sábado, 13 de julio de 2019

TARDE DE PISCINA


Ayer por la tarde tocaba piscina sí o sí, porque los críos querían chapuzón en condiciones. Y como a mí no me vais a pillar ni loco en las de Mendi o Gamarra y menos aun en las del Estadio al que no he entrado nunca (ya solo aguanto las grandes concentraciones humanas el primer día de fiestas de Gasteiz y para de contar), me los llevé hasta las piscinas de Maeztu en la comarca de la Montaña. Lo hice, en parte porque suponía que por pequeñas y alejadas habría menos peña, que la había, la chavalería de la comarca y algún que otro carroza como yo, y en parte también por la cosa esa de la nostalgia boba (el que quiera saber el porqué que lea el anterior post, y si desconoce la lengua de Aitor que tire de Google Translator o yo qué sé).

Me encanta pegarme chapuzones como un chaval cualquiera. De pequeño, y al igual que el mío, me pasaba toda la tarde en el agua hasta que me salían escamas, como amenazaba mi vieja que me iba a pasar ni no salía de una vez (ayer el tuve que desalojar de la piscina al enano con la ayuda del mayor; pobres antidisturbios cuando les toque a ellos...). Sin embargo, fuera del agua, y aquí da igual piscina, playa o lo que sea, no soporto estar sin hacer nada, esto es, sin como poco un libro en la mano. Ayer con las prisas se me olvidó el Houellebecq y el de relatos de Miren Agur Meabe que estoy disfrutando como un bobo. Así que no hubo otra que hacer de tripas corazón como un buen padre amoroso de sus críos y ver pasar el tiempo con la esperanza de que se cansaran de una vez antes del segundo chapuzón por mi parte y plegar velas.

De modo que, y casi sin proponérmelo, acabé haciendo sociología piscinera. Vivimos una época estéticamente horrible. No había visto tanta teta operada junta, la cual por lo general coincidía con un cuerpo de gimnasio cubierto de tatuajes. Si ya hasta los de pueblo se ciclan, que necesitan hacerlo porque lo de trabajar de sol a sol en la pieza como que se acabó, es que el mundo rural que conocíamos no existe, es otra cosa, urbanitas que viven a las afueras y para de contar. Luego ya, y por suerte, estaban esas otras generaciones más jóvenes, tiernos infantes y así, mozalbetes también, como la última esperanza de la civilización occidental. Aunque también es cierto que llama un poco la atención lo fibrosos que están la mayoría de ellos, recuerdan un poco a los chavales del famoso comic Paracuellos de Carlos Jiménez y hace sospechar que sus progenitores les han transmitido su obsesión por las dietas y el inanis mens in corpore sano. Ellas ya es otra cosa, pero como no están los tiempos para navokobeces mejor me lo callo, mejor.

En cualquier caso, una gozada. Obsérvese cómo estaba la piscina a las siete de la tarde y con el calor todavía dándole fuerte, ya prácticamente vacía, se supone que la muchachada tenía otras cosas que hacer. Nada que ver con la marabunta de Mendizorrotza que vimos de camino a casa.

Se me olvida comentar (y me da que hasta el resto de la familia se ponga en pie todavía tengo tiempo) que la última vez que estuve en las piscinas de Maeztu ya no era un precisamente un crío, calculo que hace unos veinte tacos o así. En aquella ocasión había en el bar de las piscinas, creo que entonces lo había, un colega de un colega que decían que hacía unos Gran Lebowski de muerte.Y casi, casi... No me acuerdo haberme bañado, o sí, probablemente sí.

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