Hoy 1 de Diciembre del 2021 sale a la luz el primer número de EL SAYÓN, la nueva revista sobre novela negra a la que he sido invitado a participar por su director Anxo Do Rego, infatigable activista en esto de la cultura y más en concreto de la Literatura, negra o de cualquier otro tipo. En mi estreno diserto sobre el verdadero carácter de la novela negra y esa otra cosa en la que parece haber degenerado: https://www.elsayon.com/literatura-negra-o-solo-entretenimiento/
Escribo este artículo con la intención de celebrar el primer número de esta nueva revista en la que nos encontramos, El Sayon, dedicada a la difusión y crítica de la novela negra, y antes incluso de ponerme a teclear mi hipótesis acerca de la aparente incompatibilidad o no de la novela de género con la Literatura con mayúscula, me veo obligado a replantearme buena parte de lo que tenía pensado de antemano a raíz del fallo del tan millonario como cuestionado Premio Planeta del presente año. Porque, casualidades de la vida, de eso iba precisamente lo que me rondaba por la cabeza antes de ponerme a escribir sobre las diferentes tendencias que predominan hoy en día en la que llamaremos, aun y todo, literatura negra escrita en lengua castellana. Sin embargo, el premio millonario al trío de escritores que se escondía tras el pseudónimo de Carmen Mola, la autora de la trilogía negra de mayor éxito de los últimos años, me viene ni que al pelo para reflexionar acerca de la aparente dicotomía entre la novela literaria como tal y la de género puro y duro.
No voy a entrar en las implicaciones morales e incluso ideológicas de un premio entregado a un trío de escritores que se parapeta tras un nombre femenino ficticio al objeto de aprovechar el tirón que actualmente tiene la literatura escrita por mujeres como reacción al predominio de los varones durante siglos. No es el tema que me ocupa en este artículo, aunque entiendo los reparos de los que señalan cierta burla, o acaso falta de respeto, hacia todas las autoras que durante siglos tuvieron que camuflar su género tras pseudónimos masculinos porque la sociedad de su época les tenía vetado el acceso al mundo editorial. Sin embargo, también es verdad que todo ejercicio literario debería regirse en exclusiva por la capacidad fabuladora del autor, por lo que el hecho de suplantar una personalidad femenina no dejaría de ser un desafío más al que enfrentarse y cuyo resultado queda, como cualquier otro, a merced del juicio del autor. Yo, lo reconozco, no fui capaz de percibir en la lectura de la primera novela de la trilogía, La Novia Gitana, nada que me hiciera sospechar que aquello no podía haber sido escrito por una mujer sino por un hombre, nada que juzgara impropio de la psicología femenina, o que apuntara a unos modos o querencias exclusivamente masculinas. Ahora bien, ya sea porque no tengo tan estereotipada la psicología femenina, que creo en su diversidad tanto como en la de los hombres, o acaso también por mis propias limitaciones en este terreno, mi juicio sobre la novela dejó a un lado el tema del género. Y digo que mi juicio no reparó en ese aspecto porque hace tres años que la revista Solo Novela Negra me publicó una reseña sobre La Novia Gitana en la que apuntaba cosas como la siguiente –y no precisamente porque servidor haya sido visionario de nada, dado que, a la vista de las reacciones tras el fallo del Premio Planeta, la verdadera identidad de los escritores detrás del pseudónimo de Carmen Mola era tan evidente que todo el mundo parecía tener su propia teoría-:
De hecho, sorprende tanto su realización como un final abierto que demuestra que el autor daba por hecho que habría una segunda, y puede que hasta una tercera, secuela. Algo así como si, ya puesto a malpensar, como si ese seudónimo de Carmen Mola lo que en realidad escondiera fuera un equipo de expertos confabulados por la editorial de turno para escribir la novela perfecta, de género, siempre de género.
