jueves, 30 de junio de 2022
INELUCTABLE MODALIDAD DE LO VISIBLE
miércoles, 29 de junio de 2022
ETSIAREN BATZARRA
martes, 28 de junio de 2022
TODOS ME LLAMAN FUL - RAFA MELERO ROJO
Reseña para la revista negra ELSAYÓN: https://www.elsayon.com/todos-me-llaman-ful-rafa-melerorojo/?fbclid=IwAR3dYcR6d3cvGDh-sXWhJqlzXXq3NQYe0wIsTPuZet0bmNvLkvSgS2eh1pg
TODOS ME LLAMAN FUL
Autor: Rafa Melero Rojo.
Editorial: ALREVÉS – ISBN: 978-84-18584-55-8 326 Páginas – Rústica con solapas.
Publicación: 2022
Eso, al menos, nos daría una explicación racional de por qué son unos demonios. Y aunque pueda parecer hipócrita por mi parte sabiendo a qué me dedico, siempre me digo que no soy una mala persona, que nunca me ha gustado hacerle daño a nadie, eso lo tengo claro, y que hago lo que hago por necesidad.
Sé que no es del todo cierto. No tuve todas las oportunidades que otros tienen cuando era un niño, pero mis elecciones también cuentan y fueron nefastas. Aun así, nunca he hecho daño por voluntad en cuanto tuve conciencia de ello. Quizá esa es la diferencia. Aunque una cosa sí que me ha enseñado la vida. Algo por poco que sea, se puede cambiar. Espero que para bien.
Todos me llaman ful (2022) de Rafa Melero Rojo, es la sexta y última novela de un autor al que hay reconocer un conocimiento exhaustivo del mundo criminal respecto al que puede tener la mayoría de los escritores de novela negra dada su experiencia como investigador en los Mossos d´Éscuadra. Un conocimiento del que hizo gala en su primera novela La ira de Fénix (2014), donde aparece por primera el personaje del sargento Xavi Masip del grupo de Homicidios de la policía autonómica catalana, al cual Melero prestará su experiencia como investigador para que resuelva el caso del asesinato de la psicóloga Mónica Capmàs. Una trama en la que Rafa Melero ofrece al lector ese plus de autenticidad que tiene conocer de primera mano todos los pormenores de su oficio y que se traduce en el cuidado con el que el autor nos detalla cómo es una verdadera investigación policial por homicidio en un cuerpo como el de los Mossos d´Escuadra donde, a diferencia de lo que suele ser habitual en las novelas ambientadas en Estados Unidos, los agentes no pueden ir por libre, sino que tienen que estar siempre pendientes de las órdenes judiciales que les permiten desarrollar su labor con lo que eso supone de tira y afloja entre la policía y los jueces. A eso hay que añadir la presión de los medios de comunicación con su tendencia a zancadillear en más de una ocasión la labor policial revelando datos que ponen sobre aviso al malo del libro. En cualquier caso, un tipo de novela negra o policial que podríamos denominar tradicional, con un investigador de la policía como protagonista y sobre el que recae todo el preso de la trama con la resolución del crimen. Un tipo de novela negra o policial al que Melero podría haberse apuntado para los restos por la solvencia que ha demostrado en todas sus novelas con el sargento Xavi Massip como protagonista. Sin embargo, en 2017 gana el Primer Premio de Novela Cartagena Negra con Ful, una novela en la que Melero abandona al sargento Massip para pasarse al otro bando. De ese modo, ahora el protagonista es un criminal de poca monta llamado Ful, diminutivo de Fulgencio y también el tatuaje que éste exhibe en su brazo derecho de esa buena mano de póquer, el cual sobrevive dando palos en las calles de Lleida, un hombre atrapado en un entorno social y familiar del que es incapaz de escapar si no es apuntándose a un plan no por fácil menos peligroso y que acabará mal, es decir, ni más ni menos que como suelen acabar casi todas las novelas del género donde los protagonistas son los malos. Con todo, se trata de una novela que rompe con el estilo y hasta el ritmo de las novelas anteriores de Melero protagonizadas por el sargento de los Mossos d´Escuadra. En Ful el autor parece dejar a un lado el desarrollo de la trama criminal para centrarse en la construcción de los personajes, o lo que es lo mismo, para hacer un retrato del mundo de esa delincuencia que el inspector Melero conoce tanto como profesional como por leridano. Y lo hace a través de una trama en la que prima el ritmo de la narración sobre todas las cosas, compuesta por capítulos cortos que ayudan hacer una lectura más ágil de lo que sería el desarrollo de los una investigación policial al uso. En Ful lo importante es la acción en todo momento, todo acontece a partir de que el atraco sale mal y los protagonistas se ven envueltos en el caos consecuente y una huida en la que dejan muchos flecos sueltos. Es entonces, a lo largo de esa huida de la policía y el sicario colombiano que los persigue, que descubriremos la complejidad de las relaciones de los protagonistas entre ellos y con su entorno. Una historia trepidante que se lee con mirada cinematográfica –aquí estoy un tris de añadir “tarantinesca”, como podría haber añadido que del estilo de cualquiera de las pelis de Guy Richie; pero, para ser sincero, mi referencia era todo el rato literaria y más en concreto las novelas de Paco Gómez Escribano-, y que acaba, como en las mejores novelas del género, con una sorpresa no exenta de controversia.
Pues bien, Todos me llaman Ful es la secuela lógica de Ful después de que Melero volviera a su mosso Xavi Masip en El secreto está en Sasha (2017) y volviera a cambiar de registro dentro del género negro con una novela coral ambientada en el mundo de las finanzas. De hecho, la historia no solo retoma el personaje de Ful, todavía más desencantando con todo, no por nada se nos presenta como “doctorado en calamidades”, sino que además estructura toda la trama alrededor de la misma premisa que la anterior novela, Ful. Así pues nos encontramos de nuevo, no con un atraco fallido, sino con un tiroteo entre los protas, una narcobanda y la guardia civil, la cual desencadenará una persecución de Ful y sus socios por parte de la policía, en este caso del teniente de la Guardia Civil López Cuervo, unos traficantes guiados por Adalberto, un picolo corrupto que trabaja en Aduanas, e incluso un sicario ruso que busca, casi que a tientas y dejando un predecible reguero de sangre a sus espaldas, a Ful y a su socio, Pepe, un ex mosso pasado al lado oscuro, por haberle robado el peruco de lujo a un mafioso ruso sin saber que lo era, una de las pocas cosas que chirría de toda la historia porque promete mucho y al final parece disolverse como un azucarillo en el café. Una historia que, también a semejanza de la primera entrega del personaje de Ful, es ante todo trepidante, acción desde la primera línea del primer capítulo –imposible no traer a la memoria al personaje de Mark Renton, interpretado por Ewan McGregor, de Trainspotting en la alocada persecución con la que comienza la película- hasta el final. Un comienzo que sirve sobre todo para poner sobre aviso al lector de lo que le espera a lo largo de la novela, capítulos cortos y trescientas y pico páginas de adrenalina a raudales. Con todo, es a partir del segundo capítulo cuando nos reencontramos con Ful y sus circunstancias, cuando aparece su socio Pepe, su amigo de la infancia en el barrio leridano en el que ambos crecieron y el ex mosso que le propone asociarse con él y sus compinches para dar un palo a los narcos colombianos para los que trabaja Adalberto, el picolo corrupto de aduanas al que Ful y Pepe chantajearán para que les entregué la mercancía que llegará en un contenedor al puerto de Barcelona.
Así pues, y tal y como apuntaba, todo girará alrededor del antes y el después del tiroteo en el puerto de Barcelona. En el antes se nos irán presentando los personajes que participarán en el tiroteo, tanto directamente con Ful y Pepe, el corrupto Adalberto y el teniente Cuervo, como indirectamente en la figura de los otros dos socios de Ful y Pepe, un tal Juan que hará las veces de conductor y Carapan, el colombiano que acabará revelándose como un psicópata sexual; ambos se encargarán de secuestrar a la familia de Adalberto con el fin de poder así chantajearlo. El después será todo lo que se puede esperar de la huida de Ful y Pepe con la mitad de la mercancía de los narcos tras una de las escenas de tiros más intensas y mejor escritas que le leído en mucho tiempo, toda una eternidad en poco más de cuatro páginas. Un tiroteo entre el picolo corrupto y sus compinches con sus compañeros de la Benemérita al mando del teniente Cuervo y nuestro prota y su socio. Un tiroteo al que hay que sumar esa otra escena que sucede simultáneamente en la casa de Adalberto con la mujer y los hijos de éste a merced del psicópata de Carapan. No me toca seguir comentando como se seguirá desarrollando la historia a partir de ese cenit que es el tiroteo y lo que ocurre en casa del picolo corrupto, porque es el lector al que le compete averiguar cómo consiguen huir Ful y Pepe del tiroteo, dónde esconden la droga para luego venderla y quiénes, cómo y para qué los persiguen hasta el desenlace de la historia.
