Estoy en una comida de cuadrilla y, como de costumbre, ellas a un lado y nosotros al otro. Hasta los cojones de la cosa atávica esta. Me rebelo y por eso también me levanto para sentarme entre las chicas. De repente indignación generalizada entre los miembros de la manada. Ellos que si "¿Estás loco? ¿Por qué te sientas con ellas, no quieres que hablemos de fútbol?". y ellas que si "¿Qué haces aquí, qué pretendes? ¡Fuera, fuera, no queremos fisgones, al redil, al redil!" Pero me emperro y al final, como son quince o más, así ya podrán, consiguen reducirme y ponerme de patitas en la calla al grito de: "¡Ornitorrinco, cercopiteco, esquizofrénico, anacoluto…”
Entonces me veo solo en mitad de la calle. Pero no en esa del centro de Vitoria en la que estaba el restaurante al que había ido a celebrar el quincuagésimo cumpleaños de una de la cuadrilla, sino al lado de la estación de autobuses de Laredo en mitad de la noche. Supongo que me toca esperar hasta las dos y media el trasbordo del autobús que me lleve de vuelta a Oviedo. Me aburro, también empiezo a acusar el fresco nocturno y temo por agravar todavía más un catarro que no me ha remitido del todo. Así que decido dar una vuelta por el pueblo. Ni un alma por las calles, todo cerrado. Conozco el pueblo de haberlo visitado con mis viejos de chico. También estuve dando una vuelta con mis amigos durante un finde de casa rural en el otoño del año pasado. Así que deambulo por un terreno más o menos conocido. Me digo, como buen babazorro y por supuesto que de coña, para hacerme la gracia a mí mismo y en ese plan idiota de necesidad, que lo mejor de pasear de noche un lunes de principios de noviembre por Laredo es que, al menos, no hay bilbaínos. En ese momento oigo que llega hasta donde yo estoy un coche que al girarme distingo que es de la policía municipal. Miro quién va dentro y me encuentro, era de cajón, a Hernández y Fernández.
-¿Se puede saber, caballero, qué hace andando solo por las calles a estas horas de noche? -preguntan, cómo no, ambos al unísono.
-Estoy haciendo tiempo hasta las dos y media que tengo que coger el autobús que va a Oviedo.
-¿A Oviedo? ¿Qué se le ha perdido a usted en Oviedo?
- Eso me pregunto yo desde hace años. Pero no, en serio, vivo allí con mi mujer y mis hijos
- Como me llamo Hernández que todavía tendrá que esperar un buen rato.
- Yo diría más. Tendrá que esperar un buen rato como me llamo Fernández.
Dios, y no digamos ya la Ley Mordaza, me libre de pensar que la policía es idiota por definición, por favor; pero, el caso es que dejo a Hernández y Fernández discutiendo dentro del coche patrulla y sigo mi paseo hasta la playa, adonde decido bajar a mecer mis ideas con el ruido de las olas y llenar de kresala mi ánimo. Entonces oigo que un desconocido me llama de entre las sombras.
-Chssss, tú, si tú, marinero.
-¿Yo?
-Sí claro, ¿hay alguien más? ¿Te apetece farlopa de la buena para pasar la noche?
-No gracias, no consumo.
-¿Y sexo barato con sabor a mar?
-Menos aun.
-¿Y un conjuro mágico? Mira, lo fabrica mi amiga.
Entonces veo que la sombra avanza unos pasos hacia la luz que una de las farolas del paseo marítimo proyecta sobre la playa y descubro que el quinqui camello y proxeneta no es otro que mi amigo Tintín.
-Deja que mi amiga te haga un hechizo –insiste él-, es una de las mejores de su gremio, lo mismo le puede echar un mal de ojo a tu suegra que alargarte todavía más la polla. ¿No te gustaría volver con tu familia volando?
Entonces se adelanta bajo luz de la farola la bruja de marras y yo me que quedo helado del susto. Se trata, nada más y menos, que una de mis primas que vive en el pueblo de mi viejo.
