Confieso que iba a titular estas líneas algo así como “A favor de Sabina”; pero, enseguida me he dicho que yo no soy nadie para defender a Sabina, que él se defiende solito y si no cualquiera de los miles de seguidores que tiene a este y al otro lado de océano Atlántico. Claro que si es por eso creo que yo también tendría derecho a hacerlo porque, de algún modo u otro, yo también he sido muy sabinero según la época y el momento. La verdad es que he crecido escuchando las canciones de Sabina como la mayoría de los españoles o casi. Como que me recuerdo de muy canijo en el coche de mis padres escuchando en un reproductor de casete sus primeros discos, a destacar, claro que sí, el famoso de La Mandrágora, de adolescente regalando a la chica que nunca me hizo caso el disco en el que cantaba aquello de “Más triste que un torero/al otro lado del telón de acero/Así estoy yo/ así estoy yo… sin ti”, o de adulto berreando a las tantas de la noche en cualquier bareto o putiferio de turno el “19 días y quinientas noches”. En fin, que por mucho que pretenda negarlo, siquiera ya solo olvidarlo, por muy atrás que crea que he dejado a Sabina de entre mis gustos musicales, incluso por muy patético que me parezcan sus últimos conciertos sin voz ni ganas, Sabina es parte indisoluble de mi biografía musical e incluso vital. Con todo, y por si fuera poco, Sabina también es uno de mis personajes más queridos y frecuentados de entre eso que se llama, con tanto desprecio como envidia, la farándula patria. Lo es porque he disfrutado de lo lindo con la puesta en escena de su personaje canalla, bocazas y esencialmente epatador, y todo ello sin que le faltaran las dosis justas de sensibilidad y puede que hasta de ñoñería. Empero, si lo he disfrutado, si me he reído con no poca complicidad y hasta admiración, ha sido porque, al igual que él probablemente consigo mismo, jamás me lo he tomado en serio. ¿Cómo te vas a tomar en serio todas las chanzas, salidas de tono o declaraciones altisonantes de un personaje que se declara sobre todo un bufón, alguien que está ahí para animar la velada, alguien al que se le nota de lejos que disfruta como un niño derrochando su ingenio para epatar al personal y poco más. Luego ya, pues sí, seguro que, entre tanta verborrea aguardientediosa como a la que nos tenía acostumbrado, también suelta alguna reflexión de la que servirse para sacar las propias, algo que no provoque la consabida sonrisa de complicidad en exclusiva ayudándonos a ver las cosas de un modo que acaso no se nos había ocurrido antes. Por supuesto que sí, y ni más ni menos que lo que suele ser lo habitual en el discurso de cualquier persona inteligente y culta, y desde luego que Sabina es ambas cosas por mucho que le escueza a alguna gente y en especial a ese prototipo tan español de aborrecedor profesional para el que cuando una persona no es de su agrado simple y llanamente es incapaz de reconocer nada bueno, ni siquiera el más mínimo atisbo de humanidad en el objeto de su aborrecimiento.
Entonces, he aquí la pregunta de rigor: ¿a qué viene este furibundo antisabinismo de los últimos tiempos, este ir a degüello contra el personaje que ha sido siempre el de Úbeda. Un antisabinismo tan visceral y sobre todo gratuito por lo que tiene de hacerlo precisamente cuando el artista está ya en el último tramo de su carrera y ha demostrado ya todo lo que tenía que demostrar en su oficio con un éxito tan rotundo a lo largo de varias décadas que por mucho que se empeñen algunos en denigrarlo como cantante está claro que se trata de una mera cuestión de gustos, cuando no mala fe y para de contar. Y sin embargo, estamos ante un antisabinismo como nunca antes se había dado, y eso después de décadas de haber contado con el favor y hasta el fervor de una mayoría del público, el cual inunda ahora las redes sociales si reparamos en la saña con la que arremeten contra el pobre Joaquín, y al que además se suma cada vez más gente de las generaciones que todavía no habían nacido cuando publicó su primer disco, como si hacerlo fuera lo que toca ahora, siquiera lo que mucha peña llevaba ya tiempo deseando hacer y no se había atrevido hasta este momento gracias a la impunidad que ofrecen las redes sociales para multiplicar por diez, y además desde ese anonimato en la práctica que es la conciencia de ser un don nadie, la repercusión de cualquier opinión de mierda.