En cualquier caso, creo que con estos simples trazos queda más que apuntado el carácter de novela esencialmente de acción de Todos me llaman Ful. Pero cómo hace Melero para conseguir, ya no solo mantener en vilo al lector con una historia que con esos mimbres en realidad tan frágiles podría caer en la tentación de repetirse a lo largo de más de trescientas páginas. Pues lo hace de varias maneras. Por un lado utiliza la técnica que ya utilizó en Ful de mezclar capítulos contados en primera persona por el protagonista y otros en tercera persona. De esa manera la primera persona le vale a Melero para profundizar en la construcción del personaje de Ful, alguien que se nos presenta como una víctima de la fatalidad de haber nacido donde ha nacido y, sobre todo, de haber tomado decisiones en el pasado que lo han condenado a un presente del que no se siente nada orgulloso y del que le gustaría salir a toda costa. Y ese “a toda costa” no es otro que participar en el plan que le propone su amigo de la infancia. Sin embargo, él se considera a sí mismo y en todo momento como una buena persona, y por eso no puede sino sentir repulsa por la violencia gratuita de personajes como el Carapan, acaso el verdadero malo de esta historia, siquiera el malo sin posibilidad de coartada social o moral alguna, y siempre en contraste con Ful y su amigo, al fin y al cabo dos desgraciados que justifican lo suyo con su derecho a encontrar una segunda oportunidad en la vida. De ese modo, y gracias a todo lo que nos cuenta Ful en primera persona, a todo lo que se le pasa por la cabeza en tiempo real, conoceremos las aristas tanto de nuestro protagonista como de su amigo. En cualquier caso, un verdadero y notorio intento de penetrar en la mentalidad del delincuente, no tanto para disculparlos como para tener una perspectiva más real, empática incluso, sobre el delincuente al más genuino estilo de ese subgénero de la novela negra llamado de “quinquis”, y del que no puedo evitar volver a mencionar a Paco Gómez Escribano como el autor que prácticamente lo ha resucitado. Ahora bien, si en la mayoría de las novelas escritas desde el punto de vista del delincuente no suele haber compasión con la figura de los representantes de la ley, casi siempre el enemigo a batir y del que se suele hablar con todo el desprecio y rencor del mundo posible porque, a fin de cuentas, son los que se encargan de joderle la vida, en este caso podríamos afirmar que a Melero se le nota la placa porque por algo ha intentado hacer algo parecido con el antagonista natural de Ful y su colega, el teniente Cuervo de la Benemérita cuyas circunstancias personales nos son presentadas por el autor con la misma sinceridad y coherencia con las que describe al resto de los personajes de la novela. Un intento de humanizar al “poli” que se me antoja tan encomiable como necesaria de cara a la veracidad de la historia, sobre todo si tenemos en cuenta las veces que la policía no suele ser mostrada como un mero estereotipo para salir al paso y poco más.
Con todo, y por muy atractivo que parezca el planteamiento de la novela y en especial la promesa de una lectura plagada de acción y sorpresas, habría sido imposible sostenerla a lo largo de más de trescientas y pico páginas si no fuera porque Rafa Melero Rojo hace una verdadera ostentación de talento literario gracias a una prosa primorosamente trabajada para asegurar que no decaiga nunca el ritmo al mismo tiempo que accedemos a los entresijos de las vidas de los personajes, ya sea la emotiva historia de amistad entre Ful y Pepe, o algunos de sus traumas como la esquizofrenia que hace creer a Ful que su amada Jessy sigue estando ahí para cuando consiga resolver su futuro. Una escritura poderosa, dura y, lo que es muy importante en estos casos, sobre todo veraz, en la que no falta una buena dosis de ironía, en especial del prota para consigo mismo y todo lo que lo rodea. Una ironía que, como suelo repetir siempre que reseño novela negra, juzgo imprescindible para que el lector pueda digerir sin indigestarse tanta mugre con la que uno se topa a poco que se asome a ese lado negro de nuestras en apariencia pacíficas, seguras y sobre todo autosatisfechas sociedades occidentales.
Así que ya solo queda felicitarse por la ocasión que Melero nos ofrece de pasar un buen rato más que entretenido, intenso como pocos, leyendo una novela a la que no le falta lo imprescindible para ser uno de los mejores exponentes de su género. Me refiero, claro está, a una trama no por sencilla menos atractiva, un tan sucinto como certero retrato sociológico y humano de sus personajes, el humor o la ironía con la que podemos recorrer la historia siempre con una sonrisa entre los labios antes que una mueca de disgusto o cualquier otra cosa por el estilo, y, ya muy en especial, la certeza de que su autor atesora ya un instinto narrativo más que acreditado. Por mi parte, podría objetar que echo en falta en este tipo de novelas algo más que el propósito de entretener al lector en exclusiva, que me gustaría percibir en el texto eso que se decía a la hora de distinguir la novela negra de la esencialmente policial en el ánimo crítico de la primera para con la sociedad en la que está ambientada. Un ánimo crítico, puede que solo un poco más explicito, que no percibo ni en esta ni en la mayoría de las novelas negras contemporáneas españolas y que nada tiene que ver con convertir una trama alrededor de un crimen en un panfleto anti esto o lo otro, si eso y como poco algo más que nos ayude a entender porque personajes como Ful o su colega Pepe son incapaces de salir del círculo vicioso donde les ha puesto la vida, eso o por qué otros venden la suya al mejor postor cuando ni siquiera lo necesitan. Sin embargo, tampoco me voy a engañar, cualquier tentativa de hacer algo parecido a lo que sugiero podría correr el riesgo de derivar en un panfleto. De modo que por eso mismo, y también porque estoy convencido de que el éxito actual de la novela negra se debe a su concepción por parte de la mayoría del público como mera literatura de evasión, me temo que la reivindicación de una novela negra más comprometida con la crítica de nuestros tiempos esté condenada de antemano a la irrelevancia.
