Muere Setién y eso que llamamos la comunidad nacionalista vasca parece cerrar filas alrededor de su figura, ya sea destacando su reconocida talla intelectual como el empeño que puso en denunciar la violencia, todas, y exigir a ETA que dejara de matar.
Todo eso es cierto, pero también lo es que Setien, en su empeño como nacionalista convencido de cultivar una equidistancia entre unos y otros, entre la violencia de ETA y la del Estado, tuvo gestos verdaderamente desafortunados para con las víctimas de la violencia etarra. Sin ir más lejos tres detalles sumamente significativos. El primero su negativa a oficiar el funeral por el senador socialista Enrique Casas asesinado por los Comandos Autónomos Anticapitalistas (una de las muchas escisiones de ETA de la época o reagrupación de terroristas o como los quieras definir, que para el caso...), con la excusa de que ello le habría obligado a hacer otro tanto con los militantes de ETA muertos en manos de la policía. El segundo sucedió en 1995, tras el asesinato de Gregorio Ordóñez, las populares María San Gil y Mª José Usandizaga visitaron a Setién para exponerle su pesar y su sensación de desamparo por lo que entendían una desafección del prelado respecto a la familia del teniente de alcalde asesinado. Las dos mujeres se quejaron: "consideramos que no trata a sus feligreses por igual", a lo que monseñor replicó: "¿dónde está escrito que hay que querer a todos los hijos de la misma manera?" Y el tercero, pero no último, corresponde a la foto que acompaña esta entrada, y que no es otra que la recoge el momento en que Setién pasaba indiferente por delante de los familiares, los hijos, del empresario Aldaia secuestrado en aquel momento por ETA. Luego hasta tuvo la desfachatez de declarar que la foto había sido mal intencionada cuando la realidad fue que no paró en ningún momento para interesarse por la familia de Aldaia. Un gesto de una falta de compasión que llamó mucho la atención en un representante de la Iglesia, que dijo mucho de las prioridades de alguien cuya labor pastoral pareció estar guiada siempre más por consideraciones políticas que por teológicas.
En realidad Setien representó mejor que nadie la equidistancia en la que estaba instalada una gran parte del nacionalismo vasco no violento, si bien que con muy contadas excepciones. Era la misma equidistancia que hacía comportarse a buena parte de la sociedad vasca con ignominiosa frialdad, cuando no con verdadero desprecio, para con las víctimas de ETA; "algo habrá hecho..." Ahora toca olvidarlo, incluso negarlo, porque nos avergüenza, claro está, nos impide considerarnos tan puros e inocentes como nos gusta vernos frente a aquel que todavía seguimos creyendo nuestro enemigo, aquel que todavía nos gusta pensar que nos da motivos de sobra para poder seguir atrincherados en nuestra negativa a reconocer nuestros errores; al enemigo ni agua... Porque de eso va esta incapacidad innata de buena parte de la sociedad vasca para reconocer el daño infligido a terceros, siquiera por omisión. La mayoría, para qué nos vamos a engañar, sigue en su trinchera. Ahora no hay tiros, ahora hasta nos podemos permitir gestos conciliadores con aquel que hasta hace dos telediarios considerábamos tiroteable porque no pensaba como nosotros, incluso volvemos a tomar potes con aquellos que en su momento nos amenazaron con las hostias o los tiros famosos por cuestionar la ortodoxia en boga. De modo que ese y no otro es el motivo de la cascada de loas que Setien está recibiendo de palabra y letra por su reconocida "altura intelectual" y su tesón para resistir impasible los insultos y descalificaciones de los que fue objeto durante años por... el enemigo. El artículo de hoy de Txema Montero en Deia es el ejemplo más claro de lo que escribo.
Así que seguimos resistiéndonos a reconocer el daño causado, la parte de culpa que nos corresponde por la injusta equidistancia durante los años de plomo, la frialdad, cuando no rechazo, frente a las víctimas inocentes de la barbarie etarra, a las que ahora descalificamos como agentes sociales a tener en cuenta independientemente de sus ideas, como si todas fueran un bloque monolítico, y sobre todo, fíjate qué casualidad, coincidiendo en ello con la derecha española y también buena parte de la izquierda.
En resumen, una vez más, y si hace falta hasta la nausea, recordar aquello que decía Koldo Mitxelena de que antes de nacionalista era demócrata, lo que viene a ser a mi entender alguien que pone la ética o la moral por delante de su ideología por muy legítima que sea ésta. Ya va siendo hora de que muchos nacionalistas vascos renuncien a la coartada de que los otros, el Estado, "el enemigo", no ha reconocido la parte de culpa que le corresponde, y probablemente tampoco lo hará nunca porque la razón de la fuerza está de su parte, y hagan un sincero y profundo examen de conciencia y sean capaces de salir de la trinchera para reconocer en qué se equivocaron, cuándo y por qué fueron injustos con los demás. No me consta que Setién lo hiciera nunca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario