lunes, 3 de junio de 2019

LA NARCOLITERATURA A AMBOS LADOS DEL CHARCO

La revista latinoamericana LETRALIA me publica este jugoso artículo sobre narcoliteratura: 
https://letralia.com/articulos-y-reportajes/2019/06/02/narcoliteratura/?fbclid=IwAR1qHTojA5KVY90p6GRpYor2DzWxbaL7Jd0PtG1nf7D1xlBxHRt91lVNhJc




La visión de la excelente serie televisiva Narcos, en la que se cuenta la vida y obra, por decirlo de algún modo, del narcotraficante colombiano Pablo Escobar, me ha hecho revisar la bibliografía al respecto. De entre los libros de casa sólo he encontrado dos que traten a fondo el tema del narcotráfico en nuestra América, sí, la que habla como nosotros. El primer libro es Historia de un secuestro (1996), de Gabriel García Márquez, el cual no sólo no es una novela negra, ni siquiera una novela al uso, sino más bien un largo reportaje periodístico donde el premio Nobel relata las negociaciones con el presidente César Gaviria para terminar con el tratado de extradición de narcos colombianos a los Estados Unidos. García Márquez no sólo relata el cautiverio, sino también el movimiento desesperado de sus familiares para lograr la libertad y las turbulencias políticas que éste acarrea. Hojeando el libro y repasando las notas hechas en su momento sobre las hojas, sospecho que los guionistas de Narcos lo han tenido muy en cuenta, pues el libro, como era de esperar de un literato de la talla de García Márquez, va mucho más allá del simple relato de los sucesos; de hecho hay un verdadero retrato de personajes que es precisamente lo que hace tan buena la serie en cuestión más allá de su recreación de ambientes y la credibilidad, cuando no crudeza, de sus escenas de acción. El segundo libro es Balas de plata (2008), perteneciente a la saga del detective Édgar, “El Zurdo”, Mendieta, del muy notorio escritor Élmer Mendoza. La saga se completa con otros dos títulos, La prueba del ácido (2010) y Nombre de perro (2012). Son novelas negras al estilo más clásico, esto es, se trata de historias que parten como investigación de un asesinato, el cual llevará a su investigador a adentrarse en los entresijos del narcotráfico mexicano y todo lo que rodea a éste. También podría mencionar la famosa y deliciosa La Virgen de los sicarios (1994), de uno de mis escritores predilectos, Fernando Vallejo, pero, aunque habla de los sicarios a las órdenes de los narcos y está ambientada en el Medellín de la época más dura bajo la égida de éstos, me resisto a enmarcarla dentro del género negro porque la considero una joyita esencialmente literaria antes que otra cosa. También debemos mencionar varias novelas destacadas sobre el tema como El ruido de las cosas al caer, de Juan Gabriel Vásquez; El poder del perro, de Don Winslow, y por supuesto que La Reina del Sur, de Arturo Pérez Reverte. Hablamos de clásicos de eso que han dado en llamar narcoliteratura, y que yo todavía dudo calificar como un subgénero de la novela negra o un género aparte. Mi duda estriba en el hecho de que la narcoliteratura trasciende lo estrictamente criminal y se convierte en realidad en un retrato sociológico y de época de todo un país e incluso de un continente. Qué otra cosa si no podemos decir de todo lo escrito alrededor del personaje de Pablo Escobar, un capo de la droga cuya actividad criminal llegó a poner en jaque a todo un Estado como el colombiano, que trascendió incluso lo exclusivamente criminal para convertirse en un fenómeno político, me atrevería a decir que casi épico, siquiera desde el momento en el que Escobar es rechazado por la casta oligárquica que gobierna el país como político al uso y su pulso criminal contra el Estado, con el terrorismo como principal baza, se convierte más en una venganza personal que en una estrategia para poner a salvo su persona y sus intereses crematísticos. La actividad criminal de Pablo Escobar adquiere tal magnitud en su país que condiciona varias décadas de su historia; todo parece girar alrededor de Pablo Escobar, a destacar la incapacidad del Estado colombiano para detenerlo, neutralizarlo, y, en cambio, en la capacidad de éste para salirse siempre con la suya, y casi siempre del modo más letal e ignominioso para sus enemigos, hasta el desenlace final. De ese modo, la figura de Pablo Escobar acaba siendo, o bien un trasunto de Robin Hood para la minoría que se beneficia de su generosidad, así como para aquellos que idealizan en exceso su lucha contra un Estado que consideran ilegítimo por oligárquico y corrupto, o bien un monstruo de mil tentáculos que se adueña durante años de la libertad de la mayoría de los colombianos decentes y arrebata vidas humanas como quien pisa hormigas. Y por eso mismo también nos encontramos con un personaje cuya biografía nos remite más al relato histórico-sociológico que al puramente negro o policial. Otro tanto podríamos decir de los cárteles de la droga mexicanos que en esencia constituyen algo así como pequeños estados paralelos al oficial en sus respectivos territorios.