© Txema Arinas. Junio 2022. Todos los derechos reservados.
© El Sayón. Junio 2022. Todos los derechos reservados.
viernes, 24 de junio de 2022
A FOGEIRA DE SÂO JOÂO
Al vivir en un pueblo lo único que tiene que hacer la perra de mi madre es abrir la puerta de casa para salir al jardín a hacer sus necesidades, perderse por el bosque contiguo o bajar hasta el arroyo, y ya luego regresar a casa por su propia cuenta. Sin embargo, como tenemos a mi señora madre y su compañera canina en el piso de Oviedo, servidor está obligado a bajarla al parque tres veces al día para que haga pipí y caca, por lo que a estas alturas ya puedo afirmar que estoy hasta los mismísimos de recoger la mierda de la perra; entre otras cosas porque a día de hoy todavía no me sé manejar con la bolsita de los cojones, de modo que no han sido una, ni dos ni tres, las veces que he tenido que frotarme las manos a fondo nada más llegar a casa.
Así que esta semana ha tocado soñar que me encontraba en una playa inmensa al lado de Lisboa -se supone que porque tengo al mayor de viaje de estudios en un hotel playero al lado de esa ciudad-. El caso es que ya estaba anocheciendo y yo iba paseando por la playa sorteando los grupos de adolescentes que preparaban las hogueras de San Juan con la esperanza de encontrar a mi hijo y sus colegas como el que no quiere la cosa: "¡Anda, qué sorpresa! ¿Cómo tú por aquí? ¿Y esas botellas de vodka? ¿No decías que tú no fumabas porros?"
Caminaba y caminaba por la playa y ni rastro de mi hijo mayor. Entonces, como ya había anochecido lo suficiente, veo que encienden las hogueras y que la gente se dispone a saltar. Para mi sorpresa, la primera persona a la que veo saltar es a un viejales ataviado con una túnica blanca. Me digo que será algún hippy de esos pasados de rosca puesto hasta arriba de todo. Así que me paro a ver si hay suerte, cae de lleno en la hoguera y se achicharra los huevos. Pero no, el tipo efectúa un salto limpio e incluso se permite una reverencia para agradecer los aplausos del público. En ese momento me fijo más detalladamente en el rostro del tipo y no puedo dar crédito a mis ojos: “¿Platón?” A continuación observo a otro abuelete saltando otra hoguera y vuelvo a alucinar: “¿Sócrates?” El tercero que veo saltar es, por supuesto, Aristóteles. Entonces, visto lo que hay, me dispongo a descubrir saltando a Demócrito, Epicuro, Pitágoras, Heráclito, Parménides…, vamos, toda la panda. Pero justo en ese momento oigo una voz que me interpela a mis espaldas.
- Não vai saltar a fogueira?
- ¿Paulo Coelho?
Tócate "as bolas", qué hará este tipo aquí, y no lo digo porque de filósofo tiene lo mismo que yo de ingeniero de obras y caminos, sino porque estamos en Portugal y él es brasileño. Pero bueno, menuda chorrada, habrá venido de vacaciones, puede que a dar una de sus charlas con el propósito de estafar a gente de esa que anda desorientada por la vida y necesita que alguien le ponga por escrito las obviedades y memeces con las que todo el mundo se saca de encima al pesado de turno cuando viene a contarle sus problemas.
- É a noite de Sâo Joâo e tens de saltar a fogueira.
- ¡Qué cojones voy a saltar la hoguera! Lo que me faltaba, la semana pasada me quemé el brazo porque con las prisas se me olvidó enharinar el conejo antes de echarlo a freír, y ahora de cintura para abajo.
Pero entonces el cabrón del Coelho empieza a hacer eso que tan bien se le da, comer el tarro a los idiotas que están presentes para que me animen a saltar la hoguera.
- SALTA, SALTA AGORA!
Así que no me queda otra que saltar, no vaya a ser que el barullo atraiga a mi hijo y a sus colegas y así tenga otro motivo más para avergonzarse de su viejo.
- Ya voy a saltar, hostias, ya salto.
