jueves, 31 de octubre de 2019

LOS ILUSTRES OLVIDADOS


LOS ILUSTRES OLVIDADOS, articulico de un tal Txema Arinas para la revista literaria hispanoamericana LETRALIA: https://letralia.com/articulos-y-reportajes/2019/10/31/los-ilustres-olvidados/

Es ya casi un lugar común que la edición contemporánea de libros de literatura pura y dura, esto es, aquellos que, en lugar de adscribirse a cualquiera de los géneros existentes, pretenderían trascender en el juicio y la memoria del lector por sí mismos, parece ser cada vez más limitada y uniforme. Dicho de otro modo, parecería que la industria editorial ha decidido apostar única y exclusivamente por lo seguro. Nada de experimentos, de apuestas arriesgadas que tanto pueden espantar al lector como cautivarle, nada de romper moldes sino más bien seguir un camino más o menos trillado. Dicho de otro modo, la mayoría de las novedades literarias de hoy en día están muy bien escritas, y sobre todo cumplen a la perfección con una regla que se ha vuelto de oro: no aburrir al lector. En efecto, podrán gustar más o menos por su temática o por su estilo, pero los escritores actuales procuran hacer todo lo posible para retener al lector en su texto, esto es, para no espantarlo con una prosa excesivamente alambicada o puramente conceptual. En resumen, la literatura que vemos hoy entre las novedades de los escaparates es una literatura que se entiende a la primera, que no plantea retos, luego ya allá cada cual con su filias o sus fobias.
Me cuesta imaginar hoy en día un editor lo suficientemente arriesgado capaz de publicar un libro tan críptico y simbólico como Pedro Páramo.
¿Cuál es entonces el problema? Pues que algunos tenemos la impresión de que la literatura actual se ha vuelto demasiado conservadora en sus propuestas, tan convencional en su escritura, tan complaciente con el lector, que si uno echa la vista atrás y recuerda a las grandes figuras que han protagonizado la Historia de la Literatura en castellano —y digo en castellano y no universal con el único propósito de limitar el campo de acción de esta reflexión— empieza a tener la sospecha de que incluso autores como Ignacio Aldecoa, Luis Martín-Santos, Juan Rulfo, Juan Benet, Juan Goytisolo, Alejo Carpentier, Ignacio Aldecoa y tantos otros (y no, no he citado escritoras porque las más destacadas de su época como Carmen Martín Gaite, Carmen Laforet o Ana María Matute, Soledad Puértolas, etc., se me antojan tan originales como perfectamente homologables a la tendencia del texto claro, directo y sugestivo que juzgo en boga en la literatura de nuestra época; a saber si porque era denominador común en ellas darle más importancia al contenido que a la forma, esto es, a diferencia de sus coetáneos masculinos y, sobre todo, a riesgo de quedarme atrapado en el prejuicio sexista) hubieran tenido grandes problemas para publicar en estos días sus obras más representativas. Insisto, es una sospecha, un prejuicio incluso; pero, me cuesta imaginar hoy en día un editor lo suficientemente arriesgado, a la par que verdadero amante y defensor de la Literatura en mayúsculas, capaz de publicar, siquiera en una editorial de cierto fuste o grandes tiradas, un libro tan críptico y simbólico como Pedro Páramo o cualquiera de los dedicados a Región por Benet con sus frases interminables, su prosa concienzudamente alambicada, su pujo por dar una vuelta de tuerca en cada página con el único fin de hacer todavía más impenetrable el texto y, por supuesto, su reconocido desprecio, vamos a adjetivarlo que de olímpico, por el lector medio.
Con todo, estamos hablando de las grandes figuras de nuestra literatura contemporánea, aquellos que la blasonan ya para los restos aunque sean pocos ya los que los lean o, lo más lógico, que sigan siendo los mismos, los cuatro gatos escogidos con los que el mismo Benet decía que se conformaba.
Y si esto podría ocurrirles hoy en día a los grandes nombres de nuestra literatura, qué decir de aquellos que en su momento tuvieron cierto predicamento con sus propuestas literarias tan personales, tan contra corriente incluso, y que, sin embargo, no tardaron mucho en pasar al olvido una disipada ya eso que decía Boris Vian de la “espuma de los días”, esto es, la época en la que protagonizaron portadas o cupieron páginas enteras de los suplementos literarios de moda o las revistas de prestigio del ramo, incluso olvidado ya el eco que obtuvieron los premios de relumbre que les concedieron sus editores para proporcionar una obra en la que entonces confiaban poco más que a ciegas y de ahí la insistencia en publicar sus obras a pesar de los escasos réditos económicos que obtenían con ellas. La lista de estos autores sería interminable, por lo que yo he escogido dos de signo muy contrario. Me refiero a los españoles Miguel Espinosa y José María Riera de Leyva, dos escritores de estilos muy diferentes, casi contrapuestos, pero que pertenecen al grupo de los que en su momento tuvieron gran éxito de crítica y una relativa aceptación por el público, puede que en respuesta a los premios que les concedieron con el evidente fin de promocionar su obra o la cobertura mediática que reciben por los medios especializados, pero cuya propuesta literaria es tan original, tan personal, que prácticamente los condenan a la categoría de escritores de culto y casi que también al olvido, pues sólo hay que ver la dificultad a la que se enfrenta el lector curioso para conseguir cualquiera de sus libros.
Miguel Espinosa fue un novelista y ensayista nacido en Caravaca de la Cruz (Murcia) el 4 de octubre de 1926 y muerto en Murcia el 1 de abril de 1982. Muchas de sus obras se publicaron años después de ser escritas; algunas, incluso, de forma póstuma. Sus novelas más significativas fueron La fea burguesía (1990) y Escuela de mandarines (1974, Premio Ciudad de Barcelona). Ambas novelas tienen como tema principal la crítica a la burguesía española del franquismo tardío, un retrato despiadado de una sociedad de trepas y caciques de medio pelo que destacan por su vulgaridad y miseria moral. La narrativa de Espinosa se diría que es la de un “escritor intelectual”, un amante de lo clásico, él hasta se tildó en su primer libro, Asklepios (1084), como “el último griego”, alguien que pretende ver el mundo que le rodea desde una atalaya sobre la que extiende su peculiar mirada de hombre nacido a destiempo. De ese modo también, su escritura puede pecar en un primer momento de un exceso de clasicismo que se evidencia en el arcaísmo de buena parte de su lenguaje; pero, puede que también por eso mismo, por ser la mirada de “el último de los griegos”, Espinosa se resiste en todo momento a ofrecernos las cosas tal como las ve sino como prefiere interpretarlas de acuerdo con esa mirada para la que casi todo está en los clásicos porque, al fin y al cabo, el drama que nos ofrece ya ha sido escrito mil años antes con otros nombres y otros escenarios. Es por eso que al final Espinosa se decanta por el experimentalismo, tanto en el lenguaje como en la estructura. Crea un estilo muy propio, una voz de otro tiempo que recurre a cambios de punto de vista y todos esos fuegos de artificio, un vocabulario más o menos arcaizante, nombres de personajes o sus