jueves, 1 de agosto de 2019

UN ESCRITOR PORTUGUÉS


Y ya para terminar con mi matraca portuguesa y seguir con la de a diario, va una confesión: yo a mi modo también he intentado ser un escritor portugués, en realidad un escritor a secas. Y además, segunda confesión en cuatro líneas, por culpa de esa enfermedad tan de letraherido sin dos dedos de frente, quiero decir, imberbe. Me refiero al influjo pernicioso de Pessoa leído a una edad en la que la mollera todavía no suele estar lo suficientemente compacta. Luego ya me ido quitando y hasta puedo releer poemas de Fernando sin caer en el más estúpido de los desasosiegos. También influyó mucho lo de haber visitado cinco o seis veces Lisboa y haber callejeado hasta la extenuación largos y ruas bajo e influjo del vinho verde o varios oportos de sobremesa y algún que otro verso del heterónimo de turno en la cabeza.



De hecho, y a pesar de la murga esa con la de que cuando digo que la ciudad en la que ambiento mis historias es en esencia mi ciudad natal, y yo que no sí y no, que puede y que a ratos otra o varias a la vez, una de las influencias más frecuentes en lo que sería mi territorio literario, o mítico, es Lisboa. Como que tengo una en el cajón de nombre tan inequívocamente pessoano como "Tras los pasos de mis amigos heterónimos", un título que sí, horrible, imposible, y que recién he trastocado en "La Cuadrilla Imaginaria", ambientado en esa ciudad mediana de provincias de un norte de reminiscencias vasconas que nunca es la que la mayoría cree que es, o no del todo, y que en este caso asemeja una Lisboa a pequeña escala con su casco viejo empinado y moruno, su "Baixa"decimonónica, su "Chiado otro tanto y así. Una historia con mucha metaliteratura pero que a mí, siendo como sería por principio de las menos apetecibles para cualquier editor que se precie y más que nada por la intrínsica insustancialidad del texto, es con toda probabilidad la que más me gusta de cuantas he perpetrado por ser en esencia una gamberrada con mucho personaje inadaptado e irreverente pasado por alcoholes varios y tremendidades biográficas, exóticas las más, y de todo tipo. Y eso por no decir en plan más serio y así que en esencia una reflexión más o menos disparatada sobre esa cosa tan barojiana, y de otros, de viajar por el mundo sin salir de tu pueblo o habitación.




Pero no sólo ahí, porque en otras ya hasta publicadas, donde aparece una catedral-fortaleza, o un mirador en lo alto de parte vieja de la ciudad, o una plaza en medio de ésta poblada por gente poco recomendable, también es a Lisboa adonde me remito aunque luego la peña se empeñe en ubicarlo todo en la vieja Gasteiz. A decir verdad, hasta ahí por ahí una novelica publicada de hace muchos años que habla de unos etarras extraditados a Venezuela, uno de los cuales es el protagonista con el que el narrador se ha citado en la capital portuguesa y al que espera recorriendo la ciudad mientras hace memoria, maldita memoria. En todo caso, una novela de eterno principiante que ahora reescribiría desde la primera a la última página, no tanto por lo que se dice en ella sino por el cómo, el estilo y así.




Pues en eso pensaba hace unos días de recorrido en tranvía por Lisboa con la familia como unos turistas más de los millones que hemos convertido la ciudad, y por extensión toda aquella susceptible de recibir la etiqueta de emblemática o así, en un mero marco decorativo o parque de atracciones, a elegir. De eso y también, cómo no, en Fernando, Antonio, Ze, Lidia, Miguel y otros tantos escritores a los que ya, en lo que viene a ser un acto supremo de soberbia, en realidad una mera y ridícula humorada, me refiero por el nombre de pila en exclusiva. Que se me perdone porque literaturamanía da para esas y otras muchas gilipolleces.

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