LA PAJA EN EL CHACOLÍ AJENO


Tienen razón los de Burgos cuando reivindican el chacolí como propio. Lo es en la medida que durante mucho tiempo se elaboró en las zonas burgalesas como Miranda, Valle de Mena y otras limítrofes al norte de la provincia castellana, un vino ligero, agrio y de consumo casi inmediato. Está documentado y no sólo allí, también en Cantabria. Al fin de cuentas estamos hablando de una variedad de uva que en Gipuzkoa llamaron Hondarribi (zuri/blanca o beltza/negra) y cuyas características eran casi idénticas a otra francesa y que se daba en regiones, en concreto la de Cognag, con una climatología bastante parecida a la de la zona cantábrica y alrededores, llamada Folle Blanche (Hoja Blanca). No podemos afirmar que la uva con la que se hacían antaño los chacolines cántabros o burgaleses, así como los alaveses y vizcaínos, fuera de la misma variedad. En todo caso el arranque de las antiguas cepas en estas comarcas se debió a la lógica de la especialización enológica de otras con mayor proyección y éxito como la Rivera del Duero o la del Rioja. Que ahora, y a rebufo del éxito relativo del txakoli guipuzcoano, el cual nunca se dejó de producir y hasta creó su propio tipo de uva, la hondarribi, se vuelva a producir un vino que en su tiempo era considerado malo de necesidad, como que la palabra chacolí era puramente despectiva, se quiera volver a plantar y producir chacolí, pues oye, si tiene mercado, que parece que lo tiene, pues adelante, no deja de ser un ejemplo de que cada vez el gusto del consumidor está más diversificado y es de agradecer. De ese modo hay que congratularse por el éxito del txakoli vizcaíno y ayalés en ferias internacionales del sector y diversas menciones laudatorias en revistas especializadas.

Por qué entonces no van a poder elaborar chacolí los cántabros y los burgaleses si ya lo hacían sus antepasados. Pues parece ser que porque se les han adelantado los productores vascos patentando el nombre de Txakoli, cuyo vocablo, por cierto, ni siquiera sea de origen vasco sino cántabro (de hecho, y pese a lo que se estila hoy en día en boca de todos, el nombre vasco tradicional es txakolina, txaloliñe en dialecto vizcaíno). No es una cuestión de nacionalismo acaparador como sugería hoy Pedro G. Cuartango en un delirante artículo en El Mundo, sino un asunto un mero asunto de marcas que entra en el terreno del derecho mercantil y punto pelota. Si los futuros productores cántabros o castellanos quieren producir y embotellar ese vino antaño desestimado por los verdaderos entendidos, de puro agrio e insípido (hoy ya es otra cosa, hoy cualquier vino es otra cosa en manos de un buen enólogo, como que hasta hay ribeiros deliciosos que no desmerecen de su hermano el albariño) tendrán que esperar el veredicto de los tribunales de la sección mercantil y santas pascuas. Como que no tiene fácil solución la cosa dado que en lo esencial estamos hablando de tipos de chacolí ségún su ubicación geográfica, esto es, Getariako Txakolina, Bizkaiko Txakolina, Arabako Txakolina y ahora Chacolí de Burgos, de Cantabria o de dónde sea, a competir sea dicho con su correspondiente etiqueta y catas.

Pero claro, sea porque el señor Cuartango no tenía de qué escribir, sea porque lo ha hecho en el contexto de la cruzada de su periódico contra cualquier cosa que huela, no ya a nacionalismo vasco, si no a vasco a secas y basta, el caso es que hoy despachaba la polémica de marras con unos argumentos que, como poco, resultan pintorescos, sobre todo porque revelan a las claras en qué medida muchos de estos azotes de los nacionalismos periféricos, lejos de hacerlo en lo que tienen de ridículos o excluyentes, pecan exactamente de lo mismo que critican.

«Miranda es la cuna y la capital mundial del chacolí, pero eso no encaja en los esquemas del nacionalismo (...) Aquí tenemos un nítido ejemplo del afán enfermizo del nacionalismo vasco de apropiarse de aquello que les interesa para forjar una identidad construida a partir de un imaginario que nada tiene que ver con el pasado».

Claro que es en este último párrafo que transcribo a continuación donde ya, quién sabe si llevado por la inercia de tirar de topicazo, por mor de complacer con éstos a un público entregado al despotrique contra lo vasco, nacionalismo o no, sin parar en mientes ni nada por el estilo, desbarra y de lo lindo:

«Pero esa manipulación de la realidad se vuelve contra sus propios promotores, que pretenden vasquizar un producto genuinamente castellano, perfecta metáfora de la voluntad expansionista y totalizadora del nacionalismo sabiniano. Puede que las piedras sean cosa suya, pero lo nuestro es el chacolí. Que nos dejen beberlo a gusto»

Y por qué desbarra Cuartango, porque el pobre ve afanes expansionistas con ribetes sabinianos en un gobierno vasco que, parece ser que no se ha enterado, hoy dirigen los socialistas con el apoyo de los españolísimos peperos. ¿Dónde están los pérfidos nacionalistas que quieren apropiarse del término chacolí, todo lo más del txakolí?

A mí me da que le han cogido gusto a entrar a cuchillo con dichos tópicos y los pobres, ahora que no tienen a Ibarretxe, como los inquisidores a los que se les acabaron las brujas o los falsos conversos para echar a la hoguera, no se acostumbran, no pueden porque de lo contrario entran en dique seco, pierden su razón de ser, por lo que les pagan, a que las cosas no se ajustan, al menos no ya, a éstos. Se diría que los echan de menos, como esos luchadores antifranquistas que hacen otro tanto con el generalito gallego. Eso y lo increíblemente parecidos que son sus argumentos, su chovinismo de andar por casa, su estomagante ombliguismo. ¿Pero quién es ahora el que promueve conflictos entre regiones, el que echa mano del provincianismo más cateto para reivindicar como propio lo que es de varios, el que desprecia, difama e insulta al vecino? En fin, mientras sólo se trate de esta sinsorgada del txakoliña...

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