seudónimos, definiciones y complicaciones sin cuento. No se puede leer a Espinosa como un simple testimonio de una época y un lugar, no es un retrato de realidad alguna, es la enésima interpretación completamente subjetiva de alguien para el que la realidad, la historia que supuestamente tiene entre manos, apenas es otra cosa que una excusa para interpretar el mundo a su manera. Una interpretación que puede resultar a ratos excesivamente personal, extravagante incluso, demasiado discursiva y hasta deformada; pero, eso sí, siempre propia, original, una voz que se eleva de entre las demás para relatar una historia que gracias a la escritura de Espinosa trasciende su época y lugar para convertirse tanto en universal como en intemporal. Y eso es lo que hace precisamente que trascienda la obra de Miguel Espinosa, porque puede que no haya tenido todo el eco que merecía y merece, puede incluso que su propia factura tan personal haya impedido que así sea, puede que, como bien he señalado al principio, los tiempos que vivimos no sean precisamente muy propicios para las voces que desentonan del coro en boga, puede que ya no haya lectores sino simples consumidores de novedades; pero la obra de Espinosa sólo se parece a sí misma y por eso es única e intemporal.
Riera de Leyva es un escritor de atmósferas en las que apenas se concreta el lugar donde se desarrollan las historias y el tiempo parece suspendido.
En el caso de José María Riera de Leyva (Almería, 1934), en 1959 recibe el premio Sésamo de Novela, en 1970 publica la obra En el otro paísLejos de Marrakech (1991), Premio Herralde de Novela con Aves de paso (1993) y Una cerveza en Kenia (1995), encontramos ciertos paralelismos en cuanto a la suerte de su obra, ambas son breves, de apenas tres o cuatro libros, ambas fueron alabadas por la crítica en su momento y recibieron premios que les dieron cierta repercusión, ambas también parecen haber caído en el olvido por culpa precisamente de aquello que las hace únicas, son demasiado personales, demasiado a la contra de aquello a lo que el mundo editorial parece haber acostumbrado al lector medio, demasiado imprevisibles y puede que sólo un poco impenetrables para un lector poco o nada acostumbrado al esfuerzo, siquiera ya sólo para el lector acomodaticio que quiere saberlo todo del libro que tiene entre manos antes de ponerse en serio sobre él. Sin embargo, la narrativa de Riera de Leyva no puede ser más distinta de la de Miguel Espinosa, casi antagónica. Todo lo que en Espinosa es búsqueda de la excelencia semántica y vueltas de tuerca de todo tipo, en Riera de Leyva es una apuesta estética por lo exquisito de la sencillez, la brevedad, y sobre todo la confianza en el diálogo conciso.
La escritura de Riera de Leyva es un ejemplo límpido de concreción sintáctica o economía narrativa. Apenas unos pocos trazos descriptivos de personajes y escenarios. Todo lo demás se resuelve a través de diálogos largos pero de frases breves, en escenas resueltas al modo más cinematográfico que uno pueda concebir. Riera de Leyva es un escritor de atmósferas en las que apenas se concreta el lugar donde se desarrollan las historias y el tiempo parece suspendido, los protagonistas están siempre de paso o a punto de levantar el vuelo, los sucesos acontecen de improviso, sin causa aparente, o apenas suceden. En los libros de Riera de Leyva se recrea un mundo de personajes que parecen vivir en los márgenes de la sociedad o a espaldas de ésta, y no precisamente porque se vean condenados a ello por su origen o la mala fortuna, sino más bien por propia convicción, son vagabundos o solitarios por elección. Pero sobre todo son personajes al margen de las convenciones sociales de su época y sociedad, dedicados en exclusiva a vivir el día a día, en algunos casos sin otro quehacer que la pura contemplación y sin que ello implique estar varado en el mismo sitio; más bien todo lo contrario, los personajes de Riera de Leyva se están moviendo constantemente. O por lo menos cambian de escenario sin que ello les suponga mayor trastorno porque su principal o único apego, las únicas ataduras que tienen, no son como las del resto de sus contemporáneos, no, las decisiones que toman lo son en exclusiva como resultado del ejercicio puro y duro de su voluntad. Los personajes de Riera de Leyva son libres como pocos pueden serlo, nada les ata ni atan a nadie, sólo se dejan llevar por los acontecimientos y además los enfrentan sin excesivos desgarros, da igual que pierdan el amor de su vida o se arruinen de un día para otro, se diría que son verdaderos epicúreos. Por lo demás, el efecto que provocan las novelas o relatos de Riera de Leyva en el lector no puede ser más desasosegador, a veces excesivamente frío o inquietante, y no tanto porque las historias apenas se resuelvan o no lo hagan de modo alguno, porque todo quede como suspenso, sin saber qué fue o será de los protagonistas, como si en realidad todo fuera apenas un mero episodio de la vida de cada uno para el recuerdo, sin que en realidad parezca que haya ocurrido algo susceptible de ser narrado de verdad. En efecto, desasosiego porque la escritura de Riera de Leyva también es una manera harto personal de interpretar la vida, de contarla en lo más imprevisible o intrascendente de ésta, a menudo también en su lado más absurdo. Desasosiego que no es otra cosa que lo que trasmite la atmósfera de verdadera calima existencial que envuelve las historias de Riera de Leyva y de ahí lo muy personal, original, yo diría que hasta iconoclasta, de su obra; también se puede escribir sin contar nada o casi nada, basta con desnudar personajes o atrapar momentos, con poner luz e imágenes a las vidas de otros vistas casi que de lejos, quizás a través de una cámara en exclusiva.
Con todo, y al igual que ocurría con nuestro anterior escritor, Miguel Espinosa, Riera de Leyva ha sido un escritor con cierta aceptación de crítica y también con la del público que le correspondió en su momento como consecuencia de la cobertura mediática resultante de publicar en una editorial de las tildadas entre las grandes como Anagrama y recibir además el empujón de su principal galardón. Dos escritores, por lo tanto, dueños de sus respectivos mundos literarios, tan únicos y sobre todo perfectamente reconocibles, los cuales podrán gustar más o menos al lector según le pille su estado de ánimo o lo que busque entre los libros, pero suficientemente interesantes como para formar ya parte de la Historia de la Literatura, siquiera ya sólo española o en castellano, con todas las de la ley.
Y sin embargo, ahí están los libros de ambos, relegados al olvido de los almacenes de las librerías especializadas por las nuevas tendencias editoriales, ya como mucho resignados a ser preciados objetos de deseo de cazadores de excentricidades literarias o simples lectores aburridos, hastiados, ante lo que les ofrece el mercado editorial actual. Autores que merecerían ser rescatados, y no digo sólo reeditados, sino simplemente puestos a la vista del lector de la manera que se considere oportuno en el gremio, siquiera ya sólo para compensar o saciar ese hartazgo ante tanta inanidad literaria, cuando no simple conformismo, entre las novedades de las librerías.

