domingo, 12 de julio de 2015

TORTILLA FRANCESA Y SOPA DE PESCADO





Era de esperar porque, para ser sincero, cada vez que volvía a Donosti, una ciudad que he frecuentado desde pequeño por múltiples razones y en la que además viví cierto tiempo, como que la última vez había sido justo un mes antés de su muerte, siempre me acordaba de cuando él me llevaba siendo un mico para que lo acompañara a alguna de las exposiciones, congresos o lo que fuera aquello que organizaban las casas de productos de peluquería o algo por estilo, y a las que no acudían los dos amigos y colegas de Vitoria con los que acostumbraba a ir a las demás. Después del evento tocaba comida en el Casco Viejo, siempre en Casa Urola y siempre también sopa de pescado de primero y un pescado a la plancha de segundo. Me fascinaba aquella sopa de pescado tan donostiarra, tan de solera. O al menos así nos/me lo parecía, no sé. Aquella sopa del Urola era especial sentados los dos solos a la mesa y escuchándole hablar como nunca después me habló tanto y de todo. Porque aquel era un hombre joven, probablemente de la misma edad que tengo yo ahora y por eso también le supongo en la plenitud de su vida, con toda ésta por delante parar ir cumpliendo paso a paso y sin descanso cada uno de sus sueños. Pero sobre todo un hombre joven, expansivo, con toda la vitalidad e ingenuidad de las que hacemos gala los padres jóvenes, nada que ver con la parquedad de palabra que lo caracterizó durante los últimos años de su vida a cuenta de más de una amargura. Un padre joven que te llevaba de la mano, que te contaba todo lo que le venía a la cabeza, que te hacía reír sin descanso con ese sarcasmo que le acompañó toda su vida. Como que en una de aquellas ocasiones que llegamos demasiado tarde a Donosti y no daba tiempo para ir a comer hasta lo viejo, me propuso ir a un bareto de la zona del Antiguo donde decía que preparaban el manjar más exquisito de toda la ciudad y alrededores. Y en efecto, jamás comí una cosa tan sabrosa y sencilla: un bocadillo de tortilla francesa. Por eso siempre que entro a Donosti por el Antiguo me viene a la cabeza aquel bocadillo de tortilla francesa. Por eso también y a pesar de todas las experiencias vividas en la capital guipuzcoana, para mi Donosti, como ayer con una intensidad que me costó reprimir para no darle el día a mi pareja, es y será ante todo y para siempre todas y cada una de las ocasiones que acudía de la mano de mi padre siendo un mico para ir a comer una sopa de pescado al Urola o un bocadillo de tortilla francesa en el Antiguo, el resto, con más de una anécdota chusca y mucho, en realidad ahora lo pienso y más de las que me gustaría confesar, son muchos años yendo varias veces al año, con la familia en verano, con el colegio de excursión, de estudiante, de maleante..., como que sobra, no me queda otra, tampoco puedo ir a la contra de los dictados del corazón.

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