jueves, 10 de febrero de 2022

EL ASESINATO DEL ANGEL CAIDO DE LOS FRONTONES Por Txema Arinas

 Relatico para la revista ELSAYÓN en el que presento en sociedad al inspector Iñaki Magredo, probablemente también prota de futuros relatos: https://www.elsayon.com/el-asesinato-del-angel-caido-de-los-frontones/?fbclid=IwAR2faSHGtACVJ8pfmIHwKKJ15Mg11r9zbF3fEhJnVgPUf8ahFA5v80ROIP8


 Era el primer caso del inspector Iñaki Magredo de la Ertzaintza como tal y no había dejado a nadie indiferente. Ahora bien, Magredo insistía en que la expectación que había generado la resolución del asesinato del famoso y polémico ex pelotari Patxi Martínez de Rituerto no se debía tanto a su pericia investigadora como a la inevitable repercusión mediática del caso. De hecho, estaba tan convencido de que no había habido nada extraordinario en el descubrimiento del asesinato del ex pelotari de Apellaniz, poco más que seguir a rajatabla el protocolo habitual en estos casos culminado con una racha de una buena suerte, que incluso sentía verdadera vergüenza cuando alguno de sus compañeros se acercaba a él para felicitarlo con una efusividad que él siempre juzgaba proporcional al número de páginas que la noticia de la detención del asesino de Martínez de Rituerto había ocupado en la prensa.

—La prensa siempre tiende a exagerarlo todo. Si la víctima no hubiera sido Rituerto no le habrían dedicado tantas páginas al caso y todavía menos a los policías que detuvimos al asesino.

    El inspector Magredo tenía razón. La víctima no era un cualquiera sino uno de los pelotaris más famosos de las últimas décadas en todo lo que es el área de influencia de la pelota vasca, País Vasco, Navarra y Rioja, es decir, allí donde lejos de ser un deporte de minorías, incluso del mundo rural en exclusiva, era uno de mayorías, probablemente el más seguido después del omnipresente balompié.  Pero todavía más, Martínez de Rituerto tampoco había sido una estrella más en el firmamento pelotazale, una de esas de las que los aficionados tienen siempre como referencia a la hora de juzgar las cualidades o no de los pelotaris más jóvenes, incluso una de esas pertenecientes a sagas familiares que para distinguirse añaden al apellido su correspondiente número romano al estilo de los monarcas, sino todo un personaje controvertido dentro y fuera de los frontones.

—Créeme si te digo que hubiera preferido detener al asesino de un desconocido.

Sin embargo, y como hasta hoy los inspectores no pueden elegir a las víctimas de los asesinatos que están obligados a investigar, Magredo había tenido que hacerse cargo del caso de Patxi Martínez de Rituerto, el pelotari de Apellaniz, una pequeña aldea de la Montaña Alavesa. Un chaval que parecía destinado a revolucionar el aletargado mundo de la pelota a mano con su descaro y su físico casi que prodigioso, esto es, tochito, pero ágil y escurridizo como una nutria. Rituerto poseía una zurda inmensa, por la cual parecía llamado a ser un dios del Olimpo de la pelota. Por desgracia, el de Apellaniz acabó perdido entre las estrellas. Carismático y espectacular a partes iguales, se convirtió en un coloso dentro y fuera del frontón. Lo tuvo todo para triunfar. Todos querían verlo sobre la cancha. El público se enamoró de él desde su debut en el Adarraga de Logroño. Las expectativas fueron gigantescas. El chico de oro. Debutó y su victoria fue tan rotunda sobre un pelotari veterano y laureado que ese día nadie tuvo dudas de que Patxi llegaría a convertirse en un gigante de la pelota vasca. Con todo, lo suyo era una vida siempre al borde del abismo, una montaña rusa montada por él mismo. Fuerte y hábil, personificó las dos personalidades del pelotari. Su impulsividad llenaba frontones. Fuera de la cancha solo le daba problemas; parecía que no quería perderse un amanecer. No ganó ninguna txapela oficial. Solo el Cuatro y Medio de San Fermín de 2002 ante el hasta entonces imbatible Ariz. Aun así, su falta de trofeos no parecía importarles lo más mínimo a los aficionados, el premio era verlo sobre la cancha, claro que, no siempre para disfrutar de su genialidad como también de los escándalos que protagonizaba con sus adversarios y árbitros con cada vez más frecuencia. En su camino se encontró con el famoso pelotari navarro de Ibero, Juan Martínez de Irujo, en el Ogueta de Gasteiz en un partido legendario. Fue un mano a mano especial, inolvidable. A partir de aquel encuentro todo fue cuesta abajo. No cumplía con lo que se exigía a un deportista de su categoría, ni por su condición física ni por su comportamiento sobre la cancha, y al final la empresa que gestionaba sus derechos como jugador decidió despedirlo. Tras el despido comenzó la caída por el despeñadero de los torneos de verano para hacer caja durante las fiestas de los pueblos. Tan celebrado como lo del Ogueta de Vitoria, fue también el partido de pelota, o sería mejor decir amago de, durante la inauguración del nuevo frontón de la localidad alavesa de Labastida, al que Rituerto acudió más tarde de lo habitual en él tras echar toda la mañana en una de las bodegas del pueblo a la que fue invitado por unos viticultores que se decían pelotazales y a los que, en mi opinión, les iba más la mojiganga sobre la cancha que otra cosa. Las malas lenguas, las cuales en los pueblos pequeños son prácticamente todas, dicen que salió de la bodega dando eses directamente hasta el frontón. Un desastre que acabó definitivamente con su carrera. Sin embargo, después de aquello, o acaso precisamente por lo sucedido aquel día en el frontón de Labastida, empezaron sus colaboraciones periódicas en los realities de la televisión vasca y en los que llegó a aparecer con un sobrepeso considerable, de más de ciento veinte kilos para el metro ochenta y cinco de estatura que tenía entonces. De ese modo, Patxi Martínez de Rituerto acabó convirtiéndose en una caricatura de sí mismo. Un ex pelotari sobre el que circulaban todo tipo de anécdotas en las que se le relacionaba con peleas a altas horas de la madrugada durante las fiestas de las localidades cercanas a su pueblo natal, acusaciones de trapicheo que él se apresuraba a desmentir desde cualquier micrófono que pusieran a su alcance y siempre a sabiendas de que, a poco que le tiraran de la lengua, acabaría dando la nota acusando a tal o cual de haberle perjudicado en su carrera para favorecer al pelotari en ascenso del momento, amenazando incluso a personas con nombres y apellidos, y siempre con ese desparpajo tan suyo, tan del gusto vernáculo, por otra parte, y que tiende a convertir a los más deslenguados y gallitos en una extraña y patética mezcla de bufones y ejemplos a seguir.

   Y tal y como suele ocurrir en estos casos, llegó un momento en el que la gente, ese espectador que somos todos según la acerada definición de Guy Debord en su libro La Societé du Spectacle, acabó hartándose, más que aburrirse, del personaje de ex pelotari chulito y deslenguado, del ángel caído de los frontones. Entonces Patxi Martínez de Rituerto desapareció de la noche a la mañana de la cotidianidad de aquellos que disfrutan de la vida de los famosos o famosillos convertida en un tiovivo de emociones que jamás querrían para sí mismos.

       Así hasta que un día saltó la noticia de la sentencia del juzgado número tres de lo penal de Vitoria en la que se condenaba al pelotari de Apellaniz a ocho a años y tres meses de cárcel por “retener, extorsionar y agredir” en 2014 a un hombre al que acusaba de haber robado unas plantas de marihuana de una vivienda que había alquilado. En la sentencia se relataba cómo don Francisco María Martínez de Rituerto Balza de Vallejo secuestró, en compañía de una segunda persona, a un individuo al que trasladó posteriormente con las manos atadas a la espalda hasta un descampado en las inmediaciones de la sierra de Entzia, donde primero clavó a la víctima un destornillador bajo la uña del dedo índice derecho, y luego propinó un corte con navaja en el dorso de mano derecha. Todo ello como culmen de una serie de amenazas de muerte físicas y telefónicas a la que el ex pelotari y su cómplice llevaban sometiendo a la víctima desde hacía una temporada con el fin de cobrar una deuda de diez mil euros. Parece ser que todo empezó como consecuencia del robo de una plantación de marihuana que el acusado Martínez de Rituerto tenía en una vivienda alquilada en la pequeña localidad de Aletxa, en el municipio de Arraia-Maeztu. A raíz de este hecho, el pelotari de Apellaniz y una segunda persona, identificada con las iniciales P. G.S.G.E, el cual luego se supo que era un amigo de la infancia de Patxi, acudieron al domicilio de un hombre, en la localidad vecina de Cicujano/Zikuiano, al cual acusaron de la sustracción de una cantidad de marihuana que ellos valoraron en diez mil euros. Allí, y tal y como recoge la sentencia, “le golpearon, procedieron a atarle las manos con una cuerda a la espalda y, en contra de su voluntad, lo subieron a un vehículo y trasladaron durante 30 minutos a un descampado cercano al arroyo de Igoroin”, donde “lo retuvieron mientras hablaban por teléfono dejándole después un tiempo allí”. La víctima sufrió “inflamación del lado izquierdo de la cara y una herida incisa en la cabeza a consecuencia de los golpes”.

   Patxi Martínez de Rituerto ingresó en verano de 2018 en la cárcel alavesa de Zaballa. Nada se supo de él hasta tres años más tarde, una vez obtenido el tercer grado gracias a su buen comportamiento. Entonces hizo unas declaraciones a la televisión pública vasca en la que daba a entender que había recapacitado durante su encierro y tomado la decisión de emprender una nueva vida alejada de la polémica: "En los momentos malos es cuando se ve quién está a tu lado y yo me he llevado sorpresas positivas. Lo que quiero es llevar una vida tranquila. No hay otra, a lo hecho, pecho y fuera". Tres meses más tarde Martínez de Rituerto apareció muerto en la ganbara o desván de la casa de su familia en Apellaniz tras haberse desangrado como consecuencia del golpe recibido en la cabeza con una azada de forja antigua que apareció junto al cadáver y que formaba parte de la colección de aperos de labranza que la familia guardaba a modo de museo casero.

—Como ya te puedes imaginar –explica el inspector Magredo al último compañero que se le ha acercado a darle la monserga con el tema en la cafetería del barrio vitoriano de Lakua donde acuden los suyos desde la cercana comisaría a tomar el café de las mañanas-, lo primero que hicimos fue contactar con la víctima a la que secuestró y amenazó en su momento. Esta hacia ya dos años que se había trasladado a vivir a Bilbao, desde donde no se había movido en todo ese tiempo, tampoco el día del asesinato del ex pelotari tal y como pudo demostrarnos fehacientemente.

—¿Entonces?

—Entonces lo de siempre, interrogar a los vecinos por si habían visto algo aquel día. Y sí, en efecto, en un pueblo de poco más de diez casas nunca suele pasar desapercibida la presencia de unos extraños. En este caso la de dos hombres de mediana edad que llegaron hasta la casa de los Rituerto montados en un Seat Arona rojo del que, por supuesto, nadie sabía la matricula porque la gente nunca se fija en esas cosas.

—¿Cuánto tiempo estuvieron en la casa? – inquiere el compañero de Magredo.

—Llegaron a media mañana y, por lo que nos contó la vecina de la casa de enfrente, se marcharon poco antes del mediodía.

—…

—No, la vieja no escucho gritos de pelea ni nada por el estilo. Las casas de labranza de estos pueblos de Álava están dispuestas de tal manera, que es difícil que nadie oiga lo que pasa en la casa del vecino a no ser que se trate de una escandalera en toda regla, dado que son independientes y están a cierta distancia unas de otras.

—¿?

—Ni qué decir tiene que lo primero que hicimos fue intentar localizar un Seat Arona rojo por la zona. Ni uno. Tampoco hay que olvidar que esta zona de la Montaña Alavesa se encuentra en un proceso de despoblamiento continuo, por lo que los vehículos que se pueden encontrar están contados con los dedos de una mano.

—¿?

—El siguiente paso fue investigar en el entorno carcelario de Rituerto en Zaballa, con qué reclusos se había relacionado, si había entablado amistad con alguno de ellos o todo lo contrario.

— ¿Alguna cuenta pendiente?

—Ni una sola. A decir verdad, el pelotari había sido un preso ejemplar que jamás se había metido en lío alguno. De hecho, Martínez de Rituerto había aprovechado su estancia en la cárcel para sacarse el título de cocinero y trabajar en la cafetería y el economato. Una posición desde la que es fácil llevarse bien con todo el mundo. Si a eso le unimos su fama como pelotari y su don de gentes, no es extraño que todo el mundo hablara maravillas de  él.

—¿También en su pueblo?

—En su pueblo y toda la comarca. Rituerto tuvo la suerte de la que, por desgracia, carecen la mayoría de los ex convictos. Cuando salió de la calle todo el mundo seguía acordándose de él como el gran pelotari que pudo haber sido, y poco o nada de los motivos por los que había sido encarcelado. De hecho, no le faltó trabajo desde el primer momento. Conocedores de su intención de dedicarse a la hostelería tras haber obtenido el título de cocinero, la verdad es que le llovieron las ofertas para trabajar en los restaurantes de la zona. ¿Qué mejor gancho para un negocio hostelero que tener de cocinero a toda una figura de la pelota conocida por su labia y gracejo? Entonces, de repente, me vinieron a la cabeza unas declaraciones que había hecho, dos meses después de obtener el tercer grado, en una entrevista realizada en un programa de la ETB en el que confesaba que ya sabía antes de salir de la cárcel que lo iba a tener muy fácil para emprender una nueva vida, que estaba convencido de que le iban a llover las ofertas de trabajo, tal y como así había sido, y que por eso mismo sentía mucho que varios de los amigos que había hecho en la cárcel no hubieran tenido esa oportunidad una vez ya en la calle.

—¿?

—Entonces me puse a investigar quiénes eran esos amigos y…

—¿Y?

—¡Bingo! Resultó que dos de los reclusos con los que Rituerto se pasaba la mayor parte del día en la cárcel, que le seguían a todas partes como si fueran sus guardaespaldas, que los tenía poco más que como si fueran sus asistentes para todo lo que le viniera en gana, hacía ya casi un año que habían salido a la calle y seguían sin encontrar trabajo en ninguna parte. Por lo que no dudé en citarlos en comisaría ni un segundo.

—¿?

—Lo que imaginas. Tras comprobar que uno de ellos era dueño de un Seat Arona rojo de segunda mano, no me costó ni media hora hacerles confesar, entre otra cosas valiéndome de la mentirijilla de que uno de los vecinos de Apellaniz había tomado nota de la matrícula del coche, que en el día de actos habían acudido a la casa de Rituerto en Apellaniz con el propósito de pedirle ayuda para encontrar trabajo. No por nada el pelotari solía presumir delante de ellos de que no le costaría mucho emprender una nueva vida dados los múltiples contactos con los que contaba fuera. Estaba tan seguro de esos contactos que incluso llegó a prometer a sus dos escuderos que no tardaría en encontrarles también a ellos un trabajo. Ni más ni menos que el trabajo por el que aquel día habían acudido a preguntar hasta su casa.

—Y claro, no existía tal trabajo.

—Ni tampoco la intención de buscarlo por parte de Rituerto. De modo que discutieron. Imagínate, después de todo lo que habían hecho por el pelotari dentro de la cárcel.

—No les debió sentar muy bien, no.

—Como que uno de ellos, se supone que en mitad del fragor de la discusión, no dudó en coger una de las azadas que colgaban en la pared de la ganbara adonde habían subido a hablar para que no les oyera nadie y…

—Esa gente ya se sabe…

—Esa gente podíamos ser nosotros mismos; un pronto lo tiene cualquiera.

—El caso es que en este caso lo pagó el pobre Rituerto, justo cuando parecía que todo le iba bien, que, en efecto, había cambiado y estaba emprendiendo una nueva vida lejos de las malas compañías que acostumbrada a frecuentar antes de entrar al talego.

—Ya, lo que no sabía es que las deudas siempre se pagan.

—Y una promesa es una promesa siempre, sobre todo entre convictos.

—Tú lo has dicho. En cualquier caso, y tal y como puedes comprobar –concluyó Magredo- no hay nada extraordinario en la investigación de este asesinato que merezca más atención que el hecho de que se trate de un personaje público.

—¿Cómo que no? No te quites méritos, Magredo, no peques de falsa modestia, que no todos los inspectores en plantilla tienen el instinto policial que tú has demostrado en este caso. De hecho, te pronostico una carrera de lo más prometedora. Y si no al tiempo.

—Calla, calla, no me hables de carreras prometedoras, por favor, no.

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miércoles, 9 de febrero de 2022

Diarios: A ratos perdidos 1 y 2, de Rafael Chirbes - Txema Arinas

Reseña, o lo que sea, sobre los diarios de Chirbes y el extraño fenómeno de que hayan estado entre los libros más leídos en las listas al uso de final de año: https://letralia.com/lecturas/2022/02/09/diarios-rafael-chirbes/





Diarios: A ratos perdidos 1 y 2
Rafael Chirbes
Diarios
Editorial Anagrama
Barcelona (España), 2021
ISBN: 9788433999313
472 páginas

Meses después de haber leído los Diarios: A ratos perdidos 1 y 2 de Rafael Chirbes, observo estupefacto que aparecen en las listas, ya no sólo de los más vendidos como de los mejor considerados, que publican a final de año los suplementos literarios de mayor tirada en España, como son El Cultural y Babelia. En el caso de este suplemento editado por el periódico El País incluso aparece como el primero de la lista. No es que yo conceda demasiado crédito a este tipo de listas en las que, por lo general, lo que se hace es ratificar el embudo mediático que unas pocas editoriales de supuesto gran prestigio y medios casi que ilimitados aplican a toda la producción literaria de un país como España, de modo que todos aquellos autores que no publican en dichas editoriales simple y llanamente no existen para los medios y todavía menos para el gran público. Tampoco es posible saber, ya no sólo los criterios de los críticos que eligen los libros que merecen ser enlistados como los mejores del año —lo de los más vendidos es obvio que suele tratarse de un mérito que hay que atribuir más a la capacidad de la editorial para promocionar un libro que al autor en sí mismo—, sino incluso qué críticos confeccionan las listas. Claro que a veces casi mejor no saber nada, porque cuando se sabe, o más bien cuando alguien dejar caer algo al respecto, no se trata ya sólo de que se confirmen todas las sospechas acerca de que la labor de algunos críticos no es otra que la de promocionar los libros de la editorial que está vinculada empresarialmente con el medio para el que trabajan, sino que a veces incluso se descubre que todo es producto de un simple compadreo entre amigos y poco más. Ese parece ser, por cierto, el caso del libro que nos ocupa a la hora de aparecer en cabeza de lista de los mejor considerados que elabora cada año la revista Babelia, pues el libro de Chirbes es comentado por la escritora Sara Mesa como el mejor libro de 2021 haciendo alusión a la amistad que la unía con Chirbes y el impacto que el libro de éste les había producido tanto a ella como a varios amigos en común entre los que se encontraba, qué casualidad, Jorge Herralde, editor de Anagrama, una de esas grandes editoriales a las que me refería antes; vamos, dicho en planta, que todo queda en casa porque, en efecto, a nadie se le escapa que Babelia, si existe como suplemento literario, parece ser antes que nada para promocionar los libros de Anagrama y Alfaguara, junto al resto de las editoriales grandes, por supuesto.

Dicho lo cual resulta más fácil entender cómo un dietario puede llegar a ser el libro más destacable, encomiable, recomendado, de todos los publicados durante un año entero, por encima de todo tipo de novelas, libros de relatos, teatro, poesía, ensayo, etc. Los diarios como género literario son bastante discutibles. Y lo son porque, si tenemos en cuenta que el diario no deja de ser un simple apunte de lo cotidiano por parte del autor, una nota sobre lo más destacable del día, ya sea acerca de lo que ha sucedido a su alrededor o de aquello que le ronda por la cabeza por la razón que sea, el campo de maniobra para dar rienda suelta a lo estrictamente literario se presenta asaz restringido. De hecho, el riesgo más grande de intentar hacer de un diario una pieza literaria con todas las letras no es otro que convertirlo en una puesta en escena del autor, es decir, una (auto)ficción de la cotidianidad de éste en la que, faltaría más, él queda siempre como el más exquisito, culto, sensible, sensato, heroico incluso, algo así como los insoportablemente engolados y narcisistas diarios del escritor leonés Andrés Trapiello a los que hasta tiene el cuajo de calificar de “novela de mi propia vida”, esto es, en una concepción tan reduccionista como interesada del concepto de novela una vez que la Real Academia Española ha redefinido el término que contenía la palabra “ficción” como su principal característica, y lo ha reducido a algo tan vago y absurdo como “obra literaria narrativa de cierta extensión”.

Parece evidente que el secreto de unos buenos diarios está, aparte del interés que pueda tener en principio para el lector el personaje que los escribe, en el término medio famoso en que los griegos situaban la virtud.

No obstante, otro de los grandes riesgos de los diarios como género literario es pecar precisamente de todo lo contrario, es decir, despojarlos de un mínimo de ambición literaria hasta el punto de convertirlos en un mero repertorio de las naderías acontecidas a su autor a lo largo del día sin mayor interés del que pueda tener levantarse de la cama para rascarse el culo, ir al baño a echar un meo y luego meterse debajo de la ducha. Parece imposible concebir que alguien se tome la molestia de llevar un diario para anotar única y exclusivamente insustancialidades que no lo distinguen en nada del resto de los seres humanos, ya sea en lo que se refiere a su rutina o las alegrías, angustias, miedos, quejas y el resto de sentimientos o sensaciones que comparte con todos nosotros; pero, ahí están los diarios, adjetivados como secretos, de una de las figuras más relevantes del siglo XX, el filósofo, matemático, lingüista y lógico austríaco Ludwig Wittgenstein, y de los cuales lo mejor que se puede decir es que si de verdad habían sido concebidos para ser secretos así tenían que haber permanecido per saecula saeculorum.

Así pues, parece evidente, una vez más, que el secreto de unos buenos diarios está, aparte del interés que pueda tener en principio para el lector el personaje que los escribe, en el término medio famoso en que los griegos situaban la virtud. Dicho de otro modo, unos buenos diarios tienen que ser la conjugación de lo cotidiano, lo intrascendente o simplemente anecdótico, con lo supuestamente excelso en forma de relato de experiencias presentes y pasadas relacionadas con el oficio artístico y sus inmediaciones, o los recuerdos y hasta chascarrillos convertidos en simple motivo narrativo. Un estilo de diarios del que, a mi juicio, los de Goethe serían el modelo a seguir en cuanto a equilibrio entre el riesgo de aparentar un mero catálogo de bagatelas cotidianas y ese otro de ambicionar precisamente todo lo contrario, una insufrible apología del ego de cada cual. Un estilo del que en España yo destacaría El quadern gris de Josep Pla o los dietarios de Miguel Sánchez-Ostiz como ejemplos en los que lo cotidiano se mezcla con lo que no lo es, con lo que atañe en exclusiva a la literatura o a cualquier otro campo artístico, como simple pretexto para dar rienda suelta a una escritura que, independientemente del interés que pueda tener el lector por la persona y la obra de quien la firma, se sostiene por sí sola. Son diarios cuyo principal atractivo no es otro que el estilo que convierte al autor en único, ese en el que uno sabe que va a encontrar tanto los temas que le obsesionan a éste contados de la manera sincera y hasta apasionada como acostumbra, como un delicioso sentido del humor, del que no hay que desdeñar el vitriolo como un aliciente más, y que es, a la postre, lo que hace que uno dedique su tiempo a la lectura de lo que en boca del pesado de turno sería motivo para salir corriendo.

Y luego están los diarios de Chirbes. Leo sus diarios porque se trata de uno de mis autores preferidos y creo, confío, que leyendo sus diarios, es decir, hurgando en la intimidad que Chirbes está dispuesto a mostrarme, podré entender mejor su mundo literario conociendo cuáles son sus influencias, qué lecturas le gustan y cuáles aborrece, familiarizarme con aquello que lo inspira, detalles de su biografía personal o el inventario de entusiasmos y antipatías, o conocer los pormenores sobre su proceso creativo, la lucha interior con la página en blanco, así como incluso husmear en su rutina con el único propósito de intentar atisbar hasta qué punto puede condicionar ésta todo lo anterior. Eso sería lo habitual en los diarios de cualquier otro autor, sobre todo de uno que los hubiera publicado en vida, un cóctel que ya luego sería más dulce o amargo, más insípido o chispeante, según la personalidad de cada cual. Empero, eso sí, por muy sinceros, amenos y hasta enjundiosos que puedan ser unos diarios, siempre serán una puesta en escena del autor con su correspondiente e inevitable camuflaje, el autorretrato que éste quiere presentar en sociedad, porque ese y no otro es el motivo por el que alguien se toma la molestia, sobre todo teniendo en cuenta lo que supone de desnudo en público más o menos integral.

No obstante, en el caso de los diarios de Chirbes, y sobre todo en estos correspondientes a los años previos a su consagración como escritor de éxito, de hecho más de la mitad del libro pertenecen al período previo a la publicación de su primera novela, Mimoun (1988), y el resto a los preparativos de sus inmediatos proyectos literarios, nos encontramos con unos apuntes que nos sorprenden por la crudeza con la que han sido escritos, sobre todo a la hora de referirse a sí mismo como un escritor en ciernes que duda todo el rato de si será capaz de llegar a serlo.

Quiero escribir. Tengo entre las manos otra cosa que no sé si acabara saliendo. En los ratos libres, leo muerto de risa Bouvard et Pécuchet, que, como me pasaba con Madame Bovary, tampoco me había animado a leer nunca en francés. Me parece excelente el libro sobre Espinosa que ha escrito Albiac, uno de esos libros sólidos, erudito, cargado de tristeza, una especie de Bataillon-Erasmo escrito desde el fondo de los tiempos sombríos, aunque no eran precisamente más luminosos los tiempos en que Bataillon escribió su obra: la primera edición es de 1937.

No nos podemos engañar, todo el que escribe también aspira por principio a que lo suyo trascienda algún día de la forma que sea.

Son apuntes de alguien que todavía es más un lector que un escritor, y, por lo tanto, de alguien consciente de que lo que dice en ellos no tiene ningún interés para terceros. Escribe para sí mismo. ¿Por qué? Pues probablemente porque el escritor que quiere ser siente la necesidad, como suele ser habitual en la mayoría de escritores, de escribir siempre algo a diario, lo que sea con tal de ejercitar la pluma, de soltarse sobre lo cotidiano, lo personal e intrascendental, hacer callo. Una necesidad que con el tiempo muchos escritores han derivado hacia las redes sociales aprovechando la inmediatez con la que llega lo que escribe a un hipotético público y la publicidad, todavía más hipotética, que eso supone para su obra. En el caso de los diarios de Chirbes nos encontramos en los ochenta y, no sólo no se estilan todavía las redes, sino que tampoco podemos presumir que él hubiera elegido esa vía para saciar esa necesidad de escribir un mínimo de líneas diarias. De hecho, los apuntes que Chirbes nos deja más allá de lo exclusivamente literario, sobre sus lecturas y titubeos con la escritura, son de una crudeza consigo mismo que asombra y hasta ruboriza por innecesarios y porque, en lo que atañe a la relación tóxica que mantiene con su novio François, al lector se le antoja puro cotilleo.

¿Por qué tener pudor también aquí en la intimidad de un cuaderno para nadie? ¿Es que se puede escribir para uno mismo? Me digo que sí, que se puede escribir para recordar y comprenderse uno mismo, pero no acabo de creérmelo del todo. Entonces, ¿pienso que estos cuadernos acabará leyéndolos alguien que no sea yo?

Preguntas que se hace Chirbes en sus diarios, ¿puede que consciente de que está contando más intimidades de las necesarias en el caso de que algún día lo que escribe vea la luz? No nos podemos engañar, todo el que escribe también aspira por principio a que lo suyo trascienda algún día de la forma que sea, como escritor de éxito, de minorías selectas o siquiera ya sólo a modo de círculo de amigos, e incluso en plan maldito, es decir, como curiosidad para estudiosos de estas cosas. Sin embargo, entretanto, hasta que apunte la ansiada trascendencia, por qué censurarse en el ejercicio diario de poner en negro sobre blanco aquello que, como mínimo, le sirve al autor de desahogo. De ese modo, en estos diarios aparece un Chirbes más humano de lo que acostumbramos a encontrar en los diarios de otros autores. Un Chirbes que nos habla sin tapujos, no sólo de los quebraderos de cabeza que le provoca el tiovivo sentimental al que está subido con su pareja, sino también de sus adiciones y debilidades provocadas por un malestar existencial del que tiene buena parte de culpa el desencanto político con su propia generación, la cual parecía dispuesta a cambiarlo todo y que al final aceptó conformarse con las migajas que el sistema puso a su disposición para que se cumpliera la premisa gatopardiana de que todo cambie para que todo siga igual. Ni más ni menos que lo que será más tarde el eje argumental, siquiera el trasfondo, de la mayoría de sus novelas, donde nos habla de su infancia de desarraigos y contrastes entre la exuberancia biológica y humana de su Valencia natal y la aridez otro tanto de esa Castilla a la que fue enviado a estudiar a un internado, así como de las sensaciones que le sugiere escribir en una lengua que no es la suya, siquiera familiar o sentimental, pero en la que vive prácticamente instalado a pesar de su necesidad de volver de continuo a la otra, su nostalgia de la lengua valenciana de la que nunca se ha desligado del todo y cuya catalanidad defiende como parte de un sistema literario que abarca mucho más de las fronteras autonómicas correspondientes, y todo ello sin renunciar a una mirada crítica, incluso sañuda, sobre su Valencia natal, y no digamos ya de sus paisanos (“Qué respeto puede merecer un pueblo que ha convertido el paraíso que le regalaron [lo era en su pobreza, lo conocí] en un albañal infecto. Se han follado a los ángeles que ha mandado el Señor. Les queda tragarse la lluvia de fuego, que donde estuvieron [donde están] quede solo una negra y maloliente mancha, entre bituminosa y azufrada”), de la literatura en general y la novela en particular, siquiera como él la entiende, por entonces tan a la contra de lo que estaba en boga y sobre todo lo que él consideraba auténtico.

Entonces, para qué seguir leyendo estos diarios de Chirbes si tenemos la sensación de estar leyendo algo que nos saca los colores. Pues, siquiera en mi caso, porque es el precio a pagar para poder disfrutar de unos deliciosos apuntes literarios, los cuales, si lo son, se deben en gran parte precisamente a esa especie de oportunidad que le otorgaba escribir para sí mismo, al menos en su origen.

 

31 de octubre

Echevarría, en El País, vuelve al concepto de “estilo elevado” del Benet de La inspiración y el estilo. ¿Qué es eso? Hay una élite que le gusta vestir la literatura —y la historia, que diría Galdós— con coturnos. Es decir, vestirse ellos mimos con coturnos. En las obras que les gustan a los altivos sacerdotes de texto (pienso ahora mismo en los comentarios que ha merecido la última reedición de Lacruz, El ayudante del verdugo como secreto libro de culto para unos pocos; ojo, el excelente libro de Lacruz no tiene la culpa, hablo de sus comentaristas, de su afán por posar en el lugar al que acceden unos pocos como los montañeros que se fotografían en un K8) siempre está presente un toque de soberbia. Lo que nosotros conocemos, lo que nosotros degustamos. La literatura como diosa que concede sus favores misteriosamente sólo a algunos elegidos, élite de inteligencias elevadas, entre las que se encuentra —cómo no— el exégeta, el crítico. Sospechan de cuanto huele a clase baja, a gatera por la que alguien de fuera, de abajo, se les pueda colar en el santuario, y se apresuran a dirigir hacia ese gato inoportuno sus escobazos.

¿Se habría permitido Chirbes unos juicios tan despiadados, pero sobre todo sinceros, aunque ni más ni menos que lo que piensan muchos lectores y escritores, pero que callan por si las moscas?

Así pues, son precisamente esos apuntes literarios, tanto los que atañen a los entresijos del oficio de escritor, con todas sus dudas y miedos a la hora de enfrentarse a un reto literario, y no digamos ya más tarde con todo lo que conlleva su publicación, como con los comentarios completamente desinhibidos y sobre todo sinceros con los que juzga otras obras y a sus autores, y en mi humilde opinión también certeros, los que hacen de la lectura de los diarios de Chirbes una verdadera delicia. A decir verdad, estoy convencido de que si hay una razón objetiva para que unos diarios como los de Chirbes hayan sido elegidos como uno de los libros más importantes del pasado 2021, sólo puede deberse, dejando a un lado el mamoneo antes mencionado entre editores y críticos al servicio del grupo mediático de turno, por la expectación, cuando no escándalo, que han suscitado algunas de sus opiniones acerca de autores de renombre y/o fama a los que, amparado en ese supuesto anonimato al que también nos referíamos antes, pone a caer de un burro.

También exhibe brillantez en algunos tramos Lo real, de Belén Gopegui, un libro bienintencionado, que en su conjunto resulta artificioso, hasta rozar la cursilería en algunas metáforas y en la elección de adjetivos. Personajes y diálogos poco creíbles. Un libro que me resulta, sobre todo, aburrido.

Pérez-Reverte está convencido de que como novelista puede hacer lo que le salga de los cojones (por usar el lenguaje que le gusta) y le brinda al lector un descabellado recital de lenguaje macarra, lenguaje de corte “vallekano”, pura movida madrileña en boca de estos pobres hombres que tomaron sopas en el siglo XVIII, y, sin salirse de ese arbitrario espacio —por otra parte es lo suficientemente ancho—, ofrece un esperpento de rancio españolismo levantado en armas frente a lo gabacho, una forma de variante de Torrente, el brazo armado de la ley, en la que no faltan toques de lo que conocemos como prensa del corazón. Algunas frases que dicen los personajes: “una cosa discreta, sufrida, fashion” (pág. 36); “como los enanitos del bosque, aibó, aibó” (pág. 39), “el pifostio” (pág. 51), “les meto a los ingleses… un gol que se van a ir de vareta” (pág. 68), “¿Cómo se dice poca picha en gabacho?”, “Poca piché” (pág. 71), “Toma candela yesverigüe fandango, pa ti y pa tu primo. Tipical spanish sangría. Joputa. Yu understán?” (pág. 89), “la cosa está más claire que la lune, mon ami Pierrot” (pág. 99), o “Que se me tombe par terre la chorra…” (pág. 100). Horacio Nelson, en el texto, se nos presenta como “un marino de pata negra”, un “Jabugo de los mares”. En la construcción del esperpento patriótico, da todo igual, pata negra o “Nati Mistrati” (pág. 168), el “zipizape” (pág. 215). Churruca se casa con un yogurcito de buena familia, y los hay que “cantan la traviata” en la página 140. Y a eso los críticos sesudos lo tratan como novela histórica. “Yes, verywell”. El autor es académico. El artefacto va dirigido a un público de ideología (llamémoslo así) tan confusa como la que mueve las hinchadas de los campos de fútbol, vagamente irritado por el injusto trato que le da la vida, y tocado en sus valores patrios por algo que ha roto con lo que se supone que hubiera sido su buena vida de siempre: hay xenofobia (antigabacherío) y vindicación de la España de siempre: populismo de la España de los de abajo, siempre traicionada. Y el texto se abre a una profusión de proclamas contra la modernidad, y —de nuevo— a favor del pueblo irredento al que castigan, roban y desprecian unos señoritos finos amariconados y afrancesados. Lo dicho: Reverte derrocha dosis de populismo y demagogia. Aunque (y aquí entra la tradición interclasista del franquismo: escribimos después de ese huracán) los conceptos de “Valor” y “España” pueden unir a los de arriba con los de abajo. (…) Leyendo Cabo Trafalgar, cobra urgente actualidad La gallina ciega, de Max Aub. Ha ocurrido algo irreparable en la historia de España que no admite la espontaneidad, la inocencia; que exige cirugía al enfrentarse a ciertos temas, a ciertas formas. Digamos que parece que, después de Franco, ya no es posible un Arniches.

¿Se habría permitido Chirbes unos juicios tan despiadados, pero sobre todo sinceros, aunque ni más ni menos que lo que piensan muchos lectores y escritores, pero que callan por si las moscas, como los que hace sobre figurones de las letras españolas tan bien considerados por la crítica y, en el caso de Reverte, sobre todo por el público, de no tratarse de unos diarios íntimos sin perspectivas de ser publicados algún día? Pues, aunque todo apunta a que no, si tenemos en cuenta que ya tuvo tiempo de hacerlo cuando estaba vivo y gozaba del suficiente prestigio como escritor para que dichos comentarios no pasaran como una simple rabieta de escritor fracasado y por lo tanto envidioso a más no poder, ¿por qué aparecen ahora? ¿No se atrevió por simple pudor, para evitarse más problemas de los necesarios? ¿Se trata de una traición a la voluntad de Chirbes por parte de sus herederos en complicidad con su editor, Herralde? No se puede saber, de modo que todo queda en el terreno de las sospechas. Sin embargo, como sospechar siempre sale gratis y además no lleva a ninguna parte, yo me inclino por pensar que Chirbes pensaba ya única y exclusivamente en su posteridad como autor, por eso quiso que sus diarios se publicaran póstumos a modo de testamento vital y además preventivo para todo aquel que en el futuro quisiera acercarse a su obra y a su persona con ánimo de sacar sus propias conclusiones. De ese modo, no sólo evitaba tener que enfrentarse a polémicas con personajes con los que probablemente no habría querido compartir ni el mismo espacio en un periódico, sino también el engorro de tener que dar explicaciones al público sobre algo que para él era agua pasada desde hacía ya mucho tiempo.

lunes, 7 de febrero de 2022

RUMBA LA RUMBA, LA RUMBA DEL CAÑÓN...

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La verdad, cada vez da más por por culo salir de copas por la noche. Todo es reguetton, o pachanga latina a secas. Da igual que te lleven a un pub para puretas como un servidor; sufro mucho. Así que, para hacerlo más llevadero, caen los gintonics de rigor y ya luego noche torera nada más meterme en la cama.
Joder, como que he soñado que bajaba un río del Pirineo navarro sobre una balsa vestido del Capitán Haddock, en plan almadiero del Roncal. Claro que en este caso debía ser una almadía de la Aezkoa, de Abaurrea alta para ser exactos. porque al fondo de la almadia iba el amigo Etxaniz gritando todo el rato y, lo más curioso de todo, vestido como el Tintín de los tebeos; bueno, por lo menos él tenía algo de pelo.
- ¡Venga, rema, hostia, rema, que a este paso no llegamos a tomar el vermut en Burgi!
- Mira, "cagondios" (aquí el juramento puede parecer estar de más, incluso ofender a más de uno; pero, resulta imprescindible para darle veracidad al diálogo. Conste que ahorro más de los que corresponderían a uno de verdad), no me estreses que bastante lo estoy ya solo con verte encima de estos troncos.
- ¿De qué vas? ¡Si estoy hecho un pincel después de adelgazar veinte kilos!
- Lo que tú digas, pero no te muevas que este río es muy traicionero.
- Aiba la hostia, ¿por qué no te metes con esta peña que llevamos encima de gorra.
- Deja en paz a la Banda de Gaiteros de Pamplona. Le había dado mi palabra al amigo Patxi de que los bajaría sobre la almadía hasta Burgi y es lo que voy a hacer.
- ¿Pero el Patxi ese no es txistulari?
- Sí, pero en los sueños ya sabes...
- Ya. Pero para eso deberías hecho antes un cursillo para pilotar balsas de madera.
- ¿Qué problema hay?
- Que empiezas a remar bien o volcamos de un momento a otro con toda la orquesta encima.
- Mira, hago lo que pueblo. Es la primera vez que me subo a una almadía para bajar un río encabronado. Yo a los ríos no me meto ni a por cangrejos.
- Tú sujeta fuerte el remo. Si eso dile a los gaiteros que toquen algo para animarnos.
- Tienes razón, así me distraigo. ¿Patxi, por qué no tocáis algo hasta que lleguemos a Burgi?
Suenan dultzainas, gaitas, a mí se me empiezan a poner los pelos de los brazos como escarpias (no me preguntes por qué, pero es algo que me pasa desde hace un par de años por "no fiestas"...), y, como al instante reconozco una famosa cancioncilla popular que mi viejo acostumbraba a cantar cuando iba con él de pequeño en el coche, no puedo evitar empezar a entonarla. Al rato tengo al Etxaniz, Patxi y toda la banda berreando conmigo sobre la balsa:
- SI NO TIENES UN DURO NO TE HACE CASO NADIE, EN CAMBIO SI LO TIENES AMIGOS A MILLARES, RUMBA LA RUMBA, LA RUMBA DEL CAÑÓN... QUÉ PEDO LLEVAS CALATAYUD, QUÉ PEDO LLEVAS CALATAYUD...
Ni que decir tiene que, entre que la corriente cada vez va más rápida y que servidor y el puto Etxaniz nos ponemos a dar saltos al son de las dulzainas, no tardamos en volcar. Bueno, en realidad quiero decir que me caigo de la cama. No vuelvo a beber un gintonic en lo que me queda de mi triste vida.

ALAKRARENAK


    Ni ere nire buruarekin nekatuta, aspertuta, nabil, batik bat harresi honetara ekartzen dudanarekin. Zergatik nago hemen? Hainbat motiborengatik; lehenik eta behin, gauzak argi eta garbi esan beharra baitago, nire burua ezagutarazteko, bigarrenik hemen ezagututako lagunen idatziak irakurtzeko zein elkarri iruzkinak eta egiteko. Hirugarrenik, egunean egun zertxobait idazteko asmotan nola edo hala trebatzeko aitzakiaz, baita nire burua nolabait egurasteko ere, agian zenbait barne kezka arintzeko. Halere, horrekin batera badakit lagun edo facekide asko aztoratzen eta batez ere uxatzen ditudala, hori baita nahitaez suertatu ohi dena zure iritzia onerako ala txarrerako ematen duzunean. Izan ere, ez dago beste egiterik zuk gogoan daukazuna hizpidera ateratzen erabakita. Usteak uste, eta nik zenbait arlotan oso uste sendoak ditut, edo gutxienez eduki nahi ditut; esate baterako, ETArekin zerikusirik duen orotan; ezin dut jasan, besteak beste oso gertutik bizi izan dudalako, bai, euskal hiritar gehienen modura, gure aberria asko eta askoren borondatearen kontra indarrez, erailtzen askatu nahi zutenen bidegabekeria. Eta badakit, nola ez, garai zaharretako eskarmentua gogoan, halakoetan nabarmentzea betiere okerrerako dela. Hortaz, horretan ezin dut eztabaidea saihestu, gainera ez dut nahi. Badakit beste batzuek baietz, aukeran eta etengabean bazter utzi nahiago dutela, besteak beste inorekin ez etsaitzearren. lasaiago bizitzearren. Eskubide osoa dute, jakina. Nik aldiz ezin dut halakorik egin, baliteke oso ahoberoa naizelako, askorendako artaburu handia, oso odolberokoa ere bai, sarritan gauzen neurria galtzeraino. Baina, orain ez nabil aitzaki-maitzaki, zintzo jokatzen saiatzen baizik; berritsu galanta naiz, txitean-pitean, edonorekin eztabaidaka ari naizela, badakit behin baino gehiagotan behar edo komeni baino gehiago berotzen naizela zakar eta makur jokatzeraino. Gerora, jakina, damutzen naiz, askotan behingoan. Atsekabetzen nau horrela jokatzeak, bai, izugarri, eta gorago esan bezala, badakit lagunak-eta, gainera benetan estimatzen ditudanak, etengabe galtzen ari naizela nire egoskortasuna dela kausa. Egia esan, nire buruari agindu ohi diot epelduko naizela, debaldeko eztabaida, matraka guzti hauek alde batera utziko ditudala barre egiteko moduko gauzak baino ez idazte aldera, irakurtzen nauten lau katuak zein ni neu, beharbada ni neu inor baino lehen, dibertitze aldera. Alabaina, zer nahi duzue esatea, jakin badakit ete, beti gogoan izaten dut alakranak igelari esandakoa ibaia bere gainean zeharkatzerakoan ezten egin zionean: "Nire izaera da." Desenkusa galanta? Bai, duda izpirik gabe. Egia bakarra baldin bada, denon gogokoa ezin izan garena da, ez eta asmo apurrik ere!


viernes, 4 de febrero de 2022

DEJAR LAS COSAS A MEDIAS

                                  

 

  Todo el día con el tostón de la inminente guerra de Ucrania, los abusos de los curas a menores, la nueva reforma laboral aprobada por los pelos… de los huevos del diputado pepero de Cáceres, el o la… buff, demasié. Así que como para extrañarse si luego sueño que estoy en el interior de una especie de tanque hecho con placas de madera en forma de cono acorazado con visera bajo la cual se sitúan los cañones. Un tanque en que el conductor, un servidor, tiene que mover a mano las ruedas por medio de unas manivelas sin saber muy bien cómo o para qué. Todo muy cuco sobre los planos que me ha pasado un tal Leornardo da Vinci, pero que, ahí en el campo de batalla del frente de Dombass resulta impracticable, ya sea por el barro que me rodea por todas partes o por el propio peso del tanque. De hecho, hace ya un rato que me he quedado atascado en el barro, que no hay manera de que el tanque avance ni adelante ni atrás. Puede que lo hiciera si tuviera más engranajes reductores; pero, eso es algo que debería hablarlo con Leonardo, de modo que, ni corto ni perezoso, me bajo del tanque y me voy caminando –en los sueños no hay distancias, no le demos más vueltas-, bajo el fuego cruzado de las tropas rusas y ucranias, hasta el castillo de Clos Lucé en el valle de Loira, Francia, donde el genio italiano vivió los últimos años de su vida y además fue enterrado.

- Oye, Leonardo, que el tanque ese de madera que ingeniaste es un puto desastre sobre el terreno.
- ¿En serio? Ven, siéntate aquí para que revisemos juntos los planos.
- Vale pues, ¿pero es necesario que me siente sobre tus rodillas?
- ¿Tienes algún problema?
Pues hombre, la verdad es que no me parece muy normal que un señor de su edad le pida a otro de la mía que se siente sobre sus rodillas. Sin embargo, entre que se trata de Leonardo da Vinci, el cual ha tenido la gentileza de cederme la patente de su ingenio para hacer negocio -a ver si no voy a tener derecho también yo de intentar sacar tajada vendiendo armas a los ucranios, puede que también a los rusos, para que se maten entre ellos con las últimas novedades del sector- y que no quiero, bajo ningún concepto porque soy una persona de izquierdas, es decir, muy concienciada con estos temas y así, que piense que lo mío es homofobia mal disimulada, la verdad es que estoy pasando un mal trago. Empero, ya no puedo más porque tengo una mano de Leonardo en el pescuezo y otra en la bragueta, así que me levanto de sopetón e intento improvisar una excusa para justificar mi rechazo.
- Que no, Leonardo, que no se puede hacer lo que tú haces.
- ¿Qué, qué hago que no se puede hacer?
- No acabas nunca nada de lo que haces, lo dice todo el mundo a cuenta de lo de La Adoración de los Magos y la Última Cena : Leonardo deja siempre las cosas a medias, no se puede contar con él para nada.
- Perdona, François, fuiste tú el que me invitaste a tu reino y me alojaste en este castillo para que me dedicara a mis cosas como y cuando me viniera en gana.
- ¿François?
- ¿No eres tú Francisco I, rey de Francia? ¿Te has dado algún golpe en el tanque o qué?
- Pues seré, seré, los sueños son así. En cualquier caso, que no se pueden dejar las cosas siempre a medias.
- ¿Ah, no? Pues cuando se trata de investigar a los curas por los abusos a niños bien que os la cogéis con papel de fumar tú y los tuyos.
- ¿Qué, quién, cómo… de qué cojones me estás hablando?
- Bah, déjalo, si sois todos iguales, cuando se trata de los poderes fácticos os cubrís unos a otros y no hay manera de hacer justicia; mira lo del PSOE y Unidad Podemos negándose a que una comisión del Congreso investigue todos los abusos a menores-
- Perdona, Leo, porque quieren que la comisión se centre en los abusos de la Iglesia española.
- Ya, ya.
- ¿Pero dónde has leído tú eso?
- Dónde va a ser, en La Razón y el ABC, es lo único que me llega de España.
- Pues habrá que mirarlo porque si solo lees lo que dicen esos periódicos la impresión que te llevas de las cosas del país vecino estará siempre contaminada. ¿Por qué no inventas algo para poder leer la prensa de todo el mundo en una misma pantalla?
- Ya tengo pensado algo, le voy a llamar Internet; pero…
- ¿Pero?
- Es que ya me he aburrido del tema y prefiero ponerme a otra cosa. Estoy dándole vueltas a un tornillo aéreo a ver si consigo que algo mío levante el vuelo de una puta vez.
- De verdad, Leonardo, eres incorregible.
- Tú también, bribón.

EUSKALGINTZA AGERIAN... ENEGARRENEZ


 

 Galdera da, ETAren buruzagia izan zen euskal idazle baten epaiketaren kontrako gutun bat sinatzen dutenean, zu ETAk bere agindupean akatu zituen 120 lagunak gogoratzean Ezker Abertzaleak etengabean aldarrikatzen dituen "konponbidea eta bakearen" etsaia bihurtzen zara atoan? Galdera da, delako gutuntxoa sinatu duten euskal idazleok noizbait jokatu al zuten ETAk zenbait hamarkadatan zehar mehatxatu zituen idazle edo liburusaltzaileen alde? Galdera da ere, nolatan uzten dute ETAren buruzagi errukigabeko odoltsu baten aldeko elkartasuna aldarrika ari diren idazle guzti horiek euskalgintza gainerako euskaldun zein erdaldunen begien aurrean? Ez al da nabarmenegia idazle askok Antza "tribukoa" delako sinatu egin dutela zer eta nolakoa izan den aintzat hartzeke? Azken galdera: noiz arte lotsagorritu behar izango gara hainbat eta hainbat eta hainbat euskal sortzaileren ETAren biktimekiko soraiotasunaz edo mesprezu garbiaz, zer dela eta nahasten dute gure hizkuntza eta herriarekiko atxikimendua, baita abertzaletasunarekikoa ere, ETAren krimenen salaketarekin? Eta benetan bitxia bezain etsigarria dena: zergatik jotzen dute inork inoiz eta inola euren erabakia gaitzetsi ezin balie bezala?

¡VIVA LA TELE!

    Sueño que me arrastra no sé quién o quiénes a la entrega de los premios de un festival de la tele que se celebra en una ignota, gris y a...