Esta semana veía en una de esas páginas para el recreo de la nostalgia municipal una foto antigua de la popularmente conocida como La Fuente de los Patos. La foto es de 1962 y hecha, cómo no, por el conocido fotógrafo vitoriano Santiago Arina Albizu, padre de uno de mis más queridos amigos de la infancia a pesar del tiempo, transcurrido sin vernos desde la última vez; dónde pararás A. Así que me decía: "Esta semana la pesadilla va a ser..."
Porque resulta que siendo un mocoso, pero mucho, mi viejo, para hacer tiempo hasta que mi vieja acabara de recoger la primera academia de peluquería que regentaba en Cercas Bajas, solía llevarme a tomar algo hasta el cercano Politena. Empero, mi vieja a veces solía retrasarse, y mi viejo, entiendo que para no sacar más rondas, aprovechaba para dar dar un garbeo por los alrededores de la zona de Aldabe.
Así que todavía recuerdo la primera vez que me acercó hasta la mal llamada Fuente de los Patos, ya que en realidad se trata de gansos u ocas.
- ¿Has visto qué patos más hermosos?
Momento en el que yo debí levantar la cabeza y sentir un verdadero escalofrío de espanto ante la visión de aquellos bichos que mi subconsciente infantil, y por la razón que sea, debió catalogar al instante como monstruosos.
- ¿Qué te pasa? ¿No me dirás que te asustan unos pájaros? Mira que no son de verdad, que son estatuas.
Pues nada, que no había manera de levantar la cabeza para observar de cerca a aquellos pajarracos infernales. La verdad es que el miedo me paralizaba. Y claro, a partir de ese día y siempre que había que esperar a la vieja, el cabrón de mi viejo me llevaba engañado o casi hasta la Fuente de los Patos para, básicamente, echarse unas risas a cuenta del miedica de su hijo.
Pues bien, muchos años después, cuando yo ya era padre del primero de los míos, llevamos a este a ver una obra de teatro, Miren Poppins, en teatrillo privado que el grupo independiente gasteiztarra Ortzai tiene, o tenía, no sé, en la Pinto. La Pintorería, una de las calles gremiales de lo viejo de Vitoria. Y ahí estábamos viendo la versión alavesa de Mari Poppins, "Miren", como que recuerdo que los actores hasta cantaban en mitad de la función la de "En el monte Gorbea" sin venir mucho a cuento, dicha sea la verdad, cuando de repente aparece uno de los actores disfrazado de tritón, o lo que es lo mismo, y esto siempre según la RAE, un anfibio urodelo de unos doce centímetros de longitud, de los cuales algo menos de la mitad corresponde a la cola, que es comprimida como la de la anguila y con una especie de cresta, la cual se prolonga en los machos por encima del lomo. Tiene la piel granujienta, de color pardo con manchas negruzcas en el dorso y rojizas en el vientre.
Pues no veas el susto que se llevó nuestro primogénito en medio de la función. Fue aparecer el bicho de marras en escena y ser incapaz de levantar la cabeza para seguir la obra. De hecho, estuvo con el brazo derecho cubriéndose los ojos hasta que salimos a la calle, por si acaso.
Y cómo son las cosas, y sobre todo qué hijo de mi padre soy, que apenas un par de días más tarde, si es que no fue al día siguiente, paseando junto al quiosco de la Florida, me acuerdo de que una de las fuentes del jardín que lo rodea tenía la estatua de un tritón. ¿Huelga decir quién estuvo martirizando a su retoño cada vez que pasábamos junto a aquella fuente?
Pues eso, no voy a decir que esta semana haya tenido una pesadilla con los falsos patos o el tritón de marras, no, eso ya como que muy pillado por los pelos; pero, la verdad es que he reflexionado mucho sobre la pesadilla que puede subyacer en el dicho popular ese de “De tal palo, tal astilla”.
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