lunes, 22 de febrero de 2010

¿CADA UNO SE PONE EL VELO QUE LE APETECE O EL QUE LE DEJAN?








Por una de esas coincidencias de la vida resulta que tras la acalorada discusión mantenida en sábado en casa de unos queridos amigos a cuenta del velo islámico, la sotana y no sé qué hostias sobre los nazis o los de Hernani, que ya ni pasando de las copas..., que por poco van los anfitriones y se matan entre ellos, me encuentro el domingo a la mañana en el periódico un reportaje sobre la chica esa del velo que un partido de izquierda molona troskista en boga que dirige un cartero francés ha incluído en su lista de candidatos y un artículo del inefable e insoportablemente engolado o "engalado" Bernard Henry Levy sobre la llamada Ley del Burka. Como los considero sustanciosos, siquiera a modo ilustrativo para luego cada uno sacar sus propios "¿prejuicios?", los transcribo tal que cual:


REPORTAJE
Feminista y... con velo
La incorporación de una joven musulmana con pañuelo en la lista electoral del Partido Anticapitalista siembra el desconcierto entre la sociedad francesa
ANTONIO JIMÉNEZ BARCA 21/02/2010


Ahí está ella: sentada en la última fila, en una sala del Palacio de Justicia de Aviñón, con sus ropas claras y el pañuelo en la cabeza, mirando los mensajes del teléfono móvil, aburrida, como todos. Es Ilham Moussaïd, de 23 años, estudiante de gestión de empresas, una joven perfectamente desconocida en Francia hasta hace diez días y convertida ahora, de buenas a primeras, en una de las candidatas más polémicas a las próximas elecciones regionales, convocadas para marzo.

