–Le vamos a ser muy sinceros, señor comisario. Cándido era nuestro amigo, de la cuadrilla de toda la vida, nos conocíamos desde pequeños, a pocas personas querremos tanto como a él. Pero, no podemos negar lo obvio, ha sido él, claro que sí, quién si no.
-Estoy con mi amigo. Ha sido Cándido el que la ha matado. No puede ser otro. Pregunte también a este otro.
-¿A mí? No sé. Supongo que mis dos amigos estarán en lo cierto. Yo también me temía lo peor. Pero no de esta manera, nunca se me habría pasado por la cabeza que Cándido pudiera hacer algo así; ¡La ha tirado por el balcón!
-En cambio yo opino que ha sido lo más lógico dado el carácter de nuestro amigo. Demasiado sereno, cauto, cachazudo, sufrido incluso. La típica persona de la que jamás habrías esperado algo así; pero, que precisamente por eso, porque nunca había dado muestras de ser capaz de cometer una atrocidad semejante, cuando sucede, primero te sorprende, a mí desde luego me ha dejado en estado de shock, y ya luego, cuando por fin consigues reunir fuerzas para recapacitar sobre ello, empiezas a atar cabos y no te queda otra que reconocer que tampoco resulta tan extraño que un día reventara, precisamente por haber aguantado tanto durante años, y sobre todo del modo más desquiciado.
-Y fatídico.
-Pero eso que estás diciendo es una barbaridad. Prácticamente le estás echando la culpa a ella de la reacción de Cándido.
-No me malinterpretes. Ella no tiene la culpa de nada. Todo lo contrario, ella una verdadera santa, una persona excepcional que estuvo con nuestro amigo durante todos estos años a pesar de los feos que éste le hizo por culpa de su falta de seguridad.
-Tienes razón; nunca acabó de asimilar que una mujer como ella pudiera estar con un hombre como él.
-Es que no se la merecía.
-Eso será tu opinión. Ella lo quiso sin fisuras, jamás lo traicionó ni creo que se arrepintiera un solo día de estar con él.
-Pues ya tenía motivos para ello, ya.
-¿Por qué lo dices?
-Pues, hombre, porque teniendo motivos para ello.
-¿Insinúas que Cándido no estaba a su altura?
-Por favor, ya ha dicho éste que no se la merecía. ¿O no lo pensábamos todos?
-Hombre, no voy a negar que cuando nos enteramos de que estaban saliendo juntos nos sorprendió a todos. Guapa, alta, rubia, todo curvas; era una mujer de esas que al pasar te das la vuelta a mirarla por puro instinto; no se ve a una mujer así todos los días.
-Como te podías quedar un rato largo mirándola alejarse sin que se difuminara la impresión de que acababas de ver pasar a una diosa.
-Tú también te pasas un rato.
-Era lo que se dice un verdadero pibón.
-Lo más parecido a Charlize Theron que habremos visto en carne y hueso en toda nuestra vida.
-Y Cándido pues era Cándido…
-Una bellísima persona.
-Sí, porque en lo físico apenas lograba darle la réplica.
-Nunca le gustó el deporte.
-Pero hacía todo lo posible para mantenerse.
-Para mantenerla a ella a su lado más bien.
-Y eso que nunca le hizo falta porque ella estaba coladita por él.
-Sí, eso no se puede negar; desde el primer día.
-Algo tendría Cándido que la volvía loca.
-Pues no sería precisamente seguridad.
-¿Y eso?
-Recordad las veces que nos confesó que no podía más, que estaba tan convencido de que ella tarde o temprano lo iba a dejar que casi prefería ser él quien diera el primer paso. Decía que no podría soportar ser él el abandonado, que para él habría sido lo más parecido a reconocer que toda su vida había sido un fracaso.
-Porque el muy memo de él cifró todo su existencia en complacerla a toda costa, hasta el punto de que ella empezó a sentirse agobiada con tanto agasajo y dedicación, y no dudó en hacérselo saber.
-Ya me acuerdo. Más que su marido parecía su padre y ella su niña pequeña. A veces daba vergüenza ajena ver lo innecesariamente servicial que era con ella, como si no supiera valerse por sí misma, o cómo la adulaba constantemente, algo que en público, delante de nosotros sin ir más lejos, no sólo la ruborizaba, con el tiempo acabó también por irritarla sobremanera.
-Pero claro, después de irle a él con el cuento de que la tratara como solemos tratar nosotros a nuestras parejas, es decir, y después de varias décadas de convivencia, a decir verdad más como colegas que como amantes en continuo celo, Cándido se pasó al otro extremo y empezó a agobiarla con lo de que no sabía que hacía una mujer como ella con un mediocre como él, que la quería tanto que hasta le dolía que estuviera con simple chupatintas, aburrido y limitado como él y no con otro que supiera hacerla feliz de verdad, alguien que cumpliera las perspectivas que una mujer como ella debía desear casi que por instinto.
-Cómo no se iba a agobiar, si ella siempre lo había querido sin exigirle nada a cambio.
-El modo más puro y sincero de querer a nadie.
-Un amor verdadero como los de antes.
-Y el bobo de él venga a fustigarla con sus dudas, a cuestionar su amor cada día, a hacerle la vida imposible.
-Hasta que no pudo más y debió decirle que, ahora sí, ahora voy y te dejo porque por fin me he dado cuenta de que estás haciendo todo lo posible para que deje de quererte. Porque soy yo la que no está a tu altura. En realidad te gustaría estar con otra que no te costara querer como te pasa conmigo, que parece que te tienes que esforzar siempre en demostrarme lo mucho que me quieres, que me reprochas de continuo que te exijo un esfuerzo para estar conmigo que a mí no se me ha pasado nunca por la cabeza.
-En ese momento algo se debió cortocircuitar en la cabeza de Cándido.
-Como que no se lo pensó dos veces y la tiró por el balcón.
-Locura transitoria.
-De transitoria nada, Cándido llevaba tiempo perdiendo los papeles con ella.
-Un tarado, Cándido era un puto tarado.
-Pobre mujer, pudiendo haber estado con el que le hubiera dado la gana.
-Entonces, señor comisario, se trata de un caso de violencia de género o…
-Porque eso del crimen pasional ya como que no…
-Yo creo que como poco ha habido maltrato sicológico desde hace tiempo.
-Un tarado, nuestro amigo Cándido siempre fue un puto tarado.
-Y ahora además un asesino.
Texto: ©Txema Arinas, 2018.