martes, 29 de octubre de 2019

KASKAJARES GUAINFESTILVAL



Mi crónica para la revista multidisciplinar TIPEALÍA del inexistente CASCAJARES WINE FESTIVAL: https://tipealia.es/cascajares-wine-festival/

El Antón y el Manolo eran los dos únicos viticultores de Cascajares de la Sierra. Elaboraban un vino del año más que aceptable, el cual se consumía en toda la comarca de la Sierra de la Pena. Un día al Antón y al Manolo se les ocurrió organizar una fiesta del vino para poder sacar así el excedente de todos los años. Entonces el concejal de cultura del pueblo tuvo una gran idea: ¿Por qué limitarse a Cascajares y su comarca, por qué no promocionar los vinos del Antón y el Manolo a escala mundial? Así decidió denominar a la fiesta del vino, que se celebraría todos los años por primavera, la Cascajares Wine Festival. El éxito fue rotundo en opinión del Antón y el Manolo, gracias a la idea de poner el nombre en inglés habían conseguido que la noticia de la fiesta del vino de Cascajares de la Sierra saliera en todos los medios de la comarca y hasta en un reportaje a doble página en el periódico de mayor tirada de la provincia. “Es lo que tiene el inglés, que te da a conocer en todo el mundo”, observó el Antón. Por su parte, el Manolo empezó a decir desde aquel día a todo el que se le ponía a tiro que él, que nunca había salido de Cascajares más que para hacer gestiones en la capital de la provincia, era un agricultor “cosmopolita”. Al concejal de cultura lo destituyeron de su cargo y expulsaron del partido, no ya por gilipollas, sino porque con la excusa de promocionar los vinos de Cascajares se había dado la vuelta al mundo sin reparar en gastos y siempre a cargo del ayuntamiento; parece ser que nunca quiso compartir viaje con ninguno de sus compañeros de la corporación, que antes prefería llevarse a la querida (en Cascajares los hombres siguen teniendo “querida”…). Todavía hoy en día se celebra anualmente la “Kaskajares Guainfestibal”

© Txema Arinas 2019

lunes, 28 de octubre de 2019

El viejo timo de las reliquias (Sobre el origen de la lengua castellana)


"El viejo timo de las reliquias", un articulico para la revista hispanoamericana Letralia acerca del origen de la lengua castellana y así: https://letralia.com/articulos-y-reportajes/2019/10/27/timo-de-las-reliquias/?fbclid=IwAR1FDqT9dMuTYrhRs5wIa61kFbygFBc3jWMHk6cOgtdgcvCCEVXReD_G3iE