(Reseña de La Novia Gitana de Carmen Mola por Txema Arinas: https://quejicakexontzia.blogspot.com/2019/02/la-novia-gitana-carmen-sola.html?fbclid=IwAR1l6lVjIvD_cfHC1d4h8vYZln1iQQyPloMrp1QeuLhqpJ4voiFhNeCnddY)
De hecho, servidor se admiraba en dicha reseña acerca de lo primorosamente escrita que estaba la novela con el único propósito de captar la atención del lector de principio a fin sin caer en los vicios al uso del oficio, esos a los que muy pocos pueden substraerse porque no dejan de ser aquellos que definen o singularizan a cada autor, podíamos decir incluso que la materia sobre la que se sostiene el estilo personal de cada cual. Me refiero, por supuesto, a la elección que hace cada autor a la hora de destacar en sus novelas aspectos que a otros les pasan más desadvertidos. De ese modo, hay autores que dedican más atención a las descripciones que otros, muchos con especial delectación por el retrato de escenarios donde la delincuencia campa a sus anchas y que conocen a la perfección como es el caso de las novelas de veterano Juan Madrid, siquiera ya solo el mimo especial con el que algunos se especializan en el retrato de escenarios muy concretos como sería el caso del Barrio Chino barcelonés de Manolo Vázquez Montalbán, Francisco González Ledesma, Carlos Zanón u otros. Por el contrario, otros escritores destacan por su cuidado de los diálogos, a destacar el esfuerzo de muchos por trasladar determinadas hablas propias de ambientes donde predomina el lumpen al estilo de lo que hace Paco Gómez Escribano con su adaptación de lo que se llamaba el cine quinqui de los ochenta a la novela negra, otros, en cambio, procuran impregnar a sus novelas un distintivo que obtienen usando mejor y más que el resto de atributos, como el humor, el lirismo, el realismo extremo o lo que sea. En cualquier caso, siempre hay algo que distingue a un autor de otro y que, como señalaba antes, conforma su seño distintivo por el que gusta más o menos a unos lectores o es aborrecido por otros. En el caso de Carmen Mola y sus tres mariachis ese rasgo distintivo parecía brillar por su ausencia a la vista de una redacción prácticamente perfecta donde todo aparenta estar medido al milímetro para no pecar nunca de exceso en nada y proporcionar al lector única y exclusivamente aquello que necesita para seguir la trama al margen de los caprichos estilísticos o querencias personales del autor de turno. Y por si fuera poca, el trío Mola no carecía del sentido del oportunismo al ofrecer al lector una protagonista y una temática acorde a las tendencias o sensibilidades en boga de nuestra época.
No sobra nada y a la vez lo tiene todo. Sobre todo ritmo, el que imprimen unos capítulos cortos en los que priman los diálogos y las descripciones necesarias, sin florituras literarias o documentación innecesaria. Carmen Mola va al grano porque tiene una trama con la que jugar al más genuino estilo del genero. De ese modo las situaciones se suceden una tras otra con los predecibles giros o vueltas de tuerca que hacen las delicias de los aficionados, siéndolo muchos de ellos, me temo, solo casi por saber hasta qué punto el autor le sorprende con ellos. Con todo, lo mejor la construcción del personaje de la inspectora Elena Blanco con todos los ingredientes de la novela negra o policiaca más clásica, esto es, un bicho raro en su oficio con su correspondiente bagaje personal de misterios a la espalda y una buena recua de peculiaridades para hacerla lo más atractiva posible. Es obvio que ahora les toca a ellas el protagonismo, de hecho desde hace ya tiempo, y eso no se puede negar que también es otro plus a añadir; ellas suelen ser mucho más interesantes, o cuanto menos poliédricas que se dice, en todo lo que atañe a la riqueza de su mundo personal, de su personalidad.
Reseña de La Novia Gitana de Carmen Mola por Txema Arinas
Nos encontramos, pues, ante un fenómeno de verdadera mercadotecnia literaria en la que un equipo de tres experimentados escritores hacen todo lo posible para complementarse con el único propósito de producir la novela negra perfecta para los tiempos que corren, o lo que es lo mismo, para crear el éxito de ventas por el que toda editorial pagaría un millón de euros más pronto o más tarde. Dicho lo cual, ahora toca preguntarse si hay algo negativo, siquiera nocivo en ello. Pues la verdad es que no, todo es lícito a la hora de vender libros siempre y cuando no venga el Código Civil a decirnos lo contrario. El trío Mola es un verdadero hallazgo editorial, un filón en forma de fábrica de best sellers que satisfacen y satisfarán el deseo legítimo de un número ingente de lectores que solo quieren leer tramas que los atrapen de principio a fin sin perder mucho tiempo en deleitarse con descripciones, diálogos o sarcasmos que para ellos solo ralentizan el desenlace del libro.
Así que desde ese punto de vista no cabe duda; el trío Mola ha descubierto en la práctica la piedra filosofal para producir como churros novelas negras de éxito que entretengan a esa mayoría de lectores gracias a la cual una editorial puede cerrar su balance de cuentas con beneficios, y qué beneficios. Aún más, si el trío en cuestión ha descubierto la fórmula con la que evitar trilogías en forma de ladrillos cuyo único atractivo residía en el escenario más o menos exótico en el que estaban ambientadas y que se resolvían con una trama a rebosar de clichés del género y no digamos ya páginas enteras de hojarasca alrededor de la elaboración de postres locales o mitos y leyendas otro tanto, toca hacerse la pregunta del millón: ¿es el que llamaré el Trío Mola el modelo a seguir por todo aquel autor que quiera escribir una novela negra de éxito?
