lunes, 30 de noviembre de 2020

LO DE ESTOS DÍAS



Gente que sabes que si lee algo es de Pascuas a Ramos y como que por encima, pasando hojas a toda hostia para ver de qué va la cosa, cuando no ya directamente por el final. Gente que sabes que no ha leído ninguno de los grandes en toda su vida. Gente que cree que Pablo Coelho o la Eva García Sáenz de Urturi son escritores. Gente que piensa que escribir es como ir al baño a echar un txorongo para luego limpiarse el culo con lo primero que hay a mano, que ello si se pusieran hasta lo harían mejor. Sí, esa gente, toda esa puta gente, que no se corta en decirte qué deberías escribir, cómo deberías escribir e incluso para quién deberías escribir. Esa gente, es decir, todos esos soplapollas a los que, para qué engañarnos, sabes que si estuvieras en el lejano Oeste, y más que nada como servicio a la comunidad, no dudarías un instante en meterles un tiro entre ceja y ceja y a otra cosa mariposa.




"As they exited (from the public elevators of The London Savoy Hotel situated in the main lobby), with Harris outstretched, the actor shouted to the guest taking tea nearby: "It was he food! Don´t touch the goddam food!" (momento del traslado de Richard Harris desde el hotel Saboy donde residía de continuo, hasta el hospital donde días más tarde moriría de cáncer).

Richard Harris, the biography - Michael Feeney Callan

Un bocazas y dipsómano incorregible, un broncas que exhibía su nariz varias veces partida en peleas de bar a modo de galones, eterna bala perdida disparada contra sí mismo, maniático y caprichoso hasta acabar con la paciencia del alma más cándida, impulsivo de grito y puño fáciles, egocéntrico coronado a sí mismo, perfeccionista hasta la desesperación de los que tenía al lado, sensible en grado sumo, culto, bardo con y sin mil pintas encima, ingenioso con el punzón siempre afilado, verdadero encantador de serpientes, el centro de atracción de todas las fiestas o la fiesta en sí misma, eterno niño grande, tan odioso para los mansos de espíritu como adorable para todos lo que procuran no serlo, un salvaje que se interpretaba a sí mismo, puro instinto interpretativo, enamorado de la vida sobre todas las cosas, el tipo ese impredecible y poco recomendable con el que te irías a tomar unas copas y a echar unas risas sin dudarlo antes que con cualquier santurrón de esos hiperconcienciados y supercrompometidos con todo que nunca rompen un plato y aburren hasta a las piedras. Cómo no voy a estar enamorado de Richard Harris desde que era pequeño y vi Un hombre llamado Caballo o Cromwell. Cómo no hacer votos matrimoniales, o algo así, años más tarde tras emocionarme hasta el tuétano viéndolo en El Prado o en Sin Perdón. Cómo no resistirme a terminar esta biografía, con no poca mala baba ni nada por parte de su autor, todo sea dicho, mientras reía a mandíbula batiente y gozaba como un enano recorriendo, para lo bueno y lo malo, la Historia del Cine de las últimas décadas.


Leo de muy buena mañana en la prensa asturiana un reportaje sobre las opciones para caminar dentro del perímetro confinado de Oviedo. La primera opción era la pista finlandesa, una muy buena opción si no fuera porque, como el resto de opciones, suele estar petado de gente durante estos días de confinamiento. Luego proponía la subida hasta el monumento del Sagrado Corazón desde donde se puede ver toda la ciudad y alrededores, una reliquia nacionalcatólica de esas que piden amonal a gritos. La tercera opción era un precioso recorrido hacia la zona de Trubia.

