EL TIEMPO DE LOS ESTUPENDOS
La victoria de Biden es ya definitiva y con ello comienza en tiempo de los estupendos. Los estupendos, sí, esos que ante la lógica euforia, siquiera ya solo alivio, por la derrota del personaje más patético y dañino de la política de lo que llevamos de siglo, correrán a enmendar la plana al prójimo, a chafarle la ilusión a la gente con un mínimo sentido de la decencia, con el argumento de que Biden o Trump tanto monta, monta tanto. Porque sí, ambos son presidentes de la todavía potencia hegemónica de nuestros tiempo, del Imperio si se quiere según la terminología al uso entre la izquierda a este lado del charco, y no hay que esperar grandes cambios geoestratégicos por parte del nuevo, tan blanquito y "gerocrático" él como el anterior, tan de las élites de su país como todos los presidentes americanos habidos y por haber. Puede que para ello te ilustren con el chiste de los dos aviones, uno con los republicanos al mano y el otro con los demócratas, lanzando bombas sobre cualquiera de esos que los yankies denominaron en su momento "el Eje del Mal", y entre los que no ha más diferencia que la de que el avión al mando de los demócratas lo hace con bombas de colorines y puede que hasta acompañadas de chuches. No niego lo ocurrente del chiste, tampoco la verdad que encierra. Pero, es precisamente en esos colorines y/o chuches del chiste en los que está el motivo por el que los estupendos resultan especialmente irritantes en su empeño por echar baldes de agua fría sobre el entusiasmo de la gente de bien, entendida esta como toda aquella que no odia al prójimo por cuestiones de raza, género, sexo o por lo que sea, por la derrota de un tipejo como Trump.
Claro que el próximo presidente de los EE.UU va a seguir defiendo los intereses de todo tipo de su país, faltaría. Claro que Biden no es el candidato que un europeo de izquierdas desearía para poder coincidir con él en todo. ¿Te extraña? Ni siquiera su vicepresidente mujer y de color es la socialdemócrata que en Europa se podría homologar a una presidenta socialdemocráta escandinava, puede que ni siquiera a la democristiana Angela Markel. Pero, con todo, esto es, salvando las diferencias sociopolíticas a ambos lados del Atlántico, es lo más parecido, lo más cercano, a esa concepción europea del progreso que pasa por eso que llamamos sociedad del bienestar y que gira alrededor del equilibrio entre lo público y lo privado. Esperar que el nuevo presidente de EE.UU coincida en todo lo ideológico y hasta humano con uno para así poder celebrar su victoria sin ambages me parece verdaderamente injusto e incluso infantil, propio de personas de poca cintura intelectual, o lo que es lo mismo, de integristas de lo suyo, esto es, todo aquel incapaz de reconocer mérito alguno a otro a no ser que comparta su manera de ver el mundo absolutamente en todo. A decir verdad, todo aquel que es incapaz de alegrarse de veras por la derrota de un verdadero engendro humano como Trump, alguien que simboliza en su persona todo lo peor del ser humano (racismo, machismo, homofobia, darwinismo social y económico, patrioterismo de banderitas, desprecio por la democracia y el estado de derecho, despotismo en grado sumo, etc.) solo se me puede antojar un idiota o un canalla. En fin, viene a ser parecido a lamentarse porque el Ejército Rojo llegara hasta Berlín derrotando a los nazis.
Pero no nos engañemos, al estupendo esos matices ideológicos a una y otra orilla del charco no le interesan una mierda. El estupendo no es que no entienda el concepto del mal menor, es que sencillamente no le interesa porque lo que él quiere es dejar constancia de lo listo, íntegro y superconcienciado que es en comparación con el resto de los mortales que para él siempre pensaremos en corto. El estupendo es dueño de una conciencia muchísimo más amplia y sobre todo pura, por eso siempre ve más allá que cualquiera de nosotros, y, sobre todo, no está dispuesto a reconocer nada que no se ajuste estrictamente a sus principios, esto es, a su idea de cómo tiene que ser la realidad y no al revés. Y claro, de ese modo, siempre andará aguando la fiesta a todo el mundo, siempre encontrará un motivo para ejercer de estupendo, porque, vaya por Dios, la realidad en cuestión tiene la manía de no ajustarse a esa visión tan íntegra e idealizada que solo existe en su cabeza. Y por eso también, por ese desprecio innato hacia todo que no les dé la razón, es imposible no determinar cuánto se parecen los estupendos de un lado a los estupendos del otro, cuánto tienen en común entre ellos antes que con el resto de los que no somos tan estupendos los mierdas que hemos asumido que el mundo nunca será perfecto y que hay que aprovechar y hasta celebrar siempre la mínima oportunidad para hacerlo mejor, como cuando por fin se consigue echar de su poltrona a la representación del mal en su forma más contemporánea. Eso y, sobre todo, qué miedo dan los unos y los otros, qué miedo, cuando no simple hastío, dan los puros de todos los lados y bajo cualquiera de sus formas.
