viernes, 18 de marzo de 2022

EGIAZTAGIRIA

 


 Esnatu naiz bostak aldera, pozik ordura arte amesgaiztorik izan ez dudalakoan. Halere, lokartu naiz beste behin, atoan, eta orduan bai, amesgaizto benetan bitxi eta zentzugabeko bat izan dut. Arrasateko unibertsitatean ikasle nintzen (ez galdetu zergatik, ez baitut puta ideiarik ere, agian susmo txiki bat, baina, edonola ere orain kontura ez datorren zerbaitxo). Egun horretan, ordea, ezin nintzen klasera joan Basurton zegoen nire aita gaixoari bisita egitera nindoalako. Horrenbestez, unibertsitarera hots egin nuen nire ez egotearen zioa nola egiaztatu behar nuen esan ziezadaten. Fakultatekoa (baina ez dakit zein fakultate, nolatan behin ere egon ez banaiz delako fakultatean...) Mondrako euskaraz erantzuten zidan emakumezko bat zen; ezin asmatu idazkaria zen ala zer, andrazko gazte eta oso zakar bat, ageri baitzitzaion, oso, nire deia bertan beherta uzteko irrikan zegoela, hau da, ez zidala benetan lagudu nahi, gainetik hainbat arinen kendu baizik.

- Fan bihozu Mondra inguruko poligono industrial batera justifikantea eskaketarako.
- Industriagune batera egiaztagiria eskatzeko? Nola da posible?
- Bai, Markulete aldean, bertan emungotzue justifikantia.
- Baina, berrito diot, nola da posible?
- Posible, posible, dana da posible, zegatxik ez? Fango za ala zer?
- Ez dakit nik oso bidezkoa den poligono batera joatea unibertsitateko agiri bat eman diezadaten.
- Cagüen la puta juventud, esaten badotzut hara fateko, fan eta listo, zueik gaztiok beti kejetan edozein txorakerixan kontura. Beitu, justifikantia ez badaroiazu, unibersidadetik botako zaittue, zuk jakingo.
- Baina...
Baina holakorik bota eta gero berriro eta behingoan itzarri egin naiz, benetan asaldaturik ezer ulertzen ez bainuen. Oraindio ere dut ezer ulertzen, nik ez baitut inolako harremanik Mondragon Unibertsitatearekin, ez eta Arrasaterekin ere, ez baldin bada bertan bizi den nire amaren anaia bat, niretzat osaba ere inondik inora sekula izan ez dena zuei axolarik ez dizuten hainbat motiborengatik. Tira bat, ez dut honi buruz odolzteko asmo edo gogo handirik, amesgaiztoak nolabait eragindako bat-bateko ezinegona hementxe bertan idazten arindu nahi nuen, besterik ez. Eta, jakina, horrexegatik ere ez dut eskatzen inolako amets irakurketarik, izatekotan nire arazoa da eta.


lunes, 14 de marzo de 2022

EL PARADIGMA GÓGOL: UN ESCRITOR, DOS PAÍSES



  Artículo publicado en la revista literaria LETRALIA: https://letralia.com/articulos-y-reportajes/2022/03/13/paradigma-gogol/?fbclid=IwAR2yJkiMZasx4oWW6KeIj1rgMeOv-xaMFToknvo0Fktyk4HA2Hny-4a4YWg





En el caso de Gógol nada resulta más ridículo que negar esa dualidad identitaria de su obra. Gógol es tan ruso en su retrato irónico y surrealista de la realidad rusa como ucraniano en el del pasado de su país.
Imagen: Obra de Otto Friedrich Theodor von Möller (hacia 1840) • Tretyakov Gallery

Todavía conmocionado, no tanto por las imágenes que nos llegan de la guerra de Ucrania, porque por desgracia nuestra retina está ya acostumbrada a todo tipo de barbaridades por vía catódica, sino también, o sobre todo, por la insoportable convicción de lo mucho que se está pareciendo este primer cuarto del siglo XXI al anterior, y eso cuando todavía creíamos que después de todo lo ocurrido entonces no volvería a repetirse nunca, que era imposible que fuéramos tan estúpidos como especie para volver a poner el mundo en llamas y además ahora con armas nucleares de por medio. No he tardado, como todo buen letraherido que se precie —expresión que, confieso, cada vez me resulta más antipática—, en acordarme de Nikolái Gógol. ¿Y por qué me acuerdo de Gógol en lugar de otros conocidos escritores nacidos en Ucrania como Irène Némirovsky, Anna Ajmátova, Adam Zagajewski, Clarice Lispector, Mijaíl Bulgákov o Vasili Grossman, los cuales, al igual que Nikolái, escribieron en una lengua distinta al ucraniano? Pues porque, a diferencia de Irène Némirovsky o Clarice Lispector, las cuales escribieron la mayoría de sus obras en francés o portugués respectivamente, las lenguas de sus países de acogida, el resto lo hizo en ruso, la lengua oficial del imperio al que Ucrania pertenecía desde el siglo XVII. Escribieron en ruso, ya fuera porque esa era la lengua de su familia dados sus orígenes rusos a pesar de haber nacido en Ucrania, como era el caso de Mijaíl Bulgákov, o porque tanto ellos como en algunos casos también sus familias, la habían adoptado como lengua de cultura dada la obligatoriedad de ésta para cursar cualquier tipo de estudios o carrera profesional, y también como lengua cotidiana dada la primacía del ruso en los entornos urbanos como consecuencia de la postergación que sufría la lengua autóctona ucraniana, condenada a ser poco más que el modo de comunicación de las clases populares y sobre todo campesinas. Se trataba, por lo tanto, de una situación de diglosia propia de lo que el escritor e intelectual occitano Robert Lafont definió como “colonialismo interno”, es decir, aquel contexto presente y pasado en el que un país incorporado a una entidad político-administrativa mayor es desposeído por el Estado al que pertenece, tanto de sus recursos económicos como de la posibilidad de desarrollarse social y culturalmente dado que es mantenido en un estado de dependencia y subordinación a los intereses de la metrópoli, la cual también le impone su lengua y cultura como únicas a ser tenidas en cuenta.

