Reeditan en junio del presente año Sangre a borbotones de Rafael Reig, una novela publicada en 2001 y que en su momento quedó finalista del premio de la Fundación Lara a la mejor novela del año, también fue traducida a varias lenguas e incluso la revista Time le dedicó una página. Pero, sobre todo, se trata de una de las primeras novelas de un escritor de ya larga trayectoria con varios premios literarios entre los que destaco, tanto la novela como el premio, Todo está perdonado, VI Premio Tusquets Editores de Novela 2010, y Lo que no está escrito, Premio Pata Negra 2014 a la mejor ficción policial. Se trata, en todo caso, de un autor ante todo literario, es decir, alguien para el que los géneros solo son una excusa como otra cualquiera para experimentar narrativamente. Así pues, cualquier lector asiduo de Reig y, por lo tanto, conocedor de su querencia por desacralizar las cosas echando mano del humor, enseguida reconocería en Sangre a borbotones ese ánimo desacralizador que el mismo autor confiesa en el epílogo de esta reedición de 2021: “Un día que estaba más aburrido que de costumbre e puse a escribir a mano, en un folio, una parodia de las novelas de Chandler.”
De modo que eso es lo que tenemos entre manos, una parodia de la novela negra clásica, canónica incluso. Una parodia que se nutre de los clichés del género con su detective tan carismático como errático con su imprescindible botella de whisky siempre a mano, el cliente y padre desesperado, la víctima descarriada y escurridiza, el malo malísimo y sobre todo tan poderoso como para pensárselo dos veces antes de intentar tocarle las narices, y sus asesinatos en serie con sus correspondientes gotas de sadismo para epatar al respetable.
Una parodia que, evidentemente, no podía limitarse a seguir los pasos de un detective de nuestra época y geografía, eso o levantar una trama negra al uso encadenada con ocurrencias más o menos graciosas una detrás de otra. No, porque el ánimo desacralizador de géneros de Reig es ante todo cervantino, o lo que es lo mismo, no se conforma con la burla pura y dura para contentar rápido y eficazmente a un lector poco exigente. La ambición literaria de Reig le obliga a elevar su parodia para intentar construir su propio Quijote de lo negro. De ese modo, lo primero que Reig parece intentar evitar a toda costa es que un lector habitual del género pueda pensar por un solo momento que esta es una novela negra con toques de humor, una novela negra que ofrece lo mismo que cualquier otra pero haciéndote reír, incluso cachondeándose del género pero sin cuestionarlo en ningún momento. Nada más lejos de ese ánimo cervantino de Reig al que me refería antes; en Sangre a Borbotones la parodia tiene que ser total, sin concesiones.
De ese modo, y para que no quede dudas, Reig construye una deliciosa realidad distópica en la que Madrid es una colonia estadounidense –muchos de los personajes se presentan con nombres o apodos americanos como Alfred Jota Carvajal, Lewis H. Visiedo o Fat G. Iribarren, eso o intercalan en sus apellidos españoles otros anglos del tipo Miss Wyatt-Arambarri o señorita Menéndez Wilson, todo ello como ejemplo del grado de colonización cultural para el que, por otra parte, ni siquiera parecería necesario una invasión yanqui en toda regla porque a estas alturas, y en según qué ámbitos, ya resultan bastante habituales-, y el agua rodea la ciudad haciendo posible su comunicación con el resto de mundo en barco. De ese modo, Reig ubica su novela en un futuro tan absurdo e irreal que ya no tiene por qué preocuparse de la verosimilitud de los acontecimientos que se narran en su novela; todo es posible una vez que la realidad que ahí se describe depende en exclusiva de la imaginación más o menos disparatada de su creador.