Por un lado le reprochan que se empeñe en seguir en el candelero a pesar de lo limitado de sus facultades como cantante y lo cada vez más reiterativo y obsoleto de su estilo, incluso, y aquí es donde se percibe la hiel con la que algunos, muchos, se refieren al personaje, de ser un vulgar pergeñador de ripios que nunca alcanzaron la categoría de verdadera poesía. ¿Acaso no se dan cuenta de que es precisamente ese estilo tan peculiar, tan reconocible con todos sus virtudes y también no pocos defectos, el que lo ha encumbrado como uno de los mejores compositores de canciones en castellano de todos los tiempos? ¿Se puede negar acaso que muchas de sus canciones son verdaderos clásicos que han emocionado, emocionan y sobre todo seguirán emocionando a millones de castellanoparlantes a ambos lados del océano? ¿Acaso se puede alcanzar esa categoría de clásico sin que exista una brizna de verdadera poesía en todo su repertorio? Bueno, tampoco vamos a engañarnos, en cuestión de odios carpetovetónicos todos sabemos que lo de al enemigo ni agua, es decir, negar cualquier evidencia, es una de las principales señas de identidad de la manera de estar en sociedad de muchos, muchísimos, de nuestros conciudadanos.
A no ser, claro está, que sea precisamente la persona que acusa a Sabina de bate chabacano y musicalmente limitado la que esté incapacitada para percibir la poesía en nada, siquiera ya solo el valor de alguien que ha sabido llegar a un público intergeneracional gracias a lo que ellos juzgan como vulgares ripios. Eso o también por la consabida mala fe que parece guiar en exclusiva la opinión de tanta y tanta gente cuando al referirse a aquellos que no son de su agrado, no se limitan tanto a desgranar los motivos de su hostilidad hacia un artista de la talla de Sabina, sino que lo hacen por cuestiones que nada tienen que ver con su oficio si no con su personaje. Así pues, como lo de arremeter contra la evidencia de una obra tan aclamada como imperecedera es un empeño baldío al que solo se pueden dedicar los más mezquinos y/o obtusos de la manada, toca hacerlo a cuenta de los defectos o pecados del personaje al más genuino estilo de los puritanos de toda la vida empeñados en juzgar la vida ajena a través de la estrechez de sus correspondientes lentes ideológicas o morales. De ese modo basta con enumerar todo aquello que algunos, cada vez más, consideran vicios o taras de Sabina para asistir al lamentable y bochornoso espectáculo del escarnio público en las redes sociales, cuando no un auto de fe en toda regla en manos del Tribunal del Santo Oficio digital de nuestra época. Y el caso es que a estos inquisidores de nuevo cuño que pululan por las redes les vale todo, todo lo que salga de la boca de Sabina, todo lo que ya sabíamos y que solo ahora, en manos de esta nueva hornada de falsos mojigatos para los que de repente oír al crápula oficial del Reino hablar de putas y drogas es motivo de escándalo porque vaya ejemplo para los jóvenes y otras memeces por el estilo, y eso a pesar de que este Sabina de ahora habla con desapego del otro, sobre todo sin tapujos y además sin nostalgia acerca de su relación en el pasado con la droga, las putas y lo que se tercie. Porque de eso va la cosa, de censurar a Sabina por todo y con toda la mala baba posible. Censurar además desde el más repugnante puritanismo al que me refería antes, con una gazmoñería que solo un par de décadas antes habría sido motivo de burla para el que hiciera gala de ella, y no digamos ya desde el sectarismo tan característico de aquellos que solo saben empoderarse a través del insulto y la descalificación hacia todos aquellos que, no solo no piensan como ellos, sino que incluso sienten o viven distinto a ellos.
