que su vida siga como si no hubiera pasado nada, en realidad es un sinvergüenza en el sentido más etimológico del término.

Otro día hablamos del decano y el asco infinito que da el corporativismo en todas sus formas. 


Acabo de tener un flash de esos que le retrotraen a uno a su adolescencia. Estaba con mi hijo mayor repasando el examen que tiene mañana sobre la Historia del Movimiento Obrero, cuando, al ver las tres páginas que dedicadas al tema del nacimiento del feminismo y sus primeras precursoras, me he dicho: "¡Guau! Esto es como cuando mi viejo se maravillaba de que nos hablaran en clase de la Historia del liberalismo, republicanismo, socialismo, el anarquismo y así todo por el estilo." Algo completamente inconcebible en su época bajo la dictadura del enano gallego aquel. Entonces yo lo miraba y decía para mis adentros: "¡Pobre, les han mantenido en la ignorancia durante años a conciencia y por eso todo les suena poco más que de oídas y con no pocos clichés o simplificaciones."

No es mi caso en lo que se refiere a la Historia del Feminismo y sus precursoras. Sin embargo, me ha sorprendido gratamente ver en los apuntes de mi hijo a nombres como los de Clara Zetkin, Alejandra Kollontai y, muy en especial, el de Flora Tristán. Nombres de los que supe leyendo sobre el tema por mi cuenta, pero que nunca oí ni vi mencionar en las clases de Historia del instituto. De hecho, incluso me cuesta recordar alguna mención al feminismo, y no digamos ya sobre alguna de sus pensadoras, en las clases de Contemporánea de cualquier tipo en la Facultad de Geografía e Historia.

Así pues, no he podido evitar sentir que de repente se me viniera toda una vida encima. Me he visto tan viejo y a merced del sistema, sí, del hetereopatriarcal de marras, como veía yo a mi padre con la misma edad de mi hijo mayor, sorprendido de que nos enseñaran cosas por las que en su época metían a la gente a la cárcel, gente además muy cercana.

Y sobre todo, he sentido un inmenso orgullo por mi hijo al comprobar que para él estudiar la génesis del feminismo y a algunas de sus pioneras -aquí reconozco que no he podido evitar soltarle una chapa al respecto que sobrepasaba con creces el tema que nos ocupaba; resabios del profe de Historia que no pudo o no quiso ser- no era motivo de sorpresa alguna, sino más bien todo lo contrario, de una lógica aplastante, probablemente la misma de la que todavía carece tanta y tanta gente en el mundo, y no digamos ya muchos, demasiados, de los que todavía nos rodean hoy en día.

Ahora, también me he acordado de por qué ciertas actitudes supuestamente feministas, como la de considerarnos a la totalidad de los varones culpables de las inequidades existentes entre géneros todavía hoy en día, esto es, de enemigos sin derecho a réplica por principio, me resultan tan grotescas y espurias, tan de postureo para así poder ejercer de Torquemadas o Savonarolas para su parroquia, en comparación con el verdadero espíritu, la inteligencia sobre todo, que inspiraban a las pioneras del feminismo y en general a todas las que saben que en la lucha por la igualdad entre géneros estamos todos o no lo está nadie.



- Buenos días

- Buenos días nos dé Dios.

- ¿Qué se le ofrece?

- Venía para lo de la vacuna

- Solo es para el personal de la residencia.

- Soy el capellán.

- ¿Seguro?

- SÍ, claro, palabrita del niño Jesús.

- Usted es el obispo de Cartagena.

- Que no, que soy el capellán.

- No.

- Si.

- Senor obispo...

- Ya que estoy aquí... 





 -El gobierno pretende modificar la ley que juzga los delitos que afectan a la libertad de expresión para que no vuelva a pasar lo del Hasel ese que van a meter en la cárcel por insultar al rey emérito, "El Escapao".

-Eso han sido los de Podemos que han debido presionar a los sociatas.

-¿Son o no son un peligro para nuestra democracia?

-Ya te lo dije yo cuando el Coletas y la Cajera se compraron el chalé de Galapagar...

-Tú tranquila que Pedro sigue siendo de los nuestros

-No sé, no sé.

-Que sí, tonta. ¡Viva España, viva el Rey, viva el orden y la ley!

-¡Cara al sol con...

-¡Chsss! Ya podría, ya. Pero, no te me vengas arriba. Recuerda, nosotros, a diferencia de ellos, somos demócratas.

-Sí, cari, muy demooooocratas...







Aquí a mi lado las amigas, o más bien las comparsas, de la "Vacaburra" de la cafetería, que es el calificativo más liviano que se me ocurre para definir, no tanto por su aspecto físico, que también, sino por sus modos despóticos y su forma de expresarse como de recién bajada "de la braña", que dicen aquí en Asturias, tras haber recogido el ganado a gritos por la mañana o algo así, me han obsequiado hace un rato con un certero retrato sociológico.

-¿Tengo que "preocupame" porque atacáronle la casa con pintura y piedres al Barbón (el presi del Principau), ho! Si a él no le importa arruinar Asturies porque siempre van votarle nas cuenques los subvencionaus de los sindicatos, menos preocúpame a mí lo suyo, así quemenle la casa con él y toda su familia dentro, ho!

-La verdad, chica, es que no sé que va a ser de nosotros como todo siga así -dice una de las comparsas.

-Tendrán que dar ayudas pronto porque la gente ya casi no tiene para comer -añade la otra comparsa.

-¿Ayudes, qué ayudes de mierda van dar esos? Dígote lo que haría yo: echaba al Pedro Sánchez, al Iglesias y al independentista a la foguera con el Barbón.¿Oiste?

-¿El independentista?

-Sí, home, el Illa ese que casi matanos a todos...

En eso que la vacaburra se levanta de golpe, se despide con un desabrido "¡hasta lueguín!" y se marcha a pastar prefiero no saber adónde

-¿Esta no está cada día más facha?

-Ye una vacaburra. Por eso no le digo nada.

-Qué le vas a decir. Mejor seguirle la corriente no te vaya a echar también a ti a la " foguera".

-Si supiera que yo voto al Barbón...

-Y yo a los de Podemos...

¡VIVA LA TELE!

    Sueño que me arrastra no sé quién o quiénes a la entrega de los premios de un festival de la tele que se celebra en una ignota, gris y a...