Escapada hasta el Monasterio de San Millán de Suso, en la Rioja, donde explotan a conciencia lo de las glosas famosas para cobrarle al visitante sus cuatro euros previo paso por la oficina de venta de entradas al recinto, suvenir del lugar, quincalla religiosa y demás pijadas para sacar los cuartos a todo el que se ponga a tiro.
Aunque al monasterio de Yuso y sus alrededores le dicen “El Escorial Riojano”, en una de esas exageraciones tan del gusto de los nativos, la verdad es que el conjunto no es especialmente original como edificio.
El paraje donde se halla el monasterio es precioso, entre montes a los pies de la Sierra de la Demanda, antiguamente conocida también en su tiempo por la población vascófona del lugar como Arandio. Sí porque todo el occidente riojano, la llamada Rioja Alta, fue repoblada durante la Alta Edad Media por gente de habla vasca venida en su mayor parte de las tierras de Álava tal y como indica el tipo de euskera que utilizaron para nombrar los lugares o las villas a las que daban su nombre (el ejemplo más claro es el sufijo locativo vasco occidental –uri: Ochanduri, “Villa de Ochando”; Cihuri —zubi+uri—, “Villa del puente”; Naharurri, “Villa de navarros”; Semenuri, “Villa de Jimeno”; Herrameluri, “Villa de Herramel” —cierto conde alavés—, y un largo etcétera).
El monasterio que visitamos es el de Yuso, esto es el de abajo en contraposición al de Suso, el de arriba, también en romance o castellano antiguo. El de arriba o de Suso es el más antiguo y de ello dan fe sus influencias visigóticas y mozárabes. El de abajo o de Yuso es del año 1053, aunque el edificio actual es una reconstrucción en gran parte barroca del original románico. La leyenda atribuye la construcción de este segundo monasterio de San Millán, a pocos metros del original, al rey García IV de Navarra, el cual pretendió trasladar el arca a Nájera, capital entonces del reino. Según la tradición, los bueyes que tiraban de la carreta no pudieron con la carga y se interpretó que el santo deseaba permanecer allí, por lo que el rey ordenó construir un nuevo monasterio.
Aunque al monasterio de Yuso y sus alrededores le dicen “El Escorial Riojano”, en una de esas exageraciones tan del gusto de los nativos, la verdad es que el conjunto no es especialmente original como edificio. El verdadero atractivo, como todos sabemos, son las glosas en lengua romance y vascongada encontradas en los libros de culto del monasterio, y por lo que el lugar ha sido titulado desde entonces como cuna del castellano e incluso de la lengua vasca o euskera.
Ese es el reclamo y de eso vive en buena parte el monasterio por encima de sus riquezas artísticas o monumentales, que ya digo que no son ni mucho más espectaculares ni ricas que tantos y tantos otros monasterios de los alrededores. Las Glosas Emilianenses son pequeñas anotaciones manuscritas, realizadas en varias lenguas (latín, romance y euskera) entre líneas o en los márgenes de algunos pasajes del códice latino Aemilianensis 60 a finales del siglo X o con más probabilidad a principios del siglo XI. La intención del monje copista era probablemente la de aclarar el significado de algunos pasajes del texto latino.
No obstante, debido tanto a falta de rigor filológico como a cierto pujo propagandístico, las glosas en romance se atribuyeron a un primitivo castellano. Hoy en día, ningún filólogo serio defiende esta teoría (digo serio porque seguro que los hay a sueldo del gobierno o de la institución de turno para intentar afirmar todo lo contrario y así mantener el negocio…), sino que estas glosas están escritas en romance navarro-aragonés, y más en concreto en su variedad riojana, que es lo lógico de acuerdo con su localización geográfica y su vínculo histórico con el antiguo reino navarro. Por otro lado, hace ya tiempo que se sabe que los primeros textos con verdaderos rasgos castellanos se encontraron en los Cartularios de Valpuesta, al norte de la provincia de Burgos y limitando con el occidente alavés (en estos cartularios hallados en una zona también de profunda impronta monacal a la que pertenecía parte de lo que hoy es la zona de Valdegobía en Álava, aparecen también nombres o expresiones de tipo vasco como Anderazo, “Mujer grande o buena”, o Minaya, esto es, mi “anaia”, “mi hermano”, demostrando una vez más la implicación entre ambas lenguas).
Ahora bien, atendiendo a la insistencia con que la simpática guía de la visita al monasterio insiste en afirmar que aquello es la cuna del castellano, todo lo anterior parece ser meras pejigueras académicas de cuatro listillos dispuestos a joder la fiesta y, reitero, sobre todo el negocio. Digo yo que por no ponerse a retractarse o a corregir todo lo escrito hasta ahora tras décadas de dar la murga con lo de “la cuna del castellano”, convertido no sólo en un topicazo acuñado y refrendado por la RAE y las diferentes administraciones locales y no tanto, sino sobre todo en el reclamo del que vive el monasterio.
A quién le importan el rigor científico, la honradez intelectual o cualquier otra pijada cuando hay plata de por medio.
A decir verdad, este reclamo de las glosas como cuna del castellano y no como simples glosas en un romance hispánico ya casi extinto al estilo del gallego, el asturiano o el aragonés del que es primo hermano, no dejan de ser la versión moderna del negocio/timo de las reliquias sagradas como las que también atesora el monasterio en los supuestos huesos del Santo Millán nacido en el vecino pueblo de Berceo. Conviene recordar la devoción que durante toda la Edad Media y hasta más tarde generaba la posesión de supuestos huesos y órganos sagrados de santos, espinas o maderos de la cruz de Cristo y demás casquería religiosa. Dicen los entendidos que el absurdo de la existencia de tanto elemento sagrado repartido a lo largo y ancho de los territorios de la cristiandad era de tal calibre que hubiera bastado juntar todos los trozos del madero de la cruz de Cristo guardados como reliquias a largo y ancho del orbe cristiano para construir un puente de madera que cruzara Europa de norte a sur. Por no hablar del hecho de que el número de huesos atribuidos a un santo habría servido para construir un ejército de clones de cada uno de ellos. Pero claro, a ver qué iglesia, monasterio, convento, ermita o simple capilla estaba dispuesta a privarse de su correspondiente reliquia para eso de atraer devotos y así de paso poder sacarles los cuartos.
De manera que con esto de las famosas Glosas Emilianenses otro tanto, la versión moderna del timo de las reliquias. Y es que a quién le importan el rigor científico, la honradez intelectual o cualquier otra pijada cuando hay plata de por medio. Y si no, y de la misma manera que antaño los lugareños te podían correr a palos como se te ocurriera dudar de la autenticidad de los huesos del patrón de su pueblo, hoy en día ya se encargará la correspondiente administración o institución, académica y todo, de defender y promocionar el bulo por encima de toda evidencia científica; a ver si ahora va a resultar que la ciencia lingüística va a ser más importante que la parafernalia propagandística y siempre a rei publicae maior gloria.

