Hoy a la mañana volviendo del cole. De repente un veinteañero que me interpela desde la acera de enfrente para que le eche una mano con su coche, que se le había calado y que a ver si empujando conseguía arrancarlo.
-¡Pero si lo tienes cuesta arriba!
-¿Y?
-Y que si empujas cuesta abajo puede que sí, pero hacia arriba ni en sueños.
-Pues ayúdame a empujarlo hasta la paralela peatonal.
Me dispongo a empujar el coche desde atrás, y de repente que veo que el chaval se sienta al volante.
-Oye. ¿No pretenderás que empuje yo contigo dentro y sin desayunar?
-Es para cuando tenga que girar el volante hacia la paralela.
-Pues empujas desde fuera apoyado en el vano de la ventanilla con una mano y con la otra giras el volante.
No hay manera de mover el coche. Qué coño va a haberla si estamos en una de las cuestas más empinadas de Oviedo, que ya es decir, porque aquí lo son todas. Eso y que, insisto, todavía no he desayunado.
-Mejor llamas al seguro y que te manden una grúa.
En eso que de repente veo que ha aparcado el coche justo delante de un garaje y que en ese preciso momento se dispone a salir otro. Hay que mover el coche para dejar sitio. Le digo que se meta dentro y que suelte el freno, que ya controlo la dirección desde atrás. Pues es soltar el freno e irse el coche hacia el medio de la carretera.
-¡Para, para, que vas a provocar un accidente! ¿Por qué no giras?
-No sabia que tenía que girar, pensaba que iba recto hacia abajo.
Yo ya me estoy poniendo de los nervios. Eso y el tiempo sustraído a mis quehaceres matutinos. Así que, cuando por fin consigue retirar el coche de enfrente del garaje, le reitero una vez más que llame a su seguro para que le manden una grúa. El chaval me mira como contrariado. Se le nota a la legua que es la primera vez que tiene que hacer algo parecido, y yo no estoy dispuesto a hacer más rato de niñera.
-¿No sabes el número del seguro?
-Sí, sí, ya lo hago, ya, adiós, adiós...
Me responde con un tono a medio camino entre el fastidio y la perplejidad. Insisto, se le nota que poco más que se le ha caído el mundo encima de golpe. Yo ya no estoy dispuesto a perder más tiempo, ya sólo me faltaba hacerle yo los trámites. Y eso si de verdad tuviera seguro, que empiezo a dudarlo por la cara que pone, que no sé si sabe distinguir un seguro de un preservativo. Me despido, él me hace un gesto como queriendo decirme: "¡venga, ya, a cascarla por ahí, que para lo que me has servido...!"
Y yo me pregunto a continuación, y por enésima vez, por qué tendré que ser siempre tan servicial con el prójimo, sobre todo para no obtener ni un mísero "gracias" con el que poder sentirme mejor persona como un San Francisco de Asís cualquiera. Eso y una verdadera duda razonable acerca de la proporción de partículas de plástico que estas nuevas generaciones llevan consumiendo desde que llegaron al mundo.
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