Y justo cuando emprendo el salto sobre la hoguera se abren los cielos, descargan una trompa de agua que apaga la hoguera de golpe –aquí el sueño hará referencia a que ha estado lloviendo toda la semana en Oviedo y ha sido imposible sacar de casa a mi vieja a riesgo de tener luego que meterla en la secadora, a ser posible con la silla de ruedas-, y yo, que he perdido fuelle por culpa de la lluvia, caigo sobre lo que supongo que serán los rescoldos de la hoguera; pero no,faltaría más tratándose de una puta pesadilla, porque no son precisamente cenizas aquello con lo que me embadurno nada más llegar al suelo, sino…
miércoles, 22 de junio de 2022
TIERRA DE FURTIVOS - ÓSCAR BELTRÁN DE OTÁLORA
TIERRA DE FURTIVOS de Óscar Beltrán de Otálora, un veterano periodista que nos presenta una trama criminal ambientada en la Euskadi de después del cese de la actividad criminal de ETA, en escenarios que me son muy familiares: https://www.solonovelanegra.es/tierra-de-furtivos-de-oscar-beltran-de-otalora-por-txema-arinas/?fbclid=IwAR2ieipPYsFfTfet-z09gZkfZ0Be2kPdF6SfX3Bh8EWr496Pucaz25vn1I4
Tatiana y Mikel le relataron el
resultado de sus pesquisas: le mostraron las fotografías de la galería
subterránea saturada de marihuana y las grabaciones de vídeo de Pérez de
Arrilucea y detallaron lo que sabían sobre aquella droga bautizada Aliento del
Gudari, destinada a la compra de armas. Asimismo, Josu escuchó sus palabras
sobre los planes de Marta y Hector para hacerse con la droga con la
colaboración de Eneko. Tatiana le dijo que su amiga y su novio habían comprado
dos pistolas, y las armas, efectivamente, habían sido halladas en la casa de la
pareja. Todo cuadraba.
Tierra
de furtivos – Óscar Beltrán de Otálora
Emprendo
la lectura de Tierra de Furtivos (2022)
de Óscar Beltrán de Otálora procurando hacer un ejercicio de distanciamiento
respecto al escenario sobre el que se va a desarrollar la trama del libro. Lo
hago porque sé que está ambientada en una ciudad mediana de provincias del
norte de España que es la mía. De ese modo pretendo, no tanto averiguar porque
eso se me antoja excesivamente pretencioso, sino ya solo entrever hasta qué
punto la historia del libro merecería mi interés por sí misma y no por el
paisaje y paisanaje que la protagoniza. Enseguida salgo de toda duda porque el
comienzo del libro y su posterior desarrollo es tan poderoso literariamente,
está tan bien escrito y con el ritmo justo para atrapar al aficionado del
género, que es imposible escapar a la sensación de que uno se está aventurando
en una historia que le va a reportar una lectura tan intensa como placentera.
Con todo, la presentación que el autor hace de los escenarios donde se
desarrolla la trama es tan detallada, así como la de los personajes y las
circunstancias sociopolíticas que la rodean y que tienen que ver con el pasado
y presente del País Vasco después de años de soportar la violencia terrorista
etarra y todo lo que ello conllevó y conlleva, que no puedo sino maravillarme
de lo bien y hasta dolorosamente presentado que está todo. Sé que no debería
extrañarme porque Óscar Beltrán de Otálora (Vitoria, 1967) es un curtido y
reconocido periodista en todo lo que tiene que ver con la información
relacionado con el terrorismo, tanto el de ETA como el de los grupos
yihadistas. Dicho de otra manera, alguien que conoce el percal de lo que habla
porque no está haciendo turismo literario como es el caso de aquellos
escritores a los que les gusta ambientar sus tramas en escenarios que no les
son propios, en la convicción de que pueden resolver su falta de implicación
con estos con la debida documentación a veces demasiado justa, cuando no
echando mano de los clichés de rigor y poco más. En el caso de Beltrán de
Otálora salta a la vista desde el primer momento que escribe sobre escenarios
en los que ha vivido y que conoce al detalle –las descripciones sobre la zona
de los pantanos alaveses, y en especial aquella más agreste y apartada de
acceso al público, me resulta admirable como lector que también la conoce y
hasta diría que me emociona al tratarse de parte de ese paisaje sentimental que
todos llevamos dentro-. Otro tanto acerca de personajes probablemente
inspirados en prototipos con los que ha tenido que bregar en más de una ocasión
y que a mí como lector, una vez más, también me resultan en su inmensa mayoría
fácil y hasta insoportablemente reconocibles. Sin embargo, y dejando a un lado
el rigor y hasta el cariño con el que describe ese rincón del norte de la
provincia de Álava, a decir verdad el triángulo formado por los dos pantanos,
el de Ullivarri-Gamboa y el de Urrúnaga y sus proximidades, limítrofe con sus
provincias hermanas -esto según la terminología de inspiración (pos)foralista
tan al uso entre los nativos-, también me ha llamado poderosamente la atención
cómo ha conseguido recrear en una pequeña o mediana –eso ya según el juicio de