Ilham es feminista, internacionalista y anticapitalista; todo con el pañuelo en la cabeza
"Yo no sabía que llevar un pañuelo era signo de laicidad", ironiza el ex primer ministro Fabius
"Somos franceses porque ya no podemos ser otra cosa", dice un dirigente joven de origen magrebí
"Yo no estoy oprimida por llevarlo. No hay una única manera de defender a las mujeres"
Sin buscarlo y sin quererlo del todo, y sobre todo sin esperarlo, Ilham se ha vuelto el blanco de todas las críticas, el objeto de todos los debates sobre el papel de los inmigrantes y de los candidatos electorales, transformada en la personificación de la polémica algo esquizofrénica sobre la identidad nacional, la religión y el laicismo que desde hace meses (y años) polariza la vida política de Francia. Allí está, en la última fila de la sala, en los asientos del público, escuchando a medias al fiscal, mirando los mensajes del móvil.
El asunto es simple: Ilham figura en la cuarta posición de la lista política del Nuevo Partido Anticapitalista (NPA) por el departamento de Vaucluse (sureste de Francia). No tiene posibilidades de salir elegida, pero esa no es tanto la cuestión como que este partido es heredero de la vieja Liga Comunista Revolucionaria, de corte trotskista, comandado por el brioso y popular Olivier Besancenot, de profesión cartero, líder de la extrema izquierda, abonado a toda manifestación o protesta que se desarrolle en la calle. Así, Ilham se confiesa feminista, anticapitalista e internacionalista. Hasta ahí, bien. Pero se confiesa todo eso, y más, con el pañuelo musulmán en la cabeza. Por eso el revuelo, las críticas, los elogios, la perplejidad, en suma, de la sociedad francesa ante una candidata extremista adepta a una prenda demonizada que, para muchos -incluidas, claro, muchas asociaciones feministas-, simboliza la sumisión de la mujer respecto del hombre.
¿Cómo se come esto?
¿Quién es Ilham Moussaïd?
Nació en 1988 en Ajdir (Marruecos). A los tres años emigró a Aviñón con su familia. Es la más pequeña de siete hermanos, y la única de las cuatro chicas de su casa que lleva el pañuelo. Su padre es albañil. Su madre, ama de casa. Habla bereber y francés. Estudia en la Universidad gestión de empresas y cuando termine trabajará de contable. A los 18 años, casi al mismo tiempo, decidió colocarse el pañuelo y comenzó a trabajar en una asociación social de su barrio, Saint Chamand. Se especializó en ayudar a los niños en el colegio, a echarles una mano en los deberes, a programar y organizar salidas educativas para los alumnos de primaria. En estos cuatro años se ha convertido en un personaje querido y respetado en la periferia de su ciudad debido a su activismo militante. Le gustan los reportajes sobre Egipto, la historia, la música rap y la de Charles Aznavour. Es aparentemente tímida, muy amable, sonriente y, a juzgar por sus amigos, decidida.
A principios de 2009 dio un paso más y se adhirió al NPA: "Mi fe, en el fondo, se une a los principios del partido: el anticapitalismo o el internacionalismo son valores que, para mí, están en los dos sitios. Mi partido y el islam, según yo lo veo, son complementarios, muy complementarios", explica durante un descanso del juicio.
¿Pero no es todo un poco contradictorio?
-No. Yo soy feminista, es decir, estoy en contra de todo tipo de violencia y de opresión contra la mujer, defiendo la igualdad entre el hombre y la mujer. Pero no hay una sola manera de ser feminista o de defender a las mujeres. Yo no estoy oprimida por llevar el pañuelo. Sé que hay mujeres que piensan que taparse la cabeza es un símbolo de opresión. Pero repito: yo no lo estoy. En los años setenta, tal vez podría ser así. Pero no ahora. Se trata de una elección personal. ¿Por qué lo repiten constantemente? ¿No se esconde aquí una profunda islamofobia?
