jueves, 16 de junio de 2022

DE OSOS POLARES, BLOOMSDAY Y MACARENA OLONA...

 


Con el calor que hace estos días y las cosas que leo o la serie que estamos viendo estos días, no me extraña que comience el sueño en Groenlandia conmigo corriendo delante de un oso polar tras haber intentado hacer una prospección geofísica en búsqueda de gas donde el bicho parece tener su territorio de caza. En cualquier caso, corro tanto que al final llego a tiempo a Dublín para celebrar hoy el Bloomsday con los colegas que me acompañaban en mis andadas dublinesas cuando era un veinteañero. Me ha costado convencer al italiano, Mario, y al gabacho Pascal, para que se sumen a la fiesta que se celebra todos 16 de Junio en Dublín en homenaje al Ulysses de Joyce. No tenían ni zorra idea de quién era el tal Joyce y además lo de ir de pub en pub leyendo fragmentos de un libraco se les antojaba una cosa propia de vascos y viejos, u otros frikis por el estilo. No es para menos porque yo siempre he sido de gustos bastante viejunos, qué otra cosa es la literatura, y lo de tirarme más de diez minutos en el mismo bar se me antoja algo completamente antinatural. Tampoco es que ellos sean Flann O´Brien y Patrick Kavanagh, los escritores y alcohólicos archiconocidos que inventaron el sarao para, con la excusa de celebrar el libro más trascendental del siglo XX, cogerse una curda de campeonato como de costumbre. El caso es que al segundo pub, el Kennedy, veo que el italiano ya está babeando a un grupo de irlandesas tal y como suele ser su costumbre siempre que salimos de farra. Pero aun, al salir del baño de descargar la Guinnnes del anterior pub, busco al bretón y me lo encuentro en una de las esquinas de la barra comiéndose un sándwich de gorgonzola porque la pinta que se ha tomado él ya le ha sentado mal y está que no se tiene. Hay que joderse con la peña. Llevamos casi un cuarto de hora en el mismo pub y yo ya no aguanto más, así que me las piro.
- Dove stai andando? Lascia che ti presenti questi trojane; ci mangeranno anche il muco.
- Mira, Mario, paso de tus mierdas de latin lover.
- Il poverello ha occhi solo per la sua vasquita…
- Lo que quiero es largarme de aquí.
- Ma dove vai?
- A cascarla si te parece.
Dicho y hecho, al rato aparezco con trece o catorce tacos en el cuarto trastero de la casa de mis viejos junto a la calle Abendaño. He subido con mis colegas del cole después de haber arramblado en lo de Beyena un par de revistas de esas que decíamos guarras mientras unos distraían a la dependienta y otros procedían a la sustracción con la consiguiente carrera a lo largo de la calle Gorbea. La idea es arrancar las hojas de las revistas para colgarlas en las paredes del trastero y poder así tener una visión más amplia, de conjunto, del material sustraído a la vez que procedemos a la competición onanista con que acostumbramos a echar las tardes de los viernes siempre que tenemos ocasión, vamos, aprovechando que mis viejos se han bajado al pueblo. La verdad es que lo de la masturbación en manada resulta bastante incómodo porque hay que concentrarse en la faena y eso resulta prácticamente imposible cuando está todo el mundo soltando chorradas sin parar. Algunos como A ni siquiera consiguen arrancar. El resto nos aplicamos lo mejor que podemos, aunque tampoco le ponemos mucho empeño porque sabemos que no tenemos nada que hacer mientras esté Jtx entre nosotros, el fitipaldi de las pajas, un verdadero prodigio. Entonces oímos que alguien golpea frenéticamente la puerta del trastero.
- Abre, Josemari, abre que sé que estás ahí con los pajilleros de tus amigos. –grita como una posesa una mujer cuya voz me cuesta identificar.
- No jodas, Txema, ¿no será tu vieja?
- Mi vieja no sabe ni que existe este trastero.
- ¡Abre de una puñetera vez!
- Voy a tener que abrir…
Así que abro y casi me doy de narices con Macarena Olona, la cual se precipita al interior como una loca arrancando de las paredes las fotos artísticas de señoras y señores practicando las más diversas posturas del arte amatorio.
- ¡Pervertidos, se os va a secar el cerebro con tanta paja!
Mira que es un sueño y que por lo tanto nada debería sorprendernos; pero, tampoco podemos evitar mirarlos los unos a los otros y soltar un respingo al unísono.
- Qué coñazo de señora, me recuerda a las monjas franquistas, castradas y castradoras, de las que me habla mi ama.
- Ya te digo, yo, si eso, prefiero mil veces antes a la Teresa Rodríguez.
- ¡Y yo!
- ¡Y yo!
- ¡Yo también!
- ¡Dónde va a parar!
- Supongo que hablamos como política.
- Por supuesto, no somos unos degenerados.
- Oye, yo hace ya un rato que he acabado, me tenéis que pagar la apuesta…

EL FAMADIHANA


 La de anoche sí que ha sido una pesadilla rara, terrorífica, siquiera ya solo macabra, como pocas. Resulta que mi señora y un servidor decíamos bajar de Vitoria al pueblo de mi viejo para participar en una comida familiar como colofón a una especie de exequias póstumas en recuerdo de mis abuelos, una de esas cosas que se les ocurren en los pueblos para reunirse alrededor de una mesa con el fin de ponerse hasta arriba de todo. Nosotros, como es preceptivo entre agnósticos practicantes, nos saltábamos la ceremonia religiosa en la iglesia y acudíamos directamente al caserón familiar donde nos esperaban todos en el patio, es decir, lo que en su tiempo debió ser el “larrein” o “larrain” de la casa, el cortinal o zona inmediata a la casa cercada para poner la huerta, un chamizo o lo que fuera, que no lo sé. Allí estaba el clan al completo, los tíos y primos del pueblo, los de Vitoria y alrededores, los de la costa, incluso mogollón de gente que no recordaba de nada, pero que también decía ser familia mía.