Las tres opciones son una maravilla. Claro que eso en condiciones normales, dado que, como bien pudimos comprobar mi señora y un servidor el anterior sábado, en tiempos de "periconfinamiento" suelen estar abarrotadas -aunque me da que puede que no tanto como lo debe estar la playa de Gijón a diario según le contaban ayer a mi compañera, que es decir a la gente que no se amontone y... puto human behaviour de ese-, lo cual es precisamente lo que uno procura evitar en tiempos de pandemia. Eso por no hablar del agobio de la mascarilla o del síndrome de soldado tras las líneas enemigas que se me pone cuando paseo por esta ciudad y no paro de ver gente con la mascarilla verde con rojigualda de Vox; y aquí ya mejor me callo mis disquisiciones sobre la condición humana ante el hecho de haber visto llevar la mascarilla facha a más de un latino, negro e incluso a alguna que otra señora con hijab... (también aprovecho a mandar directamente a tomar por culo a cualquiera que tuviera la tentación de replicarme un "¿Y por qué no la van a llevar si se sienten tan españoles como el que más?")

Así pues, ese día nos decantamos por un itinerario con menos verde y más asfalto, un paseo por los alrededores de casa, sin ir más lejos el que solía hacer por las tardes en invierno cuando ya no hay luz en el parque por el que acostumbro a andar el resto del año. Un recorrido que va desde nuestro barrio a ese otro nuevo de Las Campas a las afueras de la ciudad. Un recorrido en el que todavía hay tramos que limitan con el campo de las inmediaciones del monte Naranco. En realidad se trata de una larga avenida de varios kilómetros jalonada por edificios nuevos, más o menos horribles como suelen ser todos, y con algún que otro descampado de por medio.

En cualquier caso, sitio de sobra para andar y prácticamente ni un alma a nuestro alrededor, la situación ideal para quitarte la mascarilla con el fin de recordar lo que era ir por la vida como una persona normal antes de la pesadilla que nos ocupa. Nada que ver con la marabunta con la que nos encontramos el pasado sábado en la pista finlandesa, si bien en ese día declinamos meternos en ella y acabamos tomando una ruta alternativa de esas que, después de un rato largo pisando hierba y saltando charcos de agua o barro, acaban llevándote sin darte cuenta a la parte trasera de una residencia de ancianos donde están los contenedores a los que van a parar todos los coronavirus habidos y por haber.

Por suerte la caminata de esta mañana ha sido una gozada, prácticamente solos y con un sol que ha empezado a calentar cuando ya regresábamos a casa. Ahora sí, comentábamos mi señora y un servidor, la sensación de haber tenido nuestra hora de patio antes de volver a las celdas no te la quita nadie. 