Ilham decidió ingresar en el partido después de ver en televisión el bombardeo israelí sobre Gaza. Desde entonces cumple funciones de tesorera en su agrupación. En marzo de 2009 participó en una polémica manifestación en la estación ferroviaria de Aviñón, junto a un centenar de jóvenes, para protestar contra el "apartheid del pueblo palestino". El líder del grupo, acusado de enfrentarse a la policía y golpear de un rodillazo a un agente, Abdel Zahiri, de 31 años, se enfrentaba el miércoles de esta misma semana a una petición de pena de seis meses. Ése es el juicio al que asiste Ilham junto con sus compañeros.
Cuando termina la vista en la sede judicial, el líder Zahiri, de origen marroquí, con traje, camisa y gafitas de intelectual, sale a la calle e Ilham se encarga de llevarle en su coche al vestuario de un campo de fútbol que les sirve de sede de su asociación.
"Fue en noviembre cuando decidí presentarme como candidata", relata. "Un comité de 14 personas pensó que yo debía ir en la lista y acepté. Ya entonces hubo resistencia en el partido. Había gente que no estaba de acuerdo. Por el pañuelo, claro", añade.
Uno de los que no estaba de acuerdo era, precisamente, el cabecilla Abdel. Pero por otras razones: "Yo me imaginé que la presión iba a ser mucha, que iban a ir a por Ilham, pero sólo a nivel local. Jamás pensé que esto iba a llegar a lo que ha llegado".
Pero bastó con que el diario Le Figaro publicase que el NPA presentaba una candidata con velo para que todo se disparara. Hubo miembros del Gobierno de Nicolas Sarkozy que acusaron al NPA de simple provocador, de partido hipócrita, de formación desfasada con actitudes propias del siglo pasado, "como apoyar a Trotski". Hubo dirigentes socialistas que recomendaron a los miembros de esta formación de extrema izquierda releer a Marx. "Yo no sabía que llevar un pañuelo era signo de laicidad", ironizó el ex primer ministro socialista Laurent Fabius. Hubo políticos del centro que les pidieron que guardaran los signos religiosos en casa para no inflamar aún más la mecha de la identidad. Jean Marie Le Pen, presidente del ultraderechista Frente Nacional, eligió un chiste fácil y despreciativo para juzgar el hecho: "Me siento decepcionado con Besancenot. Un verdadero revolucionario habría presentado a una mujer con burka". Muchos politólogos se alzaban de hombros, incapaces de digerir el fenómeno.
La combativa Fadela Amara, secretaria de Estado para asuntos de los barrios periféricos, criticó sin ambages la candidatura. "Me extraña que un partido político que se dice laico y feminista lleve en sus listas a una mujer con un pañuelo. Ese pañuelo no es simplemente diez centímetros de tela sino el símbolo de un proyecto político de la opresión de las mujeres y de la confiscación de sus derechos. Esta estudiante forma parte de ese tipo de personas a las que he combatido siempre. Su manera de defender las libertades individuales simplemente me horripila". La asociación feminista Ni Putas Ni Sumisas, de la que Amara fue en su tiempo directora, fue más lejos: aseguró que denunciaría la candidatura por considerarla ilegal y contraria a los valores de la República Francesa.
El propio líder del Nuevo Partido Anticapitalista, Olivier Besancenot, que no conocía a Ilham y que ignoraba que en sus filas hubiera una mujer con el velo, se vio sorprendido por la magnitud de la polémica y, en un principio, desbordado por las propias críticas internas. La polémica le estalló a las seis de la mañana de un lunes, cuando un periodista le sorprendió preguntándole a bocajarro qué pensaba de una candidata del NPA que vestía "el burka". En el interior de su propia formación política se ha llegado a calificar al pañuelo de "instrumento de sumisión, incluso si Ilham no lo ve así, y no es la única que lo ve así".
Besancenot, que exige que nadie le dé lecciones de laicidad, ha respetado hasta ahora la elección del comité local de Aviñón: "Ni es un estandarte del NPA ni tenemos tampoco por qué ocultarla". Un periodista de radio con retranca le preguntó esta semana: "¿No era la religión el opio del pueblo?". Él se salió por la tangente: "Esos a los que he oído tanto estos días hablar de la laicidad han instrumentalizado a esta candidata para darse lustre en ese aspecto. En el caso de la UMP (el partido de Sarkozy) es insoportable".
