Pues sí, las cosas son como son, en España la inmensa mayoría de los que leen conoce mejor a Patrick Modiano, a Ken Follet o a Ferrante que a muchos escritores catalanes de la talla de Pla, Maragall, Espriu, Moncada, Monzó, Pamies... No hay reciprocidad entre las dos comunidades lingüísticas, sólo funciona en un sentido, en de los catalanes que sí conocen la literatura en castellano porque al ser bilingües también la tienen como propia a su manera. Y por qué se conoce mejor lo de fuera, esto es, lo extranjero, que aquello que también forma parte de España, qué extraña paradoja esa de querer ignorar a conciencia lo que por lógica nos es más cercano que lo de fuera. Pues para qué engañarnos, por el desprecio ancestral del monolingüe castellano hacia todo lo que signifique una alteración de la uniformidad castellana de acuerdo con lo que considera que debe ser la nación española. El catalán con el resto de lengua y culturas españolas son una molesta realidad que durante siglos se ha intentado ocultar, minimizar y sobre todo eliminar del espacio público relegándola a la intimidad. Luego ya, primero gracias la Constitución del 78 que consagra por fin y por primera vez en siglos la oficialidad de esas lenguas en sus territorios y luego los respectivos estatutos de autonomía el derecho y obligación a protegerlas y promoverlas, han podido recuperar en parte ese espacio perdido y sobre todo negado, ya sea en la escuela o en la plaza pública. Pero parece que a la inmensa mayoría de los españoles monolingües les sigue molestando sobremanera la existencia de esa realidad, sobre todo cuando viajan a los territorios con lengua propia y observan que estas se hablan a su alrededor y no pueden evitar cierto fastidio, esto es, sentirse en territorio extraño porque consideran que lo normal en España es hablar y vivir en español, vamos, en castellano, todo lo demás cosa de paletos o malos españoles, o lo que es lo mismo, los pérfidos nacionalistas. Se podría decir que ese rechazo hacia lo catalán en concreto es la consecuencia, para algunos del todo lógica, de la fuerza adquirida en los últimos tiempos por el independentismo y los inevitables excesos de todo nacionalismo cuando se exacerba y cae en la descalificación xenófoba del contrario. Se podría decir, sí, pero sería absurdo justificar ese rechazo a lo catalán por culpa del independentismo cuando el número de catalanes que todavía quieren seguir siendo españoles es más de la mitad. Curioso también escudarse en el independentismo para rechazar lo catalán porque al hacerlo dan la razón a los independentistas cuando aducen que España no les quiere y que si podrían prohibirían de nuevo su lengua y cultura porque la esencia del estado español es centralista, imperialista, y solo tolera los particularismos, cede en su proyecto uniformador, cuando se siente débil al igual que durante la Transición. A mi juicio el independentismo no es sino una coartada que ni pintada para poder desempolvar sin tapujos ese anticatalanismo secular de la España monolingüe en castellano y así poder reafirmarse en la idea también secular de que España debe ser en esencia una Castilla ampliada y todo lo demás tierra conquistada que además tiene que comportarse como tal, esto es, asumiendo la inferioridad de lo vernáculo frente a lo de la metrópoli. De ese modo nos encontramos ante dos nacionalismos esencialistas que se retroalimentan en su rechazo del otro y sobre todo en su idea, simplista a más no poder y acaso por ello también la más exitosa de todas, de la nación como una unidad no ya de destino sino de lengua y cultura, el estado nación aunque en el interior del primero haya diferentes sensibilidades nacionales que aún queriendo estar no encuentran fácil acomodo porque ya sea una nacionalismo o el otro, todos exigen renunciar a lo evidente, lo existente, esto es, la pluralidad innata lingüística y cultural de España y también de cada uno de los países y regiones que la conforman.
No tiene que ver con el independentismo catalán, no del todo, viene de lejos, y ni siquiera es una actitud propia de gente simple e ignorante que no entiende de matices y de ahí que su visión de las cosas sea siempre a través de maximalismos, el blanco y el negro como la verdadera divisa del discurrir hispano. No, el ejemplo histórico de esa visión tan reducida y por ello negacionista de la verdadera España, de este nacionalismo pancastellano esencialista, no es otro que el del mismo Galdos cuando le dice en una carta al más que notable escritor Narcís Oller: «...es tontísimo que V. escriba en catalán». Es entonces también cuando Oller le responde esta guisa dejando en evidencia la intolerancia intrínseca de las palabras del gran escritor español del XIX y por extensión de todos aquellos que las comparten:
«Escribo novela en catalán porque vivo en Catalunya, copio las costumbres y los paisajes catalanes y catalanes son los tipos que retrato, en catalán los oigo cada día, a todas horas, como usted sabe que hablamos aquí. No puede usted imaginar efecto más falso y ridículo que el que me causaría a mi hacerlos dialogar en otra lengua, ni puedo ponderarle tampoco la dificultad con la que tropezaria para encontrar la paleta castellana cuando pinto, los colores que me son familiares de la catalana (...). ¿No cree usted que el lenguage es una concreción del espíritu?. ¿Entonces como se le puede divorciar de esta fusión de realidad y observación que existe en toda obra realista?»