Hace ya casi una semana que tuve el sueño, mañana si eso, si me sale de los cojones, digo, os cuento otro; pero, no quise trasladarlo aquí, tal y como he convertido ya en costumbre -no negaré que acaricio la idea de hacer una recopilación de todos ellos y, con las debidas correcciones y añadidos, a ver si saco algo de ahí, que ya te digo yo que no; pero, me aburre tanto la vida...-, porque fue una de esas pesadillas sumamente desagradables, desasosegantes, angustiosas, que uno prefiere olvidar de inmediato. Sin embargo, entre que había hacer tiempo ayudando a mi mujer con la pasión pictórica que le ha entrado esta mañana; "¡voy a quitar el gotelé para pintar de nuevo la habitación del mayor!" y sentarse un rato a escuchar música mientras leo o escribo mis pijadas, me he dicho, pues lo segundo, lo otro, si eso, a la tarde.
Soñé -y aquí, joder, me viene de sopetón la letra de una jota brava de esas que escuchaba de crío: "Soñé que la nieve ardía./Soñé que el fuego se helaba/soñé cosas imposibles/Soñé… soñé, que tú me querías...- que andaba por Marruecos, acompañado con el colega con el que estuve de verdad hace ya la tira de años, y también, ahí viene lo bueno, con otro zumbado de mi cuadrilla con el que, como casi siempre que salíamos fuera del pueblín, corríamos el riesgo de acabar, por lo que fuera, que si eso otro día, en comisaría. A decir verdad, con este último ni se me pasó por la cabeza nunca viajar fuera de las fronteras del Reino de España; el menda era un "egitxo" tan entusiasta de lo suyo que hasta un miembro de las juventudes hitlerianas hubiera pasado por un scout a su lado, vamos, de los que cuando se mamaba a base de bien, y se mamaba digamos que de acuerdo a la frecuencia estipulada por las leyes no escritas de la cuadrilla, acababa dándole patadas a las piedras al grito de "¡a tomar por culo las piedras españolas!" En cualquier caso, voy a dejarlo ahí porque abriría un melón de anécdotas chuscas a más no poder y ya se me está desviando demasiado la pesadilla que nos ocupa.
Resulta que estábamos los tres en la famosa plaza Jemaa el-Fna de Marrasquesh, esto es, exotismo de agencia de viajes y peña por un tubo. Estábamos, para variar, de bronca continua, porque bajarte al moro con un sabiniano nunca puede ser cosa buena. Ya no lo era ir a Soria o a Huesca, de hecho a ninguna parte, pues, imagínate adonde la morisma; todo el rato de los nervios por si soltaba alguna de las suyas y acabábamos lapidados en medio de la plaza. A todo esto, el otro, que como estaba convencido de ser un sex-simbol no reconocido en Vitoria, pues que se debía pensar que en Marruecos se iba a poner las botas o algo por el estilo, sí, en plan la versión de las Mil y una noches de Pasolini. El caso en que en mi sueño aquello era un agobio de mil pares de cojones entre el pirado del Euzko Gaztedi Indarra, las juventudes del PNV para los legos, que menuda chapa que les metía a los lugareños sobre la hermandad vasco-bereber y otras cosas ya más a lo legionario que se le escapaba cada dos por tres, porque priva, lo que se dice priva nunca nos faltó, si esto también otro día..., y el pichabrava cejijunto que le entraba a todas las moras que veía solas en pleno zoco o donde fuera, a lo aprovechar el tiempo al máximo que las vacatas son cuatro días.
En eso que me entero de que tengo una llamada en el hotel donde estamos alojados. Un mensaje en recepción me avisa de que se ha muerto mi padre, o puede que mi abuelo. No lo puedo saber con seguridad porque el tipo que ha cogido la nota no parecía haber entendido muy bien a la mujer con la que ha hablado por teléfono en castellano, probablemente mi madre. En cualquier caso, tengo que volver a casa echando hostias. Les digo a los dos figuras que me largo a Tánger para coger el ferry, que ellos sigan el viaje a ver si hay suerte y el uno moja y/o el otro consigue formar de verdad un ejército de liberación del Atlas, o del Rif, ahí no estoy muy seguro. Me responden que no me van a dejar solo en semejante trance, que se vuelven conmigo. Yo ya cuando lo oigo que me acompañan de vuelta, lejos de sentir alivio por no tener que hacer el viaje solo, empiezo a temer que no llegaré a tiempo para el funeral.
De ese modo, emprendo el viaje hacia Tánger en un autobús de línea acompañado por mis dos colegas, los cuales no parecen tener la mínima intención de dejar a un lado sus correspondientes trastornos mentales. Se trata, por lo tanto, de un viaje de pesadilla en toda regla, con un autobús cargado hasta los topes que se desvía de la carretera principal para recoger pasajeros en aldeas de mierda perdidas en medio de lo que en mi sueño siempre es un desierto, y eso a pesar de que el de verdad se encuentra a cientos de kilómetros al sur; pero, insisto, puestos a tocar los cojones el subconsciente es lo que tiene. Eso y pinchazos de ruedas, patrullas policiales que nos registran hasta por debajo del sobaco buscando grifa para pasar a la península antes de cobrarnos la tarifa al uso de la inevitable mordida, mujeres que se ponen de parto, cabras dentro del autobús que casi se ponen al volante, chavales a los que los guardias obligan a bajar del autobús para darles una paliza tras haberles oído hablar en hassania pensando que son del Polisario, y todo así como reescribir "El cielo protector" de Bowles. En fin, de todo con tal de ponerme el corazón en un brete pensando que no llego a tiempo para coger el ferry en Tánger. Pero claro que llegamos, y, cómo no, estamos a punto de subirnos al ferry y justo en ese momento el "egitxo" la monta con la policía de la corona alauita porque lo único que se le ocurre en ese momento es gritar "Freedom for the Sahrawi Arab Democratic Republic!". Eso mientras veo que al otro lo quieran linchar en la fila porque dicen que ha arrimado demasiado la cebolleta al trasero de una mora que iba delante de él. Y yo que ya no puedo más, que veo partir el Ferry, que imagino que acabamos en comisaría, expreso de medianoche en versión marroquí y toda la hostia, con suerte buscando patera al día siguiente para cruzar el Estrecho, que empiezo a gritar que, si no me quieren dejar subir al ferry, al menos que no me metan en el mismo calabozo con esos dos zumbados. Harto, que estoy muy harto, de ellos y de todo, por qué tienen que pasarme estas cosas siempre a mí. Entonces, faltaría más, porque esto va de una pesadilla, despierto de golpe. La cabeza me da vueltas, el corazón a doscientos por hora, mi señora roncando a mi lado, todavía no ha amanecido. Y oye, no me me preguntéis a santo de qué, pero de repente me he acordado de que el partido del martes lo ganó Marruecos y la verdad es que me alegro mucho.
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