- ¿Y esos ataúdes en mitad del patio? – me pregunta mi señora esposa.
- Son los de mis abuelos, que los han sacado para que presidan la comida.
- ¿Cómo?
- Una tradición familiar, creo que somos los únicos en el pueblo que...
- ¿Me estás hablando en serio?
- Completamente. Creo que lo hacen una vez cada cinco años. Esta es la primera vez que vengo. Ya sabes, para que luego no digan que soy un descastado que paso de todos y toda la monserga al uso.
- No me puedo creer lo que me estás diciendo.
- Pues créetelo. Mira, levanta y acércate conmigo a saludar a mis abuelos; además, a mi abuela ya la conociste.
- ¿Pero tú estás loco? ¿Quieres que salude los esqueletos de tu abuela?
- Oye, tradiciones más raras se han visto…
- Claro que me levanto, para escapar de esta pesadilla lo antes posible…

Entonces, y tal y como acaba de amenazar, mi mujer se levanta de la mesa corredera donde estamos sentados toda la familia y que da la vuelta a todo el patio, sale a la calle y, lo siguiente que creo saber de ella, es que se ha montado en el coche que hemos aparcado detrás de la casa y ha salido pitando hacia Vitoria.
-¿Qué le pasa a tu mujer? –me pregunta la hija de una de mis tías que vive en el pueblo.
- Nada, que le ha impactado mucho la costumbre esta de sacar los muertos del cementerio para homenajearlos, como es tan fina, hija de médicos y así... Debe ser que como incineramos a mi padre y no tuvimos ocasión de…
- Yo no quise ir al funeral de tu padre –me corta mi prima del pueblo.
- Ya, ya lo sé, ya se lo dejaste bien claro a mi hermano en el funeral de la tía L.

En ese momento siento que se hincha la vena del cuello como cada vez que me enfrento ante lo que considero un gesto innecesario de hostilidad sin venir al cuento y rayando incluso la crueldad. Sin embargo, enseguida me doy cuenta de que ya estoy despierto y, tras recapacitar un rato, colijo que la pesadilla que acabo de tener debe estar relacionada con la mención que se hace en La carte et le territoire, la novela de Michel Houellebecq que estoy releyendo estos días, sobre la costumbre típica de Madagascar llamada Famadihana o retorno de los muertos, consistente en desenterrar a los muertos para organizarles un sarao con bailes, comida y toda la hostia. Un ritual del que recordaba haber leído largo y tendido en un libro sobre la historia y cultura del pueblo malgache, el cual, por supuesto, fui a buscar al instante en las estanterías de mi biblioteca, y tras el que, como también es de rigor, me metí en google a ver fotos y ya luego vídeos en youtube. Moraleja, demasiada información a nuestra disposición y luego pasa lo que pasa, que tienes pesadillas con los muertos, vivientes o no.

martes, 7 de junio de 2022

TXURIAK ETA BELTZAK BETI DANTZAN


 

- Eta gu orain zer gara, GSKkoak ala AZGAkoak?
- Esan nahi duzu Donostiako Alde Zaharrean joandako larunbateko liskarren harira, ezta?
- Bai noski.
- Ba, begira, gu gara oinaztarrak ala ganboatarrak, beaumontarrak ala agaramontarrak, liberalak ala karlistak, espaniar abertzaleak ala...
- Labur bilduta, betiere txuriak ala beltzak, ezta?
- Antza denez...
- Orduan, beti lehengo lepotik burua, ezta?
- Gure patua omen...
- Ondo ba, ulertzen dut; baina, gauzatxo bat. Nori axola dio gure gerra txiki berri honek?
- Inori ez.
- Ezta guri ere!

"EPELAK" BADITÜZÜ... ETA TERRORISTAREN ZURIKETA


 

- Zuk zelan definituko zenuke delako Euskalgintza?
- Gordinik esanda?
- Bestela ez nizuke galdetuko...
- Begira ba. Lander Garro bezalako idazle zaildu batek honako hau dio, eskubide osoaz noski, bere iritzia, ikuspuntua, delako:
"Nire literaturan etengabeko borroka hori izan dela uste dut: nola desmuntatu Espainiako kuartelen batean pentsatu eta eraikitako terroristaren figura. Nola erakutsi zer dagoen horren azpian. Zeren terrorista gezur bat da, propaganda militarra, pertsonak deshumanizatzeko ahalegina. Eta niretzat horren kontrako antidotorik interesgarriena da detailea, singulartasuna. Erakustea pertsona bakoitza dela singularra, bera den modukoa dela." https://www.argia.eus/argia-astekaria/2780/lander-garro
- Eta?
- Eta delako Euskalgintzan ez da sortzen inolako eztabaidarik. Hori dut nik euskalgintza.
- Baina, zer dela eta? Akaso zu guardia zibilaren aldekoa al zara? Terroristak humanoak ez direlakoan al zaude?
- Ez bata eta ez bestea, jakina. Halere, Garrorena oso iritzi eztabaidagarria begitantzen zait. Izan ere, Lander Garro terroristaren erantzukizun kriminala nola edo hala, kosta ahala kosta, zuritzen ari dela uste dut.
- Jakina, zu errelato ofizialaren aldekoa zara, ETA euskal gatazkaren errudun bakarra dela aldarrika, ezta?
- Bakarra ez, baina bai nagusia. Eta nik ere hori aldarrikatzeko eskubide osoa dudala uste dut, Garrok beste. Areago, Garrorekin bat nator, erabat, elkarrizketan dioen gauza batean.
- Benetan?
- Bai, motel, dioenean: "Uste dut Euskal Herrian mundu guztia saiatzen dela disimulatzen bere posizio politikoa. Eta fin agertzen, ez zaratarik ateratzen. Pertzepzio bat dago: boterearen atzaparrak luzeak direla eta kontuz ibili behar dela. Nik uste pertzepzio hori mundu guztiak daukala. Izu hori. Inork ez dugu esaten horrela, hain garbi, baina uste dut hor dagoela: "Ufa, hau esaten baldin badut edo hemen agertzen baldin banaiz, jarriko didate etiketa eta agur. Orduan, agertu nadin ahalik eta profil baxuenarekin. Adibidez, presoen aldeko zerbait sinatu, baina elkartasun humanista batetik". Alderdi berdinak boterean urte pila bat daramatzan leku batean bizi gara, normala da hori gertatzea."
- Epelak...
- Bai. Eta horrenbestez delako euskalgintza Xiberoko kantu oso famatu batek ezin hobeto definituko lukeelakoan nago: ""Epelak" baditizu bere bi hegalak/Bai eta bürün gainin kokarda ejer bat..."
- Eta hau guztiau ez al da dagoeneko oso aspergarria?
- Hori da arriskua, hori!

