Todo empezó el día que organizaron una feria medieval en su pueblo y, como era el único que tenía un caballo de montar, le propusieron que tomara parte ataviado de caballero para animar el cotarro y así. Y le gustó, vaya que si le gustó eso de ir vestido de armadura, yelmo y lanza en astillero. "Mola un huevo", dijo, y en seguida se ofreció para ir de la misma guisa a la feria medieval que se celebraría la semana siguiente en la capital de la provincia. Allí ya la petó porque, aparte de la armadura y las armas que había alquilado a un asador castellano, se había confeccionado un escudo de armas, el cual decía ser el originario de su apellido, el de los Sánchez de Zoroa, apócrifo a más no poder, y que había mandado imprimir sobre la sobrevesta de su armadura, los faldones del caballo y el propio escudo.
Había que haberle visto pavoneándose por todo el antiguo casco medieval de la ciudad, abriéndose paso a caballo entre la multitud que se arremolinaba alrededor de los puestos de venta de comida y quincalllería varia para los que la celebración del evento no era sino una mera excusa. Y en eso que nuestro caballero descubre a otro a caballo que se le acerca. En seguida reconoce bajo el casco al vecino del pueblo de al lado y aficionado como él a los caballos, y con el que sin embargo tiene un pleito pendiente por una cuestión de lindes. No se sabe muy bien qué le pudo pasar por la cabeza al Zoroa en ese momento. También es verdad que en esas fiestas medievales se consume mucho vino en jarra y del malo, eso y que como se suelen celebrar a partir de finales de primavera con el buen tiempo, a veces hace mucho calor y no digamos ya nada para el que lleva una armadura... El caso es que nuestro caballero no vaciló ni un segundo en bajarse la visera del casco, poner su lanza en ristre y lanzarse al galope hacia su supuesto adversario. Como al otro le pilló por sorpresa, pudo derribarlo de un sólo golpe. Entonces nuestro caballero desmontó a toda velocidad y se lanzó espada en mano sobre el cuerpo tendido en el suelo de su vecino: "¿prometes devolverme la tierra que me arrebataste levantado una cerca sobre mis fincas?" El otro le respondió que sí al instante. Entonces, la gente, que en un principio había asistido atónita al embate de nuestro caballero, prorrumpió en aplausos.
A partir de aquel día a Sánchez de Zoroa lo invitan a todas las ferias y mercados medievales habidos y por haber. Y como en realidad son tantos, que no hay ciudad, villa, villorrio o aldea de mala muerte que no tenga el suyo, como nuestro caballero va encadenando uno tras otro, ya apenas se quita la armadura, hasta se dice que duerme con ella. Lo último que se sabe de él es que se desplaza siempre a caballo de su pueblo a la feria o mercado medieval de turno. Eso y que ya no le quedan pleitos pendientes con nadie.
-¿Qué le parece a usted la historia?
-Una vergüenza.
-¿Y eso?
-Pues hombre, antes se volvían locos leyendo libros de caballería; ahora ya ni eso...
No hay comentarios:
Publicar un comentario