Una de las cosas más importantes de la vida es saber alejarse de las personas que avinagran la existencia al prójimo. Es verdad que el elenco de hijos de puta es tan amplio que uno no sabría por dónde empezar. Empero, hay un tipo que en principio podría parecer inofensivo, apenas una molestia, un engorro asumible de la vida en sociedad. Me refiero a los serios por principio y casi que también por oficio. Serios, estirados, envarados, gente que va por la vida con un palo de escoba metido por el culo, tristes todos. No es ya solo que su sola presencia produzca bajona en el ánimo de cualquiera, es que, además, su actitud de eterno disgusto con lo que les rodea, ese ceño fruncido de por vida, suele derivar en ofensa hacia aquellos que no consideran a su altura por falta de ese concepto de la seriedad que en ellos es simple y llanamente la ausencia de cualquier emoción a la hora de enfrentarse a lo cotidiano. De ese modo, cualquier manifestación de entusiasmo, justificado o no, se les antoja un signo inequívoco de inmadurez, entendida también esta como una muerte prematura en vida. Son los que nunca se permiten una risa abierta ante las tonterías de otros, los que de sentirse obligados fisiológicamente a sonreír concebirán esto lo más parecido a una violación por detrás, como si el causante de su acceso de risa fuera culpable de haber mancillado su sacrosanta pose de tentetiesos, aquella que consideran la única digna para ir por la vida, como si todo lo demás fuera impropio de gente con los famosos tres dedos de frente, gente que se tiene a sí misma como ejemplo a seguir y que tacha de lo peor a todo aquel que no está dispuesto a hacerlo. Y es, en virtud de esa concepción tan chata de la vida , que no pueden evitar concebir a todo aquel que procura tomarse la vida con humor, que gusta de hacer bromas sin otro objetivo que arrancar sonrisas a los que le rodean, que procura encontrar el lado lúdico de las cosas en todo lo que hace, que prefiere reírse de todo antes que fruncir el ceño por todo, como un niño grande, un inmaduro, alguien según ellos incapacitados por principio para la vida adulta y sobre todo seria, alguien del que desconfiar por principio dado que en su estrecha cabecita no cabe la idea de que alguien pueda tomarse la vida en serio sin necesidad de aparentarlo a toda costa y en cada momento del día. Esa gente, por lo general, lleva ojos de inquisidor sobre todo lo que miran y ofende nada más abrir la boca porque no tiene nada que decir que no sea un reproche. Esa gente, los serios que conciben toda exageración como una falta de saber estar, de inmadurez, sensatez y todo en ese plan, simplemente deberían estar todos muertos. El mundo sería mucho mejor.
De momento es evidente que la inmensa mayoría de los que votaron a Trump hace cuatro años han vuelto a hacerlo. Y no me extraña, no, porque es más que probable que Trump haya sido el presidente que menos ha defraudado a sus votantes a lo largo de la Historia de EE.UU. Si lo votaron por ultranacionalista, machista, racista, homófobo, negacionista de todo tipo, apologista de los valores más rancios y primitivos y, en definitiva, tan marrullero y mala persona como ellos, porque admiraban cómo se pasaba toda convención democrática e incluso humana por el forro de sus cojones, si lo que querían era que cerrara el país en sí mismo y acabara de una vez con todas las alianzas y hasta simpatías que EE.UU se había granjeado en el mundo, si no querían oír hablar de una Pandemia que ha matado ya a 233.000 estadounidenses porque lo que les pase a sus vecinos les importa una soberana mierda en la convicción de que el verdadero lema de su América es "sálvese quien pueda", no han podido elegir mejor presidente, no les ha defraudado absolutamente en nada.