sábado, 26 de octubre de 2019

NAIZENA


Peter Handkeren "Was Ich nicht bin, nicht habe, nicht will, nicht möchte - und was ich möchte, was ich habe und was ich bin" poemak iradokitako beste poematxo bat Hitzen Uberaneko Komunitatea sailerako. Jakina, barkaidazue atrebentzia. Poema kontuetan beti barkazioa aldez aurretik eskatu behar da eta...

Ni naiz naizena.
Baina, nor naiz ni?
Ni ez naiz izan nahi dudana.

Ni ez naiz inoiz lagun ona izan.
Ni ez naiz inoiz maitale zintzoa izan.
Ni ez naiz inoiz bidaide zolia izan.
Ni ez naiz inoiz gizaki zuhurra izan.

Ni ez naiz behin ere jatorra izan.
Ni ez naiz behin ere  abertzale ona izan.
Ni ez naiz behin ere zure tribukoa izan.
Ni ez naiz behin ere fidatzekoa izan.

Ni ez naiz nire etxekoek izatea nahi zutena.
Ni ez naiz nire lagunek nigandik espero zutena.
Ni ez naiz  nire auzokoek nintzena uste zutena.
Ni ez naiz nire ondorengoek gogoratuko dutena.

Ni ez naiz gurasoei beti men egin zien semea.
Ni ez naiz beti orotan bat etorri zen adiskidea.
Ni ez naiz bere herria itsuka maite zuen hiritarra.
Ni ez naiz iritzi guztiak errespetatu zituen gezurtia.

Ni ez naiz aspaldi maitatu eta trazionatu zintuen ergela.
Ni ez naiz aspaldi bide okerrean lagundu zizun ezjakina.
Ni ez naiz aspaldi bere buruari kale egin zion txepela.
Ni ez naiz aspaldi zuk gutxietsi zenuen buruarina.

Ni ez naiz geroan denon gustukoa izan nahi zuen handiustekoa.
Ni ez naiz geroan arrakasta kosta ahala kosta nahi zuen handigura.
Ni ez naiz geroan gainerakoei sorbalda gainetik begiratu nahi zien santua.
Ni ez naiz geroan behin eta berriro bere burua asmatu nahi zuen faltsua.

Ni ez naiz orain inori barkazio eske datorkion erretxina.
Ni ez naiz orain ezer behin betiko ondo egitea gogoan duen tematia.
Ni ez naiz orain galdutako aukerez damu dagoen zalantzatia.
Ni ez naiz orain bere larrua enegarrenez aldatu nahi duen sugea.

Ni naiz huts eta akats guztiok.
Baina, nor naiz ni?
Ni naiz izan nahi ez nuena.

Txema Arinas
Uvieun, 2019/10/25

viernes, 25 de octubre de 2019

PROHIBIDO FIJAR CARTELES de Francisco Gómez Escribano

Reseñica de PROHIBIDO FIJAR CÁRTELES de Paco Gömez Escribano para Solo Novela Negra: https://www.solonovelanegra.es/prohibido-fijar-carteles-de-francisco-gomez-escribano-por-txema-arinas/?fbclid=IwAR18pJrkSs3mPxdsDXDfyQsiDvSsfXR8clHyfImHLwtTJPNkX9Lu_pYUpGU