Gógol, al igual que todos los vástagos de la pequeña nobleza rural ucraniana, enseguida adoptó el ruso como lengua de estudios y, sobre todo, de ascenso social.

Así pues, ese es el contexto sociocultural en el que nació Nikolái Vasílievich Gógol en Soróchintsy, ​en la gobernación de Poltava (actualmente Ucrania), en el seno de una familia de baja nobleza rutena. La de Gógol era una familia de hondas raíces ucranianas que incluso remontaban sus orígenes nobles al período en el que la mayor parte de Ucrania había pertenecido a la Unión Polaco-Lituana. Sin embargo, y como consecuencia de haber nacido en el período en el que Ucrania pertenecía ya al Imperio ruso, Gógol, al igual que todos los vástagos de la pequeña nobleza rural ucraniana, enseguida adoptó el ruso como lengua de estudios y, sobre todo, de ascenso social. Tan es así que fue después de haber emigrado a San Petersburgo en 1928 para cursar estudios superiores, donde también empezó a trabajar como funcionario de la administración zarista, y donde el joven Gógol conoció al famoso escritor ruso Aleksandr Pushkin. Así pues, fue gracias a la amistad que entabló con Pushkin que el joven Gógol decidirá dedicarse a la literatura. Gógol comenzó escribiendo diversos relatos breves cuya acción transcurre en San Petersburgo, como La avenida Nevski, el Diario de un locoEl capote y La nariz. Con todo, sería su comedia El inspector, publicada en 1836, la que lo convertiría en un escritor conocido por el gran público. Un éxito que también fue la razón por la que decidiera emigrar a Italia escapando de la polémica que había suscitado su obra a causa del sarcasmo con el que describía los pormenores de la administración zarista y las clases dirigentes. Gógol pasó casi cinco años viviendo en Italia y Alemania, viajando también algo por Suiza y Francia. Fue durante este período cuando escribió la que sería su obra más representativa, Almas muertas, cuya primera parte se publicó en 1842, y también la que sería su novela más popular, Tarás Bulba, protagonizada por el cosaco del mismo nombre y ambientada en el siglo XVI en tierras ucranianas, las cuales entonces estaban parcialmente ocupadas por los polacos.

Dos novelas por las que todavía hoy se recuerda a Nikolái Gógol —si bien yo añadiría también Historias de San Petersburgo como imprescindible para entender su obra— y completamente diferentes entre sí. Si Almas muertas es sin lugar a dudas la gran novela de Gógol, considerada por muchos críticos a la altura de El Quijote o la Divina Comedia, ya fuera por lo original de su propuesta, un mercader, Chichikov, que compra el alma de los siervos muertos para que los terratenientes pudieran inscribirlos en el registro como bienes activos, o por lo innovador, valiente incluso, de su escritura al tratarse de una sátira burlesca de todo un sistema en crisis como era el de la Rusia anterior a la emancipación de los siervos, y un estilo donde se alternan una increíble maestría descriptiva con una libertad absoluta a la hora de enfrentarse a la previsible estructura del texto según los cánones de la época, su segunda novela más conocida, Tarás Bulba, es todo lo contrario, una novela histórica bastante formal, prácticamente un folletín, con el claro objetivo de convertirse en un gran éxito de público, ni más ni menos que aquello de lo que estaba más necesitado Gógol una vez tomada la decisión de dedicarse profesionalmente a la escritura en exclusiva.

Sin embargo, Tarás Bulba es también la razón por la que todavía hoy en día se pelean dos naciones como Rusia y Ucrania, empeñadas cada una de ellas en apropiarse del nombre de Nikolái Gógol para su panteón de glorias patrias. Y por eso mismo también, por lo ridículo de esta pugna para determinar si Gógol fue un escritor más ruso que ucraniano o a la inversa, una pugna que alcanzó su más altas cotas de sinrazón durante el bicentésimo aniversario del nacimiento del gran escritor en 2009 al enzarzarse tanto las autoridades rusas como las ucranianas en una disputa acerca de a quién pertenecía la gloria antes citada, Tarás Bulba resulta fundamental, si no para entender en su totalidad el conflicto identitario que enfrenta a rusos y ucranianos, sí al menos para acercarse a las raíces de éste.

