El otro día en el cruce junto a la entrada a un hospital de una ciudad cuyo nombre omito para no dar pistas a los usuarios de la Ley Mordaza, a esas hemos llegado, libertad, oh libertad, dos munipas controlando el tránsito de... peatones, vamos, en plan que nadie cruce por donde no debe o antes o después de lo debido, porque ya se sabe que el ciudadano es en esencia un retrasado mental o un eterno menor de edad al que hay que supervisar porque como te descuides le da por tirar de libre albedrío y cruzar un minuto después de que el semáforo se ponga en rojo, ya se sabe, a lo criminal y así.
Y en eso que una señora de mediana edad cruza a la carrera con la intención de subirse al urbano antes de que arrancara.
Pues silbato al canto, orden de replegarse y amonestación pública, el cruce al hospital está siempre lleno de gente. Sólo le faltó al niñato uniformado coger de la oreja a una señora que bien habría podido ser su madre.
Intolerable, repulsivo, estomagante hasta el vómito, una humillación pública en toda regla y por una nadería. Y oye, cómo disfrutaban los dos mozalbetes uniformados haciendo uso de su cuota de poder sobre los ciudadanos. Vaya que sí se les notaba. Y cómo no, pues a poco miserable o sádico que seas eso debe ser una gozada. Enfrentarse a una banda de quinquis con un largo historial delictivo o a unos vecinos en pleno Fuenteovejuna ya no debe ser tan divertido; pero, abroncar a un adulto por cruzar a la carrera para coger el autobús eso ya es otra cosa, eso seguro que mola.
En cualquier caso, el enésimo ejemplo de cómo nuestras sociedades han entrado en barrena hacia esa infierno represivo que imaginó George Owen en su momento. Y no será precisamente sin la complicidad de buena parte de la ciudadanía acostumbrada a aceptar de buen grado todo lo que huela a orden y mando, a reclamarlo incluso, los malos siempre son los otros, los protestones sobre todo, gente de poco fuste y peor fiar, sinsustancias y así; ¡Vivan las caenas, siempre!"
Por mi parte reivindico el derecho a poner en peligro la propia vida, pues esa es la única que se arriesga cuando se cruza cuando o por donde no se debe, esto es, a tomar tus propias decisiones. Eso y mi desprecio infinito hacia aquellos niñatos uniformados que se arrogan el derecho a tratar a los adultos como si fuéramos sempiternos menores de edad.
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