cada cual- capital de provincia como Vitoria-Gasteiz, un escenario tan
atractivo, incluso propicio, para el desarrollo de dos tramas negras que
acabarán confluyendo hacia el final del libro. Pero no lo hace porque considere
como vitoriano que esa actividad criminal por parte doble esté fuera de lugar
en una ciudad que los naturales tendemos a considerar tan plácida como
aburrida, una Vetusta como cualquier otra en la que no suele pasar nada digno
de ocupar los titulares de la prensa a cualquier escala. No, ni mucho menos, no
me sorprende nada lo bien integradas que están ambas tramas en la realidad de
una ciudad tan aparentemente tranquila y segura como Vitoria porque no comparto
ese imaginario del vitorianico de a pie, que es como decir el de cualquier natural
de una ciudad de tamaño medio de nuestra geografía, el cual consiste en
ignorar, a consciencia o no, toda realidad que no tenga que ver directamente,
sobre todo si la cuestiona, con la idea autocomplaciente que se tiene del lugar
donde se vive y que por lo general suele corresponder a épocas anteriores e
idealizadas sin el más mínimo rubor. No me sorprende solo porque hay que hacer
un verdadero ejercicio de autoengaño para creerse que una ciudad de más doscientos cincuenta mil habitantes
puede estar exenta de la cuota de lumpen o criminalidad que le corresponde como
a cualquier otra de su entorno, sino también porque la misma novela negra nos
ha enseñado que cualquier rincón del planeta, hasta el más apartado, siempre
que esté poblado por más de dos ejemplares de nuestra misma especie, es un
lugar propicio para ambientar una historia negra, y ahí está la llamada novela
negra rural para corroborarlo.
Así
pues, cómo no celebrar la agudeza con la que Beltrán de Otálora describe los
bajos fondos que toda ciudad tiene por mucho que les complazca a algunos pensar
que eso es cosa de las grandes capitales e incluso de otras latitudes, nunca de
estas tan económica y socioculturalmente autosatisfechas como en la que
vivimos, aquí el insoportable ensimismamiento ombliguista de los naturales de
las regiones ricas siempre presente. Unos bajos fondos que aquí como en todas
partes son habitados por los más desfavorecidos de entre nosotros, la gente con
menos recursos económicos que vive el día a día siempre sobre la cuerda floja y
que, aunque no de forma exclusiva, suele coincidir con esos nuevos ciudadanos
llegados de fuera para buscarse una nueva vida en condiciones siempre de
precariedad y a merced de todo tipo de abusos, empezando por los de su propia
gente. Un lumpen que siempre ha existido a la escala que tocara en cada
momento, pero que en esta España del XXI y en una ciudad como la que nos ocupa,
suele ser frecuentado por inmigrantes como Tatiana, la protagonista de la
primera trama de la novela, la cual regenta una peluquería después de haberse pasado años entre centros
de menores, una superviviente de la mala vida a la que parecen condenadas
algunas personas como ella por la razón que sea, aunque casi siempre tiene que
ver por haber coincidido con las personas equivocadas. Tatiana descubre que una
amiga suya ha muerto calcinada junto al novio de esta dentro de un coche
abandonado junto al pantano de Ullibarri, así que, ante sus reticencias a
acudir a la policía por esa desconfianza innata que la gente de su condición
siente hacia los que en teoría deberían proteger a todos los ciudadanos sin
importar su origen o clase social, decide investigar por su cuenta.
No
obstante, el caso del asesinato de la amiga de Tatiana y su novio está en manos
de un oficial de la Ertzaintza, Josu Aguirre, con sus pujos de detective joven
y ambicioso que no duda en ir por su cuenta y hará que acabe enfrentado con sus
mandos y compañeros. De ese modo, el autor nos introducirá en el pequeño mundo
de los conflictos internos de la policía autonómica vasca, los cuales están
intrínsecamente relacionados con los años de la lucha antiterrorista y las
secuelas que esta ha dejado entre sus miembros. Por si fuera poco, hay que
sumar un tercer protagonista a la historia, Mikel Arrizabalaga, un antiguo
escolta en la época del terrorismo de ETA reconvertido en guarda forestal y
cuya principal ocupación consiste en perseguir a los cazadores furtivos que se
mueven en las inmediaciones de los pantanos. Mikel acabará colisionando con un
compañero de trabajo cuyas actividades como guarda forestal son tan turbias
como su propio pasado y a través del cual llegará hasta Iñaki Pérez de
Arrilucea, responsable de un grupo de disidentes de la izquierda abertzale descontentos con la decisión de ETA de dejar
las armas. De cómo los caminos de los tres protagonistas, la peluquera Tatiana,
el oficial de la Ertzaintza Josu Aguirre y el guarda forestal Mikel
Arrizabalaga, acaban convergiendo alrededor de una trama mucho más complicada y
sobre todo sorprendente de lo que podría parecer en un primer momento, es de lo
que va Tierra de Furtivos.
