viernes, 2 de diciembre de 2022

LA PERRA DE MI SUEGRA


 Tengo en casa a la perra de mi suegra desde el martes. Mis suegros se han ido a pasar unos días a León y la han dejado a nuestro cargo. La verdad es que es una perra preciosa, una mezcla de husky y pastor alemán de pelo blanco y rubio. Una perra que recogió mi cuñada veterinaria después de que perdiera una de las patas en un accidente antes de colocársela a sus padres. Una perra que, además, es un cielo porque no da ninguna guerra. De hecho, se ha pasado todos estos días tumbada y durmiendo; yo, como soy tan malo y así, creo que ha aprovechado para descansar de mi suegra, quién no.

El caso es que la otra perra de la casa, mi mujer dice que es un yorkshire terrier, yo le llamo perra-rata o ya directamente puta perra chochina que mea y caga todo el rato por toda la casa, está acostumbrada a que cuando ceno mi tacica de leche desnatada con galletas de avena con naranja para lo de complacer a mi médico, le doy algunos trocicos para quitármela de encima, lo cual tiene, como es previsible, todo el efecto contrario. Pues el otro día con la perra de mi suegra otro tanto porque se me puso al lado por imitación de la otra.
- ¿Le puedo dar a perra de tu madre?
- ¿Por qué no le vas a dar si ya le has dado a la otra?
- Basta que sea la perra de tu madre para que le dé algo y vaya ella y le dé un pampurrio o cualquier otra cosa por el estilo...
- También es verdad.
Pero claro, me daba tanta penica con la zarpa sobre mi rodilla y esas caricas que ponen, que al final le solté una galleta entera. Oye, cómo les gusta a las perras las de avena con naranja. Total, que me he pasado estos días con las perras todo el rato detrás de mí a todas horas y en todas partes, vamos, como en mis mejores tiempos. Nada a lo que no esté acostumbrado porque cuando estoy en Berrozti pasa exactamente lo mismo con la perra de mi madre. La diferencia es que en un piso la cosa es como más agobiante, que no puedo ni ir a cagar sin que intenten forzar la puerta para echárseme encima a ver si les doy sus galletas.
Así que no podía fallar. Resulta que anoche me despierto taquicárdico perdido por culpa del follón que venía del salón de casa. Me levanto para ver qué pasa y cuando abro la puerta me encuentro a una jauría de perros con la perra de mi suegra y la nuestra a la cabeza.
- ¿Pero esto qué es?
- WUAUUAUAUAUAUA
- ¿Galletas? ¿En serio que habéis invitado a todos los perros del barrio para que les dé galletas de avena y naranja?
- WUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUA
- Sí, hombre, y encima os voy a poner un balde de refrescos para que montéis vuestra fiesta.
- WUAUAUAUAUAAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAUAAU
- Me da igual que sea el último día de esta en casa porque mañana ya vienen a recogerla sus amos. No podéis organizar una fiesta. Los perros no hacen esas cosas. Además, ¿queréis despertar a la señora de la casa, es que no conocéis el genio que se le pone cuando la despiertan en mitad de la noche? ¿Os cuento a dónde me mandó la semana pasada cuando me desperté de golpe en mitad de una pesadilla chillando como un poseso, y eso después de llamarme de todo?
Pues oye, fue mencionar lo de la señora de la casa y despejarse el salón en un cerrar y abrir y ojos, como que creo que la mitad de los canes saltaron directamente desde el balcón a la calle, y vivimos en un séptimo. En fin, sí, lo reconozco, vaya sueño más gilipollas. Pero es lo que hay, también podría haber contado ese otro que tuve esa semana cuando me llama mi viejo para que le saque el coche del garaje, yo y mi hermano dando vueltas por toda Vitoria para encontrar las llaves, y ya para cuando por fin podemos bajar al garaje, que nos encontramos que le han robado las cuatro ruedas al coche. Como para diván de psicoanalista y así. Por eso mejor lo de la perra de mi suegra, sí.

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