sábado, 4 de junio de 2022

ANIQUILACIÓN (ANEANTIR) - MICHEL HOUELLEBECQ

 Reseña de Aniquilación (Aneantir), el último libro del antiguo "enfant terrible" Michel Houellebecq. https://letralia.com/lecturas/2022/06/04/aniquilacion-de-michel-houellebecq/



Aniquilación
Michel Houellebecq
Novela
Editorial Anagrama
Barcelona (España), 2022
ISBN: 978-8433981219
608 páginas

Cada nueva entrega de Michel Houellebecq es un auténtico acontecimiento, ya no sólo literario, sino incluso sociológico. Houellebecq hace ya mucho tiempo que dejó de ser el escritor de moda para convertirse en el escritor de referencia de Francia. Se diría que ha sido un largo camino desde Ampliación del campo de batalla (Extension du domaine de la lutte, 1994) hasta la novela que ahora nos ocupa; pero no, la realidad es que, en mi opinión, la consagración de Houellebecq como ese tipo de escritor que con el tiempo deviene en cronista de su época porque es respetado por el solo peso de su obra, y ello independientemente de que guste o no, a la par que conocido por todo el mundo gracias a una sobreexposición mediática, empieza con este último libro: Aniquilación (Aneantir, 2022). Hasta ahora, o mejor, hasta su anterior libro, Serotonina (Sérotonine, 2019), Houellebecq seguía siendo el enfant terrible oficial y mimado de los medios franceses, ese tipo raro y cochambroso que nunca se sabía muy bien por dónde iba a salir, pero que siempre se salía con algo que ponía de los nervios a los biempensantes de turno. Para estos últimos Houellebecq había sido el bocazas reaccionario, en apariencia machista y xenófobo, que escribía aparentemente sin tapujos, y con mucha mala leche, eso que llamamos en plan fino sarcasmo e incluso cinismo, o que muchos querían leer pero jamás se habrían atrevido a escribir. Porque hay que ser Michel Houellebecq para poder escribir con total desinhibición, y sin miedo a la lapidación pública de los medios de lo que el propio escritor denomina la dictadura socialdemócrata, sobre la frustración sexual, la banalidad del turismo de masas y de todo lo contemporáneo en suma, el islam en Francia y por lo tanto los conflictos de la sociedad multicultural, la liquidación progresiva de una determinada y hasta ahora monolítica identidad francesa frente al fenómeno de la globalización, lo que viene a ser como hablar del fin de la preeminencia en nuestras sociedades occidentales del ciudadano blanco y heterosexual, y, así en general, sobre casi todos los temas más relevantes o espinosos de nuestro tiempo. Houellebecq nos hablaba de todo eso en sus libros, pero la clave de su éxito no era el qué sino el cómo. Lo que atrapa a los lectores es el tono descarnado, más que provocador, incluso impúdico, con el que Houellebecq habla del sexo o de la violencia como algo tan consustancial a la superficialidad de la vida moderna como ineluctable, la aparente frialdad con la que aborda temas tan sensibles como el racismo, el islamismo, el feminismo y todos los ismos en boga que se le pongan a tiro, limitándose a reflejar los aspectos más absurdos o ridículos de éstos con una aparente indiferencia, como si en realidad le trajera sin cuidado, porque poco o nada se puede hacer para evitarlo, siquiera porque eso ya no es asunto suyo, él sólo se limita a dejar constancia de lo que ve con el debido desapasionamiento del que observa la vida con ojos de cínico a rebosar de taras, nada de militancia contra esto o lo otro, nada de desmontar los discursos de otros o denunciar los peligros inmediatos que se ciernen sobre todos nosotros si no reaccionamos a tiempo y revertimos el estado de las cosas del modo que sea. Houellebecq nos retrata a través de las lentes deformadoras de su escritura, a través de ese callejón de los espejos valleinclaniano que es su narrativa cínica, provocadora, cuando no sucia como pocas, y sobre todo divertida, la cual, supongo, la mayoría de los lectores reconocen al momento como tal y de ahí que, por muy discutibles o endebles que sean los planteamientos de sus novelas, estén siempre dispuestos a repetir como el que comete uno de esos placeres culpables al estilo de los de los deportistas de élite cuando se encierran en su cuarto a comerse un bollo de crema o una tabla entera de chocolate. Porque, de lo contrario, de no ser capaz de concebir la narrativa de Houellebecq como una invitación a adentrarse en el laberinto de realidades cóncavas y convexas que sólo existe en el ánimo epatante del escritor, al menos del modo crudo y obsceno con el que él nos lo presenta, éste no pasaría de ser un reaccionario al que la sociedad de su tiempo le resulta insufrible y de ahí la ferocidad con la que se aplica a desmontarla al más genuino estilo de un Chateaubriand de nuestra época.

Con Aniquilación, un verdadero tocho de más de setecientas páginas, descubrimos a un Houellebecq que ya no nos parece Houellebecq.