Sin embargo, y aunque la parodia funciona a la perfección con el detective Clot y sus mañas de Philip Marlowe ibérico y su vaso de Loch Lomond siempre presente para recordárnoslo, si Manex Chopeitia es malo malísimo al que todo lector quiere ver enchironado al final de la historia después de haber disfrutado de lo lindo con su correspondiente sicopatía social, si es imposible no enternecerse con el personaje del escritor frustrado Peñuelas/Sparks por puro sadismo, o disfrutar de la muy sutil misoginia que destila el tratamiento de muchos de los personajes femeninos de la novela, algo, por otra parte, tan muy de los autores clásicos del género, incluso si la pericia narrativa de Reig se luce una vez más en las descripciones y sobre todo en los diálogos haciendo que el relato fluya como un riachuelo de montaña en invierno (En el visor de la cámara, sin sonido, estudia los movimientos de sus labios. Debían de susurrarse obscenidades. Te la voy a meter por todo el chocho. Y él apretaba las mandíbulas. Oh, sí, tómame, si, yes, soy tuya. Y la lengua rosada de Carolina aparecía y desaparecía humedeciendo sus labios.), me temo que la lectura de Sangre a Borbotones va perdiendo fuelle hacia el final del libro a la par que suscitando ciertas preguntas.
Pierde fuelle porque este lector tiene la sensación de que lo que en un principio era una parodia del reconocible estilo de Chandler acaba convirtiéndose en el enésimo homenaje al maestro del género, eso sí, adaptando lo más reconocible de su mundo literario a la distopía que propone Reig incapaz de darle la puntilla al padre. Claro que, una vez que aceptas que el humor de la novela no es tan cáustico o demoledor como se esperaba, tampoco está nada mal. La novela es verdaderamente divertida como era de esperar de un autor del oficio de Reig, el cual nos deleita tanto con su fina ironía como con su todavía más acreditada erudición, acaso, y tal y como reconoce él mismo en su epílogo a esta segunda edición, con un exceso de referencias literarias, las cuales, aun por muy deliciosas que sean para los que gustamos de ellas, a veces parecen fuera de contexto e incluso lastrar el ritmo de un relato que, por muy parodia que sea, se debe a los códigos maestros de su género. Eso sí, citas o referencias literarias muy a colación de lo que se narra y siempre impregnadas de la fina ironía a la que me refería antes.
“Atención, señores: novelas del Oeste. Nada de géneros que luego pueda llegar un crítico gepunto y alcornoque y ponerse a reivindicarlos, como las policiacas (para eso ya teníamos ahí a Enrique R. Moneo), las de ciencia ficción (Eduardo B. Grande y sus universos alternativos) o hasta las novelas rosa (con la ironía posmoderna del amigo Bikandi). Ni hablar: lo de Luis Peñuelas era un caso perdido, imposible de recuperar, rescatar o reivindicar, se pongan como se pongan y aunque se vendan más de 500.000 ejemplares de cada nueva aventura de Spunk McCain.”
Con todo, hay algo en Sangre a Borbotones, a pesar de ser una novela muy divertida e incluso ilustrativa tanto de las virtudes como de los límites o defectos de la narrativa chandleriana, que no acaba de convencerme, siquiera que me decepciona y bastante. Algo que responde en exclusiva a mi egoísmo como lector y que no es sino la sensación de que el autor desaprovecha la realidad distópica que nos propone, ese Madrid anegado por el agua y colonizado por los EE.UU, para construir una historia que realmente nos ponga en antecedentes de cómo llegó a producirse semejante estado de cosas y cómo influye este de veras en el día a día de los habitantes de esa ciudad convertida de la noche a la mañana en una Lisboa mesetaria.
Dicho de otro modo, me habría gustado que la distopía madrileña no hubiera sido un simple escenario de la novela, como que a medida que trascurre esta uno tiene la sensación de que tampoco aporta demasiado, sino más bien la protagonista de alguna u otra manera de las historias que ahí se cuentan, el eje central de todas ellas. Ya sé, ya, que entonces nos encontraríamos ante un género mixto de lo negro y la ciencia ficción. ¿Y? A mí desde luego se me antoja algo verdaderamente interesante, prometedor. No obstante, insisto, esta apreciación mía responde única y exclusivamente al egoísmo propio de un lector tan temerario, y no poco presuntuoso, como para atreverse a insinuar al autor de la novela que nos ocupa qué o cómo la tenía que haber escritor para que hubiera sido de su entera satisfacción. Dicho lo cual, pido disculpas, no lo volveré a hacer.
©Reseña: Txema Arinas, 2021.
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