Luego ya, y como este comentario no tiene intención alguna ser ecuánime, moderado, sesudo, ni nada por el estilo, para eso leeros un periódico.... extranjero o escuchar la homilía de Gabilondo, veo el mapa electoral que resulta de las elecciones de ayer, y no me queda otra que convenir, con otros tantos analistas de barbecho como un servidor, en que, -exceptuando los estados que dan al Caribe, digo yo que por la cosa del calor que ablanda los sesos o yo qué sé- cualquiera diría que en aquel país, cuanto más te alejas de la costa, cuanto menos llega la brisa del mar, más idiota o mala persona se vuelve la gente. Creo que habría que estudiarlo. Vamos, como si no lo estaría ya de sobra.
Por otro lado, y aunque es verdad que todavía queda un halo de esperanza de que pueda ganar el otro, lo cual, sin embargo, no cambiaría para nada la fotografía sociológica que vuelven a dejar estas elecciones, confieso que siento verdadero morbo imaginándome que Trump vuelve a ganar las elecciones y lo primero que hace es destituir a Fauci, el principal experto de EE.UU. en enfermedades infecciosas al cargo de la lucha contra el Covid19, al grito de: "¡A tomar por culo la ciencia de una vez" Eso y nombrar en su lugar a uno de sus más conspicuos seguidores: Sylvester Stallone.
-No blasfemar porque ofende a Dios.
No tomarse a la ligera todo lo relacionado con el sexo porque ofende a Dios.
No pitorrearse de las creencias, prejuicios y convicciones de la mayoría porque ofende a Dios.
No cuestionar nada de nada porque ofende a Dios.
No pensar por uno mismo porque ofende a Dios.
No abrir la boca porque...
-¿Y, qué pasa pues?
-Nada, que esto cada vez se está pareciendo más al siglo XXI....
Una de cementerios...
PASEO POR EL CEMENTERIO DE LOS PLACERES
(LA CUADRILLA IMAGINARIA)
Reyes nos invitó un sábado a la mañana a que lo acompañáramos en uno de sus paseos por el Cementerio De los Placeres. Hay que joderse, Reyes, adónde nos llevas, pues - le reprochó Landeta, que no se fiaba de la salud mental del ginecólogo - que a éste ver tanto chocho en la consulta seguro que le ha trastornado. Pero fuimos, vaya si fuimos, más que nada porque nos hacía ilusión vernos siquiera un solo día y durante un par de horas fuera de la biblioteca, para ver hasta dónde podíamos llegar como amigos, si podíamos prescindir de los libros o de las revistas con el fin de mantener una conversación como personas normales; ya veréis como tengo razón, lo que aquí encontramos es una sucesión de homenajes al mundo clásico. De homenajes y mal gusto, que había qué ver qué adefesios arquitectónicos habían elegido algunos para poner sus restos, puro kitsch funerario, un totum revolotum de rudimentos neoclásicos mezclados con la fantasía orientalista de unos, la megalomanía áurea de casi todos y la escuela regionalista de algún que otro nacionalista recalcitrante que se había llevado a la tumba su veneración por las presuntas esencias eternas de su patria irredenta -de juzgado de guardia aquel panteón con columnata dórica de mármol y el frontispicio con el entramado de madera típico del caserío vasco-. Por su panteón los conocerás, afirmaba Reyes, porque según él la elección de determinado estilo clásico era un reflejo del alma, si la tenía, del finado o del clan de éste. El dórico, incluso el jónico, solía corresponder a las familias de toda la vida, la sobriedad y el tamaño justo, sin demasiadas alharacas decorativas, próceres de la ciudad y linajes de la economía local, algunas hasta colocaban un busto suyo como si fueran patricias de las de verdad; ni que decir que los había que, árbol genealógico en mano, pretendían remontarse hasta el rapto de las Sabinas; que sí, que sus antepasados estuvieron allí antes de comprarse una finca en el norte de Hispania, un fundus decían ellos, digo yo que de haberlo escuchado en algún reportaje de la tele o algo parecido. El corintio ya era otra cosa, casi nunca solía ser puro si es que este concepto se puede aplicar a semejante estilo, y menos en estos casos en los que el adjetivo abigarrado se queda demasiado corto y el presupuesto demasiado largo. Porque, además, no acostumbraban a escatimar en materiales caros, desde mármol de Mañaria o Ferrara a granito gallego y hasta de Cerdeña. Los panteones con columnata corintia desbordaban motivos florales y alegóricos por todos los lados. Por no hablar del frontispicio, algunos asemejaban verdaderas pateras sobre las que se amontonaban los personajes de la mitología grecorromana al completo acompañadas en algunos casos por la imagen del dueño ataviado cual emperador romano en posición ecuestre o infante. Ni qué decir tiene que este tipo de mausoleos de la confusión, este barroco