Pero ese era el Houellebecq hasta Serotonina, cuando todavía los lectores, y en especial los medios que publicitaban sus libros en la convicción de que la provocación de éstos estaba más que medida para indignar a unos pocos estirados y complacer a la inmensa mayoría con las maldades de rigor, sabían que, por muy peliagudo que fuera el tema a tratar en cada nuevo libro, tampoco había que echarse las manos a la cabeza porque para la mayor parte de la intelligentsia biempensante de la tiranía socialdemócrata de marras se trataba del bufón mayor de la República y pare de contar. Cada época precisa del suyo, alguien que tenía ya de entrada la bula del gran público y los medios para escribir lo que le viniera en gana siempre que lo hiciera con esa gracia tan dudosa pero no por ello menos divertida, ese estilo ya tan reconocible como previsible, que lo caracterizaba. Sin embargo, con Aniquilación, un verdadero tocho de más de setecientas páginas, descubrimos a un Houellebecq que ya no nos parece Houellebecq. Yo incluso añadiría algo más, todo en Aniquilación, insisto que más de setecientas páginas, parece estar escrito para descubrir a un autor que ya no es el que firma el libro sino otro nuevo, si para mejor o para peor ya es otro tema de discusión, pero que firma con el mismo nombre.

Empecemos por el protagonista, Paul Raison, alto funcionario del Estado a servicio de Bruno Juge, ministro de Economía y Finanzas, un tipo que en principio se nos presenta como el personaje arquetípico de Houellebecq, un cínico desencantado que pasea sus frustraciones personales y profesionales por los pasillos del ministerio en cuestión y se relaciona con sus semejantes desde la más absoluta frialdad e incluso desprecio. Un tipo aquejado de ese cansancio vital, esa nonchalance, o indolencia o apatía existencial, hacia todo lo que pasa a su alrededor, que observamos en casi todos los protagonistas de las anteriores novelas de Houellebecq como consecuencia del malestar con el que se enfrentan a los cambios vertiginosos que se suceden dentro de las sociedades capitalistas. Dicho de otro modo, esa sensación de no ser capaz de aprehender en su totalidad las razones de dichos cambios y ya en especial las implicaciones de éstos para su futuro inmediato. Sin embargo, si este desasosiego en teoría consustancial al individuo de nuestra época, y más en concreto al varón blanco y heterosexual como la mayoría de los personajes de Houellebecq, solía ser la excusa para presentarnos como protagonistas a mediocres condenados a la tristeza de por vida, o, ya directamente, a verdaderos gilipollas como el informático de Ampliación del campo de batalla, el triste y sexualmente insatisfecho Bruno de Las partículas elementales, el funcionario cuarentón y putero internacional de Plataforma, el cómico millonario y rematadamente vulgar e inane de La posibilidad de una isla, el patético y ramplón artista de El mapa y el territorio o el fracasado ingeniero agrícola de Serotonina, la verdad es que el alto funcionario del Estado, Paul Raison (Pablo Razón), resulta ser el más humano y por lo tanto auténtico de todos.

De hecho, si bien es verdad que no faltan los habituales apuntes cínicos y/o escépticos en la visión de las cosas de Paul Raison —al fin y al cabo nos encontramos con otro producto típico de una sociedad que cifra el éxito en la consagración de la mayor parte de sus vidas al triunfo profesional y poco más, lo cual convierte a los altos funcionarios como nuestro protagonista en individuos fríos y ensimismados que apenas mantienen relaciones con otros más allá de lo exclusivamente profesional y con verdaderos problemas de comunicación con sus seres más cercanos, que no siempre queridos—, su evolución personal ante las dos dramáticas circunstancias a las que tendrá que hacer frente lo exonerarán de engrosar la lista de protagonistas grotescos y execrables que componen la mayor parte de la obra de Houellebecq.

Se trata, pues, de una historia familiar en la que los habituales de Houellebecq esperarían un retrato inmisericorde de las relaciones entre padres e hijos y también entre hermanos.

De ese modo, Aniquilación se articula ante dos escenarios relacionados con la vida íntima y familiar del protagonista. Por un lado la enfermedad terminal de su padre y todo lo que eso conlleva en cuanto a reencuentro con sus hermanos para decidir cómo planificar los últimos años de la vida de éste, puede que incluso la posibilidad de un final anticipado para evitarle la tortura de una agonía prolongada en el tiempo. Esa sería la historia alrededor de la cual gira casi toda la primera parte del libro, una reflexión no tanto sobre la conveniencia o no de la eutanasia para el padre, como del significado de esta aniquilación planificada para cada uno de los hijos que deben enfrentarse al dilema de decidir sobre la vida de su padre, un antiguo miembro del servicio secreto francés que ha disfrutado de una vida plena en todos los aspectos, alguien acostumbrado a tomar siempre sus propias decisiones y que ahora, como consecuencia de la inevitable decrepitud a la que lo condena su edad, se ve convertido en un mero estorbo para los suyos. Se trata, pues, de una historia familiar en la que los habituales de Houellebecq esperarían un retrato inmisericorde de las relaciones entre padres e hijos y también entre hermanos, pues es imposible imaginar un terreno más adecuado para que el enfant terrible de la literatura francesa contemporánea, el provocador mayor de la República, entre a degüello con su siempre vitriólica pluma. Sin embargo, y aunque no falta más de un apunte irónico, e incluso cáustico, sobre las relaciones fraternales debido a las diferencias de caracteres e intereses entre los hermanos y sus parejas, nada que no suceda en cualquier familia, la verdad es que en esta ocasión la sangre no sólo no llega al río, sino que además se encauza de la mejor manera posible a pesar de algún que otro episodio trágico al margen de las relaciones entre ellos. Houellebecq nos hurta la escabechina que esperaríamos de él porque en esta ocasión es extraordinariamente comedido y hasta empático con las motivaciones de cada uno de sus personajes, por muy proclives que pudieran parecernos en un principio al trazo de brocha gorda dadas sus peculiaridades, como en el caso de la hermana ultracatólica, la cual es presentada con un respeto y hasta una reivindicación que resulta admirable viniendo de quien viene. Otro tanto con el hermano pequeño y las parejas, también harto peculiares, de cada uno de los hermanos y el padre moribundo. Claro que hay roces e incompatibilidades de carácter por todas partes; pero, por extraño que parezca, el autor que ha hecho de la exageración de los aspectos más negativos de nuestras sociedades contemporáneas la principal seña de identidad de su estilo literario, en Aniquilación todo se resuelve de acuerdo a una lógica, la de intentar limar esas diferencias a toda costa en pro de lo mejor para todos y sobre todo para el padre. Otra cosa es que la solución que toman entre todos sea completamente rocambolesca, en realidad la principal provocación del libro. Todo acaba fluyendo hasta un fin más o menos satisfactorio para todos gracias a un exquisito ejercicio de realismo, siquiera ya sólo de templanza literaria, es decir, de no sacar las cosas de madre tal y como nos tenía acostumbrados Houellebecq cuando todavía se inclinaba por el esperpento puro y duro y, así en general, por cualquier cosa que le asegurara ser despellejado más tarde por los gurús de la crítica francesa.