En
cualquier caso, y por muy atractivo que pueda resultar el argumento de Tierra de furtivos para aquellos que
juzgan el valor de una novela negra por lo original, rebuscado o no, pero
siempre sorprendente, de la trama en exclusiva, lo mejor del libro es
precisamente aquello que justifica su adscripción al género negro con todas las
de la ley, es decir, con la definición clásica que diferencia una novela negra
de una exclusivamente policial. Una diferencia que suele hacerse siempre en
función de que la resolución del crimen no sea tanto el objetivo principal o
único de la novela como una mera excusa para hablarnos de un determinado contexto
negro o criminal y, muy en especial, de las personas que lo habitan. De ese
modo los personajes de las novelas negras suelen ser individuos con problemas
de adaptación o integración, personajes marginales o a contracorriente, los
cuales suelen cuestionar la clásica y maniquea división entre buenos y manos,
pero que nos sirven de guías perfectos para adentrarnos en unas realidades que
nos son desconocidas, o cuanto menos lejanas, por tener que ver siempre con lo
más negro, peligroso, de nuestras sociedades, aquello de lo que procuramos
mantenernos a distancia, pero cuyo atractivo, siquiera ya solo por mero morbo,
es innegable.
En
Tierra de furtivos no cabe duda
alguna que su autor nos quiere hablar del presente del País Vasco tras décadas
de terrorismo etarra y cómo muchas de sus secuelas todavía son perceptibles en
individuos que en su momento se vieron implicados de lleno en la lucha
antiterrorista como el ex escolta Mikel, o ámbitos como el de la propia policía
autonómica, e incluso antiguos militantes o supuestos “combatientes” del lado
de los terroristas que se niegan a aceptar la derrota y aquellos jóvenes
fanáticos y hasta idiotizados por una más que dudosa, a decir verdad nociva,
épica del pasado, jóvenes en manos de tarados manipuladores como el tal Iñaki
Pérez de Arrilucea. Así pues, Óscar Beltrán de Otálora nos habla de un mundo
oscuro de necesidad, siquiera de un lumpen con label propio como es todo lo que rodea al radicalismo filoetarra
reacio al reciclaje democrático en el que está inmersa la izquierda abertzale
oficial alrededor de Bildu, el cual, insisto, conoce a la perfección como
periodista que ha cubierto las noticias relacionadas con el terrorismo etarra
durante décadas. Y es precisamente en esa ambientación de la trama de Tierra de Furtivos en el, insisto,
peculiar y peliagudo escenario sociológico vasco a los diez años de la tregua
indefinida de ETA donde la novela de Beltrán de Otálora brilla en toda
intensidad. Todavía más, se diría que el género negro le viene de perlas para
hablarnos de las trastiendas de una sociedad traumatizada durante décadas por
el terrorismo etarra. Unas trastiendas de las que ya nos han dejado su propia
versión autores como Fernando Aramburu con su exitosa Patria (2016), Edurne Portela con Mejor la ausencia (2017), Ramón Saizarbitoria con Maturtene (2012), Iban Zaldua con Como si nada hubiera pasado (2018) y
todos los que se quieran y/o se puedan sumar a la lista; pero, que en caso de Tierra de Furtivos y al presentarse bajo
la forma de novela adquiere un interés especial por la forma como el autor desarrolla
la trama alrededor de ese contexto de la Euskadi después de ETA. Una forma, por
otra parte, que en este caso se me antoja muy lograda para hablarnos, siempre
con el pretexto de la historia criminal que nos ocupa, sobre las entretelas de
aquellos que estuvieron en primera línea del frente de la lucha antiterrorista
y también al otro lado de la trinchera. Una forma también de hacer llegar esta
versión del relato sobre lo sucedido en el País Vasco durante décadas a un
público mucho más amplío del que lee la llamada novela literaria, o ya solo pura
y dura, al estilo de los autores antes citados. Una forma además mucho más
cercana y sobre todo fidedigna que la de cualquier otra novela negra que haya tratado
anteriormente el tema y en las que, por lo general, repito que lo que abunda es
el turismo literario y el cliché a mansalva –y aquí excuso en citar ejemplo
alguno porque me tendría que remitir a las novelas negras, o exclusivamente
policiacas, como las de un tal Gálvez en Euskadi del recientemente fallecido
Jorge M. Reverte y no es cuestión de entrar en polémicas innecesarias-.