De ese modo, si Sabina dice que ya no se siente tan de izquierdas como antes, que la deriva de cierta izquierda latinoamericana le ha hecho recapacitar sobre muchas cosas de las que antes parecía estar tan seguro, no faltará la legión de izquierdistas religiosos, sí, aquellos que conciben la ideología como una profesión de fe antes que como un ejercicio de libertad intelectual, que se le tiren al cuello acusándole de traidor, reprochándole que ya se le veía venir porque no deja de ser un nuevo rico, poco importa que lo sea por sus propios méritos, y por lo tanto incapacitado ya solo por eso para ser de izquierdas, que ha olvidado a los de abajo porque prefiere codearse con los de arriba y si no a qué viene haber alternado, siquiera en una ocasión, con Felipe y la Leti, a hacerlo con cualquiera que no sea del gusto del difamador de turno. Dicho de otra manera, basta que alguien como Sabina se atreva a dudar en público de su profesión de fe izquierdista, a plantear e incluso explicar las razones de sus dudas, para que la grey de los puros se apresuren a colgarle el sambenito de vendido o impostor.
Y todo ello sin necesidad siquiera de escuchar o leer sus declaraciones al completo y en las que matiza lo que para la inmensa mayoría se queda en un simple titular en el que parece renegar de la izquierda, algo que en ningún momento dice, pero que ya es suficiente para que los herederos directos de los cristianos primitivos que arremetían contra todo lo que no se ajustaba al milímetro a su estricto credo, lancen el anatema contra el de Úbeda: “Ya no es de izquierdas, al menos no tanto como nosotros, que lo somos sobre todo a ciegas, puede que concebido como un sacerdocio, es decir, militante a jornada completa. Por lo tanto, Sabina ya no merece… ¿vivir?” Como decía, para esta izquierda religiosa, que en lo esencial viene a ser lo mismo que la derecha religiosa, pues ambas conciben la política al estilo de la fe del carbonero, no se puede ser de izquierdas si no se es pobre, o por lo menos si no se hace juramento de pobreza. Para ser de izquierdas hay que aparentar que se es pobre, o al menos estar arrepentido de no serlo. De ese modo, para esta izquierda religiosa, primaria, poco más que de instintos y prejuicios con el resentimiento siempre a la vuelta de la esquina, la idea de que siendo rico también se pueda ser de izquierdas por convicción intelectual, porque nada tiene que ver el patrimonio de cada cual con el deseo de vivir en una sociedad más justa y equilibrada donde impere el principio de cada cual según sus méritos y la solidaridad como principio para no crear una sociedad a un paso de la jungla donde impere la ley del más fuerte, siquiera del mejor posicionado de antemano, simple y llanamente es inconcebible, pura fachada, un engañifa. Pero claro, es que además se ha sabido que Sabina debe dos millones de euros a Hacienda, y entonces ya no hay dudas de que nos ha tangado, que su solidaridad y bla, bla, bla, ya no es lo que se podía esperar de un millonetis de izquierda. Pues bien, pues ahí sí que está claro que el personaje cojea por el lado de la coherencia, aunque tampoco vamos a concederle el beneficio de la duda, siquiera hasta que la justicia demuestre que es culpable de veras.
