Me acuerdo de mi padre todos los días y por diferentes motivos conscientes e inconscientes que no vienen al caso. De entre estos últimos hay uno que destaca de entre todos, al que no me puedo substraer y que no es otro que la comida. No es para menos, en los últimos años era de lo que más hablaba con mi padre cuando me sentaba a su lado, ya fuera con la excusa del programa de David de Jorge o de cualquier otro cocinero en la pantalla del televisor, o con el fin de decidir la jamada del día. Hablábamos de las recetas del cocinero de turno y muy en especial de su abuela materna, a la que recordaba con gran cariño y sobre todo como una gran cocinera. A decir verdad, mi padre se relamía de gusto cuando rememoraba los guisos y postres de su abuela materna. El tema de la cocina nos daba para mucho, no sólo para rellenar el tiempo, sino también para derivarlo a cualquier otro aspecto de la vida, era nuestra manera de comunicarnos. Por eso, y muy en especial porque hay platos que circunscribo casi que en exclusiva a mi casa y más a concreto a mi padre, no puedo evitar, siquiera haciendo un gran esfuerzo para que lo sea ya sólo por dentro, cuanto menos en público, el pudor otra de las enseñanzas, que no tara, recibidas en casa, emocionarme cuando en un día como ayer, que por eso de las prisas nos vemos en la obligación de comer de menú en la calle, van y me sacan un plato de menestra, por supuesto que de las congeladas -dime tú si no aquí en Asturias dónde vas a pillar...- y aun y todo con su rico caldito y unos trozos de bonito que ni pintados para enriquecer la insipidez de las menestras de sobre. Si ya luego la acompaño con un Solabal de Ábalos, y eso que en Oviedo también cuesta encontrar un rioja que se salga del ABC de rigor, pues ya casi que en la gloria, la huerta en el plato como remedo, acaso sólo una evocación lejana, de una verdadera menestra de temporada y la Sonsierra en la copa con ese mazazo gustativo del primer trago, una untuosidad muy de la zona y la cosa de los frutos del bosque con algo de vainilla que dicen. Pues eso, si mi padre supiera que hoy he preparado unas alubias con mejillones, seguro que, hombre tradicional como era y por lo tanto siempre en guardia ante todo lo que no está acostumbrado, primero torcería el gesto, y ya luego, tras los melindres al uso antes de decidirse a probar una cucharada, diría que tampoco están tan mal las alubias, si eso demasiado sabor a mejillón, donde estén unos sacramentos...
lunes, 15 de febrero de 2016
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