Me dice mi mujer que esta noche ha tenido una pesadilla en la que estábamos ella, yo y los niños en una playa como la de Gupiyuri, Asturias, y que de repente veía que subía la marea y el mar amenazaba con arrastrarnos hacia sus entrañas.
-¿De verdad? Esa es una pesadilla de primera de psicoanálisis. Deja que te cuente la que he tenido yo también esta noche.
He soñado que estaba en un pub de Limmerick con Liam Nesson. Creo que teníamos ya encima tropecientas pintas de Murphy, entonces, de repente, Liam se da la vuelta en la barra y descubre que en la pista de baile está una jovencísima Helen Mirren vestida de hada Morgana y bailando un reguetton.
-¿Has visto ese pibón? ¡Venga, vamos a entrarle!
-Éntrale tú si quieres, yo acabo de pedir otro Black&White.
-¿No has bebido ya suficiente?
-Aprovecho porque yo ya solo bebo así, en plan vamos a reventar la vejiga, en sueños.
-Venga, hostia, no seas así, acompáñame hasta la pista y me vas allanando el camino. Ya sabes que a los irlandeses del Norte, sobre todo si somos de pueblo, se nos da fatal el ligoteo.
-Y a mí se me da de cine, no te jode; que soy de Vitoria.
-¿Y?
-Pues que somos tan negados para ligar que hay estudios que insinúan que probablemente nos reproduzcamos por esporas.
-¿Me vas a acompañar o no? Me he enamorado de esa rubia en cuanto la he visto, puro flechazo.
-Pues mira, vas y le cuentas eso mismo.
-En cuanto me vea acercarme hacia la pista con mis andares de zangolotino seguro que se echa a reír.
-Puede, pero dime tú quién se te resiste con tus casi dos metros de altura, esa percha de boxeador que gastas y tu mirada de perrito apaleado a lo "todo lo que tengo de bruto por fuera lo tengo de sensible por dentro."
-Sí, sobre todo aquí dentro -me suelta señalando con su pinta de Murphy sus partes más pudendas.
-Que me olvides, patán.
Pues no coge el de la Lista de Schindler y se me pone a dar saltitos alrededor poniéndome los puños en plan pugilista.
-¡Me acompañas o te pongo la cara como un mapa con relieve.
-¡Anda y que te den por culo, puto chalado!
-Enamorado, estoy enamorado.
Justo en ese momento veo que un tipo alto con barbas y melenilla, luciendo una capa púrpura sobre sus espaldas y con una corona, la cual supongo de latón, en la cabeza, peores pintas se ven a la noche por estos antros, se acerca hasta el centro de la pista a la vez que va moviendo el esqueleto y le entra a la Herren Morgana... Millen.
-Ya te puedes olvidar de tu hada Morgana; me temo que te la acaba de levantar el Rey Arturo.
-¡Puto Richard Harris!
Había una vez un reino...
Y a aquel país le decían una "monarquía bananera" porque su anterior monarca había robado a espuertas durante décadas con el consentimiento y conocimiento de sus más fieles cortesanos. Así pues, y ahora que el heredero de la corona, el "estudiau", requería a su vez de la misma complicidad de sus súbditos para conservarla, los cortesanos pactaron con el "abdicado" el modo de que éste pudiera sortear sus cuentas con la justicia del Reino confiando, tanto en que un simple gesto de arrepentimiento por su parte fuera suficiente para ablandar el corazón de sus más complacientes vasallos, aquellos para los que la estabilidad del Reino estaba siempre por encima de cualquier otra consideración, como en el paso del tiempo que todo lo perdona. "No es la institución, es la persona" repetían como un mantra allá por donde iban los cortesanos, obviando, más que olvidando, que el "abdicado" no había sido la excepción a la regla en una dinastía de déspotas y ladrones que siempre, siempre, habían hecho del Reino su coto privado para cometer todo tipo de tropelías.
A decir verdad, era tanto el miedo de los más fieles vasallos de la dinastía, que muchos de los prebostes más señalados del Reino no dudaron en salir en defensa del "abdicado" a pesar de que sus fechorías eran ya de conocimiento público: "No es un hombre como todos nosotros, es un monarca, un ser aparte ungido por la Divina Providencia, y por lo tanto no hay dinero para pagar el privilegio de haberlo tenido como rey."
Sin embargo, las voces más lúcidas y decentes del Reino seguían arreciando en sus críticas a la corona y, en especial, al manto jurídico de impunidad que la envolvía. Hasta tal punto que algunos de los gerifaltes de la guardia real se ofrecieron voluntarios al monarca para acallarlas con sus sables. El hijo del "abdicado" dio la callada como respuesta, era evidente que él también estaba harto de aquellas voces que solo podían venir de la parte más inconformista y sediciosa de la plebe, la canalla, la chusma del Reino. En realidad, el "estudiau" solo hablaba para amenazar a los sediciosos que querían romper su Reino y recordar que había una Constitución sacrosanta que le otorgaba la autoridad para hacerlo.
Entretanto, y a pesar de que en aquel Reino los jueces solían ser benévolos con aquellos lacayos implicados en todo tipo de desmanes que afectaban al erario público, también con los de los grandes magnates y mangantes del Reino y, así y en general, con todo aquel siervo que manifestara su lealtad ciega a la dinastía que había vuelto a reinar a pesar de los antecedentes de los anteriores monarcas, se seguía intentando acallar por todos los medios, sobre todo haciendo creer al pueblo llano que lo que realmente querían esas voces era subvertir el orden establecido para ponerse ellas al mando, a todo aquel individuo subversivo que renegaba, ya no solo del rey ladrón, sino también de la institución que le había servido de coartada para sus robos, De ese modo, en aquel Reino se encarcelaba a los juglares que cantaban coplas glosando las fechorías del "abdicado", y hasta esas otras en las que se mofaban del actual rey, "El estudiau", y de su familia tan perfecta e inmaculada por obra y gracia de de los heraldos a servicio de la corona encargados de convencer al pueblo de las excelencias y milagros del monarca y toda su prole. Y también, también, se condenaban a largas condenas a aquellos que según sus leyes habían atentado contra la integridad del Reino, se organizaban montajes para dar un escarmiento en la carne de unos pocos a todos los jóvenes díscolos que, por lo que fuera, osaban denunciar los abusos de autoridad de la guardia pretoriana del Reino, e incluso, en lo que no solo era un hecho insólito dentro del ordenamiento jurídico de cualquier estado de derecho, sino sobre todo la prueba irrefutable de que aquello se merecía la denominación de "monarquía bananera" sin el menor atisbo de duda, se pretendía juzgar por segunda vez a los sediciosos que ya habían sido condenados, y habían cumplido varios años de cárcel, como desquite por la sentencia de un tribunal de fuera del Reino que establecía que su justicia era poco más que a la carta, esto es, según conviniera a los intereses represivos y/o vengativos de los mandamases del Reino.
Y todo esto, todo, siempre, pero siempre, con la inestimable complicidad de los súbditos de esa monarquía bananera para los que la idea de justicia siempre quedaba en suspenso cuando se trataba de reprimir y condenar a los enemigos, supuestos o no, del Reino. Los enemigos, no del país, ni del pueblo, sino de aquella monarquía bananera
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