Ilham lo dice a su manera, sonriendo, con su voz escasa pero terminante: "La religión es una cosa privada. Y la laicidad es la separación de la Iglesia y el Estado. Yo no represento ni a la mujer musulmana ni al islam. Yo represento en todo caso al Partido Anticapitalista y a las gentes de los barrios pobres de los que procedo". Recuerda que en otras épocas ha habido diputados en sotana y que jamás se les ha cuestionado.
En un principio, Ilham rehuyó a los periodistas. Pero después, tanto ella como Abdel consideraron que no debían esconderse, que su ejemplo puede servir a otros muchos. De hecho, en su comité hay cuatro chicas con pañuelo. De ahí que el rostro de Ilham, y su melena recogida en un moño y cubierta por su pañuelo blanco, comience a ser cada vez más conocido en Francia y en el extranjero. El miércoles concertó varias entrevistas con distintos periódicos británicos y con una cadena de televisión suiza.
No sólo ha encontrado oposición en la derecha y en la izquierda política. También en su propio barrio. "Hay jóvenes que me han acusado de ensuciar el islam", cuenta. Porque Ilham afirma, con la misma determinación con la que pide el transporte público gratuito y multas a las empresas que echan a trabajadores, que está a favor del aborto, de los derechos de los homosexuales y de las medidas contraceptivas. Junto con su inseparable Abdel, ha organizado reuniones pequeñas en pisos, en casas y en locales pequeños de su barrio, donde trata de hacerse conocer de cerca, cara a cara.
A la inevitable pregunta de si se siente francesa responde que sí, que no puede sentirse de otro modo. "Soy francesa porque hablo francés y vivo aquí. Pero también soy fiel a mis orígenes bereberes. Hay muchas maneras de entender la identidad". Abdel, su compañero de partido, aún es más claro: "Somos franceses porque ya no podemos ser otra cosa. Luchamos para que haya mejores escuelas, mejor servicio de correos, por un mundo mejor. Eso es ser francés".
El presidente del Consejo Francés para el Culto Musulmán, Mohamed Moussaoui, asegura que no es incompatible pertenecer a un partido de extrema izquierda y llevar el pañuelo musulmán. "Un ciudadano que se compromete con una opción política tiene derecho a tener convicciones religiosas. Tendrá que demostrar que representará a los ciudadanos de todas las confesiones. Por eso hay que elegirla por su competencia y no por llevar el pañuelo".
Besancenot recordó otra cosa en la famosa entrevista del opio del pueblo: "La apuesta del NPA es la de aglutinar a los obreros, a los trabajadores precarios y a los militantes de los barrios precarios, entre otros. Hay un cantante, Jamel Debbouze, que decía eso: 'El rostro de Francia está cambiando. Y extrañamente cada vez se parece más al mío".
Ilham también lo dice a su manera: "Se acusa al Nuevo Partido Anticapitalista de querer atraer a los jóvenes de los barrios. Es al revés. Los jóvenes de los barrios nos hemos ido a ese partido porque consideramos que es el que nos representa. Y los jóvenes de los barrios somos así".
Abdel refrenda: "Los viejos militantes de la Liga Comunista Revolucionaria son expertos en política, profesores de universidad de más de 50 años. Pero no saben lo que es un barrio de la periferia. Por eso no nos aceptan del todo, a nosotros, a los que vivimos ahí y hemos decidido movernos y luchar. Por eso se extrañan de cómo somos. Yo también soy creyente y musulmán. Pero activista. Y seremos más. Eso es lo que ha cambiado".
Ilham conduce en su coche a Abdel mientras concierta por teléfono una nueva entrevista para otra televisión extranjera. La chica anticapitalista del velo sigue acaparando el interés. Tal vez porque encarna un verdadero enigma: aún nadie sabe con certeza si simboliza lo más arcaico de una sociedad o algo nuevo y fuerte que es necesario asimilar.



