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Los Gatos Pardos, segunda novela de Ginés Sánchez, es el ejemplo más palmario de
cómo pervertir para bien el género negro, esto es, cómo presentar como novela
de género lo que aspira a ser algo más sirviéndose del reclamo de éste. Porque Los Gatos Pardos no llega a ser una mera
historia de gánsteres españoles y mejicanos, y eso aunque para ello utilice el
argot al uso y describa el ambiente en el que se mueven al más puro estilo
James Ellroy, esto es, diálogo, mucho diálogo y que la historia fluya entre las
líneas de éstos. Siquiera por lo que respecta al primer tercio de la novela,
donde se relata un ajuste de cuentas en México por encargo de un capo murciano
a un traidor y durante el cual, los sicarios rememoran un ajuste anterior, lo
que lleva a una subnarración cuya acción contrasta con lo lento y tremebundo de
la primera. El siguiente relato nos habla de pasiones juveniles al calor de la
atracción fatal por una chica de armas tomar durante una tórrida noche de San
Juan. La tercera parte del libro tiene como protagonista a un psicópata asesino
que cuenta en primera persona los asesinatos que le encarga el mismo capo
murciano de la primera narración y que lleva a cabo con una frialdad y crueldad
espeluznante sin saber muy bien por qué pero tampoco sin hacerse demasiadas
preguntas. Tres historias diferentes y sin aparente conexión que sin embargo
trascurren durante la misma noche, la Noche de San Juan del año 2001, con
apariciones de personajes de las otras historias, y que tienen a la violencia
como principal o único hilo conductor. Una violencia de una crudeza extrema,
tan fría, salvaje y sobre todo innecesaria como requiere cada uno de los
relatos y cuya disección, si bien centrándose en su desarrollo casi que en
exclusiva, sirve de pretexto al autor para experimentar estilísticamente en
cada uno de los tres relatos dando rienda suelta a una verdadera exhibición de
maestría literaria en la que se suceden y entremezclan la narración versátil y
puntillosa, el ritmo vertiginoso, digresivo o elusivo, el aliento poético más
rebuscado y hasta el naturalismo más sucio y a veces innecesariamente
explícito. En resumen, un verdadero y logrado ejercicio literario que le valió
a su autor el IX Premio Tusquets de Novela otorgado por un juzgado compuesto
por personalidades de las letras patrias como Juan Marsé o Almudena Grandes.
Sin
embargo, y pese a semejante despliegue de recursos literarios, servidor no ha
podido evitar que durante la lectura de la novela las referencias que acudían a
su cabeza fueran, con la notable excepción del ya citado James Ellroy, más
cinematográficas que literarias. De ese modo, el ambiente asfixiante, el ritmo
acelerado y la puntillosidad con la que se relatan escenas extremadamente
violento de las historias me recordaba de continuo a películas como 21 gramos, Amores
perros o Babel antes que a autores del género negro que hacen gala también de ese
pulso asfixiante, acelerado y sumamente violento que caracteriza al subgénero
de la novela negra llamado Hardboiled y que tiene como
principales referentes, entre otros, a Dashiell Hammett entre los
clásicos y a Pierre Lemaitre entre los contemporáneos. Supongo que la
ambientación de la primera de las historias en el México más negro y el argot
de los sicarios de ese país en conjunción con el de los españoles hace
inevitables las referencias a las películas antes citadas. Sin embargo, creo
que en Los
Gatos Pardos hay algo más que una
simple coincidencia de escenario y personajes. En realidad hay un tono
discursivo acerca de la violencia como un mero territorio o excusa narrativa, y
una descripción sus protagonistas como simples prototipos, o caricaturas,
que hace que uno sospeche que bajo esa capa de gollerías literarias, ese esmero
por ennoblecer literariamente el texto para que éste no sea un simple
ensamblaje más o menos conseguido de tres diferentes relatos negros, no existe
propósito alguno de ahondar, ni en las causas que generan esa violencia, ni en
los recovecos del alma de los verdugos y su víctimas, que lo único que hay es
pura exhibición narrativa y para de contar. De ese modo, cómo no establecer que,
en comparación con la frialdad y la pretenciosidad que destila para un servidor
este Los Gatos Pardos, son multitud, en cambio,
las historias tenidas como simplemente de “genero”, con su trama perfectamente
hilvanada y su lenguaje en función de la historia y no al revés, incluso en la
humildad de su ejecución como simple y efectivo entretenimiento, las que sí
consiguen ofrecer al lector ese punto de vista que hace que la literatura se
distinga de una sucesión de meros fotogramas, esto es, la capacidad del texto
escrito para estimular no sólo imágenes en la retina, sino también preguntas y
sobre todo cercanía.
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