(Reseña publicada en SOLO NOVELA NEGRA 2016/10/31)
http://solonovelanegra.com/ladrones-de-estiercol-resena/
Una vez más ardía en deseos de reseñar
en este medio la última novela de Nacho Guirado; uno tiene y debe ser fiel a
los escritores que le hacen feliz y todavía más si encima son contemporáneos y
cercanos, tanto en lo geográfico como sobre todo en lo literario. Ya lo había
en anteriores ocasiones con No siempre
ganan los buenos ( Ediciones B – 2206) No
Llegaré Vivo al Viernes (Ediciones B – 2008), dos novelas negras que yo no dudo
en calificar de deliciosamente clásicas, cada cual a su modo. Así pues, y
confesando de antemano que cuando emprendí la lectura de Ladrones de Estiércol
Guirado (Editorial Milawaukee – 2016) sin preocuparme en saber de qué iba la novela,
algo que sólo se hace o hago cuando confías en el autor, esto es, que te da
absolutamente igual lo que escriba porque lo que buscas es la voz, no el tema o
género, lo que esperaba era una novela negra al uso; el título, no me lo
negaran, parecía insinuarlo. Sin embargo, y aunque empieza con un robo, o lo
que es lo mismo, arranca del modo más clásico en el género, presentando un
crimen o hecho luctuoso para su posterior resolución, eso es lo único con lo que esta
novela flirtea con los cánones más estereotipados de la novela negra. De hecho,
el propio Nacho Guirado ha comentado en más de una ocasión que no se considera
un escritor de novela negra en exclusiva, que lo que de verdad le pone es
frecuentar todo tipo de géneros o ninguno. A decir verdad, he leído por ahí que
Ladrones de Estiércol es la primera
incursión de su autor en el género humorístico, e incluso en el realismo rural
o algo así. Lo que sea con tal de poder colgar una etiqueta para salir al paso
a la hora de rellenar las notas de prensa, la crónica de la presentación de un
libro, una entrevista con el autor y todo por el estilo.
Dicho lo cual, no me queda otra que abortar mi reseña de Ladrones
de Estiércol para Solo Novela
Negra. Debería o debo hacerlo por obediencia al director de esta revista que no
hace mucho nos recordó, y con razón porque cada cosa tiene su sitio, que no atuviéramos a las reseñas de novelas negras y a ser posible también de la
cosecha del año en curso. De ese modo, y aunque Ladrones de Estiércol es una novela que ha satisfecho una vez más y
con creces lo que esperaba de su autor, para mí un delicioso bocado de realismo
contemporáneo con una mirada tan tierna como irónica sobre el medio rural y en
especial sobre las relaciones de pareja con uno de sus protagonistas en pleno
intento por emprender una nueva vida tras un naufragio profesional, desisto de
enviar una reseña a esta revista dedicada en exclusiva al género negro. Sin
embargo, también veo que el autor presentó Ladrones
de Estiércol en la Semana Negra de Gijón de este año y también en la última
edición de Getafe Negro. Así pues, y aun manteniéndome firme en mi propósito de
respetar las normas de la dirección de SOLO NOVELA NEGRA por mucho que otros
utilicen criterios mucho más amplios en sus programas por la razón que sea, esto
es, ignorante de si uno de esos criterios es acoger los nuevos trabajos de
autores que han destacado en el género a modo de gratitud o por rellenar el
programa a toda costa, no me queda otra que preguntarme por qué no podríamos
emplazar también Ladrones de Estiércol
en el género negro. ¿Tan estrictos tienen que ser los criterios que determinan
si una novela pertenece o no a tal o cual género? ¿Quién establece esos cánones
después de que en los últimos años, y acaso como respuesta a anquilosamiento
que sufría el género, la mayoría de autores “negros” se los hayan saltado a la
torera con la excusa de la experimentación para abrir nuevos caminos? ¿Acaso no
estamos en la época de la “transversabilidad” como palabro de moda, no puede
una novela pertenecer a varios géneros a la vez, o es que si lo hace ya no
pertenece a ninguno?
