lunes, 7 de marzo de 2016

PERSIGNARSE



Hoy a la mañana de camino a mis cosas veo una muchacha santiguarse al salir del portal del su casa. Y claro, a tenor de lo ajeno e ignorante que es uno de estas cosas de la religión, como que ni siquiera sé la diferencia, si la hubiera, entre santiguarse y persignarse, me quedo perplejo. Entiendo el hecho de representar el símbolo de la cruz sobre uno mismo como una manera de ponerse en manos de Dios para que lo proteja a uno o algo por estilo. De ese modo siempre he relacionado el acto de santiguarse o persignarse, ya digo que..., como propio de los toreros antes de salir al ruedo, los futbolistas antes de enfrentarse a Dani Alves o los soldados como los de los Tercios Españoles -esto de verlo a Alonso en El Ministerio del Tiempo- antes de la batalla. Pero qué significado puede tener santiguarse al salir del portal, para qué se enmienda a Dios esa muchacha. ¿Para que la proteja de un ERE inminente en su trabajo? ¿Para que hoy no le time el frutero con la calidad de los fresones o el pescatero con el verdadero origen de las almejas? ¿Para que no se le moje demasiado el peinado, se le rompa un tacón o le salpique un coche al pasar delante de ella sobre un charco? Desde luego que no va a ser para que la proteja de los criminales de todo tipo, rateros, violadores y banqueros, los cuales a decir verdad, creo yo, que me acabo de cambiar a este barrio, no parecen abundar precisamente en Vallobin, siquiera a plena luz del día y con montón de transeúntes yendo de un sitio a otro. Tampoco comprendo muy bien por qué precisamente al salir del portal y no antes de abrir la puerta, en el ascensor, al ponerse el abrigo, acabar de desayunar, salir de la ducha o en cualquier otro momento. ¿Entonces? Misterios de la fe que a mí se me escapan. En cualquier caso, también confieso que ha sido más la edad de la muchacha lo que me ha sorprendido que otra cosa, pues no son pocas las señoras mayores que he visto santiguarse al salir a la calle y probablemente también con toda la razón del mundo porque a ciertas edades como no te encomiendes a la divina providencia a saber lo que te puede pasar con tanto vago y maleante, y de todos los colores, como hay ahí fuera. Pero bueno, en realidad hasta me ha parecido un detalle entrañable dado que pasados los primeros segundos de asombro, enseguida reparas en cuán variados y diferentes somos viviendo juntos, mezclados, cada cual a sus cosas y sobre todo en total libertad; la ciudad.

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