Si la historia acerca de la decrepitud del padre es motivo de sobra para disertar acerca de la aniquilación de la vida, qué decir cuando, a partir de la segunda mitad del libro, tras haber arreglado de un modo harto peculiar la situación de su progenitor, el protagonista descubre que tiene cáncer con todo lo que eso conlleva de no poder ya alejar de sus pensamientos diarios la idea de su propia aniquilación. Sin embargo, y por si los mismos habituales de Houellebecq a los que antes me refería hubiéramos vuelto a caer en la tentación de esperar un desenlace desgarrado y hasta caótico de la historia, incluso una verdadera oda al sinsentido de la vida en su conjunto tal y como parece que ha sido toda la anterior obra del autor de alguna u otra manera, aquí volveremos a equivocarnos de lleno porque el relato de la lucha del protagonista contra su enfermedad es una reivindicación de la esperanza al más genuino estilo de los libros de superación personal que tratan este tipo de temas.

Se diría que en Aniquilación el autor ambicionaba hacer un compendio demasiado ambicioso de lo que había sido buena parte de su narrativa anterior.

Eso si el lector ha tenido la paciencia e incluso el coraje de llegar hasta el final de la novela, pues, aunque hay que reconocer que en Aniquilación el autor ha hecho un notable y eficaz ejercicio de precisión gramatical y contención descriptiva para generar una lectura tan rápida y a la vez precisa que evite que el lector se desanime ante la magnitud del texto, la profusión de información acerca de la enfermedad del protagonista y su tratamiento de cura acaba resultando tan apabullante como innecesaria. En cualquier caso, nada que el propio lector no pudiera haber suplido recurriendo también a Internet e incluso a un número similar de especialistas como aquellos a los que Houellebecq agradece sus referencias profesionales en un apartado especial al final del libro. ¿Era necesario hacer hincapié en lo mucho y bien que se había documentado para tratar el tema del cáncer del protagonista? ¿Acaso los detalles acerca de la enfermedad no deberían ser siempre secundarios en relación con aquello que atañe al ánimo del enfermo, los pensamientos que ocupan la cabeza de éste o el modo como se trastoca todo a su alrededor? Así que como para no acoquinarse ante las setecientas y pico páginas a rebosar de información pormenorizada pero no deseada por innecesaria. Ante eso, y también ante las historias tangenciales a las dos anteriores, que a mi juicio no acaban de cuajar en ningún momento, ya sea la de las amenazas terroristas al ministro y jefe de nuestro protagonista, la evolución de la campaña electoral de éste para la Presidencia, o los pormenores de las distintas relaciones de pareja y familiares del resto de personajes que aparecen a lo largo de la novela. Demasiados frentes abiertos que prometen ser más de lo que acaban siendo porque acaban diluyéndose, arrinconándose, ante la contundencia narrativa de las dos tramas antes comentadas. Se diría que en Aniquilación el autor ambicionaba hacer un compendio demasiado ambicioso de lo que había sido buena parte de su narrativa anterior con el fin de volver a tratar ciertos temas, como el sexo, la política o el terrorismo, desde ese nuevo prisma de escritor ya consagrado como uno de los grandes, si no el más grande, de su época y país, y por lo tanto obligado a la seriedad, contención, de la que antes había carecido por su empeño en figurar siempre en primera línea agitando conciencias, el recurrente y siempre efectivo épater les bourgeois en su versión contemporánea, es decir, epatar al progre y biempensante de clase media, el establishment socialdemócrata de nuestra época como en otras lo fue el conservador y gazmoño de las clases acomodadas. Y a fe mía que lo ha conseguido, pues sólo hay que hacer un repaso somero de las críticas o reseñas que han hecho los principales medios gabachos a la última novela de su escritor más mediático y leído para darse cuenta de que la inmensa mayoría ensalza Aniquilación como la gran obra de madurez de su autor, eso ya a su edad y tras ocho novelas y no sé cuántos otros libros en distintos géneros. Se diría que esta es la primera novela con la que ese otro establishment francés puede por fin sentirse a gusto porque no contiene nada que los incomode como en otras ocasiones, algo que pueda dar pie a acusaciones de racismo, machismo —como que en Aniquilación los personajes femeninos aparecen como verdaderas personas y no simples objetos de deseo o rechazo por primera vez en toda su obra— e incluso simples comentarios, los cuales algunos quieren pasar por anarcoliberales cuando en realidad son simple y llanamente reaccionarios, a cuenta de las políticas sociales de su país.

En resumen, un Houellebecq domesticado del que ya nadie espera que haga declaraciones a cuenta de un libro suyo del tipo: “el islam es la religión más idiota del mundo”. No, eso ya parece ser cosa del pasado revoltoso y provocador de un autor que en este libro hace sospechar que cuando habla de aniquilación no lo hace tanto de la que afecta a la vida de los protagonistas de su novela, tal y como apuntan las dos historias antes señaladas, sino de la suya propia como personaje mediático e incluso literario. Y claro, llegados a este punto, cómo no recordar una vez más aquello que dice Rafael Chirbes en sus diarios de que sólo leía al francés para disfrutar de sus maldades como el que disfruta de un placer prohibido, culpable, puede que hasta liberador. ¿Para qué leer ya a Houellebecq si ya no es el cínico, provocador y faltón Houellebecq, sino el sesudo y ahora templado diseccionador de la sociedad francesa de su época, y por extensión de todo eso que llamamos Occidente, con todos los boletos para ser un futuro candidato a entrar en el Panteón de los Ilustres de Francia al estilo de Émile Zola o Alejandro Dumas, algo que, paradojas de la vida, se le negó a Céline por haber perseverado en ser un impresentable antisemita y traidor a su patria hasta el último momento? De hecho, el epílogo del libro acaba con una frase bastante inquietante en la que es difícil resistirse a encontrarle un doble sentido: Il est temps que je m’arrete.

