Si hay alguna institución que haya destacado a lo largo de la Historia por retorcer conceptos de todo tipo esa ha sido la Iglesia Católica, de modo que no es extraño que algunos de sus miembros perseveren en tan peculiar tradición como los obispos de Getafe y Alcalá cuando animan a incumplir la ley de Madrid contra la homofobia. Así pues, frente a una ley que intenta paliar la discriminación y el acoso que sufren los homosexuales por parte de los intolerantes que tradicionalmente los han tratado como pervertidos, enfermos, los obispos López de Andújar y Reig Plá interpretan esta Ley como “un ataque a la libertad religiosa y de conciencia”, además de un “ataque y censura al derecho de los padres a educar a sus hijos según sus propias creencias y convicciones”. Dicho de otra manera, los victimarios, porque eso y no otra cosa ha sido la Iglesia Católica durante siglos para los homosexuales, se presentan como víctimas de una ley que consideran un obstáculo para poder seguir inculcando su rechazo a los homosexuales. Todavía más, como no pueden hacerlo también consideran que su libertad religiosa está en entredicho, lo cual tendría mucha miga si fuera con efecto retroactivo, pues creo que huelga recordar la consideración que históricamente ha tenido la mujer para la I.C a lo largo de la Historia; se supone que en el momento en el que las diferentes constituciones liberales consagraron la igualdad jurídica entre hombres y mujeres la I.C también debió ver cercenada su libertad para seguir tratando a la mujer como un ser inferior. En cualquier caso, que la institución que durante siglos persiguió y asesinó a todo aquel que no comulgaba con su credo persevere en su intento de marginar y denigrar a una parte de la ciudadanía tiene su miga, tanto como acusar a la Comunidad de Madrid de querer imponer el pensamiento único cuando ellos durante...., vamos, que tiene lo que ha tenido siempre: cinismo e hipocresía a raudales.
En fin, siquiera ya sólo algunos jerarcas católicos, en este caso dos de reconocible aliento nacional-católico, y ésto sólo por ser moderado en mi juicio, siguen pensando que pueden y tienen derecho a condicionar o acatar las leyes de los parlamentos democráticos sólo y cuando éstas hayan pasado por el tamiz de su credo. No obstante, y como esta pretensión cuestiona el estado de derecho en su esencia, espero que esta ley, como cualquier otra, sea aplicada con todo el rigor del célebre adagio latino: "dura lex sed lex".
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