lunes, 25 de julio de 2022

ADORAR AL NIÑO


 

Vosotros, padres jóvenes y así, no os dais cuenta, pero estamos provocando la eminente hecatombe de la especie en menos de una generación y la culpa será del modo cómo estáis criando a vuestros retoños.
Cuando éramos chavales los críos éramos parte del universo de nuestros mayores; hoy los habéis convertido en vuestro universo. Todo gira alrededor de ellos, todos giráis a su alrededor. Antes los críos estábamos ahí, éramos parte de la casa, un apéndice de la familia. Venían los mayores a casa, nos hacían unas carantoñas y al rato se ponían a sus cosas dejándonos a los críos en nuestro sitio: nuestro rincón de jugar. Hoy no existe ese rincón porque los críos ocupan el centro de la casa dado que concentran toda la atención de los mayores sobre ellos. Basta que haya un canijo de por medio para que todo el tema de conversación gire alrededor de él. Todos pendientes de si el crío ríe, llora, mea o caga, todos al quite por si se lastima contra lo que sea, todos comentando cada jugada del mocoso por muy chorra que sea, todos a tope para que el renacuajo permanezca en un estado de idílica felicidad a lo Disney que no debe cesar ni por un solo instante a riesgo de que se nos traume el día de mañana.
Los ponéis a presidir las mesas durante las comidas familiares para que las conversaciones sigan girando alrededor de ellos ad eternum; a nosotros de pequeños los mayores nos ponían en una mesa aparte para que no les jodiéramos la marrana. Estáis todo el rato detrás de ellos como si fueran de cristal por miedo a que se lastimen a la mínima y cuando lo hacen por lo que sea actuáis como si se hubiera desencadenado un verdadero drama bíblico; nosotros nos dábamos de morros contra el marco de una puerta y lo primero que hacían era gritarnos para que dejáramos de llorar y aprendiéramos a asimilar el dolor en silencio preparándonos así para todo lo que nos viniera más tarde. Los colmáis de regalos que son incapaces de apreciar porque no les da la vida como consecuencia de esa patética competición entre adultos a ver quién hace el mejor, el más chulo, el más caro y, sobre todo, aquel que no abrirán nunca porque se habrá quedado relegado para los restos en el baúl de los recuerdos; así jamás aprenderán a valorar nada. Les lleváis sus pesadas mochilas hasta la puerta del colegio para que no se cansen, pobrecicos. Les dejáis que os cojan el mando de la tele para poner lo que a ellos les dé la gana aunque estuvierais viendo el último capítulo de vuestra serie favorita. Organizáis vuestras vacatas solo en función de lo que a ellos les pueda complacer y no al revés. Os habéis convencido de que ser buenos padres es ceder en todos los caprichos de vuestros vástagos y estar todo el rato encima de ellos para que no se aburran nunca. Os escandalizáis, indignáis, enfadáis, cuando alguien reprende a vuestros críos por lo que sea en la convicción de que nadie excepto vosotros, y a veces ni siquiera, tiene derecho a decirles nada por muy mal que se porten, da igual si en la intimidad o en público; como cuando les da por meter ruido con sus putos móviles en un restaurante, o donde y con lo que sea; yo he tenido que aguantar que un crío me pasará su cochecito por la calva mientras hablaba con su madre delante callada como si eso fuera lo más normal del mundo...
Estáis criando camadas de hipermimados que crecerán convencidos de que siempre tiene que haber un adulto al lado para complacerlos en todo, unos futuros frustrados de la vida que no sabrán reaccionar ante el menor contratiempo porque están acostumbrados a que sea otro el que les saque las castañas del fuego. El futuro que nos espera va a ser terrible; las riendas del mundo en manos de legiones de memos consentidos. Y por todo esto y muchas otras cosas yo voy descubriendo en mí un Gargamel, qué digo, un verdadero Gargantua que se los comería a todos solo por el placer de poder luego cagarlos, el cual, cada vez que ve en la calle un puto crío de esos que se estampan contra el suelo y comienzan a berrear como si no hubiera un mañana, sonríe complacido y hasta le entran ganas de acercarse hasta él para pisarle la mano como el que no quiere la cosa; "Sufre, cabrón, sufre, que ya me lo agradecerás cuando seas mayor, vaya que sí..."
Queredlos, protegedlos, educadlos, divertiros con ellos; pero, por Tutatis o quién sea, no los adoréis, son humanos por mucho que los tratéis como diosicos.
Pues eso, había que decirlo.

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