¿Y qué tenemos a nuestro lado del océano, quiénes y cómo son nuestros narcos, existe o ha existido un remedo español de Pablo Escobar? Pues, si dejamos a un lado los narcos del Estrecho, cuya actividad no parece haber adquirido ni de lejos las dimensiones criminales que nos ocupan, tenemos que trasladarnos irremediablemente hasta Galicia. Son tres las figuras más conocidas, populares, siquiera ya sólo mediáticas, que encontramos en la historia del narcotráfico gallego: Sito Miñanco, Laureano Oubiña y la esposa de éste, Esther Lago, en opinión de muchos en único cerebro en el sentido literal del término. En cualquier caso, y dejando a un lado a Esher Lago siempre a la sombra y probablemente la más parecida a Escobar en cuanto a inteligencia criminal, de cara a la opinión pública, esto es, los que de verdad han trascendido al imaginario popular, son dos jefes del narco gallego con personalidades muy dispares pero trayectorias paralelas. Los dos venían de lo más humilde de la sociedad gallega al igual que Escobar de la suya, los dos se enriquecieron de una forma vertiginosa y obscena en poco tiempo gracias al tráfico de cocaína, y los dos acabaron con sus huesos en la cárcel tras ser detenidos en las dos operaciones judiciales más celebradas contra el narcotráfico en España: Operación Ocaso y Nécora. Sin embargo, en el vano intento de trazar vidas paralelas entre las de estos dos capos gallegos y la de Pablo Escobar, nos aparecen dos personajes cuya influencia nunca traspasa el entorno de las Rías Bajas donde se desarrolla su actividad criminal, y más en concreto las comarcas de las que eran originarios. Allí sí que son los reyes del mambo, lo controlan todo o al menos lo intentan. Incluso caen en la tentación de aprovechar su dinero, o el respeto que infunden, para darse baños de populismo al estilo de lo que hizo Sito Miñanco comprando el club de fútbol de su pueblo, el Juventud Cambados, el cual consigue aupar a Segunda División. Pero poco más allá, y desde luego que a años luz de lo que hizo Escobar en su Medellín para granjearse la fidelidad ciega de una buena parte de la población del departamento de Antioquia financiando escuelas y hospitales o ejerciendo la beneficencia entre sus paisanos más necesitados. Los gallegos ni siquiera llegan a competir con el colombiano en cuanto a ostentación de su riqueza y sobre todo del mal gusto. Y eso aunque lo intentan, el ejemplo más claro el de Oubiña con su famoso pazo de Bayón y otras propiedades donde lo que destaca es lo poco que ayuda el dinero a disimular el pelo de la estepa cuando eso es lo único que se tiene. Sin embargo, y pese al empeño de ambos por blanquearse una vez situados en lo más alto de su sociedad inmediata, ninguno de estos dos jefes del narco gallego llegó nunca a influir en el devenir del país, ni en el de Galicia, y mucho menos en el del conjunto de España, como lo hizo Escobar en el de Colombia. Así pues, las vidas y obras de Sito y Laureano pertenecen en exclusiva al más puro género negro: no pasan de ser unos criminales cuyas actividades les conducen inexorablemente, si bien que más tarde de lo deseado, a la cárcel.
Siendo así no es de extrañar que la novela negra gallega tenga un filón donde acudir en búsqueda de historias. Da igual que las referencias al narco gallego sean de refilón, de fondo, como en las exitosas novelas de Domingo Villar con su inspector Leo Caldas, o directas como en las novelas del escritor y periodista Carlos González Reigosa, O misterio do barco perdido (1988), A guerra do tabaco (1996), Narcos (2001) e Intramundi (2002). También tenemos trabajos sobre el narco que mezclan la ficción con la realidad, aunque hay que decir que se impone esta última al estilo del libro de García Márquez, como la novela Fariña (2015) del periodista Nacho Carretero. Y, a pesar de que reconozco mi incapacidad para estar al tanto de todas las novelas negras que se publican, y por supuesto que muy buenas, respecto al tema, quiero destacar, tanto por la calidad literaria de su autor como por la trascendencia que la novela ha tenido, Todo es silencio (2010), del muy acreditado escritor Manuel Ribas. Hablamos de una novela que describe las redes del narcotráfico y la influencia social que conlleva en un país como Galicia. Además, se trata de una novela que una vez más abre el debate acerca de lo que es novela negra y qué no. Porque Todo es silencio no tiene la apariencia de una novela negra al uso, tampoco su autor puede ser catalogado como escritor de género, ni siquiera de excursionista en éste, y aun así puede que la forma no sea la de una novela negra, pero el fondo en cambio no puede ser más negro. Siendo así, y aunque sólo sea para destacar los aspectos que la acercan al más puro género negro, creo que Todo es silencio merecería una reseña en condiciones en este mismo medio.

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