Reseña de "Lectura fácil" de Cristina Morales: https://letralia.com/lecturas/2021/09/22/lectura-facil-de-cristina-morales/
Cristina MoralesNovelaEditorial AnagramaColección Narrativas HispánicasBarcelona (España), 2018ISBN: 978-8433998644424 páginas
Voy a ser muy sincero, no he leído Lectura fácil, de Cristina Morales, por ser el Premio Nacional de Narrativa de 2019, amén del Herralde de 2018. No suelo acercarme a los libros por motivos tan fútiles como los galardones que reciben para promocionarlos, sino más bien porque soy imbécil, y cuando leía u oía cómo arremetía todo el mundo contra la escritora, Cristina Morales, no pude evitar caer en el morbo, siquiera en la estúpida presunción, de que si a un autor lo tachan de provocador, demagogo o ya simplemente de notas, pinturero, pantallero como dicen en muchos sitios de ese otro lado del océano que habla el mismo idioma en el que escribo, me tiene que gustar casi que a la fuerza. Pero no, no se trata de Fernando Vallejo, ni siquiera del reverso hispano y muy a su modo del figurón de Houellebecq, y mira que el Ulebek, con todo su circo mediático al hombro y su discurso profundamente reaccionario, me da algo así como “asco-gusto”, siquiera ya sólo porque de vez en cuando me revuelve cosas por dentro y me obliga a darle al coco durante un tiempo.
Con todo, reconozco que me gusta la provocación de Cristina Morales por principio, que he disfrutado y mucho de su humor y mala leche a raudales. O al menos eso creía hasta pasadas ya las doscientas páginas del libro, cuando ya empiezas a sospechar que eso de que todos los tíos somos unos “machos-fachos” hasta que no se demuestra lo contrario, siquiera que lo somos todos aunque presumamos de lo contrario, no es tanto una deliciosa provocación para agitar conciencias acomodaticias, una metafórica patada en todos los huevos para que los tíos nos pongamos las pilas con la cosa del feminismo, como el pilar de un discurso profundamente reaccionario del tamaño del Obelisco de Luxor que Luis Felipe I de Francia decidió erigirlo en el centro de la plaza de la Concordia. Vamos, que si en algún momento el recurso de llamar fascista a todo hijo de vecino que no comulgue en todo con el discurso o la actitud vital de la protagonista de Lectura fácil llega a parecer una parodia de los que llaman fascistas a todos los que tampoco piensan como ellos, luego ya te das cuenta de que no, que no es parodia, no, que va en serio.
¿Mirar en la basura? No es más asqueroso que tener que hacer cola para pagar en el supermercado.
Más que Femen deberían llamarse Semen, de las poluciones que provocan en sus patriarcales objetivos.
(Lectura fácil, de Cristina Morales)
Sin embargo, el planeamiento de Lectura fácil no puede ser más interesante. Así resumido las peripecias en la Barcelona de Colau en su vertiente “okupa” y sobre todo kale borroka (término tomado de la lengua vasca por la prensa española para definir por extensión la guerrilla urbana de cualquier tipo), a muerte contra el heteropatriarcado, de cuatro primas con diversos grados de discapacidad intelectual. Un libro que arranca con una fuerza inusitada en lo que viene a ser la plana mayor de las novedades de las grandes editoriales, las que cortan de verdad el bacalao en este negocio cada vez más repulsivo de la literatura de escaparate, y que, de tanto en tanto y con libros como este, parecen querer provocar al lector más acomodado recordándole que ahí fuera todavía existe gente deseando pegarle fuego a su mundo.
En seguida tengo la impresión de que la autora naufraga en su propia complacencia y acaba ahogándose en lo que de verdad motiva la novela.