de la ignorancia, pertenecía en su mayoría a nuevos ricos obsesionados con dejar huella en este mundo, tanto que lo que dejaban bien podía pasar por un corte de mangas a los verdaderos amantes del arte. Aún así, de entre todos los tipos de panteones con los que uno se podía tropezar en el cementerio los más llamativos, e incluso entrañables, eran precisamente aquellos que más aborrecía el erudito de Reyes, tan ortodoxo como era en todo lo relacionado con lo clásico. Lejos del conglomerado de despropósitos presuntamente decorativos, los panteones de estos hombres solían ser testimonios póstumos de su amor por unas tierras lejanas en las que quizás vivieron algún tiempo, o que habían soñado que visitarían algún día a lo largo de toda su vida. Más o menos tipos como nosotros, aquejados de saudades sin sentido, trotamundos de biblioteca, ciudadanos honoríficos de Babia. Uno que había hecho la guerra de Marruecos y se había enamorado de aquellas tierras no había dudado en construir una réplica de las tumbas meriníes de Fez rematado con una enorme cruz. ¡Sacrilegio, sacrilegio!, bramaba Landeta, el cual era un enamorado de lo islámico, un renegado, para qué andarnos con remilgos, y no podía soportar la visión de una supuesta reproducción de una de las joyas arquitectónicas del islam en mitad de un cementerio cristiano. Otros finados, más recatados, se conformaban con añadir unas cuantas gotas de arte morisco, bizantino, irano-indo-mongol, chino, birmano, lo que fuera, cuanto más exótico mucho mejor, más fetén, al acabado neoclásico de sus panteones; eso sí qué es un sacrilegio, tronaba Reyes a su vez. Había de todo, desde un Buda sobre la tumba de un enamorado de la filosofía oriental hasta la máscara de un chamán de la etnia fang traída por alguno que hizo fortuna maderera en la Guinea Ecuatorial. Esto es una vergüenza, no respetan nada. La existencia de lo que él calificaba como anacronismos estéticos, dificultaba el ejercicio de imaginación de Reyes según el cual el cementerio era un trasunto de una antigua colonia romana, una ciudad en la que los panteones pasaban por templos o palacios de la nobleza local, y las tumbas más modestas por las casas bajas en las que se hacinaba la plebe. Inútil argumentar con él que en la Roma de los Césares el sincretismo arquitectónico estaba a la orden del día, que tan pronto te encontrabas un templo dedicado a cualquiera de los dioses de la religión oficial como un remedo de pirámide egipcia en el que habían enterrado un antiguo gobernador del granero más grande del Imperio; ahí, ahí es cuando empezó de veras la caída de Roma.
Reyes nos estuvo apabullando durante un buen rato con su erudición tan a contracorriente en este siglo de ordenadores y células madre, y también con los chismes que corrían a cuenta de muchos de los dueños de los panteones que estaban allí enterrados, y que él había conocido de cerca o de oídas, porque para algo pertenecían en su mayor parte a esa pequeña burguesía urbana de la que él mismo procedía. A destacar, entre todas esas historias de megalómanos recalcitrantes dispuestos a dejar sin un duro a sus descendientes con tal de poder realizar su sueño de descansar eternamente al modo de los faraones, aquellas que conjeturaban acerca de la verdadera identidad de la mujer que yacía en tal o cual panteón al lado de su dueño, que los había con tan poca vergüenza que después de toda una vida de discreción, de saber guardar las formas, parecía que habían querido resarcirse de ello maquinando para la posteridad un canje de tumbas. Y esto le hacía una gracia infinita a Reyes, todo lo que tuviera que ver con enredos de faldas y similares, como si fuera el colmo de lo chusco, lo más gracioso que podía esperar de sus paisanos, tan aburridos en vida, tan serios, tan de no levantar una voz más alta que otra, no se vayan a enterar los vecinos que somos humanos. Y mira tú por dónde, qué callado se lo tenía, los que se jactaban de ser de misa diaria, gente de orden y de repartirlas, la salvaguardia de los valores eternos. Se destornillaba de risa con sus propias palabras, ni siquiera esperaba a comprobar si los demás habíamos sido capaces de vislumbrar la hondura cómica del asunto. ¿Pero acaso merecían todas aquellas historias, tan de mentidero provinciano, otro esfuerzo corporal que no fuera el de una simple sonrisa? En su caso podía ser comprensible por que los personajes tenían rostro y biografía, había tratado a la mayoría de ellos, había conocido sus embustes, sus miedos, sus miserias, todo aquello que los había convertido en esclavos de su propia gazmoñería, una esclavitud de la que sólo se habían atrevido a romper las cadenas una vez muertos.