Qué curioso estas cosas de la "terruñidad". Oyes y lees lo de que el National Geographic ha seleccionado tu ciudad -que es y será siempre aquella en la que has nacido, crecido y tienes a tus parientes y amigos de toda la vida- como la más interesante para visitar de entre las españolas de tamaño medio, y lo primero que te viene a la cabeza es que eso ni por asomo, que cuánto les habrá pagado el Urtaran a los del NG por el reportaje, con la que está cayendo. No puede ser de otra manera, porque para ti, si hay una ciudad de tamaño medio en España que de verdad merezca ser destacada esa es sin lugar a dudas Cádiz, ciudad de la que estás enamorado hasta el tuétano, como solo se puede estarlo de una ciudad con unas vistas y un paseo sobre el mar tan espectaculares, amén de su casco antiguo con sus tascas y recovecos, con una gente tan maravillosa. Eso y que enseguida miras a tu alrededor y te crees obligado a reconocer que hay ciudades mucho más espectaculares en cuanto a arte e historia que tu pequeña capital de provincia, que en ese apartado, y aunque duela, al que le duela, claro, no hay color con Bilbo o Donostia, que si es por casco viejo prefieres mil veces el de Iruña, que si es por arte e historia ahí están Toledo, Gerona, Zamora, León, Córdoba, Cáceres, o, si es por paseos o vistas, Gijón, Coruña, Granada y así un montón.
Pero no lo haces porque no le tengas cariño a tu ciudad, ni sepas apreciar sus virtudes y logros, tanto como reconocer sus taras y defectos, porque presumas de descastado ni nada por el estilo, ni siquiera porque desconozcas su historia y la de sus rincones, más bien todo lo contrario, si todo lo humano te interesa, cómo no va a hacerlo allí donde has nacido y crecido. De hecho, si te diera por hacer de guía turístico de Gasteiz podrías dar la chapa durante días a los turistas con historias, anécdotas y detalles que la mayoría de tus paisanos desconocen. Lo haces porque te horroriza esa mentalidad provinciana de los que creen que lo suyo es el centro del universo, incapaces por decisión propia de apreciar lo del prójimo de tan enamorados que están de su ombligo. Lo haces porque esa versión local del cateto de todas partes, el cual en tu ciudad se dice "vitorianico", te resulta especialmente antipática. Claro que ni más ni menos que las que se estilan en otras, tipo el bilbaíno profesional o el ñoñostiarra que ni siquiera sabe que lo es.
Empero, en seguida te das cuenta, para tu disgusto, de que, contradicciones de la vida, no hay nada más vitoriano que esa actitud tuya de desapego hacia tu ciudad. En efecto, no hay nada más vitoriano que renegar de lo bueno de Vitoria por ingratitud, desdeñar cualquiera de sus logros por pura ignorancia, y, sobre todo, aprovechar la ocasión para quejarse de cualquier cosa haciendo de menos el elogio o la mención de turno: "Ya, mucho Green Capital y la hierba del jardín de debajo de mi casa sin cortar", "Ya, mucha ciudad sostenible y el vecino bajando la basura a las siete de la tarde", "Ya, mucho National Geographic y el casco viejo lleno de pintadas..."
Entonces descubres con espanto que, de alguna u otra manera, puede que en el fondo seas como esos otros "vitorianicos" abonados a la queja por inercia, uno más del estilo de los que despotrican del tranvía y cuando lo ponen se suben y ya no se bajan de por vida.
Es triste, claro que sí, pero una vez que reconoces en ti ese ser provinciano que además sabes que te acompañará de por vida, por qué no rendirte a la evidencia y disfrutar con la idea, esas ideas que solo nos importan a los de Vitoria de puro aldeanos del alma que somos, porque al resto del planeta, y en especial a nuestros vecinos, y como no puede ser de otra manera, se la trae floja, de que cabe la posibilidad, por muy ínfima que sea, que la susodicha portada del Nathional Geographic haya servido por lo menos para que le escueza algo a algún bilbaino o donostiarra, siquiera a un par, no más, no exageremos, que eso no va con nosotros, no, no poco..
*Ah, adjunto enlace al reportaje del NG, faltaría: https://viajes.nationalgeographic.com.es/a/por-que-vitoria-es-uno-destinos-best-of-the-world-viajes-national-geographic_16174/1?fbclid=IwAR3z-wy9DT759CESN9_HIdeIeF5JaExWk2JMZ5Txy2YhinngweGGCMF0MpA



Ni ha sido el mejor jugador de la Historia, si eso el más suertudo, ni había en él nada digno de encomio. De no ser, claro está, demostrarnos el absurdo del culto al mito de barro que solo se redime después de muerto por aquellos dispuestos a perdonarlo todo con tal de tener algo, más o menos tangible de tan cercano, en lo que creer llevando su adoración al extremo, puede que solo un espejo sobre el que proyectar sus propias debilidades o limitaciones. Ni más ni menos que el mismo fraude sobre el que se sostienen todas y cada una de las religiones habidas y por haber. Y en eso estamos, humanos, siempre demasiado humanos.



Los del: "eso no se puede decir... ni pensar."

El líder de una formación política vasca independentista afirma que apoya los presupuestos del Estado como un paso más en la consecución de la República vasca. Al momento la cohorte al uso de politicastros y tertulianos de la famosa Brunete mediática, así como legiones de opinadores de barra de bar -se supone ahora vagando sin rumbo por las calles, o dando la chapa a la parentela y compañeros de trabajo- gritan y se tiran de los pelos indignados, entiendo que en la convicción del que el susodicho líder independentista vasco lo que tenía que haber dicho es que votaba a favor como muestra de su amor incondicional a España, al rey y a la ley, y si no, pues, más claro agua: "¡anatema, anatema, la ETA sostiene a Sánchez!