Lo primero que me planteo antes de afrontar esta reseña de la última novela de Paco Gómez Escribano, Prohibido fijar cárteles (2018), es si seré capaz de no repetirme teniendo en cuenta que creo haber reseñado todas las anteriores de la saga que podemos llamar de Canillejas. Lo hago porque en todas esas reseñas he puesto las novelas de Paco por las nubes, y me temo que si me dejo llevar por la inercia del entusiasmo inmediato al final de la lectura del libro no habría excesiva diferencia entre esta reseña y las anteriores. Con esto ya digo que Gómez Escribano cumple con creces con aquello que, siquiera yo como lector busco y agradezco en autor digno de tal nombre, y es que no me venga con piruetas existenciales en plan reinventarse como escritor, mudar de piel y así, como si se hubiera arrepentido o aburrido de todo lo escrito hasta el momento.
Paco Gómez Escribano es fiel a un estilo y sobre todo al aliento literario que lo hace tan reconocible como apetecible y que inició con Yonqui (2014), el cual no es tanto una incursión o dedicación al género negro como el propósito de recrear un territorio literario propio, mítico que se dice en las cátedras del asunto. Un territorio literario o mítico que corresponde a ese barrio popular y en cierto modo marginal inspirado en ese de Canillejas al este de Madrid. Hay por lo tanto siempre algo más que contar historias negras de quinquis de extrarradio, mafias de nuevo cuño y vidas siempre al límite o cuanto menos en el despeñadero. El mismo autor hace una especie de declaración de intenciones con las citas que acompañan al texto, y que transcribo tal cuales porque, a decir verdad, las tres explican lo que quiero dar a entender mejor que todas las frases que yo vaya a añadir a continuación.
Tenía los ingredientes para ser un poeta de segunda fila bastante bueno, pero esto no significaba nada porque tengo la clase de mente que puede ser cualquier cosa de segunda fila y sin mucho esfuerzo.
Raymond Chandler
Lo mismo que en la Edad Media hubo un mester de juglaría y otro de clerecía, yo pertenezco, en estos tiempos tan cutres que vivimos, a la prestigiosa y exclusiva escuela poética del mester de cutrería.
Carlos Pérez Merinero
La novela negra sigue estigmatizada por algunos críticos como literatura de segunda, pero El largo adiós de Raymond Chandler es mejor que cualquier novela que haya escrito Hemingway en su vida.
Jorge Fernández Díaz
Porque de eso se trata, de reivindicar, cuando no gritarlo a los cuatro vientos a ver si de una vez se enteran los que viven de categorizarlo todo, por lo general para mal, que eso que llamamos género negro no es una categoría menor de la novela, un escaño por debajo de la novela que dicen de aliento literario. No, lo que llamamos novela negra es sólo la escusa para hacer literatura con mayúsculas. Exactamente lo que hace Paco Gómez Escribano por mucho que les joda a los tentetiesos que peroran desde sus púlpitos académicos o mediáticos sobre lo que es excelso en esto de las letras y lo que no, puro entretenimiento y para de contar.
Como ya he dicho, Paco Gómez Escribano ha levantado su propio territorio mítico a lo Yoknapatawpha. de Faulkner, Macondo de García Marquéz, Santa María de Onetti, Región de Juan Benet o Cegama de Mateo Díaz. Los mimbres, sin embargo, son bien distintos que los de cada uno de los autores antes citados.
De hecho, y de la misma manera que cada uno de ellos uso los que mejor servían al tono de las historias que querían contar inspirándose tanto en el entorno físico y mítico donde las ubicaban como en su propio bagaje personal; la prosopopeya sureña de Faulkner y la caribeña de García Márquez, la retorcida melancolía del uruguayo, la plúmbea prolijidad del ingeniero de puentes y caminos, la pulcra y austera prosa de ese otro territorio leones en manos de Mateo Díaz, el autor de Prohibido fijar cárteles hace lo propio con su prosa espontánea y eficaz en la búsqueda de esa autenticidad que haga creíble historias de barrio contadas por uno de sus vecinos y no por el paracaidista de ocasión que papel y pluma en mano se interna en un territorio desconocido a narrar lo que ve, o más bien lo que querría ver y cómo, al más genuino estilo de los exploradores decimonónicos en el África negra.
De ese modo, en las novelas de Gómez Escribano la historia fluye a través de diálogos donde lo coloquial, y más en concreto la jerga propia de la gente del lugar y la época, lo sustenta casi todo. Casi porque hay brochazos descriptivos de verdadero lirismo suburbial y también acción y de la buena, esto es, creíble, amén de mucha sorna como suele ser lo habitual para el que mira con el único ánimo de describir lo que ve y no para elaborar discurso moral alguno o por el estilo. Todo suena auténtico hasta en la más gorda de las exageraciones, sobre todo porque siempre queda la duda de que no lo sean de acuerdo con el retrato de los personajes que ahí aparecen.
Por si fuera poco, en Prohibido fijar cárteles hay un plus que pone todavía más en evidencia ese aliento literario del que vengo hablando. Así como en las anteriores entregas, Lumpen, Manguis y Cuando gritan los muertos el autor nos recrea el pasado del barrio, esto es, nos habla del barrio de su infancia y juventud, con lo que viajamos a la España de los setenta y ochenta en plena Transición pre y post, de las peculiaridades de aquellos años de jaco y reverso de esa otra España de la Movida y demás, el patio trasero de aquellos años de querer dejar atrás toda la caspa que nos envolvía, en Prohibido fijar cárteles ya no rulan talegos porque estamos en el presente de los euros y han pasado muchos años desde que los manguis de entonces eran unos chavales entre la edad del pavo y la penal. Ahora son sobre todo supervivientes de aquellos años de loca efervescencia, baqueteados por adicciones que han sustituido por otras para las que lo letal ya solo es una cuestión de tiempo, el jaco por la priva.
Son personajes en las últimas que se revelan más humanos que nunca, de una nobleza instintiva que en las entregas anteriores apenas se vislumbraba bajo el hijoputismo darwiniano y sobre todo descerebrado de aquellos chavales. De ese modo, Prohibido fijar cárteles también es la excusa perfecta para esbozar el retrato de lo que es y ha sido el barrio, o dicho de otra manera, en qué ha dado varias décadas más tarde esa España de la trastienda. Así pues, no se puede negar que el tono de Prohibo fijar cárteles, a medio camino entre la descripción descarnada de la realidad circundante tan del estilo del autor, y los innegables destellos poéticos que surgen a cada paso como consecuencia de que la mirada de Gómez Escribano es tanto de alguien que conoce al dedillo en terreno por el que se mueve como lo ama, contribuyen a que esta entrega se caracterice por la melancolía, tan literaria ella, de toda historia de final del camino, punto final y así.
En todo caso, una declaración de amor-odio al barrio que todavía resulta más emotiva al utilizar el recurso de incluir al propio autor como un personaje secundario del relato, ya como simple figurín del paisaje o futuro cronista de las vidas ahí leídas, el trovador del mester de crutería que decía la cita de Carlos Pérez Merinero, ahí a tope con la mejor tradición de la literatura castellana.
Y ya a modo de guinda, y también sin intención alguna de romper la retahíla de elogios que estoy haciendo al autor como consecuencia tanto de reciente lectura de prohibido fijar cárteles como de sus obras anteriores, quién ha dicho que hay que ser comedido con las cosas que a uno le hacen feliz, seguro que el presbítero de turno, quiero destacar como última gran virtud de esta novela sus escasas ciento setenta hojas.
La medida exacta para lo que se quiere contar y cómo, acaso también un ejercicio de poda necesario en comparación con otras entregas donde podría haber cierta reiteración de escenas o situaciones. La medida redonda en todo caso y que, si bien no ayudará a que la novela se convierta en uno de esos best sellers al peso que se venden como churros porque la peña los compra para llevar un solo libro en vacaciones y me temo que leerlo como por encima, esto es, a todo correr, yo me atrevería a decir que hasta homenajea a los clásicos como Raymom Chandler, Dashiell Hammett,: Boris Vian y por el estilo, cuando escribían lo que escribían sin pensar en qué la calidad o el éxito de lo suyo dependía del número de páginas y no del contenido.