Aun así, Reyes no sentía ni el más mínimo asomo de simpatía hacia los difuntos; al contrario, el hecho de que no hubieran tenido la valentía de emanciparse en vida, de enfrentarse al vituperio siempre profundamente reaccionario de la ciudad y de todos los suyos, era un motivo más que añadir a la larga lista que había confeccionado durante años para justificar de alguna manera el profundo desprecio que destilaban sus palabras cada vez que se refería a ellos. Esta gente no amaba la cultura clásica, la utilizaba para dignificar sus tumbas, para aparentar. Reyes reprochaba a aquellos vesanos extintos, patricios de postín, que, a imitación de sus iguales en la que fue y es de verdad una ciudad eterna, acostumbraran a hacer un uso egolátrico de su amado latín. En cambio, admiraba a los verdaderos latinistas que según él creía haber descubierto leyendo los epitafios desperdigados por el cementerio. Te tropiezas con verdaderas joyas del genio clásico. Reyes había descubierto entre la trivialidad imperante al estilo de los tuyos que no te olvidan o ese tan triste de trabajó toda su vida para sacar adelante una familia, verdaderas joyas lapidarias. Joyas escritas las más en latín, sentencias que en unos casos el muerto había tomado prestadas de los grandes escritores de la antigüedad, en otros de la literatura mural encontrada en ciudades como Pompeya, y en el menor de ellos alguna que otra de su propia cosecha. Una colección de declaraciones de principios, loas a la vida, despedidas patéticas y, sobre todo, cortes de manga a la familia, los amigos, el trabajo, la ciudad, el país, a todo el mundo. Quizás por eso mismo habían mandado que fuesen escritas en la lengua de Marcial, para que no supiera la familia lo que decía, ni la familia ni nadie susceptible de ir con el chivatazo a los parientes; "Oye, ¿ya sabéis lo que ha puesto vuestro padre en su epitafio? ¿Tan mal os llevabais que ha esperado a morirse para mandaros al carajo desde la tumba?" Más que nada para disfrute de algún que otro resabido que pasara por allí a la manera de Reyes, callejeando entre los nidos de la muerte. Este se imagina al muerto dictándole a la familia su última voluntad; "Y me vais a poner este epitafio, para que os enteréis, bueno, no, mejor que no, que sois unos mierdas, que sé que os da miedo lo que puedan decir, que sepan todos lo mucho que os odio, a vosotros, a ellos, a todos..." Fi! Ecce hora! Uxor mea me necabit! Vacca Foeda! Te audire no possum, musa sapientum fixa est in aure. Estne volumen in toga, an solum tibi libet me videre? Caesar si viveret, ad remum dareris. Mellita domi adsum. Sentio aliquos togatos contra me conspirare. Nihil curo de ista tua stulta superstitione. Non curo, si metrum non habet, non est poema.