A decir verdad, la novela de Nacho Guirado me anima a
plantearme una vez más mi duda, cuando no recelo puro y duro, acerca de los a
veces extremadamente estrechos y prejuiciados criterios que los entendidos del
gremio utilizan para colocar el marchamo de negra a una u otra novela. Y me lo
planteo sobre todo para lo que tiene que ver con la novela de trasfondo rural
cuando ocurre un crimen en ésta o se desarrolla en un ambiente sórdido de mucha
violencia y con muchos y variados comportamientos delictivos. Lo hago porque
tengo la sospecha de que para muchos la novela negra es un género
exclusivamente urbano, motivo por el que hoy en día, y por mor de abrir el
género a otras narrativas que no tengan como único objetivo la resolución de un
crimen tal y como nos tienen acostumbrados los pioneros americanos que todos ya
sabemos y por eso huelga citarlos, parece, o más bien está ya comúnmente
aceptado, que toda historia que se desarrolle en terrenos de la delincuencia o
la marginalidad, en la violencia como norma o siquiera como protagonista, todo
aquello que venga acompañado de un halo de sordidez o mal rollo con final gore
al canto, va de cabeza al saco de lo negro. Pero claro, ese parece ser el
criterio siempre y cuando la historia transcurra sobre el asfalto y el
hormigón, porque si hablamos de una historia con un cadáver abatido a tiros por
el sicario del señor posfeudal de una pequeña pedanía gallega como resultado de
las pasiones desatadas a su alrededor, estamos hablando de una novela
naturalista y de época como Los Pazos de
Ulloa de Emilia Pardo Bazán. Y si hablamos de una historia protagonizada
por seres marginados en un entorno sórdido, truculento por momentos y donde las
escenas de violencia extrema son frecuentes, pero que sin embargo trascurre en
el mundo rural de Extremadura, entonces estamos ante la obra cumbre del
tremendismo de Cela en su La Familia de
Pascual Duarte y no delante de una novela negra de Juan Madrid, Carlos
Zanón, Andreu Martín y por el estilo. Incluso si seguimos las correrías de un
quinqui adolescente que vive de perpetrar pequeños robos y es acosado sin cesar
por la Guardia Civil hasta su trágico desenlace final, pero todo esto ambientado en los montes de
León, no tendremos una novela negra de Paco Gómez Escribano o Alexis Ravelo
sino el Antonio B. el Ruso, ciudadano de tercera de Ramiro Pinilla. Incluso podríamos traer a
colación Intemperie de Jesús Carrasco, uno de los últimos hitos
literarios de la literatura española, una historia que a mí se me antoja un
exquisito western contemporáneo en pleno páramo extremeño, y que siendo como es
el relato prolijo en metáforas y un ejemplo del puntillismo descriptivo bien
podría haber pasado, de no transcurrir todo el rato a la intemperie, en
una de las historias del también prolijo en metáforas y aficionado al
puntillismo descriptivo Montero Glez o cualquier otro de los que dicen que para
ellos el género negro es una escusa como otra cualquiera para hacer literatura
de altos vuelos. Sin embargo, todos sabemos que no se pueden considerar ninguna
de las obras antes citadas como ejemplos de novela negra, que insinuarlo como
yo hago puede que hasta raye la blasfemia para los que hacen de la cosa de las
letras una especie de sacerdocio o la asumen como un credo.
En el fondo todo esto de los géneros no deja de ser una recua de convencionalismos al dictado de los que gustan de acotar los terrenos de las
letras para la cosa comercial y para de contar. Y por eso mismo me tengo que
aguantar y no puedo adscribir este Ladrones de Estiércol de Nacho
Guirado al género negro aprovechándome de la laxitud con la que se suelen
adscribir hoy en día otras novelas a poco que cumplan con uno de los requisitos
antes citados, el de hablar de seres marginales o directamente delincuentes y
que la violencia, lo sórdido, campe a sus anchas por todo el texto. Y ello
tanto porque él mismo Nacho lo ha descartado, como porque nadie me ha
contestado todavía a la pregunta que he planteado a lo largo del penúltimo
párrafo: ¿es o no es la novela negra un género exclusivamente urbano?
Txema Arinas
Oviedo, 2016/10/25