LA CONJURA DE LOS NECIOS

 LA CONJURA DE LOS NECIOS, vamos, sobre los votantes de Isabel Díaz Ayuso y VOX esencialmente. Artículo con ánimo ofensivo para LAPAJARERAMAGAZINE: https://www.lapajareramagazine.com/la-conjura-de-los-necios

   

Tranquilos porque no voy a hablar de la famosa novela de Jonh Kennedy Toole. O sí, puede que sí, que de alguna u otra manera, y aunque el tema del que quiero hablar sea el auge de la ultraderecha en España, en realidad vamos a hablar de lo mismo. Al fin y al cabo, el protagonista de la celebrada novela
póstuma de JKO, Ignatius J. Reilly, es un tipo inadaptado y anacrónico que sueña con que el modo de vida medieval, así como su moral, reine de nuevo en el mundo. Otra cosa muy distinta es que el protagonista de la novela sea el principal merecedor o no del calificativo de necio y no todos aquellos

personajes que aparecen en la novela y que se empeñan endemostrarnos con sus actos y opiniones lo absurdo y cruel de la sociedad capitalista en la que los individuos como Reilly simple y llanamente no tienen cabida. En cualquier caso, de lo que no me cabe duda alguna es de que el auge de la ultraderecha, ya sea en España como en cualquier otra parte, está intrínsecamente relacionada con una especie de conjura de la mayoría de aquellos ciudadanos que, como Reilly,
se sienten, si no inadaptados, al menos sí incomprendidos y/o desubicados en una sociedad que no llegan a entender y/o que desprecian porque los valores que parecen imperar resultan incompatibles con aquellos en los que ellos fueron educados, siquiera ya solo porque los pocos que tienen son los que han
recibido de sus mayores y para de contar, e incluso por ser esencialmente básicos y por lo tanto los únicos al alcance de su capacidad cognitiva.

Sin embargo, qué feo es eso de llamar necios a todos aquellos que no
piensan como nosotros, siquiera ya solo públicamente y aunque en nuestro fuero interno no nos quepa duda alguna acerca de la necedad intrínseca de los que defienden determinados postulados porque la mayoría de ellos se dan de bruces con el sentido común. No estamos dispuestos a reconocer públicamente la necedad ajena porque sabemos que eso es pecar de soberbia por nuestra parte, colocarnos sobre un pedestal desde el que observamos y juzgamos a los demás como si alguien que solo podemos ser nosotros mismos,
o algo indefinido, nos hubiera dado derecho a ello por nuestra cara bonita. Al fin y al cabo, nadie es tan arrogante para no darse cuenta de que, de la misma manera que nosotros vemos la necedad en ese prójimo cuyas ideas nos horrorizan, ese prójimo también la puede ver en nosotros por el mismo motivo.
Todos somos el necio de alguien y por eso preferimos pecar de prudentes a la hora de catalogar a los que nos abochornan o irritan con la necedad de sus ideas, no vaya a ser que a ellos les dé también por poner en evidencia la de las nuestras.
De ese modo, y da igual si por simple prudencia o por verdadera honradez intelectual, procuramos analizar con mente fría y hasta método científico los motivos que llevan a determinados individuos a defender ideas que consideramos propias de mentes simples y por lo tanto incapaces de elaborar o asimilar un discurso en el que no impere el prejuicio xenófobo heredado directamente del paleolítico, el chovinismo más vergonzante del que no tiene otra cosa de la que sentirse orgulloso que el hecho completamente
 fortuito de haber nacido en determinado sitio y no en otro, el machismo como reacción instintiva hacia todo tipo de complejos y fracasos personales, la homofobia como verdadera tara psicológica, el fanatismo religioso en pleno siglo XXI como ejemplo de lo que sería una fosilización en toda regla del buen
juicio por voluntad propia o ajena, el egoísmo como principal motivación para todo y, así en general, todo aquello que tiene que ver en esencia con la cortedad de miras de ciertos individuos. Ese análisis que pretende ser frío y concienzudo nos anima a encontrar las causas que movieron a millones de individuos a apoyar los extremismos del pasado como el nazismo en Alemania, el fascismo en Italia e incluso el comunismo soviético, en razón de la coyuntura
de la época y ya más en concreto de la de cada uno de los países donde triunfaron. Así pues, los motivos por los que los nazis llegaron al poder en Alemania serían, así a grandes rasgos la humillación por la derrota en la Guerra Mundial y el colapso económico de la República de Weimar. Los individuos que apoyaron a los nazis, que se hicieron nazis, solo lo hicieron,
pobrecicos, inducidos por las duras circunstancias del momento histórico que les tocó vivir. Se trata, pues, de una especie de determinismo que establece que en determinadas circunstancias no queda otra que esperar que una mayoría de individuos se incline por seguir a líderes iluminados que proponen acabar con la democracia para imponer un estado totalitario en el que, por ejemplo y entre otras muchas cosas, una de sus prioridades podría ser el exterminio de la raza judía por considerarla la culpable de todo lo malo en el mundo. Así pues, la divisa de este tipo de pensamiento sería algo así como “no soy yo, son mis circunstancias.” Una forma huidiza e ignominiosa de explicar la necedad ajena por razones que no les atañe a los individuos como tales sino a los tiempos que les ha tocado vivir; nadie es responsable, ya no solo de no haber hecho nada cuando primero vinieron a por los comunistas, luego a por los judíos, más tarde a por los sindicalistas, también a por los católicos y al final a por uno mismo –ya saben, el famoso poema de Martin Niemoller-, sino
tampoco de haberse vestido con una camisa parda, puesto un brazalete con la esvástica y haber levando el brazo en alto para vitorear arrebatado a un tal Hitler mientras berreaba su odio a la humanidad desde su púlpito. Si eso ya más tarde, cuando ya han ganado los aliados y toca desnazificarse por decreto: “¡Cómo nos lavaron el cerebro, qué bien nos ocultaron la verdad, qué inocentes fuimos en manos de unos desalmados…
Y como el ser humano es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, pues parece que en esas volvemos a estar en esta primera mitad del siglo XXI; de nuevo a merced de las legiones de necios conjurados con los desalmados de nuestra época. Solo así se entiende la complacencia de
algunos con esa versión actualizada del fascio del siglo pasado que es VOX
 entre nosotros, o, si lo prefieren, la puesta a punto del nacional-catolicismo franquista para los tiempos que corren. Son xenófobos, racistas, machistas, homófobos y sobre todo supremacistas rojigualdos, esos para los que todo lo que no se ajuste a su monolítica y sobre todo castellanocéntrica visión de
España simple y llanamente no tiene cabida. Sin embargo, por favor, no insultemos a los honrados ciudadanos que los votan llamándolos necios porque eso es de muy mal gusto y además resulta una lectura demasiado simplista, las cosas siempre tienen una razón de ser y es a eso, a intentar encontrarla para ver si luego también podemos encontrar el remedio, a lo que debemos
entregarnos antes de hacer más méritos con nuestros insultos para que la