Me encanta el humor y en especial la mala leche de Cristina Morales. Yo diría que hasta me deslumbra la frescura y mordacidad de su estilo. También, aprecio su empeño en recorrer caminos en principio no trillados, o al menos no tanto, cuatrocientas páginas en donde la libertad narrativa de la autora es absoluta, donde se permite todo recurso literario como el intercalado de textos jurídicos, poesías e incluso un minifanzine. Recursos que parecían haber sido descartados de plano ya hace tiempo por las editoriales de relumbrón con el pretexto de que sólo sirven para espantar al respetable, el cual ha dejado ya más que demostrado a través de las listas de ventas que se decanta por una literatura tradicional de planteamiento, nudo y desenlace, dado que todo lo demás es motivo de aburrimiento e incluso de enfado.
No obstante, todo ese arranque de furia literaria deja de deslumbrarme a las pocas páginas ya que en seguida tengo la impresión de que la autora naufraga en su propia complacencia y acaba ahogándose en lo que de verdad motiva la novela, y que no es otra cosa que colocar un discurso supuestamente subversivo, y eso a estas alturas en las que lo verdaderamente subversivo es vivir al margen del sistema y no recibir premios de este mismo, el cual, a medida que uno pasa las hojas empieza a tener la impresión de que los destellos de lucidez verdaderamente subversivos que ahí aparecen acaban convirtiéndose en una concatenación de simples ocurrencias a medio camino entre la consigna militante y la sal gruesa, para seguir epatando al lector a toda costa y ya al margen de cualquier discurso más o menos sólido o el amago de una mínima trama literaria. Tanto como que, siquiera ya por simple acumulación o reiteración de consignas y exabruptos, Lectura fácil ha acabado antojándoseme un simple panfleto del último integrismo surgido en nuestras opulentas y narcisistas sociedades occidentales a partir de una causa justa y todavía necesaria como es el feminismo.
En resumen, comencé Lectura fácil con una sonrisa, admirando el estilo que se gasta Cristina Morales, la audacia que lo caracteriza y su voluntad transgresora, también en complicidad con la mayoría de lo que ahí se cuenta, y, sin embargo, no he podido evitar ceder al fastidio que me provoca la pérdida de rumbo de la autora en un maremágnum de ideas y situaciones tan reiteradas como al final ya irremediablemente aburridas. Por si fuera poco, Morales nos obsequia, a modo de propina, con un fanzine a tope contra el heteropatriarcado en un ejercicio de, si no de propaganda de su propia versión del feminismo, puede que ya sólo de “mira qué original soy, qué ovarios le echo, qué clarito lo dejo todo, cuánta dialéctica de altos vuelos, para qué sesudos seminarios sobre la cosa habiendo fanzines como el mío, para qué rigor alguno si con echarle las preceptivas dosis de demagogia los dejo a todos boquiabiertos”, en una época en la que hace ya mucho tiempo que la mayoría dejamos de admirar el punk bajo cualquiera de sus formas porque enseguida dio en una cosa exclusivamente comercial para pasar el rato, fastidiar a nuestros mayores y justificar lo que suele ser una adolescencia alocada antes de disponerse a pasar por el aro de los convencionalismos a los que de alguna u otra manera estamos condenados por simple sentido de la supervivencia.
Todo lo que podía tener de inteligente provocación, y por supuesto que sin renunciar a su poso ideológico, lo lastra la deriva panfletera que el texto acaba adquiriendo.
De hecho, la sensación que he tenido con Lectura fácil ha sido como pasar de leer los verdaderamente subversivos y deslumbrantes Voyage au bout de la nuit o Mort a credit de Céline a sus infumables panfletos antisemitas, cuando no entusiastamente filonazis, al estilo de Bagatelles pour un massacre, L’École des cadavres o Les Beaux Draps, todo en el mismo libro. Como que tanto el premio Herralde como el Nacional de Literatura me parecen un mero guiño entre lo comercial y lo bienquisto con los tiempos que corren, vamos, un intento de hacer caja a toda costa con el viento a favor (no te metas ahí, Txema, no te metas, no mees a la contra, sobre todo tú, piltrafilla, que la vas a cagar y bien, pedazo de macho-facho, heterofascista de mierda, los “señoros” no se pueden permitir este tipo de críticas porque el pecado original que les cuelga entre las piernas los incapacita para objetividad alguna en temas como el que nos ocupa). Porque, insisto, todo lo que podía tener de inteligente provocación, y por supuesto que sin renunciar a su poso ideológico, lo lastra la deriva panfletera que el texto acaba adquiriendo perdido en espirales discursivas sin fin alrededor de la misma idea.