Pues no diría que no. Si la fórmula triunfa lo hará hasta que los lectores se cansen de tanta perfección, o lo que es lo mismo, de consumir todo debidamente mascado para que no se les atragante nada. Aunque me temo que la mayoría no se cansará de ello, todo lo más pedirá que varíen, una vez más, los escenarios donde se desarrollan las tramas, también los personajes, como que no me extrañaría nada que más pronto o más tarde vuelva el típico inspector “hammettiano”, “chandleriano”o cualquier otro fiel al modelo clásico que popularizó el género, que lo haga ya solo de puro aburrimiento por ir precisamente a la contra de este.
¿Entonces qué va a pasar con los escritores de novela negra con un distintivo propio que los distingue del resto sin reparar en si son mejores o peores sino ya solo originales, con estilo propio a pesar del repelús de la masa lectora contemporáneo por el cultivo del lenguaje, con un mundo propio al margen de las modas, incluso, o sobre todo, con verdadero espíritu combativo a la hora de denunciar las miserias de nuestro tiempo? Nada, seguirán ahí como hasta ahora, ganándose el aprecio y hasta admiración de los lectores que pensamos que la novela negra no debería ser una formula comercial de entrenamiento en exclusiva, incluso de los que creemos que las novelas de éxito como las del trío Mola no son novela negra sino simple y llanamente policial de acuerdo al canon que definía a la novela negra como aquella en la que la trama policial solo es una excusa para hacer un retrato en negro de la sociedad de cada momento y/o lugares muy concretos, aquí da igual si geográficos, sociológicos, económicos o lo que sea. De hecho, saber distinguir entre una y otra cosa es lo que nos ayuda a afirmar que la novela negra puede ser y es un género literario tan digno como ese otro que se denomina, con no poca suficiencia, como literario en exclusiva. Esto último, claro está, si nos lo permite la lógica ultraliberal imperante y generalizada según la cual solo lo que renta merece ser tenido en cuenta, la misma que parecen defender con uñas y dientes legiones de lectores de medio pelo para los que solo los éxitos de ventas deberían ser objeto de atención por los medios, dado que ya se encarga el mercado él solito en determinar qué es lo que vale y lo que no. Hablo, por supuesto, de la lógica que establece que si a un millón de moscas le gusta revolotear entre la mierda eso quiere decir que la mierda debe ser buena.
Lo digo porque, del mismo modo que se acusa de exquisitos, elitistas e incluso prepotentes a los que nos echamos las manos a la cabeza ante la chabacanería literaria, cuando no verdaderas estafas, de ciertos éxitos editoriales que solo funcionan gracias a la escasa exigencia intelectual de una masa lectora que traga con todo con tal de satisfacer sus necesidades de ocio sin mayores quebradores de cabeza, esa misma masa acostumbra a revolverse con su propia prepotencia apelando al hecho incontestable de que son ellos precisamente los que sostienen con su ramplonería lectora el negocio editorial. Sin embargo, ¿es posible que la literatura de verdad, incluso la novela negra de verdadero aliento literario, sobreviva en medio de este darwinismo exclusivamente editorial auspiciado por la masa en cuestión y promovido hasta el ridículo en la forma de trío calavera de escritores varones parapetados tras un seudónimo femenino para fabricar un éxito sin precedentes de acuerdo única y exclusivamente con criterios mercadotécnicos?
Pues no lo sé, pero casi suplico clemencia para que así sea. Además lo hago apelando, ya no a consideraciones de tipo artístico o idealista, vamos, por amor al arte y poco más, sino también en consideración con ese nicho de mercado todavía existente de lectores que exige un mínimo de calidad a sus lecturas negras, o lo que es lo mismo, que no todo lo que caiga en sus manos esté tan trillado que cada novela negra parezca la misma solo que escrita en escenarios cada vez más exóticos y con protagonistas con nombres diferentes, que no todo sea tan simplón y hasta chapucero que se nota a la legua que ha sido escrito así sólo para no complicar la lectura a lectores no habituados a ella, incluso que no todo lo que las editoriales pretenden hacernos pasar por novela negra sea única y exclusivamente policial, entretenimiento puro y duro, a la vista de que sus argumentos son tan inocuos, tan de espaldas a la realidad de su época, puede que tan complacientes con lo establecido, cuando no ya directamente reaccionarios, tan cobardes en suma, que se nos antojen una broma de mal gusto para los que todavía amamos el género.
Porque sí, por mucho que algunos se empeñen en despojar al género de su potencial crítico y sobre todo literario, existe una novela negra de altos vuelos, con aspiraciones a ser algo más que entretiene. Una novela que además de atrapar al lector con sus tramas también aspira a hacerle reflexionar acerca de las cuestiones de su tiempo, e incluso a hacerle disfrutar con un estilo cuidado en el que no falta el lirismo. Una novela negra en la que tampoco falten las debidas gotas de vitriolo que parece exigir el género como consecuencia de ese escrutar en el lado más negro de nuestras sociedades.