BERNARD-HENRI LÉVY OPINIÓN
Sí a la ley del burka
Son muchos los argumentos que avalan la necesidad de promulgar una ley que prohiba vestir el burka en los espacios públicos en Francia, porque esta prenda es un signo del sometimiento de la mujer
BERNARD-HENRI LÉVY 21/02/2010

Se oye decir: "El burka es una prenda; un disfraz, a lo sumo; no vamos a legislar la indumentaria y los disfraces...". Error. El burka no es una prenda, es un mensaje. Y es un mensaje que habla del sometimiento, esclavitud, anulación y derrota de las mujeres.

No hay ningún texto de la Sunna que obligue a las mujeres a vivir en esa prisión de tela que es un velo integral
Aunque sólo hubiera una mujer en Francia que se presentase enjaulada en el Ayuntamiento o en el hospital, habría que liberarla
Se oye decir: "Tal vez sea sometimiento, pero consentido; sáquense de la cabeza la idea de un burka impuesto a unas mujeres que no lo quieren por unos maridos malvados, unos padres abusivos o el cafre de turno". Sea. Salvo que la servidumbre voluntaria nunca ha sido un argumento; el esclavo -o esclava- feliz nunca ha justificado la infamia inherente, esencial, ontológica, de la esclavitud. De los estoicos a Eliseo Reclus, de Schoelcher a Lamartine, pasando por Tocqueville, cada uno de los antiesclavistas del mundo nos ha dado todos los argumentos posibles contra esa pequeña infamia suplementaria que consiste en convertir a las víctimas en artífices de su propia desgracia.
Se oye decir: "Libertad de culto y de conciencia; libertad de ejercicio y expresión, para todos y todas, de la fe de su elección. ¿A título de qué íbamos a permitirnos prohibir que un fiel honre a Dios de la forma que prescriben los textos sagrados?". Otro sofisma. Nunca se repetirá bastante. El burka no es una prescripción coránica. No hay ningún versículo ni ningún texto de la Sunna que obligue a las mujeres a vivir en esa prisión de tela y chatarra que es un velo integral. No hay ningún shoyoukh, ningún doctor de la religión que ignore que el rostro no es una "desnudez", no más que las manos. Y no hablo de aquellos que, como Hassan Chalghoumi, el valiente imán de Drancy, están diciendo a sus fieles, alto y claro, que llevar ese velo integral es claramente antiislámico.
Se oye decir: "¡Cuidado con mezclar las cosas! Cuidado, al focalizar la atención sobre el burka, con no alimentar una islamofobia que no espera otra cosa para desatarse y sería, a su vez, una forma disfrazada de racismo. Impedimos que ese racismo se infiltrara por la puerta grande del debate sobre la identidad nacional; ¿vamos a dejarlo volver por la ventana de la discusión sobre el burka?". Sofisma, una vez más. Pertinaz y absurdo sofisma. Pues una cosa no tiene nada que ver con la otra. La islamofobia, y esto tampoco se repetirá bastante, no es, evidentemente, un racismo. Personalmente, no soy islamófobo. Me importa lo bastante lo espiritual y el diálogo entre espiritualidades como para ser hostil a una religión u otra. Pero, en cambio, el poder criticarlas libremente, el derecho a burlarse de sus dogmas o creencias, el derecho a la incredulidad, a la blasfemia, a la apostasía, son derechos conquistados a un precio demasiado alto como para que dejemos que una secta, unos terroristas del pensamiento, los anulen o los debiliten. De lo que se trata aquí es de Voltaire, no del burka. Es de las luces de ayer y de hoy, y de su herencia, no menos sagrada que la de los tres monoteísmos. Un paso atrás, uno solo, en este frente, constituiría una señal para todos los oscurantismos, para todos los fanatismos, para todas las verdaderas ideologías del odio y la violencia.
Finalmente, también se oye decir: "Pero ¿de qué estamos hablando, al fin y al cabo? ¿Cuántos casos hay? ¿Cuántos burkas? ¿Hay que armar tanto alboroto por unos cuantos miles -por no decir centenares- de burkas censados en el conjunto del territorio francés? ¿Merece la pena echar mano de semejante arsenal de reglamentos, hacer una ley?". Es el argumento más frecuente. Y, para algunos, el más convincente. Pero, en realidad, es tan especioso como los anteriores. Pues una de dos: o se trata sólo de un juego, de un integumento, de un disfraz y, entonces, en efecto, lo que procede es la tolerancia; o se trata de una ofensa contra las mujeres, de un atentado contra su dignidad, de un cuestionamiento frontal de una regla republicana fundamental -también pagada a un alto precio-: la de la igualdad de sexos, y entonces estamos hablando de un principio, y cuando se trata de principios, las cifras están fuera de lugar. ¿Alguien concibe que se cuestionasen las leyes de 1881 so pretexto de que los atentados contra la libertad de prensa son infrecuentes? ¿Y qué diríamos de alguien que, tras observar una disminución de los ataques racistas o antisemitas contra las personas, pensara en aligerar, o incluso en abolir, la legislación vigente sobre la materia? Si realmente el burka es lo que digo, si es ese insulto contra las mujeres y contra su lucha secular por la igualdad; si, por añadidura, es una injuria contra esas mujeres que, en el preciso momento en que escribo, desfilan a rostro descubierto en Irán contra un régimen de asesinos que tiene en el burka uno de sus símbolos; en resumen, si este símbolo significa que la humanidad se divide entre aquellos que tienen un cuerpo glorioso y dotado de un no menos glorioso rostro y aquellas cuyo cuerpo y cuyo rostro son ultrajes vivientes, escándalos, impurezas que nadie debería ver y que habría que ocultar o neutralizar, entonces, aunque hubiera una única mujer en Francia que se presentase enjaulada en el hospital o en el ayuntamiento, habría que liberarla.
Por todas estas razones de principios estoy a favor de una ley que no deje lugar a dudas y declare antirrepublicano portar el burka en los espacios públicos.





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