domingo, 6 de octubre de 2024

LA SALA DE FIESTAS


 

       Sueño con un episodio de mi infancia al que, por la razón que sea, mi subconsciente suele recurrir a menudo y todavía más en tiempos como los que nos ocupan. La policía, puede que los bomberos, me despierta en mitad de la noche donde vivía de canijo con mis padres y mi hermano, el primero del edificio de la Avenida donde mi padre también tenía la peluquería. Parece ser que han puesto una bomba en el local “de tetas”, así le decíamos, que hay a unos pocos metros de nuestro portal, también a poca distancia de una conocida sala de fiestas que en mis sueños recibe el curioso nombre de Sion y de la que recuerdo que era foco de todo tipo de conflictos con el vecindario.

- ¿Una bomba? ¿Quién ha sido? –pregunta mi madre, puede que mi padre, a los vecinos que han sido desalojados como nosotros y que asisten al desarrollo de los acontecimientos desde la acera, como nosotros también en pijama.
- ¡Buuf, vete a saber!
Pues sí, “buuf”, porque son finales de los setenta y comienzo de los ochenta, es decir, en plenos Años de Plomo en el País Vasco, y, aunque, por lo general, las noticias sobre bombas, tiroteos, incendios y demás salvajadas propias del terrorismo hacen referencia a atentados cometidos por cualquiera de las dos ramas de ETA, milis y polimilis, amén de aquella escisión extra testosterónica de estos últimos llamada Comandos Autónomos Anticapitalistas, tampoco hay que desdeñar la mano igual de criminal de vete a saber qué grupo de la extrema derecha española y muy española de entonces, Guerrilleros de Cristo Rey, Batallón Vasco Español, Triple A y por el estilo, incluso particulares incontrolados, con y sin uniforme, que se tomaban la justicia por su mano.
Yo ya sé que son las tantas de la mañana, que hace frío y estoy en pijama, que las sirenas de los bomberos y la poli hacen un ruido ensordecedor a nuestro alrededor, y que además estamos entorpeciendo el trabajo de los bomberos pisando todo el rato sin querer sus mangueras; pero, resulta que también han desalojado a las tres hermanas del portal de al lado que suelen bajar por las tardes a jugar en nuestra acera. Yo suelo bajar también todas las tardes para dar vueltas en bici a la manzana sin cesar con el único propósito de poder así pasar delante de donde ellas juegan a la comba a ver si hay suerte y la pequeña de las tres, que me tiene robado el corazón hasta el punto de que ya con nueve o diez años me hace fantasear con que sea la madre de mis futuros hijos y eso sin saber todavía lo que es la postura del misionero, se fija en mí de una puñetera vez y deja de cuchichear con sus hermanas a cuenta del vecinito moscón. Sin embargo, tampoco va a ser esta la ocasión de que intercambie la palabra con la primera fémina responsable de mis más tempranas erecciones, dado que es la hermana mayor, como de costumbre, quien se me acerca para dirigirme la suya.
- ¡Qué cojones la ETA! Esto seguro que ha sido cosa del dueño de la Sion esa –me explica la mayor de las vecinas.
- ¿Quién, el alemán?
- Bueno, no sé si alemán, polaco, ruso o de por ahí. Uno que además está metido en una secta o algo por estilo. El caso es que el tipo apareció hace ya unos años, no sé sabe muy bien de dónde, y se metió de ocupa en un pequeño bajo de la calle donde abrió su primer garito sin contar con permisos de ningún tipo. Pues, oye, fue conseguir la licencia de apertura y empezar a acosar a los dueños de las lonjas colindantes para que se las vendieran a él y poder así ampliar su negocio
- ¿Acosar? – pregunto a mi futura cuñada.
- Ya sabes, amenazas más o menos veladas, denuncias falsas en las que él se hacía pasar siempre por la víctima, sabotajes de todo tipo para perjudicar la actividad comercial de sus vecinos, incluso algún que otro incendio fortuito.
- ¡No me jodas!
- Y todo ello, faltaría más, con la complicidad de las autoridades municipales.
- Así que al final la ampliación del Sion…
- Exacto, a cuenta de los locales cuyos dueños no tuvieron más remedio que vender o arruinarse del todo. Así ha levantado el muy cabrón la que es la sala de fiestas más importante de la ciudad, esa en la que todo aquel que no sea de su secta tiene que pagar el doble por la entrada, y eso si te dejan entrar.
- ¿Y qué tiene que ver eso con la bomba del club de tetas que hay al lado?
- ¿Te lo cuento o te lo explico?
- ¡Puto mafioso!
- Mira, ahí lo tienes. Todos aquí acongojados por la explosión y él que apenas puede disimular la sonrisa.
Momento en el que giro la cabeza para ver al susodicho y no puedo evitar proferir un grito de verdadero espanto, uno de esos que hace que mi mujer esté en un tris de caerse de la cama al despertarla del susto.
- ¿Qué pasa, qué pasa?
- No te lo vas a creer, menuda pesadilla.
- Pero qué, por qué gritabas: “¡NO QUIERO SER UN REFUGIADO EL RESTO DE MI VIDA!”
- He soñado con Netanyahu…

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