-Hombre, Txema, ja, ja, ja, cuánto tiempo sin verte. Sí, porque yo no fui al funeral de tu padre, ja, ja, ja, ja, no, no fui, ja, ja, ja, ja.
Observo que se deleita recordándomelo, no solo lo que ya sabía, sino las mismas palabras que le soltó unos días antes a mi hermano en otro funeral. Así que ni siquiera me molesto en indignarme por la mala baba que destilan sus palabras, ese querer hacer daño hasta el último momento. Lo mejor que se me ocurre es salir de allí corriendo. No voy a esperar al autobús, me vuelvo andando hasta Oviedo. Al rato, cuando ya estoy a punto de dejar Laredo a mis espaldas, miro hacia atrás y reparo en una hoguera encendida sobre la playa. También puedo distinguir alrededor de la hoguera a Hernández y Fernández con los hábitos al uso de los sacerdotes de la Santa Inquisición. Pero todavía es más mi sorpresa, y no digamos ya satisfacción, cuando al mirar quién se está consumiendo entre las llamas de la hoguera descubro que no es otra que la bruja de mi prima.
En cualquier caso, son tantas las ganas de perder de vista Laredo, no digamos ya la estampa infernal de aquel acto de fe nocturno, puede que todo lo que queda a mis espaldas, que no dudo en imprimir a mi paso un ritmo tan frenético que al final pierdo la noción del tiempo. De modo que, cuando ya empiezan a despuntar los primeros rayos de luz del día, me sorprendo contemplado a lo lejos las torres de la catedral de Santiago; he debido recorrer el Camino de Santiago de la costa de una tacada y todo ello sin pócimas, hechizos, males de ojo ni demás mierdas del gremio.
Un viaje de vuelta que auguro más largo que nunca.
Todo se me lía en el último momento.
Hace días que siento el corazón acelerado.
Vuelvo a casa con la cabeza embotada de recuerdos.
Repaso mi infancia
Siempre aparece ella
Eterna sonrisa entonces y siempre
Cariño a raudales
Yo admiraba aquella alegría
Qué contraste con otros de su...
¿linaje? ¿Clan? ¿Tribu?
Lo que sea eso que formamos
aquellos que compartimos apellido
y que en realidad no significa nada.
Nunca le escuché una mala palabra
Sé que arbitró entre los suyos
Que sufrió por el hermano, mi padre,
el cual, sintiéndose herido y maltratado,
renegó de todos ellos.
Que nunca dejó de quererlo,
Tampoco él a ella.
También sé que la recordaré siempre,
como se recuerda a quien te ha querido,
aquellos que hacen felices sin esfuerzo
a los que tienen al lado,
corazones grandes que son su talón de Aquiles.
Siempre en el recuerdo.
Así como van directamente al olvido
los que sienten necesidad de herir hasta el último momento,
su desdén siempre a punto,
las palabras que esconden
juicios de valor
cargados de rencor y prejuicios,
porque ese es todo su bagaje para estar en un mundo
del que se creen su ombligo.
Son muchas horas por delante
antes de llegar triste y libre,
de respirar el alivio de la distancia.
Insisto, son muchas horas antes de llegar a casa,
un viaje largo, oscuro y frío,
tanto como la vida que nos tocó en suerte.
Me pongo en el lugar de una persona de derechas seria, quiero decir, alguien con una concepción de la vida esencialmente conservadora, e incluso uno de esos que se dicen liberales pero solo en lo económico, porque tiene que haberlos, alguien que aborrezca de la demagogia o la vulgaridad ideológica tanto como lo hago yo cuando viene de gente que se dice de izquierdas, y me pregunto qué pensarán cuando oyen a Casado referirse a la reunión de Yolanda Díaz, Mónica Ortra, Ana Colau y Mónica García y otras políticas de izquierda con un despectivo y consustancialmente machista "Aquelarre de radicales" o a Ayuso como "nos proponen vivir bajo un burka o la libertad del comunismo". Me lo pregunto haciendo un ejercicio de empatía con esa gente de derechas lo suficientemente seria e inteligente para no poder evitar sentir vergüenza ante la ramplonería argumental y hasta barriobajera con la que estos niñatos al mando de la derecha se dirigen a su propia grey en la convicción de que ese y no otro es el tono adecuado, cuando no imprescindible, dado el escaso o nulo coeficiente intelectual de aquellos que les votan. También es cierto que puede que gente como Casado o Ayuso no den para más, que ese sea su nivel y esperar que lo eleven un poco para que la política española no parezca una corrala en la que siempre se impone el que más grita o suelta el exabrupto más extremo, es simple y llanamente una utopía.
