Nunca he corrido un encierro ni me lo he propuesto. De hecho, si se trata de arriesgar la vida siempre estoy dispuesto a hacerlo por los míos, por alguien en peligro e incluso por simple y necio orgullo; pero, hacerlo de un modo gratuito, poco más que testosterónico para demostrar lo macho que es uno o en plan living la vida loca porque la que tienes no te llena del todo, pues no. Ni encierros, ni puenting ni demás deportes chorras con el sufijo del participio presente en inglés. Para un servidor la expresión "emociones fuertes" tiene que ver con trincarse una botella de Rioja de alguna de las mejores cosechas en mucho tiempo de la denominación, una caminata por un paraje de una belleza espectacular, un buen libro o una canción de esas que se te agarran al alma, una cena con unos amigos de risas hasta altas horas de la noche y por lo general todo en ese plan.
Y aún así, un año casi acabo corriendo un encierro por despiste o puede que por pura cabezonería, nunca lo he sabido. Sí, porque de mozo y tal solíamos acudir a tan ineludible cita como fieles devotos que éramos de la Iglesia Parrandera de San Beodo (y si no, si coincidía que ese año estabas fuera, casi que como si hubieras ido en espíritu porque a la vuelta tus colegas se pasaban varias semanas contándote sus peripecias sanfermineras hasta que acababas convenciéndote que tú también las había vivido/bebido) la cuadrilla en pleno, y acaso también algún que otro agregado. La noche transcurría como debían transcurrir las noches para un hebreo de la Biblia en Sodoma o Gomorra, entregados al desfase de katxis, humor chocarrero, conatos de vacile con el sexo opuesto, más katxis, primeros pasos de algo parecido a un baile en los bares de la Plaza del Castillo tras abandonar la zona komantxe donde solíamos iniciar el periplo parrandero, más katxis, algún que otro bailable a saber dónde, más katxis, bocata de magras con tomate en una plaza de lo viejo cuyo nombre no me acuerdo, más katxis, puede que churros en La Mañueta, más bailables a saber dónde, y ya luego antes de la amanecida corriendo hacia las barracas políticas a por más katxis.
Sin embargo, era un hecho científicamente demostrado que ningún año acabábamos la jarana todos juntos, razón por la que siempre quedábamos donde las barracas políticas para pasar lista antes de volver a casa. A decir verdad, nos solíamos perder por parejas, cada año una nueva o no. De modo que ya luego en el viaje de vuelta cada pareja contaba a las demás sus peripecias etílico-festivas y ahí, claro está, ya podías meter de todo; anda que no hemos ligado poco ni nada en Sanfermines, o creído o soñado que lo habíamos hecho, no sé.
Pues el caso es que un año me tocó perderme con mi amigo L, que tras perdernos del resto continuamos por nuestra cuenta con el recorrido por todos los baretos de lo viejo y alrededores, lo típico. Así que se nos fue la noche entre katxis, neskas y Kortatu, o lo que petara entonces, algo con K fijo, que no me acuerdo. Y de repente que empezaba a hacerse el vacío a nuestro alrededor. Pero bueno, nosotros a lo nuestro, a buscar un barrio abierto. Eso hasta que nos dimos cuenta de que estaba amaneciendo y que si la gente abandonaba lo viejo era porque estaban preparando las calles para el encierro. Y como ya he dicho que no somos de emociones chorras, eso y que con la que llevábamos encima hasta como para correr delante de un caracol, pues a buscar la salida. Y no había manera de encontrar el desvío a la Plaza del Castillo o al Paseo Sarasate, que era por donde más o menos controlábamos. No sé cómo hostias lo hacíamos que siempre acabábamos calle arriba hacia el Paseo del Redín, supongo que por pura inercia para lo de evacuar junto a las murallas... Y en eso que aparecen unos tipos uniformados que al principio creíamos de una fanfarre, como que si no nos pusimos a pegar brincos fue porque al acercarse ya nos dimos cuenta que eran munipas que venían a desalojarnos entre improperios de diferente calado, que estos navarros ya se sabe, finos, finos... como nosotros. Así que recuerdo que nos acompañaron un trecho hasta que divisamos la salida. Pero, a saber qué coño pasó ahí que después de soltarnos volvimos a aparecer no muy lejos de la Estafeta. Y vuelta a tratar con los representantes de autoridad municipal. Eso sí, nosotros ya un poco apurados porque veíamos que los operarios municipales estaban acabando de colocar los tablones que marcan el recorrido de los toros y ya la cosa parecía ir en serio. Pues vuelta la burra al trigo, porque tampoco sé qué hicimos esa vez para que, después de que la municipalidad nos recondujera hacia la salida de lo viejo, volver a aparecer por la Telefónica, y esta vez ya en plan cantamañanas, pero literalmente, digo, vamos, berreando cosas del tipo "ese toro enamorado de la lunaaaa....", "kalean gora, kalean behera, kalean gora zezenaaaak...hau dek, hau dek umoria", "ese torito bravooo ya nació para sementaaaar..." y todo por el estilo. Pero sí, al final salimos del recorrido, nos sacaron más bien, y eso a la navarra, que no llegamos a casa amoratados de puro milagro. Y el caso es que ahora que lo pienso, cualquiera diría que fuimos víctimas de una fuerza superior a nosotros mismos que nos impelía a recorrer el encierro pasara lo que pasara, kosta ahala kosta, una fuerza atávica, esotérica o puede que solo demencial, la cual de repente había aflorado de los más profundo de nuestro subconsciente -sí, inconsciente más bien- en medio de la trompa de campeonato que llevábamos encima y que, aprovechando que teníamos de baja el sentido común, nos estaba retando a correr el encierro como unos descerebrados cualquiera. En fin, los tíos que somos muy bobos, y con cuatrocientos katxis de lo que fuera entre pecho, espalda y no digamos ya desparramados desde la cabeza a los playeros, todavía más.
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