FICHA TÉCNICA


EncuadernaciónTapa Blanda
IdiomaCastellano
Edición2019
EditorialEditorial Milenio
AutoresPaco Gómez Escribano
GéneroNovela negra

RESUMEN DEL LIBRO
El Lejía vuelve al barrio después de estar media vida en distintos destinos internacionales con su unidad en la Legión. En el bar del Chino se encuentra con el Tijeras, uno de sus antiguos amigos. A ellos se une el Pipo, otro antiguo amigo al que han soltado de la cárcel porque tiene una enfermedad terminal. Los tres tienen un turbio pasado de drogas y delincuencia que han dejado atrás. Ya solo quieren beber y estar tranquilos, pero la vida no es como se desea, sino como viene. Desde hace un tiempo en el barrio se ha instalado una pequeña mafia rumana que presta dinero con usura y trafica con drogas. Su líder, el Ruso, no tiene ningún tipo de código ético o moral, y termina por cruzarse en el camino de los tres amigos que, aunque ya están de vuelta de todo, sí que conservan unos códigos muy propios del barrio. En la guerra que se va a desatar cada uno jugará sus cartas, pero el juego no va a terminar como esperan el uno y los otros.

© Reseña: Txema Arinas, 2019.

LO DE LA SEMANA




Hace un rato esperando a que el semáforo cambiara a verde para cruzar.


-¡Sí, a ti, te miro a ti, la del paraguas, que te huele el chocho desde aquí!


-¿...?

-Y tú rubia, menuda cara tienes de chupar pollas.

-¿...?

-¡Guarras, que tenéis todas unas pintas de guarras!

Giro la cabeza para averiguar quién profiere semejantes barbaridades a mi lado y me encuentro al chico con síndrome de Down del que ya he hablado aquí en varias ocasiones. Ninguna de las aludidas le responde desde la acera de enfrente. Se diría que como lo ven menudo y mongoloido piensan que ya tiene bastante con lo suyo, vamos, pura piedad condescendiente; "déjale, si así se resarce de..." Yo, que soy de natural tirando a sinsustancia, no puedo evitar pensar en cómo será el taller ocupacional al que supongo que se dirige todas las semanas, me dan ganas de seguirlo. Y ahora en la cafetería acaba de entrar el vendedor de cupones de la ONCE coreando a toda "vox" el Cara al Sol que entonan los frikys que en este momento salen en el televisor. Y sí, Goya, Regoyos, Solana, Zuloaga y demás se quedaron muy cortos, mucho.




La vomitiva veneración de los medios por los despojos del Carnicero, la complacencia hacia su familia, hacia los nostálgicos que lo homenajean, así como la simpatía que demuestra tanta gente del común, como la mayoría que me rodea ahora en la cafetería, que se ve que aquí es de buen tono criticar la exhumación, que es lo que toca, sobre todo decir que no procede, que por qué no antes, que ahora se les hace una venganza de los perdedores -y estamos en un barrio de trabajadores...-, arriba, arriba, me hace sospechar que en un día como hoy casi toda España vuelve a ser una inmensa Plaza de Oriente. Y ya luego cuando entrevistan a Zapatero y suelta que así se consolida la democracia española... En fin, asco infinito.






Hace un puto día de mierda, lluvia, frío, problemas y más problemas. Eso hasta que la camarera joven, guapa y rubia te ve llegar todo empapado y te pregunta con la más amplia de sus sonrisas: "¿Qué ho, quies que te ponga algo caliente, nene?" Y entonces... entonces sigue haciendo un puto día de mierda.




Siempre hay un tonto de guardia, de esos que sin conocerte de veras, a lo sumo de hace un par de días, incluso de años porque no te ha quedado otra, con los que no has compartido intimidad alguna porque no tenías porqué, que solo saben de ti por lo que creen deducir de lo que dices o escribes como si estuvieran convencidos de que tú a ellos les cuentas todo sin tapujos, a pecho abierto, como si fueran tus colegas de toda la vida, como si no supieras mantener las distancias imprescindibles con aquellos que son y serán para ti siempre meros conocidos. Y esto, sobre todo, cuando se trata de gente que te ha conocido por accidente, con la que no compartes nada de verdadero fuste, con la que te limitas al ejercicio de la urbanidad por la cosa esa de saber vivir en sociedad y para de contar, empatía ninguna. Gente con la que ni borracho compartirías una intimidad porque sospechas que, de alguna u otra manera, siempre la utilizarían en tu contra debidamente tergiversada, para engrosar la caricatura que han hecho de ti para poder así encauzar su hostilidad hacia tu persona. Gente que, a aun a sabiendas de todas las distancias que tomas hacia ellas, no dudan en presumir de conocerte mejor que nadie, saben mejor que nadie de qué pie cojeas, lo que piensas de esto o lo otro, lo que te gusta o te deja de gustar. Pufff.