Tarás Bulba cuenta la historia de un viejo cosaco zapórogo, Tarás Bulba, y sus dos hijos, Ostap y Andréi. Los hijos de Tarás, luego de concluir sus estudios en la Academia de Kiev, vuelven a su hogar. Los tres personajes, al reencontrarse, emprenden un viaje épico a la Sich de Zaporozhia, ubicada en Ucrania, donde se unen a otros cosacos en la guerra contra Polonia. Se trata, por lo tanto, de una novela de temática no sólo ucraniana, sino sobre todo acerca de los orígenes del pueblo ucraniano como tal, ya que, y tal y como es reivindicado por el nacionalismo ucraniano, éste surge en el momento en el que los eslavos de alrededor de Kiev y los vecinos cosacos semiindependientes se unen para quitarse de encima el yugo de la dominación polaca. Podría pasar, por lo tanto, por uno de esos libros que condensan las supuestas esencias patrias que los nacionalismos suelen enarbolar como la razón de ser de lo suyo. Sin embargo, en el caso de Tarás Bulba de Gógol hay un pequeño pero importante inconveniente, pues no sólo está escrito en ruso, sino que además es un texto en el que apenas aparece la palabra Ucrania y sí repetidamente Rusia, incluso Pequeña Rusia para referirse al territorio que hoy recibe el nombre de Ucrania.

No hay nada más humano que clasificar para entender, y eso es lo que hacemos, siquiera instintivamente, cuando atribuimos a cada escritor una tradición literaria u otra.

De ese modo, el problema de lengua nos conduce a una de las preguntas más recurrentes a la hora de hablar de a qué país corresponde el honor de disfrutar en propiedad la gloria de un escritor como Nikolái Gógol: ¿es la patria la lengua o el terruño? Aquí supongo que habría que responder que las glorias literarias no deberían pertenecer a país o ente administrativo alguno; que la obra de cualquier escritor, incluso por muy local que sea ésta, pertenece al conjunto de la humanidad, pues es a ella a la que se dirige desde el momento en el que cualquiera puede acceder a una obra literaria, ya sea por conocimiento de la lengua en que está escrita o a través de las traducciones. Sin embargo, y aunque concuerdo con dicha teoría por muy idealista que parezca, no hay nada más humano que clasificar para entender, y eso es lo que hacemos, siquiera instintivamente, cuando atribuimos a cada escritor una tradición literaria u otra. De ese modo, y por lo general, para la mayoría de la gente que ama la literatura la razón de ser de dicha clasificación no es otra que la lengua en la que una obra literaria está escrita. Y lo que ocurre es que esa clasificación en muchos casos no corresponde siempre a un determinado país o patria como les gustaría a algunos cuando hablan de literatura española, inglesa, francesa, portuguesa, árabe, rusa o de cualquier otro país que, por la razón que sea, por haber adoptado siquiera sólo culturalmente la lengua de la metrópoli colonizadora o porque simple y llanamente comparte la misma lengua que sus vecinos como en el caso de Austria con Alemania. Dicho de otro modo, la tradición literaria en lengua española o castellana no se circunscribe en exclusiva a España sino al conjunto de países que hablan nuestra lengua, incluso de individuos que no pertenecerían a ninguno de ellos, pero que, por lo que fuera, les hubiera dado por escribir en ella. Así pues, si nos circunscribimos a criterios exclusivamente literarios, la tradición en nuestra lengua castellana está formada tanto por escritores como Cervantes, Quevedo, García Lorca, Juan Benet, Cela, Carmen Laforet y muchos otros como José Martí, Rubén Darío, Gabriela Mistral, Neruda, Gabriel García Márquez, Borges, Carpentier, etc. Otro tanto en lo que atañe a la literatura en lengua inglesa a lo largo y ancho de lo que en uno u otro momento de la historia fue parte del Imperio británico o del francés y portugués por lo mismo.

No obstante, los nacionalismos sobre los que se sustentan la mayoría de los Estados tienden a apropiarse de la gloria de los escritores nacidos dentro de sus fronteras. En realidad es una manera como cualquier otra de engrosar el patrimonio cultural de cada Estado; que luego sea para presumir de ello más que para promocionarlo ya es cosa de cada cual. Sin embargo, a quiénes, cómo y por qué hacen parte de sus patrimonios nacionales. Cuando se trata de un escritor nacido en un país con una sola lengua y que además se circunscribe prácticamente en exclusiva al territorio de dicho país, no hay duda alguna: un escritor en lengua danesa suele pertenecer al patrimonio del Reino de Dinamarca, otro tanto para un escritor italiano, finlandés, japonés o coreano, etc. Por el contrario, ¿qué pasa cuando tenemos a un escritor como Kafka que nace en Praga, en el seno de una familia judía cuyo padre de lengua checa adoptó la lengua alemana para su familia tras trasladarse a la ciudad dado que ésta era la oficial en el Imperio austrohúngaro al que pertenecía entonces Chequia? ¿Es Kafka un escritor checo porque nació en Chequia o alemán porque escribía en esa lengua? ¿Y Joyce? El irlandés James Joyce nació ciudadano británico y ni siquiera se convirtió en ciudadano irlandés, porque cuando su país se independizó del Reino Unido él ya era un ciudadano del mundo que adoptaba la nacionalidad del país en el que residía en cada momento. Con todo, de la misma manera que todos sabemos que la obra de Joyce pertenece a la tradición en lengua inglesa, tampoco se nos escapa que es el escritor irlandés más representativo de una larga tradición de escritores irlandeses en lengua inglesa, si bien a muchos de éstos les habría horrorizado que los hubieran catalogado como británicos. Claro que siempre nos queda la opción de asegurar que tanto Kafka como Joyce son escritores que trascienden sus fronteras dada la fama o importancia de su obra, escritores cuya patria es la humanidad y déjate de pasaportes, partidas de nacimiento y demás papeleo. Empero, eso podría decirse de Kafka sin reparos, pues no existe una obra tan alejada de un territorio concreto, tan global como el absurdo que la caracteriza. Con todo, ¿puede haber una obra más irlandesa que la de Joyce y sin embargo ser un hito de la literatura universal según el principio que solía repetir el escritor mexicano Carlos Fuentes cuando decía que había que escribir desde lo local para intentar ser universal?

