"I do not regret one drop. There was a tremendous amount of enthusiasm. We weren't solitary, boring drinkers, sipping vodka alone in a room. No, no, no: we went out on the town, baby, and we did our drinking in public!"
A classic interview with the great Peter O'Toole
Abren, por fin, los bares y ya he escuchado varias veces decir a alguien que por él o ella podían cerrarlos para siempre. Pero bueno, es la misma gente que cuando, por que sea, cuentas alguna anécdota, más o menos chunga, de alguna de tus borracheras enseguida frunce el ceño porque son de los que relacionan todo lo del beber con el Mal en mayúscula. Gente para la que la bebida siempre es sinónimo de degeneración e ignominia, eternos guardianes autodesignados de la moral y la virtud, la liga a rebosar de los tristes y aburridos. Odian a los borrachos porque los avergüenzan en la convicción de que nunca hay que perder la compostura ni para ir a cagar. No entienden que el ser humano se pueda rebajar a semejante estado de pérdida, ya no del conocimiento, del buen regir, sino incluso, o sobre todo, de su dignidad, siquiera durante un breve tiempo de asueto. Y no te extraña, porque este tipo de gente, por lo general, no suele perder nunca la compostura, son serios en grado sumo, gente formal de necesidad, y me temo que sobre todo por incapacidad. De ese modo, todo lo que sea alterar la consciencia de uno mismo se les antoja lo más parecido a rebajarse al estado de los animales, esto es, seres impredecibles y por lo tanto peligrosos por principio.
Y no niego que tengan razones para temer a los borrachos, muchos de ellos son individuos verdaderamente peligrosos o molestos, las más de las veces tipos violentos que bajo los efluvios del alcohol dan rienda suelta a lo peor de sí mismos. Todo conocemos a alguno, todos los hemos padecido. En mi cuadrilla, sin ir más lejos, había uno del que teníamos que salir corriendo en cuanto se llevaba al gaznate el tercer cubata porque ya sabías que esa noche amenazaba tormenta. La bebida sacaba lo peor de él, en este caso, y para qué andarnos con rodeos, un fanático con alma genocida. Porque ahí está el quid de la cuestión, no es la bebida lo que hace del borracho un capullo violento con todos los que tiene al lado, un faltón de los que ofenden solo con abrir la boca o un moñas de esos que les da por lloriquear por las esquinas en cuanto llevan más de una copa encima. La bebida solo eleva a la máxima potencia la mierda que llevan incrustada en sus cerebros, por lo general rencor y frustraciones a raudales, y pone en evidencia la incapacidad de algunos individuos para saber parar, con la priva y en general con cualquier otra cosa en la vida. El resto, la mayoría para ser sinceros, somos gente normal y, sobre todo, alegre y ocurrente que con el alcohol damos lo mejor de nosotros mismos, para qué andarnos con remilgos.
Porque a mí me encanta beber, sí, pero siempre en buena compañía, a ser posible con gente alegre y recurrente que te alegra y hasta ilumina la existencia, entre amigos, los de siempre o los que surjan; pero, por Dios, nunca con esa peña que amarga la velada a los demás con sus neuras lloronas o coléricas, gente sin cuentas pendientes consigo mismos y que por lo tanto no hacen de su compañía un sufrimiento, que si abre una botella sabe que es para disfrutarla echando risas con una buena conversación de por medio, y todavía mejor si es con un delicioso diálogo de besugos de esos de acabar debajo de la mesa muertos de risa.
Soy un bebedor social que ha bebido océanos, que ha disfrutado de todas y cada una de sus borracheras, que lo ha hecho en más de tres continentes, por tierra, mar y casi también que por aire; como cuando fui a Cuba en un avión de la compañía cubana y lo primero que me ofrecieron nada más sentarme fue un cubalibre a cuenta de la casa y ya luego solo recuerdo estar bailando salsa en un estadio de beisbol de Matanzas. Soy un bebedor que se acuerda con deleite de cada una de sus borracheras dignas de tal nombre, que se ha emborrachado con gente de toda clase y condición.
Sí, amo la bebida, y eso a pesar de que con la edad no solo haya bajado el pistón de la ingesta, sino también el círculo de las personas con las que realmente estoy a gusto bebiendo, sobre todo en confianza, para desinhibirme en alegre camaradería. Porque siempre lo he pasado bien bebiendo como un cosaco de la Llanada, he reído, vacilado, cantado, bailado, incluso declarado mi amor eterno y heterosexual a gente que no conocía de nada. Nunca he perdido la consciencia de veras -ahí quita unas fiestas de Gasteiz con veinte y muy pocos que acabé en el estanque de la Florida tras estar de camarero toda la noche en la txozna del Sindicato de Estudiantes; parece ser que se bebía más dentro que fuera de la barra...-, nunca me he peleado si no ha sido porque me ha atacado precisamente alguno de esos del mal beber y peor sombra, nunca me ha dado por tirar piedras a nadie, ni siquiera a la policía, vamos, que yo recuerde, o por subirme a una farola, nunca he puesto en peligro la vida de nadie al volante o sin él. Debo a la bebida muchos de los mejores y, sobre todo, más divertidos momentos de mi vida: gloriosas parrandas sanfermineras de esas que aportan anécdotas jocosas que se recuerdan en cuadrilla toda la vida, veladas en las que haces en una sola noche más relaciones sociales que el Emérito en toda su puta vida de corruptelas, amaneceres sobre playas paradisiacos o bucólicos prados en compañía de... cangrejos, limacos, vacas y otros bichos, dentro de una mosquitera tras una noche de farra como huésped de una tribu africana o lo que fuera aquella marabunta en taparrabos, cruzando en ferry de una isla a otra en mitad de una galerna, vaciando de Guinness los pubes de Temple Bar de Dublin, Cork, Galway, Limerick y puede también que hasta los de Innisfree dejando a los dos John, Ford y Wayne, y a la Pelirroja O´Haara, a cuadros, haciendo ejercicio como pocos tras haber bailado y brincado, debajo y encima de todo tipo de mesas, sillas, barras, barriles y por el estilo, como no lo haces tú en un gimnasio de soplapollas anabolizados durante todo un año. Y risas, sobre todo risas con los de siempre y con otra gente que solo descubres bebiendo igual de maravillosa. Risas y también sorpresas, como cuando te invitan los mozos de un pueblo a una cena con el dinero que sacaron en la txozna de fiestas porque estuviste toda la noche sirviendo cubatas y tú ni te acordabas, cena de la que, faltaría, también acabas saliendo a gatas de la sidrería o de donde fuera, que tampoco me acuerdo mucho.
Ya no bebo tanto ni tan salvajemente ni tan a menudo. Ahora lo hago muy de vez en cuando y poco más que vino, cerveza o sidra, a solas, y para "espirituarme" con mis cosas, algún que otro whiskito si, por lo que fuera, algún alma caritativa tiene a bien regalarme alguna botella con casi los mismos años que un hijo para afeitarse el bigote. Lo hago sin levantarme de la mesa si no es para ir a la kupela o al meadero. Lo hago solo con gente de verdadera confianza porque con la edad la mayoría de la gente se vuelven capullos estirados que ejercen de formales a toda costa, no les vaya a ver alguien comportándose como humanos, no vayan a perder por ahí la vara que se meten por el culo nada más levantarse por las mañanas, lo hago solo con aquellos con los que sé que tengo asegurada las risas y/o una conversación interesante. Sigo disfrutando de veladas ahora mucho más tranquilas, como la de hace apenas un par de meses al poco de salir del primer confinamiento con los amigos de siempre, durante una comida en una sidrería de Kuartango donde ni siquiera había que mantener distancia alguna porque estábamos solos frente al peligro, y ya luego a la tarde nos dio por subir al trote hasta casi la ermita de Eskolunbe o de donde fuera, sanotes que estamos, pues. Veladas que echo en falta, como una rana el agua de un estanque, tras semanas de confinamiento e ingesta moderada de zumo de uva fermentada en familia.
Por eso me alegro de que hoy abran los bares, los templos para el único culto que practico con verdadera y sentida devoción, el de Baco. Lo hago como bebedor social y responsable que, al igual que Peter O´Toole, no me arrepiento ni de una sola gota de alcohol ingerida a lo largo de mi vida. Yo al menos puedo hacerlo. Un respeto para los profesionales, por favor. Eso y a ver si hoy podemos salir por ahí un rato a tomar unas cañas desafiando a la muerte y tal y tal.
LA MÁS BELLA CANCIÓN DE AMOR SEGÚN GAYARRE
Preguntado el gran tenor de todos los tiempos, el navarro Julián Gayarre, cuál era a su juicio la canción de amor más bonita y profunda jamás cantada, éste contesto sin titubeos que una jota de su tierra, a la que, por supuesto, no dudó en poner su portentosa voz:
"Ahora sí que estamos buenos,
tú preñada y yo en la cárcel:
tú no tienes quien te meta,
yo no tengo quien me saque."
