Sale Otegi de la cárcel tras tragarse seis años por la patilla, vamos, por la pura y dura ansia vengativa de un estado cuya calidad democrática queda bastante en entredicho con ésta y otras arbitrariedades. Sale en medio de vítores, irrintzis y música de trikitixa... Suena viejuno, pero es su estética. También sus emociones y convicciones. Presta, que dicen en Asturias, que se acuerde también de otros que no tienen nada que ver con su geografía política; sí, el mundo es más amplio de lo que hay entre el Adour y el Ebro. Ahora, salir y decir que eres más independentista y socialista que hace seis años, qué quieres que te diga, mejor para ti, para todos tus seguidores. Quién soy yo para cuestionar la fe de nadie. Porque de eso se trata, el recibimiento de unos creyentes a su líder espiritual; es difícil verlo de otra manera cuando no compartes su credo, siquiera su convicción en la independencia como la panacea de todos los males para un país cuya constante histórica, sí, no parece ser otra que resistir para intentar conservar su identidad sin diluirse definitivamente en esas otras más grandes y poderosas a las que está ligado, la Historia es la que es, desde hace siglos. Pero, res dura, sed res (sí, yo adapto los latinajos a mi gusto; lo digo para el enmendador compulsivo de turno...), el país que quieres liberar parece serlo menos que nunca. Un 30% de la población manifiesta tener “grandes deseos” de alcanzarla, frente al 37% de hace dos años. En cambio, un 55% reconoce tener poco o ningún anhelo rupturista. La mayoría prefiere fórmulas más integradoras dentro del Estado, como el actual autonomismo o el federalismo, según el último Euskobarómetro. Pues eso, hoy el líder del independentismo vasco ha sido liberado después de cumplir una condena injusta de seis años y pronto se pondrá a la cabeza de los suyos procurando capitalizar toda la simpatía acumulada tanto por la injusticia cometida sobre su persona como por su labor para que ETA dejara definitivamente las armas. Eso sí, si no lo digo reviento, como poco resulta curioso los diferentes caminos que les ha deparado el destino a las dos partes que estuvieron frente a frente en la famosa mesa de negociaciones. Me refiero, claro está, al de Jesús Egiguren. No sé, igual tiene algo que ver el hecho de que uno se empeñara en el cese de las armas porque éstas ya no sólo no le valían para alcanzar determinados objetivos, sino incluso que eran un obstáculo, si no el principal, y el otro lo que pretendía era acabar con la violencia de ETA de una vez por todas.
martes, 1 de marzo de 2016
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