Lo mismo ocurre con Nikolái Gógol; nadie duda que se trata de uno de los escritores que componen eso tan rimbombante como extremadamente ñoño que podríamos denominar el firmamento de las estrellas de la literatura mundial. Sin embargo, ¿cómo devino Gógol en una de esas estrellas? Pues, paradójicamente o no, de hacer caso a Carlos Fuentes, incluso a Fernando Pessoa cuando afirmaba aquello de Da mina aldeia vejo quanto da terra se pode ver no universo / Por isso a minha aldeia é tâo grande como outra terra qualquer / Porque eu sou do tamanho do que vejo. E nâo do tamaño da minha altura, Gógol es un escritor rematadamente ruso, y no sólo por escribir en ruso como nunca antes lo había hecho otro, revolucionando a su manera, en la manera de escribir en ese idioma, sino también porque la mayoría de su temática es rusa, incluso, o sobre todo, en las obras en las que se vale de la fantasía y, en especial, de su muy acusado sentido del humor, para retratar, casi caricaturizar, aspectos muy concretos de la sociedad rusa de su época. De hecho, Gógol es tan ruso, siquiera literariamente, que hasta no hace mucho se enseñaba en las escuelas ucranianas como un autor extranjero. Eso hasta hace poco, digamos que coincidiendo con el bicentésimo aniversario de su nacimiento en el que las autoridades ucranianas decidieron incorporarlo al panteón de sus glorias nacionales a pesar de haber escrito en ruso y provocando la consabida y airada reacción de las rusas que lo consideraban de su propiedad. Una pugna tan triste y previsible a cuenta de la pertenencia de la gloria de Gógol en la que no faltan episodios verdaderamente patéticos como la declaración de la Duma rusa de que el autor de Almas muertas les pertenece poco más que por decreto y que cualquier otra consideración al respecto sería recibida como una ofensa a su país. Un absurdo al que, cómo no, correspondió la otra parte con una traducción al ucraniano de Tarás Bulba en la que se eliminaban a propósito las alusiones a “Rusia” y a la “patria rusa”, sustituyéndola por términos como “nuestra tierra” o “la tierra de los cosacos”. Una burda mutilación del texto original en ruso cuyo único propósito era poder enseñar el libro en las escuelas ucranianas con el fin de reivindicar a Gógol como un escritor ucraniano que escribía sobre el alma ucraniana, si bien que en lengua rusa por las cosas del colonialismo interno del que ya hemos hablado antes.

¿Por qué no puede ser Gógol un escritor ruso de procedencia ucraniana en Rusia y un escritor ucraniano en lengua rusa en Ucrania?

Pues sí, un debate tan fútil como falso; pero, ni más ni menos que como suelen ser la mayoría cuando lo que los anima de verdad es el nacionalismo de la parte que sea con fines esencialmente patrimonialistas. Porque esa es, a fin de cuentas, una de las características más funestas del nacionalismo que tiende a apropiarse de la cultura como una bandera propia para exhibir al mundo y poco más, que es incapaz, no está dispuesto, a reconocer que la mayoría de las cosas que atañen a la cultura casi nunca son patrimonio exclusivo de unos pocos, de un país o Estado concreto, sino que el alcance de una obra artística, por lo siempre poliédrico de todas ellas, acostumbra a trascender el marco estrecho o inmediato en el que ha sido concebida, por lo que casi nunca tiene dueño más allá del autor.

En el caso de Gógol nada resulta más ridículo que negar esa dualidad identitaria de su obra. Gógol es tan ruso en su retrato irónico y surrealista de la realidad rusa como ucraniano en el del pasado de su país. ¿Por qué, entonces, no puede ser considerado patrimonio de unos y otros, por qué no puede ser un escritor ruso de procedencia ucraniana en Rusia y un escritor ucraniano en lengua rusa en Ucrania? La respuesta, por desgracia, es obvia; porque ambos nacionalismos están empeñados en negarse recíprocamente, el uno porque parece existir sólo como resultado de una nostalgia imperial que le hace sentirse víctima de una conspiración a todas las escalas para negar, mutilar y minimizar ese pasado imperial, y el otro porque necesita apropiarse para uso propio y exclusivo de todo lo que tenga que ver con su país, aunque sea de refilón, con el único propósito de reafirmarse, de existir. Una disputa alrededor de la identidad de cada cual que, si en el resto de los aspectos de la vida ha derivado en una peligrosa esquizofrenia, sobre todo cuando echa mano de ella un autócrata con todo el aparato de su Estado a su servicio para hacer y deshacer a su antojo, y en especial para controlar a una sociedad hasta el punto de embarcarla en guerras criminales como la actual en Ucrania, y siempre, pero siempre sin excepción, a mayor gloria de sí mismo, al fin y al cabo el principal y único objetivo de todos los tiranos habidos y por haber, cuando se trata de algo tan en principio inocuo y esencialmente lúdico como la literatura, roza ya lo demencial. De hecho, y volviendo a Gógol, el profesor Miroslav Popóvich, director del Instituto de Filosofía de Kiev, nos lo explica muy bien cuando califica de “idiotez” la discusión sobre si Gógol era ucraniano o ruso, dado que, en su opinión, “transfiere elementos del debate político al campo literario. Gógol es uno de los fundadores de la literatura rusa, posiblemente uno de los más grandes escritores en ruso, pero conserva las raíces nacionales ucranianas y contempla San Petersburgo con ojos de un hombre meridional. Al traducir Tarás Bulba se pierde el aroma de la estepa, el aroma ucraniano, que existe en el original ruso”. Y termina sentenciando Popóvich: “En Ucrania tenemos nuestros necios radicales y en Rusia también, y ambos son desagradables”. Pues eso, poco más que añadir a las palabras del profesor que no sea que, además de desagradables, también los hay simple y llanamente criminales.

