Ayer comentaba a la amiga Estibalitz Jalón, a raíz de un post suyo en el que mostraba una foto que le habían mandado con varios de sus diseños y que ella aprovechaba para recordar que hay que acoquinar por el trabajo de uno, que de eso va el copyright, que la llevábamos clara en un país como este si esperábamos que la mayoría entendiera que toda creación es también un trabajo. Porque la mayoría de las víctimas del sistema educativo español y la burricie transmitida de generación en generación en un país esencialmente (post)agrario, para qué engañarnos pensando lo contrario, no entiende la producción artística como un trabajo sino que incluso desprecia y hasta se revuelve contra lo que ellos juzgan la pretensión de los autores de ser remunerados. Lo ven todo lo más como un capricho, incluso un lujo, algo por lo que hasta se debería pagar. Eso es así porque la idea del trabajo que la mayoría lleva inculcada en la mollera se reduce a un esquema muy simple en el que fichar por la mañana, ocupar un asiento o dar vueltas durante ocho horas por una oficina o un taller, y una vez finalizada la jornada laboral desentenderse de todo. Es lo que tienen por un trabajo serio, y así todo lo demás es sospechoso de no serlo. Y aquí da igual la actividad a la que te dediques, el tiempo invertido en sacar lo tuyo y las dificultades para hacerlo, incluso lo mucho o poco que ganes en tu actividad al margen del esquema antes citado, fuera de éste siempre serás sospechoso de no ser serio, o al menos no como ellos, que da igual lo mucho o poco que se apliquen a su faena durante las horas que les toque, que seguirán pensando que para trabajo de verdad el suyo. Ahora bien, vete tú donde un asalariado a decirle que no hace otra cosas durante las ocho horas de jornada que calentar una silla, poner sellos en una ventanilla o mirar a las musarañas desde su garita del garaje o donde sea; eso sería un escándalo, una falta de respeto imperdonable, eso te convertiría en un hijo de la gran puta ipso facto.
Pero sólo así se entiende que venga el borrico de turno con la murga de lo bien y poco que haces, dando ya por hecho lo mucho que le jodería de ser verdad, que te digan que cómo pretendes cobrar por lo que para ti es un simple pasatiempo, que si fuera clavar clavos en una pared o mirarles los órganos genitales a los pollos, pues bien, entonces sí, eso sí que lo entienden; pero, como sospechan que encima disfrutas con lo que haces, porque si no está claro que no lo harías, a ver de qué encima que te paguen por ello, vamos, lo de la maldición bíblica a Adam y Eva ahi incrustada hasta lo más hondo.
Y el caso es que no hay nada que hacer, el que piensa así lo hace porque no puede pensar de otra manera, entre otras cosas porque tampoco es capaz de valorar la creación artística en su justa medida, ni la entiende ni está dispuesto a ello, no ha sido educado, carece de la mínima sensibilidad para hacerlo y además ya es demasiado tarde para remediarlo. Pero el problema es que en un país como el nuestro son legión, pues éste es el país donde se desprecia la cultura en todas sus vertientes, donde no se enseña a pensar sino a acatar, donde destruir el patrimonio para construir horrores está a la orden del día, donde los modelos que nos representan oscilan entre un Jesús Gil y una Belén Esteban, y sobre todo donde los borricos no sólo no se avergüenzan de su ignorancia sino que además presumen de ella. Y de ahí que el máximo exponente del pensamiento carpetovetónico, del pueblo llano para no andarnos con remilgos, lo más sublime que se concibe a la hora de valorar la creación artísticas de otros sean sentencias del tipo: "A ese le ponía yo a trabajar con un pico y una pala."
Así qué para qué perder el tiempo, sulfurarse incluso, cuando te viene el borrico de turno haciendo apreciaciones personales y no precisamente bien intencionadas, del tipo antes citado. Por no hablar de esos que te dicen a la cara y sin el menor atisbo de vergüenza -porque de verdad que no se coscan del trasfondo de lo que dicen- que han pirateado tu libro porque así se ahorran las cuatro perras que cuesta y tú encima tienes que entenderlo. Por no hablar la mala leche que destilan otros comentarios, por no hablar del concepto de la escritura como si fuera lo mismo el medio folio de una novela, un ensayo, un relato, un artículo más o menos sesudo, hasta la reseña de un libro, y las chorradas que vierto por aquí a diario a modo de desahogo, como los que dicen que te tiras todas la mañana escribiendo entradas como la que nos ocupa, en la idea de que para escribir cuatro letras de mierda necesitas por lo menos un par de horas y no el cuarto de hora que le echo a la cosa entre lo tardo en que den las cuatro para irme a dar un chapuzón con mis hijos. Porque además son comentarios que los retratan a ellos antes que a nadie, que te recuerdan que existe una gente con la que nunca podrás entenderte, con la que no compartes nada y además tampoco te interesa. Menos mal que te queda el consuelo de que, a lo contrario de lo que sucede en otras latitudes, y no tan lejanas, donde el aprecio por la creación del prójimo es la norma y no al revés, aquí siéndolo todavía queda una minoría para la que merece la pena seguir en la brecha porque, o aprecia tu trabajo, o por lo menos lo respeta.
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