Otro tanto para cuando alguien también se escandaliza porque un partido de ultraderecha, racista, machista, homófobo y un montón de cosas más, hace declaraciones racistas, machistas, homófobas y un montón de cosas más. Así también cuando un partido de derechas meapilas defiende la enseñanza concertada de los curas que los adoctrinaron, un partido republicano defiende la república como el mejor gobierno para España, o cualquier otra cosa que sea expresar convicciones distintas a las nuestras.

En resumen un país de memos o jetas, cuando no de niños grandes y para de contar, que, lejos de entender que en democracia valen todas las opiniones, excepto las que incitan a la violencia o propugnan la vulneración de los derechos humanos, que discutir no es lo mismo que despotricar, corren a indignarse cuando oyen declaraciones de otros que no piensan como ellos, se entiende que en la convicción de que no pensar como ellos es lo más parecido a un sacrilegio porque para algo son ellos los depositarios de la verdad suprema, siquiera ya solo de la legal, la permitida, comme il faut.

Anda que no se nota poco ni nada siglos de pensamiento único, Inquisición, Franco y demás mandangas; "¿Pero cómo se atreve Ud. a pensar diferente que un servidor, qué desfachatez, voy a denunciarlo ahora mismo?"

 



De la sinceridad. Cuando en casa de un desconocido, siquiera de alguien con el que no tienes la suficiente confianza o intimidad, te sacan un vino a probar, no conviene decirle que te parece menjunje imbebible, eso y que además ya hay que ser zote para haber pagado lo que ha pagado por él. No, la urbanidad obliga a decir cosas como que no es el tipo de vino al que estás acostumbrado, que no te llega a convencer de todo, que seguramente tienes el paladar demasiado condicionado por los vinos de tu tierra y todo ese tipo de cosas a lo de quitar hierro a la cosa. Ahora, si el que te lo saca lo hace a sabiendas de que es un vino de mierda con el único propósito de ponerte a prueba, entonces está claro una vez más el precepto universal que establece que hay que procurar sentarse a la mesa lo menos posible con personas que no son de tu círculo íntimo, de esas con las que no tienes la suficiente confianza para mandarlas a tomar por culo sin miedo a malas caras y puede también que hasta a alguna que otra hostia, pues eso, de una u otra manera, siempre acaba siendo un verdadero dolor de muelas.



He aquí un libro que no tengo vergüenza en calificar de maravilloso, escrito por el profesor de Historia Contemporánea de la UPV, Ludger Mees. Ni más ni menos que la historia del Medoc Alavés, esto es, el intento fallido de adaptar en el siglo XIX los vinos de Rioja Alavesa a los modos productivos del vino de Burdeos, un proyecto que supuso en su tiempo toda una revolución, o más bien amago de, y todo un ejemplo de innovación promovida directamente por las instituciones alavesas con la colaboración de particulares. Un proyectó que fracasó como tantas otras iniciativas de tipo industrial de la España decimonónica, un país anclado en sus inercias y carencias de todo tipo y cuyo resultado más palmario fue el retraso que hemos padecido como consecuencia de haber perdido el tren de la modernidad en todas y cada una de las veces que se dio la ocasión para que eso no ocurriera así

Se trata, por lo tanto, de un libro que habla de la historia del vino, del de Rioja en concreto y sobre todo circunscrito a la comarca alavesa que comparte nombre con esa otra castellana y hasta navarra; pero que, como todo trabajo sobre un hecho concreto o particular, sirve de ejemplo perfecto para entender las inercias de la época y con ellas las razones del retraso secular económico español.

