El Torre se mete en su casa y cierra
la puerta. Se prepara un par de huevos fritos y un chorizo y se echa un vaso de
vino tinto. Pone la radio y se relaja escuchándola. Retransmiten un partido del
Real Madrid y el Valencia. Gana el Madrid, lo cual no es noticia. Pero no
presta atención a lo que dicen los locutores. El inspector le ha metido el
veneno en la cabeza. Supo en ese mismo instante que iba a aceptar, a pesar de
que “tomar el atajo” para reunir la cantidad de dinero suficiente como para
retirarse y marcharse del barrio entrañara el riesgo de ir a la cárcel, bien
porque él falle, bien porque el inspector le traicione, que el Torre no se fía
ni un pelo de los maderos. Por otra parte, tiene que pensar en la
infraestructura, en quiénes va a elegir para el trabajo. Por ese lado, la cosa
va a estar complicada.
Dar un palo a un furgón
blindado no es moco
de pavo.”
Manguis – Paco Gómez Escribano
Al igual que me sucedió con su novela
anterior, Yonqui, me he leído de tirón esta última de Paco Gómez Escribano. No
puede ser de otra manera porque el estilo de PGM parece consistir en la
precisión descriptiva y el coloquialismo con ribetes irónicos, lo cual imprime
al texto un ritmo que en algunos momentos, en concreto en los de acción llega a
ser frenética. Se nota y mucho que PGE procura evitar aburrir en todo momento,
casi diría que está obsesionado con agarrar al lector y llevarlo a empujones
hasta el final de la historia. Lo consigue porque maneja a la perfección un
lenguaje y un tono adecuado para el ambiente y sus personajes. Ambiente
suburbial y sobre todo cercano al autor. Ya lo decía en la reseña que hice de
Yonqui: “la veracidad y hasta la intensidad dramática
de la historia no son óbice en ningún momento para que aflore una ternura hacia
los personajes y sobre todo un delicioso sentido del humor que gracias a la
mirada de Paco Gómez Escribano nunca es el resultado de la mirada distante y
prejuiciada de un autor que se acerca al tema como con asquito, en plan
antropólogo del asfalto, sí ya, me repito, sino más bien todo lo contrario.”
No obstante, tengo para mí que en Yonqui
había más de retrato costumbrista y generacional de una época y un lugar, de reconstrucción
de un pasado cercano e íntimo en el que la trama negra era lo de menos porque
la historia en sí apenas consistía en otra cosa que en una concatenación de
diferentes anécdotas o peripecias, cada cual más rocambolesca, chunga,
dramática incluso, y que servían para presentar a sus protagonistas en su medio
natural, la delincuencia de baja intensidad en el Madrid de los barrios
periféricos surgidos como setas durante la llegada de oleadas de emigrantes del
entorno rural como consecuencia del desarrollismo franquista de los sesenta.
Así pues, a mi juicio Yonqui tenía más de retablo que de relato, era más puesta
en escena que simple escenario, más mirada retrospectiva sobre un entorno negro
que una historia negra pura y dura como es Manguis.
Tan sólo son dos maneras diferentes de
encarar el género y yo diría que hasta consecuentes. Porque no habría tenido
sentido repetir el tono de la primera novela con personajes ahora adultos pero
igual de marginales o incluso desclasados. Manguis es una novela negra de corte
muy clásico, yo diría que hasta hammettianos,
esto es, una historia que se debe sobre todo a su trama criminal. Y por eso
corre, la historia se lee casi que a la carrera, como en el mejor episodio de
una serie del mismo género. Luego ya la sensación que deja es muy subjetiva, en
mi caso de haber pasado un buen rato leyéndola, sí, pero también de haber leído
la misma historia mil veces antes, sobre todo hacia la segunda mitad de la
novela que se centra de plena en el atraco y sus circunstancias. También tienes
que reconocer que, aunque el género parece pedirlo y sobre todo el escenario,
algunas descripciones de los personajes o del entorno te suenan ya a cliché,
sobre todo en la relación del macho alfa y protagonista de la historia con sus
putas y sicarios, en la elaboración del personaje del policía franquista.
Quizás peco de injusto porque se trata de lo que pide la historia, y en
realidad eso que llamo clichés no son sino las peculiaridades ineludibles de
una época y un lugar, que lo que de verdad hubiera resultado artificial habría
sido cualquier otro modo de abordar a los personajes. Entonces reflexionas y concluyes
que puede que sea cierto eso que se dice de que el género negro está más que
trillado, sobre todo ahora que vive en su propia burbuja, que quizás ni
siquiera sea el estilo particular de cada cual el que lo salve de caer en la
reiteración o la intrascendencia, incluso que puede que su encanto, las claves
de su éxito, residan precisamente en su condición de género que no aspira más
que a ofrecer un buen rato de entretenimiento.
Txema Arinas
Oviedo, 08/08/2016
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