gente se reafirme en su necedad. Pero no nos engañemos, porque el que pide respetar a los necios que votan la versión actualizada de fascio español de toda la vida, también pide respetar a los políticos que los representan para llegar a acuerdos de todo tipo, y en especial para gobernar con ellos. A fin de cuentas, todos somos respetables independientemente de las ideas de cada cual. Vamos, que no hay ideas necias, nocivas, nazis, sino simple y llanamente disparidad de opiniones. De ese modo, como no podemos denunciar la necedad de ciertas ideas porque eso sería pecar de prepotentes, no queda otra que aceptarlas todas en igualdad de condiciones, es decir, poniendo a la misma altura a los que defienden los derechos humanos y a los que las denigran o combaten.

Ese es estado de las cosas ideal para que las versiones actualizadas de los fascismos de todo tipo y condición, desde Polonia hasta España pasando por la Hungría de Orbán o la Italia de Salvini, germinen tranquilamente a la espera del momento propicio para reunir a todos los necios bajo su bandera.
Porque como todo es respetable ya no se puede criticar al obrero de la periferia madrileña por haber votado a Isabel Díaz Ayuso con la escusa de que si no lo hacía le iban a cerrar el bar donde lo explotan a cambio de un sueldo de mierda, y eso a sabiendas también de que al hacerlo los servicios sociales de
los que todavía disfruta, a destacar el ambulatorio y el colegio público al que lleva a sus críos, cada vez iban a estar más desabastecidos porque la verdadera bandera de la presidenta, no es tanto la rojigualda con la que arranca emociones patrióticas al respetable a cuenta de la perfidia innata de los enemigos de España como los rojos y separatistas, vascos y catalanes, como la del liberalismo castizo que establece que lo público solo tiene razón de ser si es para hacer negocio, a ser posible la casta de aprobetxategis que revolotean como buitres alrededor de los cargos políticos de medio pelo al estilo de los
agiotistas de las famosas mascarillas y por el estilo.

No, ni se te ocurra decir que no hay nada más necio que votar contra tus
propios intereses. Y no me refiero a unos supuestos intereses de clase, pues, a fin de cuentas una cosa son las convicciones de cada cual como resultado de su manera de ver la vida y otra la clase que te ha tocado en suerte y con la que no tienes por qué estar conforme. Me refiero a intereses mucho más tangibles, concretos, en general todo aquello que afecta al día a día de las personas y que en nuestras sociedades occidentales tienen que ver en su mayoría con la gestión del estado de bienestar que disfrutamos independientemente de cómo sea este, si de mínimos como los que conocemos en España, o como los que disfrutan los países escandinavos y que desde hace ya tiempo dicen que corren el riesgo de morir de éxito. Una gestión que puede estar en manos de políticos de derechas o de izquierdas según toque en cada momento, cada cual interpretándolo a su manera en función de lo que decidan hacer con el dinero de los ciudadanos; pero, que por lo general no lo cuestionan como tal. El liberalismo castizo sí lo hace, tanto el de Isabel Díaz Ayuso como el que
pregona VOX en su programa, dado que por algo cuesta tanto distinguir a la una de los otros. Algo de lo que, pese a la militancia de la presidenta madrileña en un partido que se dice por principio de centroderecha y por ello de la familia de los populares europeos como el partido de la que ha sido hasta hace poco la canciller alemana, Angela Merkel, no nos deberíamos sorprender mucho si reparamos en las referencias ideológicas que ha tenido IDA cuando era joven, una falangista por convicción y tradición familiar que, según sus propias palabras, se pasó al PP en cuanto descubrió que el liberalismo era lo que mejor le convenía a ella y a los suyos para hacer negocio con el capitalismo que tanto detestaban los de la camisa azul. Pero claro, una cosa es asimilar como artículos de fe los principios de Milton Friedman y Friederich Hayek porque vienen ni que pintados para justificar el tipo de sociedad ideal en la que IDA se siente cómoda y a la que aspira, y otra muy distinta no poder evitar seguir llevando a José Antonio en el corazón porque, al fin y al cabo, es lo que ha mamado desde pequeña en casa, que no todo el mundo ha tenido un alto cargo de la Falange durante el franquismo como el abuelo, y eso por mucho
que diga ella que en su casa nunca se hablaba de política… Una dicotomía que asoma en lo poco liberales que parecen algunas medidas de la presidenta madrileña, como la censura de todos los libros de texto que incluyan cosas en conflicto con su ideario político. Eso o su curiosa concepción de España al más
genuino estilo del nacionalcatolicismo español de su abuelo, perdón, de losfalangistas de toda la vida. Un nacionalismo español que le lleva a declarar que lo peor de España son Cataluña, País Vasco, Navarra y Valencia, es decir, las comunidades con una identidad diferencia más acusada de la estrictamente castellana y regidos por partidos nacionalistas a solas o en coalición con el
PSOE –aquí es de suponer que la Galicia del PP sería un territorio
debidamente adocenado y poco más-.

