martes, 7 de febrero de 2012

UNO MÁS EN LA FAMILIA: CHIQUI



Llevamos al mocosete a una guardería que nos queda a mano y nos sale por el ojo de la cara. Pero claro, pregunta tú aquí en Oviedo por el concepto de "guardería pública", te dirán que ya hay dos o tres, para indigentes, niños abandonados o algo así.

El caso es que en la guarde en cuestión no les vale con cuidar y, se supone, educar a nuestros bebés, sino que además, y por lo que sea, están empeñados en implicar a los padres en el asunto organizando todo tipo de saraos, inventándose actividades para que participen los padres, cargándonos con deberes como si no se hubieran enterado de que si les pagamos es precisamente para poder disponer de tiempo para otros menesteres que no tengan que ver en exclusiva con nuestro cachorro.

Pues bien, el pasado viernes que nos íbamos de finde a V-G, cuando voy a recoger a Mk para meterlo directamente en el coche dirección autopista del Cantábrico, la simpática cuidadora que me lo entrega a diario como quien se quita un gran peso de encima, como si fuera un tumor o algo por el estilo, me encasqueta de propina un peluche de nombre Chiqui con su coqueta y monócroma mochilita para que lo cuidemos todo el fin de semana como si fuera un miembro más de la familia.

-En la mochila lleva sus cosas para que le dé de comer y lo tenga limpio -me advierte la cuidadora.
-Pues vale -le contesto deseando abrime de allí lo antes posible-, ya le diré a Mk que se encargue de su amiguito...
-Y vosotros también -me suelta de sopetón-, vosotros también tenéis que ocuparos de Chiqui, tenéis que tratarlo como si fuera uno más de la familia, sacarle fotos para luego colocarlas en la agenda de Mk con un texto en el que debéis escribir como si fuera Chiqui quien contase cómo le ha ido el finde en vuestra casa.
-Vamos, que éramos pocos y parió la... guardería -le suelto a la pava con una cara de fastidio que vale por tres fines de semana encerrado con mi familia política en pleno...

El caso es que nada más explicarle a mi pareja de qué va la cosa, le pido que, por favor, saque ella las fotos que ya me encargaré yo del texto. Y así lo hice, pero por lo que fuera, a la madre de mi querubín no debieron parecerle muy procedentes los dos textos que escribí comentando las experiencias de Chiqui ese fin de semana en nuestra compañía, de modo que fue ella la que acabó redactando un breve texto en el que decía que se lo había pasado muy bien y Santas Pascuas.

Ahora bien, como todavía no llegó a comprender por qué motivos rechazó mi pareja los textos que escribí en un principio para la agenda del pequeño, me tomo la libertad de transcribirlos a este blog por si puede alguien darme alguna pista.


MI FIN DE SEMANA EN CASA DE MI AMIGO MIKEL

Hola, me llamo Chiqui. Este fin de semana estuve de visita en casa de Mikel. Allí pude conocer a sus papas y a su hermano mayor. Me recibieron con los brazos abiertos... o algo así. El padre no paraba de repetir eso de la abuela preñada, que a ver si vamos a pagar para que luego nos enmarronen el fin de semana encargándonos de un peluche de mierda, la madre se decía que bastante cansada venía ella ya del trabajo como para encima tener que hacerse luego cargo de un peluche además de los dos monstruos que ya tenía en casa, y el hermano mayor de Mk lo primero que hizo fue presentarme a un rex gigante que inmediatamente después me cogió del cuello entre sus fauces.

Sea como fuere, lo siguiente que hizo el padre fue presentarme al resto de peluches de la casa. Digo yo que para que no me sintiera solo. Así pues, me condujo a la que llaman la "habitación de los juegos", donde fui arrojado de cabeza al rincón en el que me esperaban un tiburón gigante, un león tristón, una girafa con cascabel, dos cocodrilos, una estrella de mar a la que si tirabas de una cuerda emitía una dulce melodía, una ballena azul, un Spiderman tamaño bebé, un erizo con anorak, una vaca que mugía, un Gremling con dos cabezas, un Bob Esponja tamaño natural, una serpiente alada, varios ositos, perritos y no sé cuántos dinosaurios de todos los tamaños y especies; como poco hay que darle la razón al padre cuando decía que solo precisamente no me iba a encontrar. Eso al mismo tiempo que apagaba la luz de la habitación, cerraba la puerta de un portazo y profería algo así como "¡anda y que le den por culo a rana de los cojones!"

Con todo, yo esperé toda la tarde y noche a que Mk viniera a sacarme de paseo o, qué menos, a darme de comer. Y apareció, claro que apareció ya bien entrada la noche. Claro que en lugar de darme de comer parece ser que era yo el que debía servir de comida para sus otros amigos, en especial su amigo el tiburón gigante y el tiranosaurio rex.

Y ahí he estado encerrado todo el fin de semana hasta hoy, arrinconada en una habitación por una turba de peluches malcriados que no paraban de recordarme que yo era el último en llegar y que cuidadín con recibir mimos del bebé de la casa, que a la cola por novato y batracio. En resumen, un verdadero tormento que por fin ha acabado con mi regreso a la guardería en brazos de la simpática cuidadora C. Sólo espero no volver a saber nada más de esa familia en el resto de mi sintética existencia.

MI FIN DE SEMANA EN VITORIA-GASTEIZ CON MIKEL.

Me llamo Chiqui y este fin de semana mi amigo Mikel me llevó de viaje a Vitoria-Gasteiz a casa de sus abuelos. Primero tuvimos que hacer tres horas y media de viaje que se me hicieron eternas entre los meneos que me metía Mikel contra el respaldo del asiento delantero, la música a todo volumen de la radio, las tonterías y groserías del padre, los juramentos en hebreo de la madre al volante y los estornudos del hermano mayor sobre mi cabeza. Pero la cosa no acabó ahí, a mitad de viaje tal y como suele ser la costumbre de hacer caso a la madre, Mikel se puso malo y me vomitó encima toda la merienda que acababa de engullir apenas unos minutos antes en una área de servicio. Por si no hubiera tenido suficiente, no pasaron cinco minutos desde que había anochecido y mi encantador amigo Mikel empezó a berrear como un descosido porque se aburría como lo que es, un enano, un puto enano mimoso y protestón. Encima, al padre, que por lo que se ve es todo un lumbreras, no se le ocurrió otra cosa que subir el volumen de la radio para intentar tapar la cascada de voz de su pequeño. Una locura a la que hay que añadir la monserga del hermano mayor de Mikel que no paró de preguntar durante la última hora del trayecto ¿falta mucho, mama? ¿cuándo llegamos?, ¿eso ya es Vitoria, papá? Juro que si hubiera encontrado el modo me habría escapado sin dudarlo nada más llegar a la gasolinera de Arrigorriaga donde pararon a repostar.

Ya en Vitoria-Gasteiz, ¡Dios santo, nos metimos por una zona que llaman Zabalgana y parecía que no se acababa nunca, qué coñazo de rotondas y avenidas!, nos salimos de la ciudad para dirigirnos hacia el monte donde se encuentra la aldea en la que los abuelos de Mikel viven en un destartalado chalé del año la pera. ¡Y tanto, qué frío hacía en esa casa, madre de Dios, como que era ir al baño a echar un meo (allí dicen "hacer una txiza" o algo parecido), sentarte en el retrete y luego casi no poder despegarte. Pero al menos ya habíamos llegado a nuestro destino, y como ya era la hora de cenar pues directos a la mesa donde nos esperaba un plato de jamón ibérico, la tortilla de patatas y el bacalao al pil-pil con pimientos que había preparado el abuelo, y vino, mucho vino y cerveza que el padre de Mikel nada más llegar se puso a trasegar como un poseso a la vez que no paraba de soltar chorradas a diestro y siniestro para tocarles los cojones a los abuelos de Mikel, y muy en especial al abuelo a cuenta, dicen que es la costumbre, de las habilidades culinarias de éste (luego ya me di cuenta de que la cocina ocupa el 80% de las conversaciones de la casa y que el resto lo dedican a lamentarse de lo mal que está todo y cómo pasa el tiempo que cada día estamos más cascados y se cae todo).

Al día siguiente, y digo yo que motivado por su mala conciencia tras haberme dejado toda la noche tirado en el suelo de la cocina a no sé cuántos grados bajo cero, ¡qué pasa en esa casa que entra el aire por todos los resquicios!, Mikel se empeñó en llevarme con sus padres a dar una vuelta por la ciudad. Pensaba que me iban a llevar a ver los parques y museos de la ciudad, pero ya, ya, fue bajarnos del coche e ir de cabeza a un bar donde sacaron la primera ronda de chiquitos, zuritos y pintxos. Y así un bar tras otro hasta la hora de la comida, cuando ya en el último bareto, creo que se llamaba Tximisu o algo así, el padre se empeñó en que me tomara de trago la copa de crianza que sujetaba con una mano al grito de "¡venga, hostia, que no se diga esa puta rana!", eso mientras con la otra intentaba descoserme la boca para introducirme de golpe un pintxo de chatka con mahonesa sobre salmón ahumado y cubierto con sucedáneo de caviar.

Patético, pero no menos que el resto del fin de semana tras haber sido abandonado por Mikel en el interior del coche hasta el día siguiente. No sólo pasé de nuevo un frío siberiano toda la tarde y noche, sino que además tuve que aguantar, una vez más, al padre de vuelta de la cena con sus amigos, ya no más alegre que unas castañuelas, sino hecho una castañuela con esas orejas despegadas que tiene el pavo y el ruido estridente que metía cada vez que le daba por berrear algo parecido a una canción, y mejor no hablar del pestazo que echaba el tío a cubata de garrafón y cosechero.

En fin, tras una noche así, entre el abominable hombre del asiento delantero y los cuatro grados bajo cero, sólo me queda decir del viaje del domingo a la tarde que con saber que era de vuelta ya tenía suficiente. Nunca he echado tan en falta a las simpáticas cuidadoras de la guardería de Mikel como este fin de semana en compañía de semejante familia de tarados y beodos. No volveré a portarme mal nunca más.

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