No sé, como creo haber leído todos los diarios anteriores de Miguel Sánchez-Ostiz, tengo, tanto la sensación de haber envejecido en parte con él, como que el actual es otro distinto al que aparecen en estas páginas, no en vano corresponden al 2015. Cómo pasa el tiempo, madre, para cuando te enteras de que hay un libro que, por lo que sea, se te había pasado por alto, lo que lees ya es crónica de otro tiempo. Luego ya compruebas que cada nueva entrega es como una muda que, en lo que se refiere a la escritura, que de lo otro yo ni puta idea ni debería, resulta más directo, franco, adictivo. En todo caso, en esto de los diarios, y tratándose de un género de escritores en los que la tendencia es tanto a aburrir con nimiedades como a encandilar a lectores previamente encandilados con la puesta en escena de cada cual, ni Piglia pergeñando perlitas literarias, Trapiello ni loco, ¡arriba, arriba!, Uriarte poco, Pla a raticos, ni cualquier otro; para mí los de MSO son todavía los únicos a los que todavía me merece la pena clavarles el diente con ganas, que sé que los voy a disfrutar de antemano, siquiera porque encuentro menos tontería, nadería si se quiere, menos pujos de "artefacto" de lo que sea, menos pretensión de dejar excelsa impronta a toda costa, y sí lo que creo que debe ser un diario sin tapujos, esto es, la nada cotidiana del escritor y alguna que otra neura bien contada que ayude a dibujar una sonrisa, da igual si de complicidad, perplejidad o de lo que sea. Pero claro, ya lo he dicho otras veces, uno cada vez va dejando atrás más fidelidades que creía inquebrantables y esta, por suerte, todavía no es una de ellas.




Una de las pocas veces en que uno no quitaría ni una coma a un artículo. Bravo, Jonh Carlin (para el común de los españoles a partir de hoy un inglés de la ETA o casi) Porque, no nos engañemos, gran parte del problema estriba en que una proporción muy, pero que muy alta de la sociedad -y aquí da igual si española, catalana o vasca, conmigo o contra mí, a este lado los míos con todos los derechos y a ese otro esos sin derecho a nada- no entiende ni atiende a matices, sólo a consignas o artículos de la fe de cada cual, y no repara en cosas como las que dice Carlin de que no hace falta comulgar con los ideales de los condenados para criticar la desproporción punitiva de la sentencia y denunciar la deriva autoritaria del Estado Español con la complicidad o aquiescencia de tanto español "de bien" incapaz de cuestionar nada por la cosa esa de qué malo, irracional, existencialista, egoísta, es el nacionalismo de los otros, pero no el mío porque no existe dado que es lo normal, lo establecido, lo que dictan nuestras leyes, lo de las gentes de bien. En fin, gente de espaldas al siglo XXI con más fe en unidades de destino inquebrantables, no importa detrás de qué bandera, que apego a los valores democráticos, tal y como lo demuestra, por cierto, ese pavor, vergüenza, incapacidad o lo que sea a negociar nada con el otro. https://www.lavanguardia.com/opinion/20191020/471078368451/la-ley-es-un-burro.html?fbclid=IwAR3kMHzEq34TrPtXsYW12ww4F68ffcMTqoIJx-f7zFUUlKPHZzoY5YfLfqc








Todo el finde atrincherados en casa para hacer frente a las fuerzas meteorológicas que nos asedian, resistiendo entre la enfermedad y el frío, vulgo un catarro de la hostia. Aburrimiento nunca, y eso aunque pueda parecer lo contrario a tenor de las chorradas que escribo. De momento no hay hambre porque ayer por la mañana organizamos un comando especial para hacer una incursión relámpago hasta el supermercado del barrio. No hubo bajas, aunque una miembro del comando se empeñó en acercarse hasta la pastelería del barrio y luego vino con las manos vacías porque no había de esos de crema pastelera que tanto nos gustan; luego que si tú también te has acatarrado. Hoy por la mañana, y aprovechando que el enemigo había reducido la frecuencia de su artillería, me he aventurado a salir a la terraza para recoger los últimos tomates maduros. En cuanto cese el cerco arrancaré las tomateras para plantar cultivos de invierno. Entretanto seguimos en las trincheras resistiendo el asedio meteorológico. También se agradece el descanso después de casi dos meses de batalla cada fin de semana en diversos frentes. He puesto la 7 sinfonía de Schostakovitch -a ver si se pone la peña de acuerdo de una puta vez para saber cómo se transcriben al castellano los apellidos rusos...-, la de Leningrado; se entiende que para alegrar la mañana... Todo muy épico, como al final salga el sol igual hasta hago desfilar a los niños en plan celebrar el levantamiento del cerco y así; creo que debe haber algún gorro de piel por ahí, o si no ya me apaño con unos cojines. Luego ya decir que en Oviedo se lleva mucho esto del cerco, por lo de la Guerra y tal, como que ven mineros con explosivos atados alrededor del cuerpo por todas partes, sobre todo si hablan bable y se manifiestan por la cooficilialidad; de hecho piensan que lo de Cataluña solo es el preludio de los que se les viene encima, como poco la anti España de los montañeses poco o mal romanizados . Y encima ahora van a sacar los huesos de su querida Paca la Culona de ese monumento a la victoria del fascismo en su versión española, esto es, bravatas cutreimperiales de legionarios acazallados e integrismo católico en vena. Por lo demás, que no me pregunte el Feisbuk a ver qué me ronda por la perola que yo con fiebre, hambre y frío puedo escribir esta chorrada y las que me echen. ¡Viva Rusia! O no... Por cierto, no todo es tan positivo; ayer se nos acabó el vino y hoy comemos con agua; si alguien quiere mandar un crianza por Globo, mejor dos por si acaso, hasta la hora de comer está a tiempo.