Porque a Sabina, y con él a todos los artistas que nos han hecho felices con su arte, a unos más y a otros menos, los de la izquierda beata lo querían ya no solo porque creían que era de su grey ideológica, es decir, siempre y cuando pensara como ellos para poder sentirse a gusto con alguien de su misma cojera sin la sensación de que conceden algo a un hipotético enemigo, sino además y sobre todo inmaculado. Un artista como Sabina, además alguien que presume, o al menos ha presumido, de crápula, alguien que ha aireado a los cuatro vientos todas sus debilidades y en especial la de haberse guiado durante mucho tiempo por sus más majos instintos casi que en exclusiva, y mira que nos hacía gracia, que hasta nos daba envidia y todo, comete el pecado de codicia con conflicto con Hacienda de por medio y vamos nosotros y nos echamos las manos a la cabeza. Y no, no te equivoques, lector, no se trata de disculparle su affaire con Hacienda si al final resulta que sí, que nos ha tangado o ya solo lo ha intentado, sino más bien de señalar que ese supuesto delito, por el cual tendría que pagar de acuerdo a lo que estipula la ley y punto pelota, si para algo podría servir, eso sería para colocarlo donde debería estar cualquier mortal por muy líder de masa que fuera, en el de la imperfecta humanidad que nos caracteriza a todos los mortales. Si ya luego resulta que tú eres de esos incapaces de separar la obra del autor porque estás convencido de que este debe ser siempre un ser digno de encomio a todos los niveles, pues ese ya es tu problema, sobre todo porque tendrás que estar dispuesto a renunciar a buena parte de lo más excelso de la cultura, desde Quevedo a Celine pasando por Van Morrison.
Así que si te indignas porque tu ídolo no era todo lo perfecto que tú creías, si lo habías sacralizado hasta tal punto que pensabas que estaba obligado a ser un referente moral, siquiera un ejemplo de integridad ciudadana o coherencia ideológica por muy bohemio que presumiera ser, al margen de toda convención social y probablemente también de sus obligaciones, pues te has equivocado, es tu problema, haber recordado cuando pensabas en tu ídolo aquello que le decía el esclavo al general victorioso cuando entraba en Roma para disfrutar del desfile de su victoria: “Respice post te! Hominem te esse memento! (¡Mira tras de ti! Recuerda que también eres un hombre).
Pero el problema es que ni siquiera son los seguidores de Sabina los que ahora lo machacan desencantados con su ídolo. A Sabina lo machaca una legión de inquisidores que no le perdona que le guste los toros, que se rodee con gente con la que ellos jamás se rodearía, que se haya atrevido a evolucionar musicalmente descartando a unos músicos o productores y buscando otros nuevos, que haya escrito letras donde acaso no se hablaba de las mujeres como creen algunos que debería hacerse siempre de acuerdo a una estricta ortodoxia feminista en la que los guiños canallas de antaño, la recreación nostálgica o puede que solo irónica de viejos modos de relacionarse o amarse, simple y llanamente han derivado en tabú. Una legión de fanáticos de las nuevas ortodoxias, a los que hay sumar todos esos mezquinos y envidiosos de oficio que se suben a la ola por puro oportunismo, que reprochan a Sabina simple y llanamente que no es como ellos. Pero, sobre todo, a Sabina lo que no se le perdona es que haya sido tan querido y admirado, que casi todo el mundo le haya reído las gracias y hasta compartido más de una de sus opiniones o simples ocurrencias sobre lo humano y divino, hasta hace cuatro telediarios. De ahí también el ansia, las prisas, y sobre todo la saña, en destrozar su imagen, ya sea por parte de las nuevas generaciones para las que todo lo de sus mayores es siempre motivo de desprecio y mofa –al fin y al cabo que otra característica puede haber más genuina de la juventud que la estúpida vanidad de creerse mejor que sus mayores, una tara generacional que casi todos hemos padecido hasta llegar a la edad en la que basta con mirar atrás para descubrir lo patéticamente pagados que estábamos de nosotros mismos y en especial de nuestra ignorancia sobre casi todo-, o por parte de aquellos que nunca tragaron al personaje, puede que tampoco lo entendieran, a destacar aquí los gazmoños de toda la vida, los cortos de entendederas o los exquisitos para los que todo lo que no esté a la altura de lo que ellos consideran excelso es siempre vulgar y por lo tanto merecedor de su desprecio, y que ahora que ven que su imagen pública flojea porque no se ajusta tanto como antes al signo de los tiempos, al gusto de las nuevas generaciones para decirlo en plata, aprovechan para manifestar su animadversión en la creencia de que ya no está tan protegido como antes, ahora ya por fin se puede proclamar a los cuatro vientos que Sabina es un mamarracho sin que la mayoría social del bar, el curro o en la familia, se te eche encima por rancio, mezquino, envidioso, corto de miras, cuñado.
Pero es que, por si fuera poco, esta caterva de rancios, mezquinos, envidiosos y cortos de miras disponen ahora del instrumento perfecto para que los de su calaña puedan expresarse con total impunidad y puede que hasta con una repercusión que nunca antes habrían soñado. Me refiero, por supuesto, a ese pozo de ordinariez sin fondo que son las redes sociales donde, por primera vez en toda la Historia, los mediocres de cualquier signo, los mierdas que jamás se atreverían a decir delante de otros lo que escriben en la seguridad de que nadie irá a su casa a afearles su conducta, siquiera ya solo desde la clandestinidad de un Nick falso, pueden multiplicar por mil el eco de lo que siempre fue el vocerío de la chusma contra los condenados por el tribunal del Santo Oficio en su trayecto hasta el cadalso donde celebrar el correspondiente auto de fe. Antes a los llamados “relajados” por la Inquisición se les insultaba a su paso, se les escupía o arrojaba frutas podridas, incluso puros excrementos, ahora basta con apretar una tecla y sentir que así se empodera la chusma de nuestro tiempo cuando encuentra la ocasión propicia para verter la furia de su resentimiento contra los que un día creyeron importantes, puede que intocables.
En cualquier caso, insisto, un espectáculo bochornoso de acoso y derribo de un personaje público, de un artista no tanto en decadencia, como algunos quisieran, como en el último tramo de su carrera, en el que lo que de verdad destaca es el ruido de un nuevo santo oficio de intolerantes y resentidos que asustaría y mucho si uno no tuviera la convicción de que el eco de sus insultos y abucheos digitales está tan sobredimensionado como todo lo que aparece en las redes. Porque lo que aparece ahí no es la vida real, no es el común denominador de nuestros conciudadanos, no es la España que un día aclamaba a Sabina y al día siguiente se levantó descubriendo que era un canalla depravado, un fascista emboscado, un mal ejemplo para la juventud, un estafador a Hacienda e incluso a la Música en mayúscula.
No puede serlo porque entonces esta contemporaneidad en la que estamos sería irrespirable, algo así como vivir en esas colonias de puritanos del Nuevo Mundo como las que aparecen en Las brujas de Salem de Arthur Miller o La letra escarlata de Nathaniel Hawthorne, donde cada vecino espía y juzga al otro, donde no hay opción a asomarse fuera de redil para ver qué ahí fuera, donde a poco que te desvíes de la ortodoxia del rebaño toca someterse al correspondiente Santo Oficio, donde la obsesión por la pureza propia y ajena guía todos los pasos de la vida e impide, por lo tanto, la existencia de crápulas con ingenio como Sabina. Y si de verdad lo fuera, si este presente de nuevos inquisidores agazapados detrás de sus pantallas, de chusma resentida y envidiosa que no perdona heterodoxia alguna en el prójimo, esta época de virtuosos a todas horas y en todas partes, fuera la norma, creo que habría llegado el momento de plantearse si no hay ya motivos de sobra para la rebelión. Sin embargo, da igual lo sañuda y omnipresente que sea esta nueva santa inquisición, porque nunca podrán convencernos a todos, al menos no a este servidor, de que la vida merece ser compartida con gente que te haga reír, soñar, dudar, y a ser posible con todas las preceptivas copas de por medio, con alguien tan bocazas, ingenioso y polémico como el propio Sabina, y así en general con cualquiera que sirva de revulsivo vital para el tedio en el que transcurre la mayor parte de nuestras vidas, y eso sin importar de qué pie cojea o si su vida es de verdad un modelo de virtud a seguir, antes que con esos tristes sin verdadera alma ni gracia que son los puros entre los puros, los que nunca han roto un plato ni lo romperán, los que nunca han pecado de obra y ya solo palabra, los que ni siquiera la levantan porque hacerlo ya les parece algo inapropiado, los que no tienen otro patrimonio vital que su aburrimiento.
Txema Arinas
Oviedo, 28/11/2022
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