Las fiestas de las ciudades tienen un mucho de explosión de alegría colectiva largamente esperada durante el año, una rotura con la cotidianidad, la cual me da que cuanto más conservadora, ensimismada o ya sólo envarada es la ciudad mucho más exacerbada, descontrolada, llamativa, es dicha alegría por puro contraste.
Luego también hay algo profundamente desagradable en esa devoción desmedida, ese bochornoso castIcismo o "jatorrismo" que algunos, muchos, sacan especialmente en fiestas, en muchos casos teatralizada para la ocasión, por los usos y costumbres del lugar, una especie de reivindicación o exhibición ridícula, paleta, de un todavía más ridículo y paleto "nacionalismo" municipal; ""semos" los mejores, qué orgulloso estoy de haber nacido aquí y no allí, de ser de aquí más que otro", y así todo en ese plan tan a lo que decía Schopenhauer de los orgullos terruñales; "cuanto más mediocre es un individuo, más orgulloso está de su ciudad o nación a falta de otras cosas por las que estar orgulloso de veras". De ahí la mierda esa del apego a unas supuestas esencias, lo cual en general no es malo en sí mismo como simple anécdota; pero, cuando se reivindican para fomentar ese "municipalismo identitario" dan verdadera grima.
Ejemplo de esto último son los papanatas que dicen que un "pañuelico" es el bueno, auténtico, y el otro no porque estaba generalizado antes, como si el hecho de que el otro lleve ya décadas compartiendo espacio no lo hubiera hecho ya "tradicional" con creces. Eso o considerar como genuino de las fiestas una solemne procesión de reminiscencias medievales, que sí, claro, y al mismo tiempo insistir año tras año que las txosnas deberían desaparecer porque los que acuden allí no comulgan con tu ideario.
En realidad hablamos de una percepción pacata y reduccionista de la condición de ciudadano, lo que es una ciudad como suma de sensibilidades e identidades diferentes en según qué grado de armonía, y que apenas sirve para otra cosa que para identificar enseguida al garrulo de turno, ese que, en contra de lo que es el verdadero espíritu del modo de vida urbano, sigue concibiendo su ciudad como poco más que como un pueblo grande donde todos más o menos están cortados por el mismo patrón, aldeanos del asfalto que decimos; en la mía son legión.
Y por eso también las fiestas de tu ciudad están muy bien como tregua para el jolgorio, y hasta el desenfreno, durante unos pocos días en mitad de la anodinia de una mediana capital de provincias y, no nos engañemos, siempre, manque les pese a muchos que creen vivir en una Atenas de su época en función casi que exclusiva de su elevado nivel de vida, siempre poslevítica y ensimismada a su manera contemporánea, entre otra cosas porque esa es precisamente "conditio sine qua non" del hecho provinciano. Pero, repito, unos pocos días, porque, será cosa de la edad o yo qué sé, cuanto más se alarga la cosa más repetitivo, tedioso, cansino, resulta todo, un continuo "deja vu" que sólo sirve para recordarte que la vida se te ha ido entre las manos y además sin haber hecho gran cosa en esta, o al menos no gran cosa de lo que tenías en mente .
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