Al fin y al cabo, el verdadero aliento literario de la novela negra no se encuentra tanto en las novelas negras que perpetraron grandes figuras de la Literatura que se dice con mayúscula, y en este caso me refiero en exclusiva a la hecha en castellano, como Juan Benet con El aire de un crimen (1980), Jorge Ibargüengoitia con Dos crímenes (1979), Juan José Saer con La Pesquisa (1994), Luis Mateo Díez con Las estaciones provinciales (1982) y Fantasmas del invierno (2004), a fin de cuentas experimentos con los que pretendieron elevar un género que en la práctica consideraban de segunda y cuyo resultado en la mayoría de los casos fue un fracaso dado que casi todas las novelas citadas ni hacían honor a su acreditado talento literario ni funcionaron como novelas negras, como en los verdaderos clásicos del género.
¿Quiénes son esos clásicos del género negro? Pues, al menos en lo que respecta a la novela negra escrita en castellano, aquellos nombres que han trascendido hasta nuestros días porque dejaron verdadera huella en la memoria del aficionado al género y cuyos libros se han convertido con el paso del tiempo en todo un testimonio de su época. Me refiero, por supuesto, a las novelas negras de nombres tan veteranos como José María Guelbenzu, Alicia Giménez Bartlett, Rafael Bernal, Francisco González Ledesma, Juan Madrid, Andreu Martin, Eduardo Mendoza, Elmer Mendoza, Leonardo Padura, Paco Ignacio Taibo II, Manuel Vázquez Montalbán y, desde luego, muchos más que omito única y exclusivamente para no alargarme en exceso. Una larga lista a la que hay que añadir los nombres de escritores más jóvenes que se han ganado ya por sus propios méritos el derecho a ser considerados clásicos prematuros de un género que en esta lengua en la que escribo goza de una excelente salud, de hecho la época más prolífica para el género gracias a que no falta materia negra en nuestras sociedades a ambos lados del Atlántico con la que construir tramas de todo tipo: Juan Ramón Biedna, Paco Gómez Escribano, Empar Fernández, Susana Martín Gijón, Mario Levrero, Arantza Portabales, Luis Sepúlveda, Alexis Ravelo, Rosa Rivas, Carlos Salem, Domingo Villar, Carlos Zanón y tantos otros cuya omisión es ya por principio toda una injusticia por mi parte.
Todos estos autores que cito son los que dignifican el género negro porque cumplen, ya no solo con los preceptos, yo diría que incluso fundacionales de acuerdo con lo que los clásicos norteamericanos nos enseñaron en su momento, que distinguen lo negro de lo exclusivamente policial, sino porque además procuran elevar con su escritura lo que en otros casos no pasa de un ejercicio de juntar palabras, satisfacer cierto morbo del autor, en algunos casos inclusive hacer propaganda turística y poco más, siquiera ya solo porque en ellos hay verdadera voluntad de estilo y crítica de la sociedad en la que ambientan sus tramas. Son los verdaderos escritores de la novela negra en lengua castellana, los que han renovado el género dándole un sello propio que lo diferencia por fin de la mera reiteración y hasta imitación del modelo norteamericano.
Son los autores, así como todo aquel autor venidero que elija su propio camino al margen de las tendencias o imposiciones del mercado editorial, a los que una nueva revista especializada en el género negro como El Sayón debería prestar mayor atención en mi humilde opinión, al fin y al cabo, insisto, son los que nos permiten hablar y hasta presumir del prestigio que todavía tiene el género entre el gran público. Sin embargo, tampoco es cuestión de pecar de exquisitos en demasía, siquiera de cerrar los ojos ante lo obvio, y no hay mayor obviedad que la cruda realidad que impone el mercado tras haberse apropiado de ese prestigio que tiene la novela negra con el fin de hacer pasar por tal productos que son exclusivamente policiales y que, además, si venden lo que venden, es gracias a que se ponen por montera la mayoría de los principios que decía fundacionales del género, y en especial el de ser una herramienta para la crítica social, política o de cualquier otro tipo. Una realidad con la que hay que contemporizar dada su pujanza entre la mayoría del público lector, en la que hay que reparar nos guste o no, con la que hay que bregar siquiera ya solo para llamar la atención de aquellos que todavía pueden andar desorientados en esto de la novela negra; pero, con la que opino que no hay por qué condescender en prejuicio de ciertos principios, siquiera ya solo por fidelidad a la verdadera esencia crítica y hasta subversiva de la novela negra.
© Txema Arinas. 2021. Todos los derechos reservados.
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