Parece que en breve habrá una manifa de agentes de policía en contra de la reforma de la llamada Ley Mordaza convocada por sindicatos policiales como ese proVox que arrasó en las pasadas elecciones sindicales. Dicho de otra manera, la poli saldrá a la calle para exigir que se mantenga la impunidad que les otorga dicha ley hecha en su momento por el PP en previsión de la conflictividad social que sabían que iban a originar sus políticas de recortes. Dicho de otro modo también, los agentes del orden, del orden de los de siempre, se entiende, saldrán a protestar contra los derechos de los ciudadanos cuestionados por dicha ley y de la que el caso del diputado Rodríguez de UP solo es el ejemplo más perverso y notorio por lo que tiene de amañar una condena con el propósito de perjudicar a una opción política muy concreta.
Y si la respuesta de maderos y picolos no sorprende, tanto por su egoísmo gremial como por la especial concepción de la democracia que predomina entre ellos y de lo que da fe tanto su apoyo mayoritario a sindicatos ultras como su bagaje en temas como las torturas, que ese otro mayoritario en la Ertzaintza se sume a la convocatoria se me antoja ya la rúbrica del alejamiento definitivo de este cuerpo y la ciudadanía a cuyo servicio se supone que está, porque, insisto, van a protestar en contra de nuestros derechos como ciudadanos y a favor de su impunidad para saltárselos cuando les venga en gana. Dicho lo cual, uno recuerda aquellos tiempos lejanos en los que se hablaba de la réplica vasca de los bobbies ingleses y no puede evitar que se le escape una sonora carcajada.
Malo, muy malo, cuando una mayoría de ciudadanos asume que la policía es el enemigo potencial de su libertad y no todo lo contrario. Y todavía más triste y peligroso que esos agentes estén convencidos de que las libertades de los ciudadanos son un engorro para el ejercicio de su trabajo.
Como parece que se ha instalado en mi subconsciente la costumbre de condicionar mis pesadillas de acuerdo con las series que veo a la noche con mi señora, o con lo que estoy leyendo estos días, esperaba tener un sueño de esos muy recurrentes cualquier día de la semana. Me refiero a ese en el que suelo aparecer corriendo despavorido campo traviesa con un oso pisándome los talones. Se trata, insisto, de un sueño que se convirtió recurrente desde aquel día que fuimos a visitar, hace ya la tira de años, a Paca y Tola, las osas que tenían en cautivad cerca de lo que llaman la Senda del Osa. Eran las dos osas más famosas de Asturias, y, aunque en su momento los iluminados de la consejería de turno quisieron convertirlas en señas de identidad a modo de reclamo turístico, la mala leche del pueblo llano acabo elevándolas al rango de símbolo del funcionariado asturiano, esto es, el sector con mayor proyección del Principado hasta el punto que cuando nacía/nace un niño en Asturias esa misma sorna o mala leche popular comenta que el médico o médica o... suele decir a los padres: “¡Felicidades, acaban de tener un funcionario!” La estampa de las dos osas encerradas en un prado vallado a la vista de todo el mundo me pareció tan deprimente que no pude evitar soñar que una de ellas, sino ambas, conseguía sobrepasar o derribar la valla y se abalanzaba sobre mí como si hubiera sido el responsable exclusivo de su cautiverio.