ARCADAS

 



Apuntes sobre una guerra
Pienso en los ucranianos protestando contra la ocupación delante de los soldados rusos, también en los ciudadanos rusos siendo detenidos por protestar contra la guerra en Ucrania, y, al acordarme de los pijomierdas del barrio de Salamanca madrileño cuando salieron a protestar a la calle contra el gobierno al grito de libertad porque no podían ir a tomar cañas o de fin semana a sus segundas residencias durante lo más crudo de la pandemia, siento que muchos de esos supuestos conciudadanos míos me provocan verdadera arcadas.
Pienso en todos esos también supuestos conciudadanos, los cuales no han parado desde que comenzó la guerra en Ucrania de echar la culpa de esta a la OTAN, EE.UU e incluso a la UE, esto es, haciendo suyos los argumentos de Putin para justificar la invasión, y, sobre todo, disfrutando en toda su extensión la libertad de expresión que existe en Occidente para opinar en contra de las sociedades en las que viven porque no son todo lo moral y políticamente perfectas que a ellos les gustaría, encantados incluso con la existencia de un tipo como Putin que pone en evidencia las contradicciones y la hipocresía de occidente que ellos aprovechan a denunciar ahora como si nuestros pecados hicieran buenos los de los rusos, verdaderos miserables que ante el sufrimiento de los ucranianos y la destrucción de su país te salen con lo de que peor o antes fue tal y cual y no decíais nada, algo así como querer desviar la atención de lo que está sucediendo ahora y así quitarle importancia, cuando no en plan santones tocacojones que disfrutan señalando las contradicciones del prójimo para demostrar qué coherentes, concienciados, listos, puros son a diferencia del resto, y siento que el asco que me provocan no es muy diferente que el de los primeros.

EMAKUMEZKOEKIKOA

  


   Maite ditut nire adiskide gizonezkoak, noski. Badut eurekin, hein handi batean, gizonezkoen artean hain propio den konplizitate berezi hori gure kasuan behintzat umorearekin erabat lotuta dagoena, baita elkarrekiko maite/adisketasuna adierazteko hitzik gabeko hizkera har hori ere. Badakit egiatan, oso gertutik, ezagun ez nauen edonori ni agian nahiko zakarra edo hotza, maiz ere txoriburu hutsa, eta ez dot ukatuko potrozorri galanta ere bai, suerta nakiokela, nire aitarengandik jaso egin bainuen nire emozioak-eta ezkutatzeko joera/ohitura. Halere, noizbait holakoa baldin banaiz hori izan ohi da gizonezkoekin; gero eta gehiago benetan urko edo auskalo zer dela eta gogaide ez ditudanekin ondo, behar bezain natural edo, konpontzea, gustura egotea, kostatzen zait eta; gehienek sano aspertzen naute. Egia esanda, bedidanik konpondu naiz hamaika aldiz hobeto emakumezkoekin, gauza benetan samurra haiek guztiz interesgarriagoak suertatzen zaizkidalako alde guztietatik. Areago, eta horretan nik uste denok bat, emakumezkoekin solasean egitea gauza benetan erraza era eztia begitantzen zait beti; gizonezko gehienekin izan ohi da egiazko/ egundoko sufrikario bat. Horrexegatik ere estimatzen ditut hainbeste, itzel, aspertzen ez nauten gizonezko bakanak. Adibiderik? Ba, jaio izan nintzenetik ia guzti- guztiak, alafede. Baina, baten bat ipintzearren, atzo bertan nire aitamaginarreben urrezko ezteietako bazkalorduan, nire koinatarekin hitz era pitz, irri eta mirri, ari ginela gainerakoak mundua konpondu bitartean. Zer dela eta? Mahai inguruan ni beti-beti neska edo andre baten ondoan esertzen saiatzen naizelako kosta ahala kosta. Gauza benetan zaila, nekosoa, aldiz, gure txokoan egoten naizenean, euskaldun asko eta askok ondo baino hobeto dakigunez.

PESADILLA

 


   Terrible pesadilla la de esta noche. He soñado que me encontraba con mi familia en un parque de atracciones, recinto ferial o barracas, que es como le decimos en Vitoria a todo lo anterior. Un parque muy viejo, obsoleto, rancio, como dando pena, así que al principio he pensado que era el de Igeldo en Donosti. Pero no, la verdad es que se parecía más al que aparece en la serie Boardwalk Empire ambientada en Atlantic City, más de época, principios del XX y así. De hecho, todo cristo iba vestido de época, vamos, como para bailar el foxtrot.