Una historia con nombres propios, desde los de los diputados forales de Álava, Ortiz de Zarate y Egaña, que se empeñaron en sacar adelante el proyecto, el director de la Granja Agrícola Modelo de Álava, Eugenio Garagarza, los particulares que arriesgaron su dinero a pesar de tenerlo todo en contra, Francisco Paternina de Labastida, Manuel Gortazar de Laguardia, Pedro Olano de Elciego y muchos más, algún que otro personaje más o menos turbio como Gregorio Torrecilla, hasta llegar al más decisivo de todos, el enólogo francés Jean Pinneau. Incluso con secundarios de lujo como la propia regente María Cristina y su segundo marido, la reina Isabel II y toda una recua de personajes de la Corte y la política de entonces.

Una historia además prácticamente desconocida por la mayoría del público, y aquí subrayar el vasco y todavía más el alavés, a pesar de la trascendencia que tuvo el proyecto en su momento. Aunque, para qué engañarnos, nada del otro mundo en un país donde si no son batallitas, chismorreo de entre sábanas o crímenes más o menos truculentos, el paisanaje tiende a desconocer todo lo referente a su entorno inmediato, ignorancia que solo suplen con la retahíla de prejuicios y lugares comunes al uso, y de los relacionados con el vino de Rioja mejor ni hablar -¿cuántos y cuántos analfabebedores siguen convencidos de que el vino de Rioja es un todo y que no hay diferencia alguna entre el de una orilla y la otra del Ebro, eso cuando no piensan que los que aseguran que las hay lo hacen por razones políticas o, ya solo provincianas, y no por otras exclusivamente enológicas, geológicas incluso?-, la cual, insisto, es la única manera con la que eso que decimos el ciudadano de a pie acostumbra a enfrentarse al conocimiento de su pasado e incluso del presente. Como que tengo la sospecha de que la escasa acogida que tuvo el libro en su primer momento, puede que despachado como otro "rollo" académico más, ha sido la razón por la que haya tenido que venir a rescatarlo el responsable de Bodegas Remelluri, Telmo Rodríguez, consciente, tanto del desconocimiento existente sobre el tema, como del valor intrínseco del libro.

Pero, sobre todo, una historia maravillosamente bien contada, nada que yo haya descubierto porque ya sabía que el profesor Ludger Mees, alemán de origen y políglota que hasta ha llegado a ser Vicerrector de euskera de la UPV, tiene un acusado instinto narrativo, el cual, y yo que los he padecido durante mis años de facultad me tomo la libertad de subrayarlo, destaca y mucho en comparación con tantos y tantos mamotretos prácticamente ininteligibles, o ya simplemente soporíferos, perpetrados por tantos y tantos de sus colegas de la misma UPV.

En cualquier caso, una historia que el propio Ludger Mees resume a la perfección hacia el final de su libro:

"No deja de ser una ironía de la historia que todas esas nuevas empresas, beneficiarias de la reputación que el Medoc Alavés en su día había labrado para los vinos de la Rioja Alavesa, se afincaran en la Rioja castellana y no en la alavesa. La mayoría de esas nuevas bodegas se fundaron antes de la crisis filoxérica en Rioja, y todas resultaron lo suficientemente sólidas como para sobrevivir durante los duros años de la destrucción y posterior replantación de los viñedos. Junto con el capital francés y vasco, había también algunas empresas vinculadas a acaudalados empresarios locales, que generalmente también solían tener vínculos con Burdeos en la fase inicial de su trayectoria empresarial. Entre las iniciativas empresariales más importantes de esos años cabe señalar a López de Heredia en Haro (1877), la Compañía Vinícola del Norte de España (CVNE, 1879) también en Haro, Bodegas Franco-Españolas (1890) en Logroño, y las Bodegas Bilbainas (1901) en Haro, el gigante del sector que actuaba también en otras regiones vinícolas como la Mancha. La única bodega de cierta entidad y capacidad de producción ubicada en la Rioja Alavesa seguía siendo Riscal en Elciego, que en 1886 y 1887 había realizado nuevas ampliaciones en las instalaciones de su finca La Torrea."

EL MEDOC ALAVÉS la revolución del vino de Rioja - Ludger Mees 

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