No viviremos presas entre cuatro paredes pero vivimos presas en una ciudad entera, bajo el dominio absoluto del totalitarismo del mercado que nos tiene muertas en vida echando diez horas de trabajo de camareras o de becarias, soportando explotaciones y vejaciones, robándonos las ganas de vivir, de follar e imponiendo que sólo nos relacionemos entre nosotras a través del dinero.
¡Qué mierda fascista de película de Amélie es esta danza! ¡Que levanten la mano los reprimidos que están apretando el culo y los gilipollas que votan a Ada Colau y los gilipollas que hacen la cadena humana por la independencia y los gilipollas que hacen las dos cosas!
El totalitarismo del Mercadona, donde las cámaras de vigilancia no están en los pasillos sino sobre las cabezas de los empleados, y gracias a eso podemos mangar el desodorante y las compresas.
Lectura fácil, Cristina Morales
Con todo, y como en la vida hay que procurar ser honesto, al menos en algo para ya luego poder tener barra libre en todo lo demás, confieso que el libro se me ha caído de las manos antes de llegar a las cuatrocientas páginas, y esto tras hacer un esfuerzo ingente para no dejarlo antes, sobre todo cada vez que leía un insulto gratuito a todo bípedo que no es del agrado de la autora por el solo hecho de existir. Será cosa de los años, pero la percepción de estar perdiendo el tiempo con un texto que a partir de las ciento y pico páginas ha dejado de tener interés alguno por mera reiteración, sobre todo habiendo tanto libro a mano con el que disfrutar de veras, se impone cada vez con más fuerza. Tanto como la convicción de que Morales es una escritora de fuste a falta de un replanteamiento muy serio del oficio; por ejemplo, humildad intelectual y contención narrativa. Conste que hablo de lo literario en exclusiva, que lo otro, el discurso ideológico que intenta inculcar al lector casi que a granel, me la trae al pairo desde el momento en que percibo esa actitud integrista del pontificador de turno de mirar por encima del hombro y con el ceño fruncido a todo aquel que no es de su cuerda, tribu o célula de lo que sea. Como que no nos pilla ya todo eso poco talluditos ni nada, escarmentados del fastidio inconmensurable que nos provocan a estas alturas la función de los revolucionarios perdonavidas entre los que algunos hemos crecido y padecido durante mucho, tiempos de palestino, pasamontañas y adoquín en mano a favor de la causa que tocara en cada momento. Tiempos sobre todo de tener que comulgar con ellos y en todo, de ser guay por cojones con el camarada de turno. Tiempos pasados de esos que cuando, y por lo que sea, toca echar la mirada hacia atrás, no puedes evitar decirte: “¡Hostia, qué pedrada, qué pedrada tenían, teníamos, todos!”. Tiempos de eso y sobre todo de acabar viendo en el que no piensa como tú alguien, como poco, prescindible: el enemigo. En fin, todas esas cosas de los años alegres y combativos que no he podido rememorar a medida que leía el libro de Cristina Morales y me decía a mí mismo: “Me suena, toda esa soberbia subversiva, toda esa demagogia del guay de la manada, todo ese integrismo del que sólo está dispuesto a condescender consigo mismo, me resultan extraordinaria y exasperadamente familiares”.
Termino, literatura para los muy convencidos, puede que sólo militantes, para regodearse en “cuánta razón tenemos y qué asco me da el resto de la especie que todavía no está por la labor de dármela”. Abstenerse, pues, todo aquel o aquella que huye como de la peste de los libros del tipo Pasajes de la guerra revolucionaria cubana, del Che Guevara, o Camino de perfección, de santa Teresa de Ávila.
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