En cambio, el liberalismo castizo o rojigualdo de IDA y VOX no puede tener un objetivo más claro: justificar el desmantelamiento del estado de bienestar con la excusa de que su mantenimiento supone extraer el dinero de los ciudadanos, dinero con el que ellos podrían sufragarse la sanidad o la educación de sus hijos y así de paso revitalizar el sector privado. Un axioma tan atractivo para aquellos que llevados por su egoísmo pueden permitírselo en
función de su renta, como pernicioso para los que se ven obligados a hacer malabarismos con sus sueldos. Sin embargo, un axioma que cala entre buena parte de los asalariados, y qué decir de los autónomos siempre con la soga al cuello, que votan a IDA o a VOX, y cuya principal razón de ser, por mucha sociología que se le quiera echar al asunto, no puede ser otra que la necedad innata de los que votan contra sus propios intereses da igual si por ignorancia o por despecho hacia los partidos de izquierdas a los que reprochan haberles traicionado. Y eso aunque, para traiciones, la de IDA con los taxistas de Madrid tras erigirse en su abanderada. Otros que no se habían parado a pensar en qué consistía de verdad el liberalismo castizo de la presidenta de la capital de España, que pensaron que lo de la libertad que pregona ella tenía que ver con salvaguardar sus derechos gremiales adquiridos tras previo y caro pago, y no lo de abrir su sector a la competencia de las VTC (vehículos de turismo con conductor) por mucho que la paladina del pueblo madrileño trabajador asegure luego que: «Nos vienen con las mismas pancartas y las mismas monsergas intentando echarnos enfrente (sic) al sector del taxi, un sector con el que
estamos altamente comprometidos y con el que estamos dialogando todos los días”. Claro que para liberalismo castizo del bueno, ayusismo en vena, nada como lo de las becas para que las familias pudientes puedan matricular a sus vástagos en los colegios de pago. Un dinero que, por supuesto, la Comunidad de Madrid hurta de las becas para los hijos de las clases trabajadoras, porque
a ver qué es eso de que estudie todo el mundo: ¿socio-comunismo? Todavía estoy esperando a que los votantes de Ayuso que le dieron la victoria en los barrios obreros de Madrid nos expliquen por qué siguen voceando lo guapa y lista que es su presidenta a pesar de todo lo que hace, ya no solo para
perjudicarles económicamente, sino incluso para reírse a la cara de todos ellos.

Con todo, insisto, ni se nos ocurra llamar necios a los currelas que
jaleaban a Macarena Olona en un vídeo contra las dirigentes de Podemos, Irene Montero e Ione Belarra. Como mucho podríamos hacerlo por la grosería que demuestran al hacer alusiones de mal gusto acerca de los atributos físicos de las dirigentes de Podemos; pero, no les neguemos el derecho a apoyar a un partido cuyos dirigentes, como la propia Olona en su condición de abogada del Estado, son en su inmensa mayoría miembros de las elites españolas dirigentes o económicas, y que lo primero que harían al llegar al poder sería abolir la recién reforma laboral que, como poco, intenta poner coto a la precariedad y temporalidad del empleo. No, no tenemos derecho a llamar necios a los que votarían a gente cuyo principal objetivo una vez en el poder sería acabar con los derechos de los trabajadores, las libertades de la mayoría de los ciudadanos, o las leyes que protegen a las minorías y a los menos favorecidos, así como las que garantizan el autogobierno de las nacionalidades y regiones de España, porque, insisto, eso es muy feo, muy de gente prepotente que cree que lo único que vale es lo que ella piensa y además demuestra una falta de empatía absoluta para con todo aquel que no es como
ella.

Por esa razón me resistiré a llamar, siquiera solo en público, necios a
todos los que votan a opciones de ultraderecha como VOX o Isabel Díaz
Ayuso. Y lo haré aunque me esté acordando todo el rato del vecino de mi
bloque, un Ignatius J. Reilly hispano, muy hispano él y olé, sin oficio ni
beneficio, acomplejado física e intelectualmente, alguien que se queja
constantemente de no encontrar trabajo por culpa de los inmigrantes, que los acusa del aumento de la delincuencia a pesar de que la policía ya ha pasado varias veces por su casa preguntando por no sé qué hurtos, incapaz de echarse una novia porque según él todas son unas putas que se van con el primer latino con musculitos, alguien que no ha leído un libro en su vida y que, por lo tanto, desprecia todo lo que tenga que ver con la cultura en la convicción
de que solo sirve para que algunos se den el pisto a cuenta de los tipos sencillos como él, un bocazas que cuando le preguntas qué tal le va enseguida te responde que mal por culpa de los políticos que son todos unos chorizos sin excepción, al cual, sorpresas te da la vida que de sorpresa no tienen nada, me
lo encontré repartiendo propaganda de VOX durante las pasadas elecciones en el portal de casa. ¿Un necio de manual? No hombre, no, los necios somos todos los demás por pensar que el fascismo que viene no será igual de dañino y criminal, un fascismo light del siglo XXI o por el estilo, que el que ya hubo a
principios del XX porque los necios de ahora son menos de lo que lo fueron nuestros abuelos.

Txema Arinas
Oviedo, 03/06/2022

¡VIVA LA TELE!

    Sueño que me arrastra no sé quién o quiénes a la entrega de los premios de un festival de la tele que se celebra en una ignota, gris y a...