Los presentes, faltaría más, no dudaron en levantarse para aplaudir entusiasmados a Gayarre al grito de: "¡Bravo, bravo, maestro!"
Me manda un antiguo compañero del cole, con el cual me comunicó casi que a diario y esencialmente a través de memes del whassapp, un vídeo del programa "Vascos por el mundo" de la ETB2 donde aparece otro antiguo compañero de la infancia, el cual está de profesor e investigador en una universidad de por ahí arriba, donde hablan británico y así. Pues, oye, hacía como treinta años que no le había visto la jeta y ha sido verla y que lo primero que me viniera a la cabeza fuera: "¡Míralo, el mismo careto de empollón soplapollas de cuando éramos críos, qué asco me da el puto B..." No lo he podido evitar, lo juro. Estoy seguro de que si no conociera a B... desde críos me habría parecido un tío de lo más majo, amén de interesante por su proyecto de investigación para no sé qué hostias de la diabetes y tal. Pero es que yo no veía al simpático profesor universitario que tras hacerse un hueco en una de las universidades más reputadas de Europa dedica su vida a hacer más llevadera las de los demás. No, yo veía al pitagorín estirado de mi clase en el cole, alguien del que ya solo te acuerdas por el apellido, lo cual ya lo dice todo, de eso y de que nunca conseguiste congeniar con él aunque fueras de los que lo hacían con todo el mundo, que más bien era él quien mantenía la distancia del resto, a saber si en la creencia de que a su lado, siempre tan serio, tan estudioso, tan formal, tan cabal desde preescolar y católicamente aburrido, los demás éramos algo así como cabestros en pantalones cortos. Algo que, por cierto, no me sucede, por ejemplo, con Jx, el colega con el me guasapeo chorradas cada dos por tres, y que me sigue cayendo igual de bien que cuando éramos unos críos; claro que masturbarse en cuadrilla con trece o catorce tacos -en plan a ver quién acaba antes, no los unos a los otros, degenerados lo justo; por cierto, solía ganar casi siempre él de los cinco o seis que participábamos en semejante akelarre heteropatriarcal-, en el camarote de la casa de mis viejos en Gasteiz, por lo general con las hojas arrancadas de las revistas porno que otro antiguo compañero del equipo de los onanistas compulsivos solía distraer de un conocido quiosco de la calle Gorbea, la verdad es que une mucho. El caso es que yo veía a B... y me decía que, déjate de hostias, aquí no cambia nadie así pasen mil años, cuando creces con alguien de crío para esa persona seguirás siendo en esencia el mismo mocoso de entonces más o menos odiable o todo lo contrario. De hecho, me temo que lo somos tanto entre nosotros como para nuestros mayores. Como que, de la misma manera que para mi madre B... sigue siendo "el hijo de la carnicera de...", estoy convencido de que yo para la de B... seré, así pasen también mil años, el del peluquero de la Avenida. Por lo que supongo que yo también seré para otros el mismo capullo de entonces o todo lo contrario. Al fin y al cabo, me recuerdo de crío y, para qué negarlo, ya entonces sentía un más que instintivo rechazo hacia todo lo que tuviera que ver con el rebaño y, sobre todo, y por muy paradójico que parezca después de contar lo del camarote de mis padres, a esa tendencia tan acendrada de comerse la polla los unos a los otros, la cual, por lo demás, viene a ser la costumbre más extendida entre la gente con la que me he criado, de nuestra especie en general. Pero bueno, igual también exagero, porque también he sido siempre muy de exagerar, si bien creo que la mayoría me recordara más bien por lo mucho y primorosamente que dibujaba todo tipo de caricaturas, tebeos, fanzines de pacotillas, pijoterías emborronadas varias y todo en ese plan, vamos, por mi fino sentido de humor y acreditada sensibilidad artística. Por eso o también por todo lo contrario. A fin de cuentas, cada cual destaca en lo que podía o como podía. No sé, siento que se me va la pinza en esta tarde de temperaturas árticas confinado en mi rincón del despacho mientras me resisto a ponerme a mis cosas para no dejar de santificar el día de fiesta que toca. Una tarde triste y fría que no remonta ni con los solos de saxo de John Coltrane; estoy por decirle a Jx a ver si organizamos algo por whassapp con el resto de la banda del camarote, como ya hemos quedado en lo de que seguimos siendo los mismos críos de entonces. Pues eso, más que nada para aprovechar las nuevas tecnologías.
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