La imagen idealizada y sobre todo feliz del verano en nuestro subconsciente es un cuadro de Sorolla, da igual lo poco o nada que tengan que ver sus cuadros con críos correteando por la playa y esa deslumbrante luz mediterránea con nuestros verdaderos recuerdos. El verano ideal, entrañable, irrepetible siempre es un cuadro de Sorolla, melancolía y belleza en cada pincelada, felicidad a sorbos y "kresala" en la costa más cercana, holganza y trastadas por las tardes en el extrarradio agreste y agrario de la ciudad, primeros pinitos en golfería e impunidad, las desmadradas y ebrias fiestas de la urbe y de los villorrios de al lado, helados y atardeceres junto al pantano, jarras de cerveza, perritos calientes y cacahuetes donde la Duna, culines de sidra guipuzcoana en Ventafría, molicie y entusiasmo en un apartamento siempre cutre en el Mediterráneo, Renault 8 y paellas de mierda con mesas y sillas de camping, kilómetros de improvisación, cabreos y dormir en una cama por los pelos, de vuelta al erial de asfalto en las postrimeras de agosto, tardes de piscina como en una sopera y la palmera de coco de vuelta a casa ya derrengado en el urbano de Gamarra o a pie desde Mendi.
Sorolla es lo que resta en nuestra embustera memoria de los veranos de nuestra infancia previamente distorsionados y mistificados. Los veranos de ahora, en cambio, son algo como de Hacendado, algo casi impositivo, una maldición anual. Son veranos de legiones de currelas a la carrera desesperados por ser felices a toda costa aprovechando su único mes de vacaciones a la vez que provocan atascos en las carreteras o hacen colas eternas en una terminal cruzando los dedos para que nadie les joda el vuelo por cuatro duros a un destino del que documentarán con sus iPhones hasta sus deposiciones en los retretes de los hoteles para contárselo luego a la primera víctima propiciatoria que se les ponga a tiro. Son veranos de masas de desubicados, vocingleros y horteras por todas partes, en las playas y rincones más insospechados de la costa de las que nos sentimos expulsados porque simple y llanamente ya no cabemos, así como en los cascos viejos de las ciudades donde ya no pondremos el pie hasta septiembre para que ellos sean estafados sin piedad por el correspondiente hostelero sin escrúpulos o el guía turístico que les contará intrascendencias y patrañas de todo tipo con el fin de que así puedan volver a sus casas creyendo que se han "culturizado" un poquito, lo justo para hacer hambre. Son veranos de atraco a mano armada en los bares y restaurantes donde el resto del año antes se podía comer decentemente por poco y ahora olvídate ya incluso en invierno, todo es gastronomía aproximada al borde siempre de la alarma sanitaria y para consumo exclusivo de "foriatus" con los que prima la consigna de "ave de paso, estacazo." La mafia hostelera tiene cogida por los huevos a las correspondientes autoridades de cada lugar con la mierda esa de" ciudad de servicios" casi que en exclusiva. Como que incluso les hacen las fiestas a la carta para que sigan haciendo caja a cuenta de los ciudadanos de aquí y allá devenidos en simples consumidores que encima tragan con todo, no ya sólo sin rechistar, sino incluso con regocijo; ¡Hostia puta, que hasta están ensanchando las aceras para que puedan poner más terrazas! Y luego la prensa, la cual hace ya tiempo que ha dejado de dar noticias y se limita a reiterar clichés turísticos, publicitar ferias gastronómicas e inventarse estúpidos "susedidos" protagonizados por turistas que acaban en urgencias porque el camarero cachondo de turno les había dicho que si no se acababan el cachopo tamaño minga de ciudadano medio de la República del Congo, relleno con chosco y queso de Oscos, tendrían que pagar el doble e incluso los de los clientes de las mesas de al lado.
Los veranos de ahora son una exhibición impúdica, tolerada y hasta fomentada de la idiocia al por mayor y sobre todo a mayor gloria de la industria que redondea las cuentas en un país condenado a servir de parque temático con playas y alcohol a precio de risa para la chusma borracha, borrega y bullanguera en bermudas, camisetas de tirantes y chanclas que nos llega en forma de oleadas inagotables desde todos los puntos de Europa porque seguimos sin servir para otra cosa. Los veranos de ahora son al ocio y el descanso lo que el porno al sexo. Los veranos de ahora son una tragicomedia sucia y barata.
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