En cualquier caso, y como suele ser habitual en mí en estos casos, pues cada vez me resultan más insoportable los lugares frecuentados por mucha peña, como si el roce en exceso con el prójimo sacara lo peor de mí, no paraba de quejarme; "¿Qué hacemos aquí, hay demasiada gente, hace demasiado ruido, huele muy mal todo, la gente está demasiado alegre..." Vamos, unos morros como de aquí al Polo Norte, en plan aguafiestas total como cada vez que se me mete en la cabeza que en lugar de estar donde estoy estaría mejor en el cuarto de baño de mi casa limpiándome el culo. Entonces, y como también suele ser lo habitual, mi mujer acababa estallando.
- Has prometido que pasarías el día con nosotros y ahora no te puedes echar atrás; los niños no te lo van a perdonar.
- Vale, pues. Pero al menos me dejas donde el vino dulce.
- ¿Qué vino dulce?
- El puesto donde me llevaba mi viejo de pequeño en las barracas a tomar vino dulce de Aragón mientras mi madre se subía con mi hermano a la noria rusa.
- Aquí no hay vino dulce, estamos en Atlantic City.
- Y espero que tampoco noria rusa.
Pues ha sido mentar la bicha y ordenarnos a los tres que nos montemos en lo que, en efecto, me temo que sea una noria rusa, la atracción que más miedo me ha dado siempre, una vez y no más, no puedo con mis vértigos. Por si fuera poco, esto es un sueño, una pesadilla en toda regla, así que empiezo a sospechar que sea montarse en la noria rusa y empezar a caer bombas, cócteles Molotov, matrioskas con la cara de Putin, o cualquier cosa de esas que ahora están tan de actualidad.
- Sube y calla.
Así que subo con mi familia a un vagón dispuesto a pasarme todo lo que dure el viaje con los ojos cerrados. Todavía recuerdo no hace muchos años cuando me subí con el pequeño a una de las atracciones de Mendi en fiestas de La Blanca y puedo asegurar que hubiera preferido que me hubieran hecho una colonoscopia con un cable del tendido eléctrico. También recuerdo muchos años atrás en fiestas cuando me subí a uno de esos ingenios del demonio con dos colegas tras una noche de farra y nos pasamos todo el viaje potando; pero bueno, esa es otra historia. El caso es que la atracción, en realidad una especie de tren que empuja el vagón en el que vamos sentados, se pone en marcha.
Entonces, para mi sorpresa y satisfacción, descubro que tampoco es para tanto, que el tren de marras apenas toma altura y que el traqueteo es de lo más ligero, nada que temer. Hasta que a la salida del túnel por el que trascurre buena parte del recorrido aparece un personaje siniestro que, sin comerlo ni beberlo, me arrea con una escoba en toda la cabeza.
- ¿Pero?
- ¡Calla y disfruta!
Y así no sé yo cuántas veces más, que cada vez que salimos del túnel la hija de puta de la escoba me arrea con todas sus fuerzas a mí y solo a mí.
- ¿Pero ya le vale, no? ¿Por qué me pega con la escoba todo el rato esa señora?
- ¿No ves que nos hemos subido al Tren de la Bruja?
- Ya, pero, ¿por qué sólo a mí?
- De verdad, Txemita, qué pesado eres.
- ¿Y tú por qué te ríes tanto? -la sonrisa que se dibuja de lado a lado en el careto de mi señora esposa empieza ya a mosquearme bastante. Así que decido plantarle cara para que me diga por qué se ríe tanto cada vez que la vieja de la escoba me arrea con todas fuerzas; pero, justo en ese momento volvemos a salir del túnel por enésima vez y...
Total, que he despertado como suele ser la costumbre, de un salto que casi doy con la cabeza en el techo. Me he levantado porque no me apetecía lo más mínimo conciliar el sueño de nuevo por si volvía a aparecer la bruja de marras. He ido a desayunar, y, justo cuando me estaba preparando mi descafeinado con leche y el tazón con la macedonia de plátano, gajos de mandarina y fresas, me he dado cuenta de que hoy era el sábado que tocaba ir hasta Ortiguera, el pueblo de la costa occidental asturiana donde suele pasar temporadas la familia de mi señora, porque hoy se reúnen todos para celebrar las bodas de oro, o no sé qué hostias, de mis suegros. Así que...

 

viernes, 11 de marzo de 2022

EL ASESINATO DE CARAVINAGRE - MIGUEL IZU

 


 Resiñica para la revista EL SAYÓN: https://www.elsayon.com/el-asesinato-del-caravinagre/?fbclid=IwAR3vCpwYJDWKP8EM_zuLnDhIYB8QTMhJjGk_D21AOylhJVD3b1V9TTppbuE

EL ASESINATO DE CARAVINAGRE,

Autor:  Miguel Izu

Novela comentada y reseñada por Txema Arinas


         Como aficionado a la novela negra debería confesar una cosa: lo que menos me interesa de una novela negra son las tramas. No digo que no me interesen, que no disfrute siguiéndolas y me admire la resolución de muchas de ellas. Lo que digo es que disfruto más con los márgenes de las tramas, es decir, con la descripción de los personajes y ambientes, con todo lo que rodea o sucede estos, que con la resolución de los crímenes. Me interesan más las circunstancias de los personajes que averiguar quién de ellos es el asesino. De hecho, soy de los que distinguen la novela negra de la estrictamente policial por esa misma razón, porque en la primera la resolución de un crimen apenas es otra cosa que una escusa para retratar un ambiente, acaso un lugar concreto, un entorno social determinado, y así de paso poder desarrollar los personajes que lo pueblan. Creo que ese es el caso de El asesinato de Caravinagre de Miguel Izu y que por eso mismo he disfrutado tanto con la lectura del libro. Pero no solo eso, porque, aunque no me hubiera importado lo más mínimo que la trama alrededor del asesinato de los dos individuos que se echaban sobre los hombros el cabezón de ese personaje de las fiestas pamplonicas, y otras de Navarra y alrededores con otros nombres (curiosamente en mi ciudad, Vitoria, de pequeño todos los cabezudos de fiestas me parecían variaciones de Caravinagre, o lo que venía a ser lo mismo, aldeanos mal encarados que por lo que fuera querían hacernos daño a los niños, si bien de entre todos yo siempre sentí verdadero pavor por Ojobiriki), fuera de lo más simple, apenas una excusa para ir tirando del delicioso retrato que hace Izu de la sociedad pamplonica y navarra, y en especial de la atmósfera más íntima y desconocida de los Sanfermines, la verdad es que resulta imposible sustraerse a la trama, o mejor dicho, el amplio elenco de posibles tramas que aparecen en la novela.

            Respecto a todo lo que rodea a la trama o tramas de la novela, todo aquello que yo defino como márgenes, hay que reconocerle a Miguel Izu el buen trabajo que ha hecho con la construcción del protagonista, Rafael Echarte, el abogado rebotado de la universidad que nos introduce, tanto en los pormenores de su oficio como en los de su vida íntima, que nos acerca, por un lado, al ambiente de bufetes, juzgados y cárceles de una ciudad media como Pamplona y, por el otro, a las tribulaciones de un hombre maduro que parece que todavía no ha acabado de encontrar su sitio en lo profesional, lo cual le supone tener que aguantar las reconvenciones de los que sí lo han hecho, como ese hermano triunfador en lo suyo que toda familia parece tener para joder todo el rato a los demás con su ejemplo, y esas otras sentimentales en las que se mezcla el peso de un fracaso previo y la perspectiva de iniciar una nueva, si bien que al ritmo irritantemente parsimonioso, medroso y accidentado que parece ser lo habitual a partir de cierta edad donde estas cosas ya no se encajan con la deportividad de la adolescencia sino con la autocompasión a un trecho de la depresión pura y dura típica de la edad madura, y eso por no hablar de la, digamos que, casi vernácula torpeza de los hombres de nuestra geografía para las cosas del querer. Con todo, si no lo más interesante, acaso sí lo que mejor retratado me ha parecido, han sido las relaciones del personaje con su cuadrilla de amigos y otros conocidos, a destacar los diálogos, verdadero fresco de lo que es la variopinta sociología de una sociedad tan compartimentada, y esto por no reincidir en lo de dividida dado que algunas de las diferencias sociales e ideológicas no tienen porque significar una división de facto entre las personas, como la navarra por la cosa esa de las identidades tribales de cada cual e incluso la ausencia de ellas.

  • Pues no habrás sido tú, pero el Riau-Riau se lo han cargado los salvajes que iban a ver si podían empujar o dar un guantazo a los concejales –medió Jorge.
  • Aparte de eso, el problema es que el Riau-Riau ya no cabe en la calle Mayor –opinó Rafael-. Ha muerto de éxito, un acto tan masificado es imposible. Tuvo sentido cuando iba poca gente, pero ahora es inmanejable.
  • Si no fueran los abertzales violentos se podría recuperar –dijo Carmen.
  • Aunque no fueran, da igual –se mantuvo firme Rafael- no cabe en la misma calle toda la marabunta que se formaba. Entre los que iban a salvarlo y los que iban a molestar es imposible que funciones. Con dos que se empeñen en empujar a la contra se cargan la Marcha.
  • Pues es una pena que se pierda –opinó Arantxa.
  • Tampoco es para tanto. En realidad, desde el principio dijeron que corear el Vals de Astrain y bailar delante de la Corporación era una gamberrada, ya en los años veinte el alcalde lo prohibía diciendo que era una falta de respeto al Ayuntamiento –explico Mikel.
  • Lo que pasó, pasó, no hay forma de recuperarlo y ya está. Fue un error intentarlo el año pasado y no creo que vuelvan a hacerlo –dijo Eneko deseoso de zanjar la cuestión. A él nunca le había gustado el Riau-Riau aunque se cuidaba mucho de decirlo dada la sacralización de la que había sido el acto, sobre todo desde que había desaparecido.

Habían terminado de comer y les estaban sirviendo el café.

  • Falta menos de un cuarto de hora –avisó Mikel mirando el reloj-. Si os parece, pedimos champán para brindar en el momento del chupinazo.
  • Sí, pero mejo que nos lo pongan en la barra para verlo en la televisión –sugirió Jon. (pag. 29)