De
ese modo, la novela está tan apegada al contexto sociopolítico vasco que hay
momentos que me tengo que plantear hasta qué punto ciertos aspectos como la
existencia de ese grupo de jóvenes disidentes que entrena el tal Pérez de
Arrilucea en el monte puede resultar fuera de lugar, un exceso de imaginación,
pura fantasía, para un lector ajeno a todo lo nuestro. Y no porque Beltrán de
Otálora haya pecado precisamente de fantasioso forzando la realidad para hacer
más atractiva la trama de su novela, sino más bien todo lo contrario. Porque la
realidad, por lo general desconocida para la mayoría más allá del País Vasco y
Navarra, es que no solo existen esos disidentes de la izquierda abertzale
dispuestos a retomar las armas en cualquier momento, en realidad un prototipo
de militante tan fanatizado como intratable que la mayoría de vascos hemos
conocido a lo largo de nuestra vida, sino que además supera y con creces toda
la literatura que se le pueda echar al asunto tal y como lo demuestran los
hechos sucedidos hace apenas unos días de cuando escribo esta reseña. Me
refiero a la guerra declarada a puñetazos y patadas en el Casco Viejo de San
Sebastián por los jóvenes de la GKS (Gazte Koordinadora Sozialista)
contra los miembros de las juventudes de la izquierda abertzale oficial a la
que acusan de traidores por haberse rendido al Estado Español para convertirse
en socialdemócratas renunciando a la lucha por la consecución de una Euskadi
socialista e independiente. Así pues, insisto, poco o nada de fantasioso o
gratuito puede haber en Tierra de
Furtivos estando ambientada en un contexto como el vasco en el que la
realidad parece empeñada en superar siempre la ficción por muy difícil de creer
que pueda resultar para el de fuera. A decir verdad, un auténtico filón para el
género que todavía no se ha explotado del todo, a menos no sin los reparos que
durante décadas supuso para muchos autores acercarse a un terreno donde, lo
quisieran o no, la política iba a acabar impregnando buena parte del texto.
Con todo, y una vez reconocido lo mucho que me ha satisfecho, reitero que
por momentos incluso hasta deslumbrar, el retrato del contexto sociopolítico
vasco que hace Beltrán de Otálora en Tierra
de furtivos, así como la presentación de la mayoría de sus personajes –si
bien tampoco puedo evitar pensar que la construcción de los de ciertos altos
cargos de la Ertzaintza tienden en demasía hacia la caricatura-, también tengo
que confesar algo que reconozco ser completamente subjetivo, puede que una de
esas manías mías que se dan de bruces con lo que es el gusto mayoritario de los
aficionados del género negro. Me refiero a lo que considero el habitual exceso
de páginas de la mayoría de las novelas negras que publican las grandes
editoriales. Algo así como si estuvieran convencidas de que el aficionado solo
está dispuesto a pagar el precio de una novela negra a partir de las doscientas
páginas. Incluso como si no mereciera la pena considerar una novela negra en
serio por debajo de ese número de páginas. Lo digo porque soy un firme
convencido de que lo bueno cuanto más breve mucho mejor, lo cual, trasladado a
la novela, viene a significar que más allá de las doscientas páginas es muy
difícil que la historia de una novela sea verdaderamente redonda de no tratarse
de un folletón en toda regla o una obra genial al estilo de El Quijote de
Cervantes o el Ulises de Joyce. Sin embargo, y por lo que respecta a la novela
negra, todavía resulta más fragrante, pues no hay un género que esté más sujeto
al trinomio clásico del inicio, nudo y desarrollo. Un trinomio cuya perfección
reside casi siempre en el perfecto equilibrio entre sus tres partes. Y ese es
precisamente el problema de la mayoría de las novelas negras de un tiempo a
esta parte, que pecan de desequilibrio, por lo general en el desenlace, el cual
parece alargarse como un chicle en la boca de su autor con el único fin de
epatar al lector con las escenas de acción, o despistarlo alambicando todo lo
posible el desenlace. Creo que algo de eso es lo que le pasa a Tierra de furtivos hacia el final de la
novela, sobre todo si pienso en la huida… eterna de los protagonistas por los
parajes que rodean los pantanos alaveses; puede que ellos, al estar en forma,
no acusen el cansancio a través de no sé cuántas páginas de persecución; pero,
yo he acabado extenuado. Ahora bien,
reitero que esto es una percepción subjetiva de alguien que parece estar siempre
a la contra de lo que se estila ahora en el género negro, donde sospecho que
impera dedicar buena parte del talento narrativo de los autores, y el de
Beltrán de Otálora está mejor que bien acreditado en esta novela, a la
narración de las escenas de acción, quién sabe si en la convicción de que la
escritura tiene que competir de alguna manera con la preeminencia contemporánea
en todos los aspectos de la imagen. En cualquier caso, una pejiguera que en
nada desmerece el placer que me ha proporcionado la lectura Tierra de Furtivos por todo lo mencionado
antes a lo largo de esta reseña.
Txema Arinas
Oviedo, 10/06/2022
lunes, 20 de junio de 2022
LA ESTAFA VERDE
Artículo para la revista LA PAJARERA MAGAZINE: https://www.lapajareramagazine.com/la-estafa-verde?fbclid=IwAR2gpEh7TZYiHm2uIQTgDDCSE6-t94C6jA-6UKebh6nMH1PppvXxRpWN-
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