Me imagino a este desgraciado llevando en secreto su amor por lo clásico durante toda la vida. Porque Reyes decía identificarse con unos individuos a los que imaginaba como él, eruditos incomprendidos por sus seres más queridos y menospreciados por el resto de la gente, que no soportan la más mínima patina de cultura en el prójimo, bien sea porque les parece una ofensa que alguien se atreva a saber tanto o más que ellos; "¡Si hombre! A ver. ¿Dónde están esos títulos?" Eso cuando no la consideran una agresión al siempre excesivamente elevado concepto que tienen de sí mismos, que en cuanto alguien pronuncia una palabra o un nombre de esos que sólo aparecen en el diccionario en seguida adivinan un deseo de querer mirarlos por encima del hombro, de decir: ¡ojo, que yo he estudiado! Por eso están siempre a la defensiva cuando alguien cita un nombre raro, que se les escapa, que no entienden a qué viene mencionar algo que no saben, ganas de joder, seguro, de reprocharles su ignorancia. A esos tipos habría que darles la preceptiva y siempre pedagógica somanta de hostias por listillos, soberbios, señoritos con estudios. Brota el orgullo de clase que se niega a reconocerse como tal, el resentimiento instintivo del de abajo. Qué orgullo ni qué ocho cuartos, burgués hijo de puta, yo sólo quiero saber de los míos, de los que son tan tontos como yo, y a ese que le den con sus latines, que no hay quien lo aguante. Ricardo Reyes, un tipo rarísimo, siempre sólo, no hay quien se atreva a acercársele porque a la mínima te suelta un latinajo. "¿De qué va este payaso? ¿Quién se ha creído que es? ¿No te parece que exageras?" Recuerdo que le espetó Caeiro, que no podía entender ese resquemor de su compañero para con el género humano, que le parecía que exageraba, que no era para tanto, que era él quien estaba siempre a la defensiva y el que se creía raro por definición, que tanto latín y tanto griego, tanta devoción por un pasado tan lejano no podía ser bueno, hacía que uno simpatizara más con los muertos, unos muertos exquisitos esos del mundo clásico, que con los vivos. Pues tiene toda la razón del mundo, señor maestro, lo reconocía, no le interesaban sus contemporáneos, cómo se iba a interesar por ellos si eran los descendientes directos de los bárbaros que acabaron con el imperio, si habían borrado cualquier resto de cultura clásica que podían haber heredado de sus antepasados latinos: miento, todavía queda el panem et futbolis. Pues quédate a vivir en el cementerio, le replicó Landeta, que a veces no podía más, se hartaba de lo que él calificaba como victimismo elitista del ginecólogo. ¿Qué pasa, que todos tenemos que saber latín? Y esa era una pregunta trampa, porque sabía que Reyes no sólo iba a decir que sí, que era imprescindible para la formación de una persona, que adónde iba esta sociedad sin haber leído a los clásicos, que así estaban las cosas, tanta violencia gratuita, tanta ignorancia premeditada, tanta horterada televisada; sino que encima se iba a disgustar, et tu, ¿Brutus? Menos mal que en esa ocasión Landeta prefirió obviar la polémica y se lanzó a una larga perorata sobre lo que supondría la vida en un cementerio, que decía que había en el Cairo un cementerio, el del Iman-al-Safei o la Qaytbay, al que también se referían como La Ciudad de los Muertos, donde vivía tanta gente como en la contigua ciudad de los vivos -otra de las frecuentes exageraciones de Landeta, que cuando quería se olvidaba de sus pretendidos conocimientos sobre el mundo islámico, como para pasar por alto el dato de que en El Cairo viven más de once millones de personas-. Y esa gente vive allí porque no le queda más remedio, porque paradójicamente no tienen otro sitio donde caerse muertos... Este fue el último reproche que se permitió Landeta antes de que Reyes nos invitara, aprovechando un sol radiante, que en comparación con este día oscuro y todavía más gris de lo habitual me gustaría recordar como esplendorosamente mediterráneo, a almorzar en uno de merenderos a las afueras de la ciudad. Me gusta este sitio porque con los cipreses y los campos dorados de trigo al fondo se me antoja un trozo de la Ática. Qué murga, señor, pero qué murga, Reyes es con mucho el más cargante de todos nosotros, un plasta de cuidado que no descansa ni a la hora de sentarse a la mesa. Y lo peor no es sólo eso, sino que después de llenar la mesa de botellas de vino, de raciones de aceitunas, jamón ibérico, chorizo a la sidra y otras exquisiteces que, según él, haciendo gala de ese epicureísmo suyo de andar por casa, son la salsa de la vida; dormir, comer y joder... Sobre todo al prójimo, porque a la hora de pagar se echaba la mano al bolsillo y ya podíamos echarnos a temblar, que hay que ser tontos para volver a caer en la misma trampa, porque se ha vuelto a olvidar la cartera en casa, dice que se la ha escondido su hija. Qué mala pécora, no le deja vivir, lo trata como a un niño, ahora que por fin puede hacer lo que quiere. Lo siente mucho, otro día..., otro día más de lo mismo, y entretanto carpe diem, así ya se puede ser epicúreo, menos mal que el vino lo paga el irlandés; estaría bueno, como que casi todo se lo bebe él solo; Rioja forever.
