jueves, 10 de febrero de 2022

EL ASESINATO DEL ANGEL CAIDO DE LOS FRONTONES Por Txema Arinas

 Relatico para la revista ELSAYÓN en el que presento en sociedad al inspector Iñaki Magredo, probablemente también prota de futuros relatos: https://www.elsayon.com/el-asesinato-del-angel-caido-de-los-frontones/?fbclid=IwAR2faSHGtACVJ8pfmIHwKKJ15Mg11r9zbF3fEhJnVgPUf8ahFA5v80ROIP8


 Era el primer caso del inspector Iñaki Magredo de la Ertzaintza como tal y no había dejado a nadie indiferente. Ahora bien, Magredo insistía en que la expectación que había generado la resolución del asesinato del famoso y polémico ex pelotari Patxi Martínez de Rituerto no se debía tanto a su pericia investigadora como a la inevitable repercusión mediática del caso. De hecho, estaba tan convencido de que no había habido nada extraordinario en el descubrimiento del asesinato del ex pelotari de Apellaniz, poco más que seguir a rajatabla el protocolo habitual en estos casos culminado con una racha de una buena suerte, que incluso sentía verdadera vergüenza cuando alguno de sus compañeros se acercaba a él para felicitarlo con una efusividad que él siempre juzgaba proporcional al número de páginas que la noticia de la detención del asesino de Martínez de Rituerto había ocupado en la prensa.

—La prensa siempre tiende a exagerarlo todo. Si la víctima no hubiera sido Rituerto no le habrían dedicado tantas páginas al caso y todavía menos a los policías que detuvimos al asesino.

    El inspector Magredo tenía razón. La víctima no era un cualquiera sino uno de los pelotaris más famosos de las últimas décadas en todo lo que es el área de influencia de la pelota vasca, País Vasco, Navarra y Rioja, es decir, allí donde lejos de ser un deporte de minorías, incluso del mundo rural en exclusiva, era uno de mayorías, probablemente el más seguido después del omnipresente balompié.  Pero todavía más, Martínez de Rituerto tampoco había sido una estrella más en el firmamento pelotazale, una de esas de las que los aficionados tienen siempre como referencia a la hora de juzgar las cualidades o no de los pelotaris más jóvenes, incluso una de esas pertenecientes a sagas familiares que para distinguirse añaden al apellido su correspondiente número romano al estilo de los monarcas, sino todo un personaje controvertido dentro y fuera de los frontones.

—Créeme si te digo que hubiera preferido detener al asesino de un desconocido.

Sin embargo, y como hasta hoy los inspectores no pueden elegir a las víctimas de los asesinatos que están obligados a investigar, Magredo había tenido que hacerse cargo del caso de Patxi Martínez de Rituerto, el pelotari de Apellaniz, una pequeña aldea de la Montaña Alavesa. Un chaval que parecía destinado a revolucionar el aletargado mundo de la pelota a mano con su descaro y su físico casi que prodigioso, esto es, tochito, pero ágil y escurridizo como una nutria. Rituerto poseía una zurda inmensa, por la cual parecía llamado a ser un dios del Olimpo de la pelota. Por desgracia, el de Apellaniz acabó perdido entre las estrellas. Carismático y espectacular a partes iguales, se convirtió en un coloso dentro y fuera del frontón. Lo tuvo todo para triunfar. Todos querían verlo sobre la cancha. El público se enamoró de él desde su debut en el Adarraga de Logroño. Las expectativas fueron gigantescas. El chico de oro. Debutó y su victoria fue tan rotunda sobre un pelotari veterano y laureado que ese día nadie tuvo dudas de que Patxi llegaría a convertirse en un gigante de la pelota vasca. Con todo, lo suyo era una vida siempre al borde del abismo, una montaña rusa montada por él mismo. Fuerte y hábil, personificó las dos personalidades del pelotari. Su impulsividad llenaba frontones. Fuera de la cancha solo le daba problemas; parecía que no quería perderse un amanecer. No ganó ninguna txapela oficial. Solo el Cuatro y Medio de San Fermín de 2002 ante el hasta entonces imbatible Ariz. Aun así, su falta de trofeos no parecía importarles lo más mínimo a los aficionados, el premio era verlo sobre la cancha, claro que, no siempre para disfrutar de su genialidad como también de los escándalos que protagonizaba con sus adversarios y árbitros con cada vez más frecuencia. En su camino se encontró con el famoso pelotari navarro de Ibero, Juan Martínez de Irujo, en el Ogueta de Gasteiz en un partido legendario. Fue un mano a mano especial, inolvidable. A partir de aquel encuentro todo fue cuesta abajo. No cumplía con lo que se exigía a un deportista de su categoría, ni por su condición física ni por su comportamiento sobre la cancha, y al final la empresa que gestionaba sus derechos como jugador decidió despedirlo. Tras el despido comenzó la caída por el despeñadero de los torneos de verano para hacer caja durante las fiestas de los pueblos. Tan celebrado como lo del Ogueta de Vitoria, fue también el partido de pelota, o sería mejor decir amago de, durante la inauguración del nuevo frontón de la localidad alavesa de Labastida, al que Rituerto acudió más tarde de lo habitual en él tras echar toda la mañana en una de las bodegas del pueblo a la que fue invitado por unos viticultores que se decían pelotazales y a los que, en mi opinión, les iba más la mojiganga sobre la cancha que otra cosa. Las malas lenguas, las cuales en los pueblos pequeños son prácticamente todas, dicen que salió de la bodega dando eses directamente hasta el frontón. Un desastre que acabó definitivamente con su carrera. Sin embargo, después de aquello, o acaso precisamente por lo sucedido aquel día en el frontón de Labastida, empezaron sus colaboraciones periódicas en los realities de la televisión vasca y en los que llegó a aparecer con un sobrepeso considerable, de más de ciento veinte kilos para el metro ochenta y cinco de estatura que tenía entonces. De ese modo, Patxi Martínez de Rituerto acabó convirtiéndose en una caricatura de sí mismo. Un ex pelotari sobre el que circulaban todo tipo de anécdotas en las que se le relacionaba con peleas a altas horas de la madrugada durante las fiestas de las localidades cercanas a su pueblo natal, acusaciones de trapicheo que él se apresuraba a desmentir desde cualquier micrófono que pusieran a su alcance y siempre a sabiendas de que, a poco que le tiraran de la lengua, acabaría dando la nota acusando a tal o cual de haberle perjudicado en su carrera para favorecer al pelotari en ascenso del momento, amenazando incluso a personas con nombres y apellidos, y siempre con ese desparpajo tan suyo, tan del gusto vernáculo, por otra parte, y que tiende a convertir a los más deslenguados y gallitos en una extraña y patética mezcla de bufones y ejemplos a seguir.

   Y tal y como suele ocurrir en estos casos, llegó un momento en el que la gente, ese espectador que somos todos según la acerada definición de Guy Debord en su libro La Societé du Spectacle, acabó hartándose, más que aburrirse, del personaje de ex pelotari chulito y deslenguado, del ángel caído de los frontones. Entonces Patxi Martínez de Rituerto desapareció de la noche a la mañana de la cotidianidad de aquellos que disfrutan de la vida de los famosos o famosillos convertida en un tiovivo de emociones que jamás querrían para sí mismos.

       Así hasta que un día saltó la noticia de la sentencia del juzgado número tres de lo penal de Vitoria en la que se condenaba al pelotari de Apellaniz a ocho a años y tres meses de cárcel por “retener, extorsionar y agredir” en 2014 a un hombre al que acusaba de haber robado unas plantas de marihuana de una vivienda que había alquilado. En la sentencia se relataba cómo don Francisco María Martínez de Rituerto Balza de Vallejo secuestró, en compañía de una segunda persona, a un individuo al que trasladó posteriormente con las manos atadas a la espalda hasta un descampado en las inmediaciones de la sierra de Entzia, donde primero clavó a la víctima un destornillador bajo la uña del dedo índice derecho, y luego propinó un corte con navaja en el dorso de mano derecha. Todo ello como culmen de una serie de amenazas de muerte físicas y telefónicas a la que el ex pelotari y su cómplice llevaban sometiendo a la víctima desde hacía una temporada con el fin de cobrar una deuda de diez mil euros. Parece ser que todo empezó como consecuencia del robo de una plantación de marihuana que el acusado Martínez de Rituerto tenía en una vivienda alquilada en la pequeña localidad de Aletxa, en el municipio de Arraia-Maeztu. A raíz de este hecho, el pelotari de Apellaniz y una segunda persona, identificada con las iniciales P. G.S.G.E, el cual luego se supo que era un amigo de la infancia de Patxi, acudieron al domicilio de un hombre, en la localidad vecina de Cicujano/Zikuiano, al cual acusaron de la sustracción de una cantidad de marihuana que ellos valoraron en diez mil euros. Allí, y tal y como recoge la sentencia, “le golpearon, procedieron a atarle las manos con una cuerda a la espalda y, en contra de su voluntad, lo subieron a un vehículo y trasladaron durante 30 minutos a un descampado cercano al arroyo de Igoroin”, donde “lo retuvieron mientras hablaban por teléfono dejándole después un tiempo allí”. La víctima sufrió “inflamación del lado izquierdo de la cara y una herida incisa en la cabeza a consecuencia de los golpes”.

   Patxi Martínez de Rituerto ingresó en verano de 2018 en la cárcel alavesa de Zaballa. Nada se supo de él hasta tres años más tarde, una vez obtenido el tercer grado gracias a su buen comportamiento. Entonces hizo unas declaraciones a la televisión pública vasca en la que daba a entender que había recapacitado durante su encierro y tomado la decisión de emprender una nueva vida alejada de la polémica: "En los momentos malos es cuando se ve quién está a tu lado y yo me he llevado sorpresas positivas. Lo que quiero es llevar una vida tranquila. No hay otra, a lo hecho, pecho y fuera". Tres meses más tarde Martínez de Rituerto apareció muerto en la ganbara o desván de la casa de su familia en Apellaniz tras haberse desangrado como consecuencia del golpe recibido en la cabeza con una azada de forja antigua que apareció junto al cadáver y que formaba parte de la colección de aperos de labranza que la familia guardaba a modo de museo casero.

—Como ya te puedes imaginar –explica el inspector Magredo al último compañero que se le ha acercado a darle la monserga con el tema en la cafetería del barrio vitoriano de Lakua donde acuden los suyos desde la cercana comisaría a tomar el café de las mañanas-, lo primero que hicimos fue contactar con la víctima a la que secuestró y amenazó en su momento. Esta hacia ya dos años que se había trasladado a vivir a Bilbao, desde donde no se había movido en todo ese tiempo, tampoco el día del asesinato del ex pelotari tal y como pudo demostrarnos fehacientemente.

—¿Entonces?

—Entonces lo de siempre, interrogar a los vecinos por si habían visto algo aquel día. Y sí, en efecto, en un pueblo de poco más de diez casas nunca suele pasar desapercibida la presencia de unos extraños. En este caso la de dos hombres de mediana edad que llegaron hasta la casa de los Rituerto montados en un Seat Arona rojo del que, por supuesto, nadie sabía la matricula porque la gente nunca se fija en esas cosas.

—¿Cuánto tiempo estuvieron en la casa? – inquiere el compañero de Magredo.

—Llegaron a media mañana y, por lo que nos contó la vecina de la casa de enfrente, se marcharon poco antes del mediodía.

—…

—No, la vieja no escucho gritos de pelea ni nada por el estilo. Las casas de labranza de estos pueblos de Álava están dispuestas de tal manera, que es difícil que nadie oiga lo que pasa en la casa del vecino a no ser que se trate de una escandalera en toda regla, dado que son independientes y están a cierta distancia unas de otras.

—¿?

—Ni qué decir tiene que lo primero que hicimos fue intentar localizar un Seat Arona rojo por la zona. Ni uno. Tampoco hay que olvidar que esta zona de la Montaña Alavesa se encuentra en un proceso de despoblamiento continuo, por lo que los vehículos que se pueden encontrar están contados con los dedos de una mano.

—¿?

—El siguiente paso fue investigar en el entorno carcelario de Rituerto en Zaballa, con qué reclusos se había relacionado, si había entablado amistad con alguno de ellos o todo lo contrario.

— ¿Alguna cuenta pendiente?

—Ni una sola. A decir verdad, el pelotari había sido un preso ejemplar que jamás se había metido en lío alguno. De hecho, Martínez de Rituerto había aprovechado su estancia en la cárcel para sacarse el título de cocinero y trabajar en la cafetería y el economato. Una posición desde la que es fácil llevarse bien con todo el mundo. Si a eso le unimos su fama como pelotari y su don de gentes, no es extraño que todo el mundo hablara maravillas de  él.

—¿También en su pueblo?

—En su pueblo y toda la comarca. Rituerto tuvo la suerte de la que, por desgracia, carecen la mayoría de los ex convictos. Cuando salió de la calle todo el mundo seguía acordándose de él como el gran pelotari que pudo haber sido, y poco o nada de los motivos por los que había sido encarcelado. De hecho, no le faltó trabajo desde el primer momento. Conocedores de su intención de dedicarse a la hostelería tras haber obtenido el título de cocinero, la verdad es que le llovieron las ofertas para trabajar en los restaurantes de la zona. ¿Qué mejor gancho para un negocio hostelero que tener de cocinero a toda una figura de la pelota conocida por su labia y gracejo? Entonces, de repente, me vinieron a la cabeza unas declaraciones que había hecho, dos meses después de obtener el tercer grado, en una entrevista realizada en un programa de la ETB en el que confesaba que ya sabía antes de salir de la cárcel que lo iba a tener muy fácil para emprender una nueva vida, que estaba convencido de que le iban a llover las ofertas de trabajo, tal y como así había sido, y que por eso mismo sentía mucho que varios de los amigos que había hecho en la cárcel no hubieran tenido esa oportunidad una vez ya en la calle.

—¿?

—Entonces me puse a investigar quiénes eran esos amigos y…

—¿Y?

—¡Bingo! Resultó que dos de los reclusos con los que Rituerto se pasaba la mayor parte del día en la cárcel, que le seguían a todas partes como si fueran sus guardaespaldas, que los tenía poco más que como si fueran sus asistentes para todo lo que le viniera en gana, hacía ya casi un año que habían salido a la calle y seguían sin encontrar trabajo en ninguna parte. Por lo que no dudé en citarlos en comisaría ni un segundo.

—¿?

—Lo que imaginas. Tras comprobar que uno de ellos era dueño de un Seat Arona rojo de segunda mano, no me costó ni media hora hacerles confesar, entre otra cosas valiéndome de la mentirijilla de que uno de los vecinos de Apellaniz había tomado nota de la matrícula del coche, que en el día de actos habían acudido a la casa de Rituerto en Apellaniz con el propósito de pedirle ayuda para encontrar trabajo. No por nada el pelotari solía presumir delante de ellos de que no le costaría mucho emprender una nueva vida dados los múltiples contactos con los que contaba fuera. Estaba tan seguro de esos contactos que incluso llegó a prometer a sus dos escuderos que no tardaría en encontrarles también a ellos un trabajo. Ni más ni menos que el trabajo por el que aquel día habían acudido a preguntar hasta su casa.

—Y claro, no existía tal trabajo.

—Ni tampoco la intención de buscarlo por parte de Rituerto. De modo que discutieron. Imagínate, después de todo lo que habían hecho por el pelotari dentro de la cárcel.

—No les debió sentar muy bien, no.

—Como que uno de ellos, se supone que en mitad del fragor de la discusión, no dudó en coger una de las azadas que colgaban en la pared de la ganbara adonde habían subido a hablar para que no les oyera nadie y…

—Esa gente ya se sabe…

—Esa gente podíamos ser nosotros mismos; un pronto lo tiene cualquiera.

—El caso es que en este caso lo pagó el pobre Rituerto, justo cuando parecía que todo le iba bien, que, en efecto, había cambiado y estaba emprendiendo una nueva vida lejos de las malas compañías que acostumbrada a frecuentar antes de entrar al talego.

—Ya, lo que no sabía es que las deudas siempre se pagan.

—Y una promesa es una promesa siempre, sobre todo entre convictos.

—Tú lo has dicho. En cualquier caso, y tal y como puedes comprobar –concluyó Magredo- no hay nada extraordinario en la investigación de este asesinato que merezca más atención que el hecho de que se trate de un personaje público.

—¿Cómo que no? No te quites méritos, Magredo, no peques de falsa modestia, que no todos los inspectores en plantilla tienen el instinto policial que tú has demostrado en este caso. De hecho, te pronostico una carrera de lo más prometedora. Y si no al tiempo.

—Calla, calla, no me hables de carreras prometedoras, por favor, no.

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