Sueño que estoy en la cocina de casa de mi madre en B, a las faldas del Zaldiaran y así a las afueras de la ciudad de Vitoria. No estoy solo, porque resulta que debo ser un guerrillero de la partida de Francisco Longa durante la Guerra de Independencia y parece que en la cocina se han citado éste, ya con sus galones de general, un señorito de Vitoria conocido como el General Álava, dos generales portugueses y cuatro ingleses entre los que destaca al mando de todos nosotros un tal Arthur Wellesley al que todo el mundo conoce por su título de Duque de Wellington. Parece ser que es la víspera de la que será la famosa batalla de Vitoria en la que el ejército napoleónico con el hermano del pequeño corso a la cabeza, Pepe Botella, fue definitivamente vencido antes de salir por patas del Reino de España dejando su famoso tesoro, vamos, todo lo que había robado, tirado a lo largo del camino que atraviesa la Llanada Alavesa en dirección a Francia. Así que el alto mando aliado británico-hispanoluso se ha reunido en la cocina de mi madre para ultimar los flecos de la estrategia para la batalla del día siguiente. Entonces, en eso que Wellington se dispone a explicarnos sus órdenes en el mapa desplegado sobre la mesa de la cocina de casa de mi madre, aparece ella por la puerta, y, tras saludar a todo el mundo y rogar que no es necesario que se levante nadie para saludarla, se dirige hasta la encimera con el único propósito de poner los platos en el fregadero, echarles un agua y, antes incluso de que el Duque tenga opción de pronunciar media palabra, poner la lavadora a todo volumen. Mis invitados alucinan en colores, yo no tanto porque, faltaría, ya me conozco el percal.
lunes, 17 de julio de 2023
LA LAVARORA
- ¿De verdad, ama, también hoy, justo ahora que estamos todos reunidos para deliberar sobre tan decisivo desenlace?
- ¿Qué pasa, pues, qué problema hay? Tengo que hacer una colada.
- ¿Y tiene que ser precisamente ahora que estamos decidiendo el futuro de Europa?
- ¡Ay, chico, siempre la misma murga! Vosotros seguid con lo vuestro que yo no os molesto para nada.
- ¡Cómo que no nos molestas si el ruido de la lavadora no nos permite escucharnos, que estos señores han venido hasta aquí de lejos, después de varios años de guerra contra el francés, con el único fin de decidir la estrategia para la batalla de mañana!
- ¡Qué batalla ni que batallo, si son sólo unos minutos!
No insisto porque sé que no hay manera humana posible de que entre en razón, nunca la ha habido. De hecho, eso de estar en la cocina hablando tranquilamente hablando tranquilamente entre nosotros, o con visitas, y que aparezca ella y, en vez de sentarse a la mesa para unirse a la conversación, se ponga a recoger la cocina metiendo lo máximo de ruido posible para acabar poniendo la lavadora a todo volumen ya en plan apoteósico y así, es algo que lleva haciendo toda la vida. Lo hacía cuando todavía vivía mi padre, acabábamos de llegar de Asturias, nos sentábamos a la mesa de la cocina para hablar de nuestras cosas, y no fallaba, en cuanto aparecía ella por la cocina enseguida encendía la lavadora y fin de la conversación. Y lo sigue haciendo todavía hoy, cómo no, sin ir más lejos hace un rato cuando estábamos en la cocina comentando el debate de portavoces de anoche.
- Me voy a cagar en...
- ¡Josemari, habla bien! ¿O quieres que esta gente piense que no te hemos dado una buena educación en casa?
- Lo que yo no sé es cómo no me he vuelto loco todavía.
- ¿A ver si no va a poder una la lavadora en su propia casa cuando le venga en gana!
- Por supuesto, por supuesto, tú pon lo que te dé en gana, si total no entiendes nunca nada, o más bien no quieres entender.
- Pues mira, igual aprovecho y pongo también el lavavajillas que acabo de llenar.
Y en eso, menos mal, que me despierto de la pesadilla sudando a chorros, es lo que tiene vivir con una sicópata, y corro a Google para comprobar quién ganó la batalla de marras, no vaya a ser que...
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