Con todo, y como consecuencia de la serie que hemos estado viendo esta semana en la que una tripulación de balleneros se quedaban a la intemperie a un paso del Polo Norte tras hundir su embarcación, es decir, a merced no solo de las inclemencias árticas sino también de la voracidad lógica de ese oso incapaz de saciarse con panales de miel entre el hielo, estaba convencido de que tarde o temprano soñaría que era perseguido por un oso blanco o polar a lo largo de una inmensa pista de hielo sin horizonte definido. No concibo una pesadilla más angustiosa que esa en la que el protagonista no solo es incapaz de atisbar meta alguna, sino tampoco el modo de despistar a la alimaña que le persigue o un lugar donde ocultarse. Son sueños que acaban con sobresalto y el correspondiente grito que despierta a mi compañera de catre en mitad de la noche y provoca la regañina de rigor por algo que escapa a mi voluntad.
Sin embargo, y al menos hasta esta noche, apenas he tenido pesadillas. Se diría que con el cotarro tenía ya bastante con despertarme para estornudar e intentar reconciliar el sueño contando conejitos. Me refiero a conejos de todos los tamaños y colores como los que atestan el parque por el que paseo por las tardes, no sean malpensados. Un catarro que además me provocaba un curioso y muy desagradable zumbido proveniente del fondo de mi garganta, el cual yo no podía controlar, algo así como si tuviera un Alien dentro queriendo manifestarse o algo así. Bien, pues el caso que ayer a mitad de noche me despierta mi mujer de sopetón toda alterada porque según ella había una avispa en el dormitorio. Y no una cualquiera, sino una velutina como las que habíamos visto esta semana varias veces en la repisa de la ventana de la cocina provocando la paranoia de la señora de la casa, la cual ya quería llamar a los bomberos, o peor aún, que saliera yo a la terraza a enfrentarme a ellas armado de un cazo o lo que hubiera mano en ese momento. En cualquier caso, no me lo podía creer, sobre todo que me hubiera despertado en mitad de la noche para ir de safari por el dormitorio. Entonces oigo el zumbido que salía de mi garganta y misterio resuelto: “Ahí está tu velutina. ¿Podemos dormir?”
Ayer jueves no me había remitido del todo el catarro, pero si había desaparecido el zumbido traqueal. De modo que, digo yo, hoy por fin he podido tener la pesadilla que he estado esperando durante toda la semana. Claro que en la de esta noche el oso que me perseguía no era blanco, de hecho creo que volvía a ser asturiana, algún pariente de la Paca o de la Tola, y, lejos de la inmensa planicie helada del Polo Norte, servidor corría a través de verdes prados asturianos hasta llegar a los acantilados de la costa cantábrica, de donde parece ser que tenía pensado tirarme para escapar del oso. Eso si no me hubiera dado de narices contra uno de los vallados que cercan buena parte de los prados o simples pedregales que se extienden a lo largo de la costa que va desde la zona de los bufones de Llanes a ese otro extremo de la costa asturiana conocido como “a tomar por culo”. Una hostia de campeonato que atribuyo al día que estuvimos hace unas semanas con los amiguitos de siempre viendo la playa interior de Gulpiyuri y en el que a una de las amigas le entró la vena de ir recorriendo la costa hasta el punto antes mencionado, una caminata de cuidado bordeando acantilados que pudimos evitar gracias a la presencia de pastores eléctricos que impedían acceder de un prado a otro para llegar hasta donde pretendía la susodicha. Pastores eléctricos como ese de mi pesadilla de esta noche contra el que me estampo, el cual, aunque no se puede apreciar del todo en el dibujo donde aparezco de tal guisa, estaba, por supuesto, encendido.
Aquí en el ocaso de mi existencia
¡Pero si todavía eres joven!
No después de haber quemado todas mis naves
¡Pero cómo eres!
Un fraude
¡Anda este! Pues como yo, como este, como todos
No sabes de la misa la media
Ni falta que me hace
Ojalá lo hubiera hecho todo al revés
Peor ser drogata en Kabul
O puta en Bangladesh
Honrado en el PP
No se puede ser tan como tú
Un mal domingo lo tiene cualquiera
Empieza por no beber tanta sidra
No hay comentarios:
Publicar un comentario