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Hace no
mucho la Ertzaintza encontraba un cadáver en interior de un vehículo calcinado
junto al pantano de Garaio en Álava. Como de costumbre la noticia desencadenaba
todo tipo de especulaciones por mucho que los portavoces de la policía autónoma
vasca asegurasen que todos los indicios les hacían inclinarse por la hipótesis
del suicidio dadas las condiciones en las que apareció el cadáver. No es de
extrañar dicha resistencia a aceptar la versión oficial porque no es el primer
cadáver que aparece en el pantano, de hecho hace apenas dos años apareció
también el de un conocido hostelero vitoriano cuyo dictamen oficial fue también
de suicidio y aún así circularon todo tipo de rumores por la ciudad en los que
se hablaba de un ajuste de cuentas en manos de unos sicarios por un asunto de
deudas. Qué otra cosa si no, a decir verdad tan irremediablemente vulgar, suele
ser lo habitual como para animar a alguien a consultar la guía de asesinos a
sueldo. Con todo, la verdad es que la frecuencia con la que aparecen cadáveres
en el pantano, ya sean flotando o en sus inmediaciones, así como las historias
que hablan de éste como un sumidero de todo tipo de objetos más o menos
comprometidos, viene ya de largo, en concreto desde las obras de construcción
del propio pantano, esto es, aquellas que cuentan que no son pocos ni nada los
cuerpos que hay enterrados bajo las aguas del pantano de trabajadores forzados,
en concreto de presos republicanos u otros represaliados por la dictadura. El
halo de tenebrosidad que parece cubrir los pantanos alaveses es tan espeso, en
dura liza con las brumas mañaneras, como para que servidor no tarde ni dos
segundos en traer a la memoria la novela casi póstuma, por los pelos, por un
maldito cáncer más bien, de Rafael Chirbes: En la
Orilla (2015). No es un libro de género aunque arranque con el hallazgo de
un cadáver aparecido en el pantano de Olba, Valencia, porque no contiene trama
alguna que conduzca a la resolución del caso. A lo que aspira la novela de
Chirbes, como tantas otras suyas, es a retratar el periodo inmediatamente
posterior al estallido de la burbuja inmobiliaria en España, por lo que también
nos habla tanto de sus antecedentes como de las consecuencias. La elección del
pantano como figura simbólica de una época, esto es, patio trasero y fangoso
donde se ha vertido durante décadas toda la inmundicia que generaba el
enriquecimiento rápido e ilícito al que tan dado ha sido una sociedad como la
valenciana, acaso el mayor exponente, o sólo el más reconocido, de la
corrupción que asola España en su práctica totalidad. La novela de Chirbes se
sirve de la experiencia en tiempo presente y los recuerdos del dueño de una
carpintería que tiene que cerrar su negocio, y echar a la calle a sus empleados
por culpa de la crisis, para hablarnos de ese fin de fiesta y los rescoldos que
deja. Pero, insisto, no es una novela de género, sino más bien un fresco
variado y complejo que se vale de la primera y tercera persona, del estilo
indirecto libre y el monólogo, además de numerosas voces que toman la palabra a
lo largo de la novela, para creer un microcosmos que partiendo de un espacio
concreto en el tiempo y en lo geográfico ambiciona a representar el conjunto de
un país como España.
La que sí es una novela de
género negro con pantano de fondo, es El
Silencio del Pantano (2015) de Juanjo Braulio. La trama también arranca con
el hallazgo de un cadáver en un recodo del río Turia, un asesinato de esos que
se dicen “en extrañas circunstancias” y cuya resolución salpicará a las clases
altas de la sociedad valenciana, tanto que poco a poco dejará a descubierto el
fango de un pantano olvidado sobre el que se asienta la ciudad del Turia y en
especial los orgullosos y ampulosos edificios diseñados por Calatrava, y ese
otro de la corrupción y la degeneración moral de toda una sociedad, y del que
el primero sólo quiere ser su metáfora. Esta segunda novela con pantano de
fondo rinde homenaje tanto al antes citado Chirbes como a otros autores de
igual calado como Paul Auster o Patricia Highsmith, esto es, autores para los
que lo negro apenas es una excusa para hablar de lo real más allá de sus
siempre limitados márgenes, o que crean realidades que a pesar de las primeras
apariencias acaban cayendo irremediablemente en lo negro.
Así y todo, tanto Chirbes con
su novela al más puro estilo del realismo español que mama de Galdos, como
Braulio con su novela negra con ciertos toques exotéricos de fondo tan en boga
últimamente en el género aprovechan la eficacia del pantano, la ciénaga, como
alegoría del lugar al que va a parar aquello que nadie quiere ver, terreno
donde se ocultan, o tratan de ocultar todo tipo de secretos, tantos como las alimañas
que también se ocultan entre su
vegetación, en el fondo de sus aguas opacas o las miasmas que desprenden los
cuerpos putrefactos que nadie sabe cómo han ido a parar ahí. Una figura tan
perfecta como ilustrativa, ya no sólo de un lugar y una épocas concretas, sino
incluso del trascurso de la Historia en su lado más negro, pues como bien
indicaba el propio Chirbes, el pantano viene a ser una superposición
estratigráfica de todo aquello de lo que a lo largo de diferentes periodos de
la Historia se han querido deshacer aquellas personas que algo tenían que
ocultar, esto es, desde los cadáveres de los esclavos romanos que trabajaban en
las marismas, los de los moriscos asesinados por sus envidiosos vecinos
cristianos antes de la expulsión definitiva de los primeros, los de los
enfermos o no por las diferentes epidemias de malaria habidas hasta hace apenas
doscientos años, los de los soldados asesinados por los guerrilleros durante la
Guerra contra el francés y de ese modo también los de todos los perdedores de
las diferentes guerras y revueltas desde entonces hasta llegar a la Guerra
Civil, y así hasta nuestros días de vino
y rosas con la mafia institucionalizada en la administración y sus cómplices
del mundo de la construcción, los cuales no dudan en recurrir a los servicios
de esa otra más tradicional o formal de origen italiano, ruso, albanokosovar o
de dónde sea, por un decir, al objeto de deshacerse de ciertos individuos
molestos cuya falta nadie parece echar de menos. Y de ese modo, cómo no determinar
entonces que, al igual que la estratigrafía arqueológica al uso nos aporta todo
tipo de información genérica sobre los usos y costumbres de los habitantes de
un yacimiento, la estratigrafía pantanosa serviría también para hacer otro
tanto con los usos y costumbres históricos de lo que también llamaremos el
“género negro”.
Txema Arinas
Berroztegieta, Álava –
11/07/2016
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