Fragmento de LA CUADRILLA IMAGINARIA – Txema Arinas
Mi mujer no me entiende, no me quiere entender. Hoy a la mañana me he levantado reventado. No sé si será por el exceso de ejercicio dado que parece que me machaco más con esto de no salir de casa, que no salgo porque me agobio con la mascarilla y las multitudes que abarrotan el parque por donde transito, o porque antes de levantarme repaso las noticias del día y se me da un bajón que si no es porque uno es disciplinado y tal me quedaría en la cama todo el día. El caso es que no tenía fuerzas ni para levantar la taza del váter. Así que le he dicho a mi señora que lo último que me apetecía era ir a hacer la compra del sábado a la mañana, que solo imaginarme haciendo cola en la frutería o donde fuera, rodeado de humanidad y arrastrándome con el carrito por los pasillos del súper, me entraba una galbana como pocas veces. De modo que al final ha ido ella a hacer la compra con el mayor para que la ayudara con el peso. Yo me he quedado escuchando música mientras corregía un tostón que tengo entre manos, y ya luego leyendo hasta que la madre y el primogénito han regresado a casa con el avituallamiento para la semana.
-¿Podrías hacer dos esas tortillas tuyas tan ricas?
-De acuerdo, y pongo huevos a cocer para hacer también unos burritos con chatka y mayonesa casera. Pero antes me visto y voy a por el vino.
-¡Cómo que a por el vino?
-No queda ni una botella. Teníamos que haber pasado por donde Roitegi para comprar varias cajas el último finde que estuvimos en Vitoria...
-¿En serio?
Tan en serio como que antes de que empezara con sus reproches ya estaba vestido y con la mascarilla puesta preparado para salir. Luego he pasado de hacer cola en el super donde tengo localizado un Luis Alegre de Laguardia porque ésta casi daba media vuelta a la calle. De modo que me he dado una vuelta por las tiendas del barrio a ver si encontraba algo de mi gusto y al final he acabado en el Hipercop. Un par de Izadis para mañana y los cachopos del lunes, aquí sí es fiesta, y un monovarietal del garnacha, un Borsao de Campos de Borja, para dentro de un rato.
El caso es que he tenido que hacer una cola espectacular para tres botellas. Una cola rodeado de esa humanidad a la que le da tanto por darte la chapa a ti a cuenta de cualquier noticia chorra del día como a la cajera con las cuitas de su sin lugar a dudas apasionante existencia. Una cola acompañado del subnormal de turno con la mascarilla de Vox haciendo campaña electoral entre los presentes, los niñatos vestidos de Jabolín comentando cómo se las iban a apañar para que los pillaran haciendo botellón a la tarde o el tío que piensa que el confinamiento es la escusa ideal para no tener que ducharse durante semanas. Una cola de esas que te preguntas: "¿Para qué cojones tendrán seis cajas si luego, incluso un sábado por la mañana, siempre hay solo dos abiertas?" Una cola con las gafas empañadas por culpa de la mascarilla porque no había querido ponerme las lentillas para los ilusorios cinco minutos que preveía pasar en la calle, y encima deslizándoseme todo el rato por la nariz. Una cola exactamente igual a que me había imaginado antes de decirle a mi señora que fuera ella a hacer la compra con el mayor, que no estaba en condiciones. Así que cuando llego a casa lo primero que me suelta la señora de la casa:
-¿Te das cuenta de lo que has tardado para comprar unas botellas de vino? Menos mal que estabas hecho polvo y lo último que te apetecía era salir a hacer compra. No, si está bien claro cuáles son tus prioridades en esta vida...
-¿Tú vas a comer la tortilla de patatas con agua o con vino?
-...
-Pues eso, arrieros somos y en el camino nos encontraremos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario