Como no podía ser de otra manera teniendo en cuenta cómo ha transcurrido la semana entre el temporal y otras cosas que no vienen a cuento, la pesadilla gorda de esta semana ha consistido en tener que salir corriendo de casa de mi madre acompañado de mi mujer para ir a recoger en el aeropuerto de Loiu a unos parientes venezolanos. Así que llegamos a Vitoria bajo una jarreada de espanto para darnos de bruces con una balsa de agua en el cruce de Mendizorrotza.
- ¿Qué dices? Esto no es nada, si ya lo he vivido antes, como que cada vez que caen cuatro gotas siempre pasa lo mismo.
- Ni se te ocurra meterte con el coche en el agua.
- Valeee, no empieces. Mira, voy a rodear por Salvatierrabide.
Pues oye, mira que ya debía saberlo de otras veces; pero, si el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, yo debo ser de los pocos que además lo hacen todas. Ha sido girar hacia la Ciudad Jardín y, si bien en el primer tramo apenas había agua, ya a la altura del hospital donde servidor vino a este mundo todo era una inmensa balsa de agua como consecuencia del río Batán que tiene la manía de desbordarse por la zona.
- ¿Y ahora?
- Ahora confianza en mí y en mis dotes como capitán de barco.
- ¿Confianza en quién, dotes de qué?
Bueno, pues este es el momento en el que el sueño se confunde, como tantas otras veces, con mi realidad cotidiana, pues lo que sigue es la discusión de pareja de todos los días en la que ella cuestiona mis capacidades en todos los aspectos de la vida y yo intento defenderme atacando a su madre, qué si no. Eso mientras el coche ha dejado ya hace un rato de obedecer mis órdenes al timón... al volante y flota plácidamente a la deriva por las calles de Vitoria.
- Si los venezolanos tienen que esperar a que escampen para que vayamos a recogerlos pues que esperen. ¿O es que no llueve en su país?
Momento en el yo me acuerdo de repente de las inundaciones de La Guaira de hace unas décadas en las que murió un porrón de gente, y oye, como soy tan sentido y así me da un pronto y acelero a fondo para intentar salir de Vitoria hacia Bilbao a toda costa, a lo loco, siempre a lo loco.
- Ves, mujer de poca fe, qué digo, de ninguna en mí, sólo tenía que ponerme en serio al timón... volante y plantarme en la villa esa de al lado en menos de lo que ha tardado en salir el sol.
- De acuerdo, lo que tú digas, pero, por favor, mira al frente porque me temo que vamos a ir a parar de nuevo al agua, al agua de Bilbao...
- ¡Qué agua, ni qué champán, ni qué...
¡Hostia, puta! He pisado tanto el acelerador que se me ha encasquillado y vamos directos a la ría.
- Joder, Txema, ya que volvemos al agua por lo menos procura esquivar esa carraca que nos viene de frente antes de que nos embista.
- ¿Qué carraca?
Pues sí, el subconsciente no falla, ayer casi no conseguimos salir de Bilbao por culpa del partido de marras, todas las calles cortadas y la peña con su mozkorra encima dando la nota a nuestro paso, y anoche en mi sueño hemos estado en un tris de estamparnos contra la gabarra en la que iban los del Bilbao celebrando la victoria en la final de la Copa del Rey que todavía no se ha celebrado. En fin, putas pesadillas.
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