Con todo, y por muy atractivo y sobre todo satisfactorio que me haya parecido el bisturí de Miguel Izu a la hora de presentarme esa sociedad pamplonica a la que él pertenece y que, por lo tanto, conoce de primera mano y no como turista literario o cualquier otra cosa por el estilo, tengo que reconocer que me ha sorprendido la variedad de tramas que se apuntan en el libro alrededor de los asesinos de los dos portadores del cabezón de Caravinagre –creo que todavía no había mencionado que se trata de un personaje imprescindible a la hora de representar un carácter muy representativo de la fauna humana del lugar, Pamplona e inmediaciones del Viejo Reyno, siquiera con inusual frecuencia en comparación con otros lares-. Me ha sorprendido no tanto por las tramas en sí mismas, la abertzale, la legitimista independentista y la que no, la de los templarios, el triángulo amoroso, al fin y al cabo todas ellas conocidas de alguna u otra manera, sino por la habilidad de Izu para meterlas en su novela una tras otra sin romper el saco, o lo que es lo mismo, para que cada una de ellas mantengan el interés sin desmerecerse entre ellas. Se diría que Miguel ha hecho un ingente esfuerzo de contención –si bien en unas más que en otras; pero de eso ya hablaré más abajo- para no desarrollar cada trama en exceso y así evitar que el lector se encapriche demasiado con alguna dado el potencial que tienen todas para protagonizar la novela por sí mismas. En resumen, que uno tiene la impresión de que en El asesinato de Caravinagre se apuntan lo que bien podrían ser varias novelas independientes y todas ellas sumamente interesantes. Sin embargo, el autor ha preferido utilizarlas para jugar al despiste, tan del uso del género, con el fin de conducir al lector hasta la resolución de los asesinatos, casi que por sorpresa, evitando que se haga demasiadas ilusiones en lo que respecta a las preferencias que podría tener cada cual.

Entre tanto, y de fondo, el ruido y hasta la furia de los Sanfermines. Imposible quitarse de encima ciertos sonidos y hasta olores a poco que conozcas el ambiente sanferminero, que lo hayas vivido de lleno, siquiera llegando de fuera, de al lado más bien. Así que música de charangas de fondo, alguna que otra jotica, mucho cava, sangría, katxis de calimocho y de lo que sea, bocadillo de magras con tomate –que no recuerdo si aparecen en la novela, pero sí en mi memoria sanferminera-, empujones, compadreo entre beodos desconocidos que tan pronto pueden derivar en ochotes improvisados como en amagos de llegar a las manos por el motivo que sea, propósitos de correr los encierros a una edad en la que lo mejor sería estar encerrado en casa a esas horas, y resacas de espanto por más de lo mismo, la puta edad, la del prota me refiero.

Así que he disfrutado como pocas veces con la novela. Sin embargo, como lector reconozco que era fácil porque todo me sonaba muy cercano, conocido, así que no puedo evitar preguntarme hasta qué punto esa cercanía, o lo que es lo mismo, ese punto de acaso excesivo localismo puede ser un hándicap para un lector no familiarizado con la ciudad y sus fiestas. Me respondo enseguida que ninguno, sino más bien todo lo contrario. Una de las cosas que considero más atractiva de la novela negra es precisamente la oportunidad que ofrece, con la excusa de adentrarse en los pormenores de la investigación de un crimen, para conocer de cerca, incluso con detenimiento, ya no solo lugares concretos, sino también ambientes socioculturales e incluso políticos. Es así como una ha podido meter las narices en la cotidianidad de sociedades como las escandinavas gracias a autores como Henning Mankell, a la cubana de la mano de Leonardo Padura, la griega con Petros Markaris, la siciliana con, cómo no, Leornardo Sciascia o Andrea Camilleri, e incluso, sin salir de Italia, con las novelas de Donna Leon con Venecia de fondo. De hecho, creo que, si no el fondo al menos cierta intención o resultado, de El asesinato de Caravinagre como una manera de presentar ciertos aspectos de la trastienda de esas fiestas mundialmente famosas como son los Sanfermines pamploneses y que podría equipararse de alguna manera, ni qué decir que salvando las distancias y todo lo que haga falta, a lo que hace Donna Leon con ese otro marco poco más que turístico que se nos antoja a muchos la Venecia de hoy en día. En cualquier caso, una oportunidad única para ir más allá de los tópicos o las ideas preconcebidas que puede tener cada cual sobre una realidad concreta por muy conocida que se nos antoje.

Por último, y siquiera ya solo en homenaje a Caravinagre, por ejercer un poco de éste y sacar una pega que bien podría habérmela dejado en el tintero porque se trata en realidad de una mera impresión, por supuesto que muy subjetiva y que además no perjudica en nada el resultado final de una novela verdaderamente notable y sobre todo divertida. Me refiero al excesivo desarrollo que el autor le dedica al tema de los templarios y sus vínculos con Navarra. Cualquiera diría que, tras mantener un equilibrio perfecto a lo largo del libro entre la acción en tiempo real de los personajes de la novela y la presentación de las diferentes líneas de investigación que se abren a cuenta de los asesinatos de los portadores de Caravinagre, a Miguel Izu se le ha ido la mano ciriqueado, impelido, por su pasión por la Historia, y por la de Navarra en particular, y casi nos cuela una novela corta sobre el tema, sobre todo al hacernos el repaso de las diferentes dinastías que reinaron en Navarra en medio de lo que no deja de ser un diálogo. Como que yo, que también soy un apasionado de la Historia, y de la Navarra creo haber leído ampliamente, estoy convencido que de haber estado presente en la conversación me habría ventilado yo solo una botella entera de pacharán, a ser posible casero, con el único propósito de hacer más llevadera la clase de Historia. De modo que, e insisto que para no desmerecer a Caravinagre, si por mí fuera le impondría a Miguel la penitencia de escribir una novela dedicada íntegramente al tema de los templarios en Navarra, algo así como El Código Eunate, que sí, que no es templaría, ya sé, ya; pero, supongo que se entiende el guiño que también aparece en la novela. Eso y que, como todos sabemos, Caravinagre en el fondo no es tan fiero como lo pintan, si eso, un poco tocacojones y poco más.

 

© Txema Arinas. Oviedo, 10/03/2022. Todos los derechos reservados.


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